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¿El futuro es feminista?

Presentado por Mariana Enríquez

"Discutir el feminismo entre mujeres que se llaman a sí mismas feministas es una instancia de altísimo voltaje": la autora de Las cosas que perdimos en el fuego y el texto que acompaña el libro de Marina Mariasch, Florencia Angilletta y Mercedes D'Alessandro publicado por Capital Intelectual.

Por Mariana Enríquez.

En los últimos años el feminismo, la palabra feminismo y la definición feminista, se masificaron. Beyoncé, una de las celebridades más famosas del mundo, hizo su gira Mrs. Carter en 2016 frente a una pantalla enorme donde se proyectaba en enormes letras brillantes la palabra FEMINIST. En una entrevista rara con la revista Elle –ella no habla mucho con la prensa– dijo: “Puse la definición de feminismo en mi gira y en mi canción para dar claridad sobre su verdadero significado, no para hacer propaganda o para proclamar que soy feminista. No sé si la gente sabe o comprende lo que es una feminista pero es muy simple: es alguien que cree en la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres”. El momento feminista de Beyoncé más importante es la canción “Flawless” que samplea la charla TED de Chimamanda Ngozi Adichie, la exitosa escritora nigeriana que en 2015 y 2017 editó dos libros cuyos títulos explican el contenido: Todos deberíamos ser feministas y Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. Antes, Chimamanda había escrito cuentos y novelas sobre la experiencia migrante y sobre la guerra de Biafra: ficciones con mujeres como personajes principales.

La cuestión es que el lanzamiento hacia la estratósfera masiva del pronunciamiento de Beyoncé resignificó el término para una generación. Lo hizo cercano y al mismo tiempo lo simplificó. Una feminista es alguien que cree en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero es mucho más que eso. Uno de los grandes desafíos para lxs interesadxs en el feminismo es abrazar esta complejidad. Conocer la enorme cantidad de literatura feminista, la gigantesca producción de pensamiento de mujeres sobre mujeres y la variedad e intensidad de este pensamiento es un trabajo largo. ¿Por dónde empezar? ¿Se puede llegar a Despentes y Wittig sin pasar por De Beauvoir o Federici? ¿Hay que rechazar a Paglia o considerarla una voz lúcida y fundamental? ¿Qué se hace con feministas de la segunda ola como Germaine Greer que tiene importantes discusiones con las activistas jóvenes, especialmente por sus opiniones sobre las mujeres trans? ¿Se puede seguir leyendo sólo la producción de pensamiento generada en las usinas de Europa y Estados Unidos o deberíamos empezar a reforzar las miradas latinoamericanas, cuyos nombres más visibles son los de Rita Segato y Laura Klein?

El texto de Florencia Angilletta, “Feminismos: notas para su historia política” es una guía en el vasto territorio de los feminismos y, de paso, esboza algunos de los puntos de discusión más calientes. Dice Angilletta: “Referirse a los feminismos en plural no es un simple cliché lingüístico. Ayuda a mostrarlo como un mosaico de múltiples consensos pero también de tensiones, ambigüedades, o deseos a veces contradictorios y luchas por el poder. Si no incluyera litigios, no podría existir como espacio político. Es falsa esa representación del feminismo como un lugar de total acuerdo y armonía teñido de rosa”. Y agrega: “También se puede discutir de qué hablamos cuando hablamos de feminismo, sin destruirlo ni sacralizarlo”.

Discutir el feminismo entre mujeres que se llaman a sí mismas feministas es una instancia de altísimo voltaje. Después de la primera movilización de Ni Una Menos los encuentros, los foros, los mensajes, los chats, los muros de Facebook, las calles, las reuniones, todo se convirtió en una hiperasamblea donde se labraron amistades y disgustos, donde se tomaron posiciones. Los temas a discutir son muchos y todos relevantes no sólo para las mujeres sino para la política en general. Incluir a los hombres en las marchas. Pararse frente a la prostitución: abolicionismo vs. legalización. Los modos de influir y presionar para conseguir la postergada Ley de Aborto Legal y Gratuito. Cómo accionar frente a los femicidios. Dónde aprender defensa personal. ¿Está bien, es una apropiación del insulto, llamarse feminazi o nunca, nunca deberíamos llamarnos nazis en ninguna circunstancia? Para Angilletta, el feminismo está atravesado por la burguesía, el Estado moderno, la democracia y el capitalismo. “Decirle a una feminista ‘burguesa’ es, sencillamente, nombrar su origen”, escribe. Conozco a mujeres que se darían la cabeza contra la pared de sólo leer esto. Y está bien. Tenemos que saber qué pensamos cuando pensamos en el feminismo. No para “defenderlo”. Marina Mariasch escribe, y tiene razón, “como sigo a Grace Paley, no discuto cuando hay verdadera discrepancia”. No se trata de una actitud defensiva sino de genuino interés por estas discusiones y estas autoras, de argumentar y desafiar los preconceptos propios, de no tener miedo a elegir con quiénes se está (más) de acuerdo, de huir del consignismo como de la peste negra. Angilletta también ayuda dando claridad sobre frases y conceptos esenciales. Qué decimos cuando decimos “género”. A qué se refería Kate Millett con “Lo personal es político”. Patriarcado. Cosificación. Deseo. ¿Es lo mismo desear a un hombre que a una mujer? ¿Es lo mismo ser una mujer cis que una mujer trans? ¿Y cuáles son esas diferencias? ¿Para quién estas diferencias son cruciales y para quién es más importante discutir sobre la clase social de las mujeres en cuestión? ¿El feminismo puede ser global u Occidente está necesariamente separado del resto del mundo? ¿Y las mujeres en el Islam? Feminismo de la diferencia, feminismo radical, feminismo de la igualdad, posfeminismo. Las listas pueden seguir, exceden estos artículos, este libro, este presente. Las feministas que ganaron la calle en Argentina en 2017 se enfrentan a este corpus discutidor y endiablado. Sería deseable que se sumen más interesados en estas discusiones.

Mercedes D’Alessandro se mete en uno de los temas más importantes del debate actual, el tema del trabajo. “Las estadísticas mundiales muestran, crudamente, que las mujeres ganan menos que los varones en todo el planeta, que hacen más trabajo doméstico no remunerado que ellos (cocinan, limpian, cuidan a los niños, atienden a los adultos mayores y enfermos del hogar), enfrentan tasas de desempleo más altas, tienen empleos más precarios y son más pobres”, afirma sin demasiadas vueltas. Y luego, al hablar del trabajo doméstico no remunerado como central en la economía feminista introduce sus primeras preguntas: “Es necesario entender que hay una cuestión de clase difícil de soslayar y que, tarde o temprano, pone límites muy claros a los intentos de hacer del feminismo un movimiento único y homogéneo”. ¿La igualdad es ganar el mismo sueldo que un varón en un mismo puesto? ¿Qué pasa con la mujer pobre que reemplaza a la profesional o empresaria o comerciante en las tareas de cuidado? ¿Qué pasa si dejamos de pensar en la mujer como la que debe cuidar? Pero, ¿no es posible defender este ámbito de lo doméstico y resignificarlo? Todo esto está en el texto de D’Alessandro. Y más. “Al ponerles un precio a los trabajos reproductivos, estamos convirtiendo a la reproducción de la vida en mercancía, poniéndola bajo la órbita de los precios, transformándola en su opuesto”, escribe. “¿Es eso lo que realmente queremos? ¿Queremos mercantilizar los cuidados? ¿Queremos que la lógica de la búsqueda de la ganancia entre a los hogares? O bien, ¿cómo sería una organización social de los cuidados que lograra escapar de esta contradicción?”. Preguntas y preguntas. “¿Cuál es el sujeto político del feminismo? ¿Da lo mismo el feminismo de las elites o el feminismo popular? ¿Enfrentan todas las mujeres los mismos problemas? ¿Es que acaso las mujeres de un extremo no explotan a las del otro? ¿Se puede transformar la situación de desigualdad de género dejando intacto el sistema de producción en que se basa nuestra sociedad?” D’Alessandro tiene respuestas pero también plantea una discusión abierta. La apertura, que invita a enredarse y a cuestionar, puede resultar vertiginosa. Y eso es lo mejor de estos textos y de esta época en la que hablar de las mujeres es crucial, es cotidiano, es insoslayable y de tan relevante es complicado.

Marina Mariasch, sin embargo, da en el clavo cuando sacude la relativa tranquilidad de sentarse ante pilas de libros y señala: “No alcanza con denunciar los mecanismos de opresión y desarrollar una teoría por nosotras y para nosotras. Se trata de ejercer una práctica transversal y ocupar los espacios masculinizados por excelencia: la política, la tecnología, la economía, la filosofía y el pensamiento, la ciencia, los medios de comunicación, los sindicatos, las organizaciones. Y también en la familia, en las instituciones, las calles, los espacios públicos, los barrios”. Hay que escapar, dice, de los temas pensados para nosotras y en ocasiones, por nosotras. Eso es tan patente en literatura que resulta vergonzoso. Los paneles de escritoras mujeres, la literatura femenina, la insistencia en los ghettos de temas cuando, como dice ella, la literatura es el lugar donde somos “extraordinarias”. Y la opinión en medios: con la sencilla captura de pantalla de webs de varios diarios, Mariasch demuestra que las mujeres que opinan de política son a) ninguna b) papisas indiscutibles. ¡De política! Es increíble, inaudito e invisible que ese espacio no se les habilite a las mujeres con naturalidad en foros públicos legitimados. Mariasch también está llena de preguntas: creo que la honestidad en exponer lo endeble de las certezas (es maravilloso no tener certezas y mejor ¡es darse cuenta!) es una de las grandes virtudes de estos textos. “¿Cuándo vamos a poder hablar de literatura, de política, de políticas de la escritura, escribir sin que nuestra subjetividad esté siempre sesgada por la condición de género? ¿Cuándo podremos hablar de política sin que nuestra opinión esté invadida por la lucha contra el patriarcado?” se pregunta Mariasch. Releo las preguntas y pienso: me temo que va a pasar mucho tiempo y que vamos a perder la paciencia muchas veces, como yo la perdí esta mañana cuando, para una entrevista, me preguntaron una vez más sobre cómo es escribir y ser mujer (¡no sé!) y sobre si podemos pensar en una lectura femenina (¡no!). Impacientarse: va a seguir sucediendo. Este es un terreno en disputa y de disputas: lo que hace el feminismo es pensar la política y el poder desde un lugar-otro. No tiene que ser fácil y no debe ser fácil.

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