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Los otros oficios de los escritores: el caso de Colette y los productos de belleza

Por Daria Galateria

La novelista francesa decidió usar su fama literaria para ganar dinero en otros campos: en 1932, en mitad de la Gran Depresión, casi a los sesenta años, Colette proyectó fabricar y vender productos de belleza. «Encuentro bellísimas a las mujeres cuando emergen bajo mis dedos de escritora. Sé lo que hay que poner en la cara de una mujer tan aterrorizada, tan llena de esperanza, en su declive». Tomado de Trabajos forzados (Impedimenta).

Por Daria Galateria. Traducción de Félix Romeo.

 

Colette, aparte del de escribir, no desempeñó otros oficios para mantenerse. Pero usó su fama literaria para ganar dinero en otros campos. En 1932, en mitad de la Gran Depresión, casi a los sesenta años, Colette proyectó fabricar y vender productos de belleza con su nombre. La idea, que se le había ocurrido al amante de la escritora, Maurice Goudeket, era «barroca», como dijo el hijastro de Colette, Renaud de Jouvenel. Goudeket era en ese momento fabricante de perlas, pero su negocio estaba en crisis, siempre a causa de la Gran Depresión. Según la misma Colette, había sido André Maginot, antiguo ministro de Defensa, y creador de la línea defensiva Maginot, quien la había animado. Le dijo: «Bajo la puerta del establecimiento escribirás: “¡Me llamo Colette y vendo perfumes!”». Por otra parte, en la época de Claudine en la escuela, Willy, el primer marido de la escritora, había lanzado el polvo y las lociones marca Claudine. Maurice Goudeket sostuvo siempre, sin embargo, que había intentado disuadir a Colette de este proyecto, que amenazaba con «oscurecer su gloria» (y hay que decir que, en efecto, cuando en las elecciones a la Academia belga enfrentaron a Claudel con Colette, se dijo que la Academia tenía que elegir entre un embajador y una perfumista).

Pero Colette amaba la publicidad, y cuando la acusaron de traicionar la literatura por el comercio, optó por responder enérgicamente con un artículo en Vogue. En 1926 escribió un poema para la peletería Max, titulado «Toi», en setenta versos libres, que publicó en un pequeño volumen ilustrado en gris y negro con desnudos femeninos envueltos en pieles. Le encargaron también un texto para los almacenes Printemps, pero el proyecto no llegó a realizarse. En 1930 prestó su imagen para un anuncio de los cigarrillos Lucky Strike. «Un escritor hará publicidad si se siente capaz, si siente pasión por lo nuevo, si tiene capacidad de comunicar y un vocabulario lo bastante rico», declaró. Con los productos de belleza, intentaba «renovar el contacto con las personas normales», y por eso se proponía hacer demostraciones en los grandes almacenes. En resumen, quería salvar a las mujeres «de la pérdida del placer y del terror a envejecer».

En la época, los productos que ella vendía se podían obtener solamente a través de los maquilladores teatrales. Colette pidió a Marguerite Moreno —la actriz de la ComédieFrançaise que había sido mujer de Marcel Schwob, un escritor con aspecto tan enfermizo que su cara parecía «la cáscara de un huevo duro»— que «robara algún Max Factor: es para el laboratorio, obviamente», le confesó. A finales de noviembre declaró tener preparado un perfume y dos tónicos diferentes para dos tipos de piel. «Los otros ungüentos, barras de labios, cremas van con retraso. Y me toca comer y cenar con los inversores…»

La SARL Colette se creó el 2 de marzo de 1932, con un capital inicial de 750 000 francos. Entre los inversores estaban el bajá Al-Glawi; la princesa de Polignac, nacida Winnaretta Singer (su familia era la de las máquinas de coser); Simone Berriau, actriz y directora; Léon Bailby, editor; y el banquero Daniel Dreyfus, amigo de Colette. Goudeket era el representante legal. La sede social estaba en el 34 de la rue Drouot, y la tienda en el 6 de la rue Miromesnil. La inauguración se fijó para el día 1 de junio. Las invitaciones fueron redactadas en estos términos: «Le anuncio la inauguración de mi tienda de productos de belleza, el miércoles 1 de junio y durante los siguientes dos días. Estaré muy honrada, señora, de atenderla personalmente en el número 6 de la rue Miromesnil, y de aconsejarle los productos más idóneos para los escenarios y para la vida cotidiana». La referencia al escenario se entendía que debía servir de credencial.

El interior art decó de la tienda era blanco y negro: paredes con espejos, estantes blancos, los productos en envases negros, sillones de metal cromado, mostradores de níquel y cristal. El logo era la firma de Colette, que diseñó personalmente las etiquetas con su perfil. La inauguración fue todo un acontecimiento. Acudieron Liane de Pougy —la cocotte convertida en princesa—, Marguerite Moreno, Natalie C. Barney, la escandalosa escritora… Cécile Sorel hizo la entrada que se esperaba de ella: teatral. Intercambió con Colette un abrazo de lo más fotogénico, destinado a pasar a la posteridad. Después, Colette, que llevaba un vestido blanco, le propuso a la Sorel aplicarle un tratamiento de belleza. A la Sorel no pareció que le agradara mucho la oferta, pero se resignó. «Era horrible, cómico, grandioso y trágico, todo al mismo tiempo: una anciana que intentaba resucitar un poco de juventud, un poco de belleza en el rostro de otra anciana. La Sorel se fue, y lo hizo bajo una nueva descarga de magnesio». Natalie C. Barney, a su vez, dijo que la pequeña Colette, la hija de la escritora Colette, estaba irreconocible bajo el rubor «rosacanalla» y azul-pálido que su madre le había empastado sobre el rostro. Parecía una mujer de la calle de lo más verosímil. Según la Barney, cuando salió a la calle, Cécile Sorel aparentaba el doble de años que cuando entró. Liane de Pougy, que había sido cortesana, escribió en su diario: «Ningún trabajo es inadecuado».

«Encuentro bellísimas a las mujeres cuando emergen bajo mis dedos de escritora», aseguraba Colette; «sé lo que hay que poner en la cara de una mujer tan aterrorizada, tan llena de esperanza, en su declive». En agosto de ese mismo año, la escritora abrió una filial en Saint-Tropez y otra en Nantes. Se pasó el año viajando, ofreciendo demostraciones de sus productos en las ferias comerciales de provincias y en los grandes almacenes. Las clientas, sin embargo, le llevaban sus libros para que los firmara, y a menudo acababa su jornada de esteticista con una conferencia literaria en el ayuntamiento. A las críticas, Colette respondía que nunca había sido una escritora a tiempo completo, sino «mimo, bailarina y un poco acróbata», y que amaba demasiado «ese gran paisaje que es el rostro humano» para no ayudar a sus congéneres. Goudeket se moría de remordimientos, pero aseguraba que cuando el negocio se desarrollara, ella podría volver a la literatura. En septiembre, viajó a Saint-Tropez para recoger a Colette —quien llevaba allí desde el 6 de agosto, maquillando todas las tardes a sus clientas en la tienda del puerto, La tartane— y hacer una gira por las boutiques concesionarias de la firma, en Béziers, Carcassonne, Toulouse, Tarbes, Pau, Biarritz, Bayona, Burdeos, Vichy. Nada más regresar a París, Colette tuvo que volver a hacer las maletas y partir hacia Marsella, donde tenía un estand en la Feria Internacional de Perfumería. Se quedó cinco días. Los «grandes peluqueros de la ciudad», anunció con una sombra de sarcasmo, «¡organizan un almuerzo en mi honor!». En 1933 ofreció demostraciones de maquillaje en Ginebra y Zúrich. A Hélène Picard, poeta y secretaria, le escribió: «El mío no es un trabajo muy sosegado. Pero es infinitamente mejor que estar sentada delante de un folio, aunque se trate de uno de puro color turquesa». En realidad, estaba escribiendo por entonces una de sus obras maestras, La gata.

En noviembre, el 21 y el 22, está en Tours y en Caen; el 23, el 24 y 25 vuelve a la carrera a París para hacer demostraciones en los grandes almacenes Printemps, que le han dedicado un escaparate. La misma tarde del 25 sale para Dijon, Metz, Nancy y Estrasburgo; lamenta un «ataque mixto» de bronquitis y colitis intestinal. El 14 y el 15 de diciembre está en Luxemburgo, y durante esos dos días da una conferencia y dedica nueve horas a maquillar a sus lectoras y clientas. La conferencia está abarrotada; sin embargo, Claire Goll escribe un artículo sarcástico en el Esher Tageblatt, titulado «Dichtung Auf Flaschen», «Sobre la poesía embotellada», que ironiza acerca de la nueva e inusitada profesión de Colette.

Tras el verano del 33, no se habla ya del instituto de belleza. Colette no había sido capaz de resistir la competencia de las grandes marcas, aunque en un momento dado se abrió la posibilidad de incorporar nuevo capital. Sin embargo, se renunció a prolongar la supervivencia de la firma. «¿Cómo acabó la aventura?», se preguntaba Maurice Goudeket, que por entonces se había puesto a vender lavadoras económicas y un «delicado artilugio» para desastacar sumideros, llamado «hurón». «Aparentemente, ha sido una gran pérdida de tiempo». Pero Maurice no estaba tan seguro de que no hubiera también un lado bueno en todo aquello. Había ayudado a Colette a superar un momento de aversión hacia su trabajo de escritora, y la había puesto en contacto con su público. Le había abierto a nuevas temáticas. Comenzaba ahora una época en la que alumbraría novelas «desnudas». Un personaje como La dame du photographe, según él, debía casi todo a «aquella temporada de Colette entre los seres humanos».

Exactamente treinta años antes, en 1902, Willy, marido de Colette, había tenido, quizás por primera vez en la historia, la idea de hacer merchandising con un personaje literario. La serie de novelas de Claudine había tenía tanto éxito, que se decía que no había casa de citas de lujo que no ofreciese entre el personal una parodia de la colegiala de Claudine en la escuela: muchachas con delantal y encajes infantiles. Aquel año, Willy había llevado al teatro, en los Bouffes parisinos, una pieza en dos actos inspirada en Claudine en París, escrita al alimón con el director de vanguardia Lugné-Poe y con el novelista Charles Veyre. En su papel de osado productor, Willy creó al mismo tiempo una serie de gadgets ligados al personaje de la pícara, picante y escandalosa Claudine, famosa en casi todo el mundo. Puso a la venta los collares Claudine, el helado, los cigarrillos, los caramelos, incluso había sellos con su imagen. Y también lociones, polvos de maquillaje y un perfume con el nombre de Claudine.

El éxito teatral se debió también a la presencia de la actriz Polaire, una argelina de ojos negros, cuya cintura tenía el diámetro del cuello de Willy (en realidad, medía 43 centímetros). Declaraba dieciocho años, pero tenía veintinueve, como Colette, y el mismo triángulo felino por mirada. También tenía el pelo cortísimo, y, de hecho, Willy intentó que Colette se cortara el suyo del mismo modo (la madre enfermó del disgusto cuando se enteró), y le gustaba pasearse flanqueado por las dos mujeres, «como si fueran una pareja de perros amaestrados», dejando imaginar el mismo ménage à trois que se narraba en la última novela de la serie. A fuerza de presentarse así en escena, Colette comenzó a actuar ella misma. Se había separado de su marido, y no interpretaba ya a la mujer-niña de un hombre corpulento, sino a un mimo, de gestualidad refinada y lasciva. Se hacía acompañar de Missy, la marquesa de Morny, hija del ministro y hermanastro de Napoleón III, que se vestía de hombre, con un bigote que confeccionó con los pelos de su adorado perrito. En 1906, en Le crin, de Sacha Guitry, interpretó su primer papel hablado (cuarenta francos por tarde, escribió a su madre); pero tuvo más éxito en una pantomima, La chair, en la cual mostraba su pecho izquierdo desnudo. No obstante, fue en 1907, en el escenario del Moulin Rouge, y dándose un beso apasionado con Missy, cuando consiguió definitivamente que saltase el escándalo. El prefecto vetó a la marquesa su presencia en futuras exhibiciones, pero Colette estaba contenta con la publicidad que había obtenido, porque quería fundar, con financiación de la propia Missy, una productora cinematográfica. El proyecto fue abandonado, y Colette se empeñó en representar personalmente a Claudine en el teatro. Aunque temía no llegar a igualar los ardores infantiles y populares de Polaire, el público decidió dejarse seducir por la mítica escritora, y fue un triunfo continuo.

Colette, sin embargo, se desilusionó con la vida de los teatreros: «Pensaba que una gira era el peregrinaje de una pequeña troupe compacta, fraterna, de gente que come junta, viaja junta… Pero nada más bajar del tren, cada cual se marcha por su lado».

Su gira, acompañada de dos amantes de distinto sexo, fue interrumpida por un trabajo más complejo. El barón Henri de Jouvenel des Ursins, donjuán aristocrático y director del Matin, se batió por ella, y llegó a ella herido para pedirle matrimonio. En el Matin, Colette llevaba la crítica teatral, pero se ocupaba también ampliamente del cine, apuntando algunas cosas muy interesantes: «El cine no tiene ningún punto de contacto con la literatura». Además, en 1919 es nombrada jefa de redacción de la sección literaria, y entonces le da a un jovencísimo Simenon unos cuantos buenos consejos («Caro Sim, ¡demasiada literatura! Quítela»). En 1922 probaba tratamientos para rejuvenecer, aunque (o quizás porque) se había convertido en amante de Bertrand de Jouvenel, el hijo de su marido. Y en 1927 sostenía que el amor se estaba alejando de su vida. Y eso motivó que en 1932 abriera su propio instituto de belleza. He aquí una de sus recomendaciones a las mujeres: «Usad el kohl, incluso de noche».

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