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Prólogos

"Necesitamos cuestionar el rol de lo humano"

Por Toni Navarro

"Necesitamos más experimentos mentales  y más creatividad –tanto tecnológica como social– para evitar la catástrofe que viene": sobre el libro de Benjamin Bratton que acaba de lanzar Caja Negra Editora, La terraformación.

Por Toni Navarro.

 

  

En las últimas décadas, la crisis ecológica anunciada por las ciencias de la Tierra ha cobrado especial relevancia en el ámbito del arte y la teoría. Proliferan los discursos ecocríticos –muchos de ellos vinculados al posthumanismo, las humanidades ambientales o los nuevos materialismos– que nos invitan a repensar nuestra relación con el planeta y con el resto de las entidades no-humanas a partir de conceptos como la “intrusión de Gaia”, desarrollado por Isabelle Stengers y Eduardo Viveiros de Castro, o las “alianzas multiespecies” propuestas por Donna Haraway. Se trata de análisis valiosos que apuntan a la necesidad de generar nuevos imaginarios más allá del excepcionalismo humano, poniendo de relieve la interdependencia y la interrelación como rasgos que definen la red de la vida. Sin embargo, parecen ser insuficientes para afrontar la devastación que nos atraviesa: los procesos de cambio cultural son lentos y, mientras tanto, asistimos con perplejidad al calentamiento global, la acidificación oceánica, la polución ambiental o la extinción de especies. Necesitamos cuestionar el rol de lo humano al mismo tiempo que buscamos vías de acción para detener la catástrofe en curso, que puede suponer (y ya está suponiendo) el sufrimiento y la muerte de billones de formas de vida. 

En el otro extremo estarían las propuestas solucionistas que consideran que la respuesta a la crisis ecológica puede consistir únicamente en la aplicación de parches  tecnológicos sin un cuestionamiento de las bases culturales y filosóficas que han conducido hasta ella, y tampoco de las estructuras políticas y económicas que han puesto en el centro la acumulación de capital y la extracción de recursos haciendo caso omiso a los límites del planeta. En esta línea se encuentran muchos de los defensores de la geoingeniería, que apuestan por el uso de diversas tecnologías de intervención sobre el clima (como la gestión de la radiación solar o la captura y almacenamiento de carbono) para paliar los efectos del cambio climático sin combatir sus causas, y que gozan de gran popularidad entre quienes abogan por un “capitalismo verde” en la medida en que no supone una amenaza para el estado actual de las cosas. Sin duda estas tecnologías pueden resultar útiles, pero si no van acompañadas de un cambio sistémico serán insuficientes para afrontar la situación o podrán llegar incluso a empeorarla. 

Aunque puedan parecer dos vías antagónicas, en realidad se trata  de un falso dualismo que nos impide ver la posibilidad (o incluso la necesidad)  de compaginarlas con vistas a una mitigación efectiva del cambio climático. Se necesita un proyecto que reconozca y al mismo tiempo dé respuesta a los efectos devastadores  de la acción humana sobre el planeta: en esta línea se encuentra la terraformación que propone Benjamin Bratton en este libro, y que comprende tanto las transformaciones inadvertidas que han  tenido lugar en los últimos  siglos bajo la forma del Antropoceno como el conjunto de intervenciones  que deberán planificarse y llevarse a cabo en el futuro. Por un lado, hemos alterado  los procesos naturales  sin deliberación ni plan, con resultados  desastrosos para los ecosistemas y sus formas de vida. Por otro lado, para afrontar  esto va a ser necesario un proyecto geotécnico, geohistórico y geofilosófico consistente  en “encontrar  un modo de planetariedad  viable”.

Hablar de “planetariedad” ya implica un imaginario distinto al actual. El término fue popularizado por Gayatri Spivak en su conferencia de 2012 “Es imperativo reimaginar el planeta”, en la que plantea una crítica de la globalización a partir de la figura del migrante en Europa: en este sentido, la planetariedad podría entenderse como un cambio de percepción del globo como sistema  tecnocrático-financiero al planeta como espacio  compartido que nos fuerza a responsabilidades colectivas para con el otro. Posteriormente  sería retomado  por lo que se ha dado en llamar el “giro planetario” tras la publicación del volumen The Planetary Turn: Relationality and Geoaesthetics in the Twenty-First  Century (El giro  planetario: Relacionalidad y geoestética en el siglo XXI), editado  por Amy J. Elias y Christian Moraru, que  sigue  el trabajo de teóricos como Masao Miyoshi interesados  en pensar la condición planetaria desde la filosofía, la literatura y las artes. Se trata de un giro crítico (como el poscolonial o el posthumano) que pone el foco en la cuestión medioambiental al considerar el planeta  como ecología mundial desde una perspectiva materialista.  Benjamin Bratton sigue el mismo enfoque al afirmar que el planeta  como realidad astronómica y geológica se impone sobre los relatos e historias que contamos acerca de él: “El planeta es lo que hace posible los mundos, los mundos surgen de una condición planetaria  que los precede, los supera y les da forma”. Por ello, además de generar nuevos conceptos y figuraciones, tenemos el deber de preservar, cuidar y extender la vida compleja que se ha visto amenazada por el cambio climático antropogénico; de ahí  que, en su opinión, las respuestas a este  deban ser igualmente antropogénicas o artificiales. Se trata de asumir nuestra respons(h)abilidad: es decir, la capacidad y obligación simultáneas  de actuar y dar respuesta.

Esta capacidad se ha visto reforzada en gran medida por el desarrollo tecnocientífico y, especialmente, por la computación (que  permitió construir el cambio climático como objeto de conocimiento a partir de representaciones mediadas por la tecnología). Es el tema sobre el que Bratton ha investigado durante la última  década en trabajos como The Stack: On Software and Sovereignty (El stack. Sobre software y soberanía), en el que esboza una nueva teoría geopolítica según la cual  los  distintos tipos de computación a escala planetaria  pueden ser vistos como un todo coherente que ha  dado  lugar a una megaestructura accidental que es tanto una  infraestructura computacional como una nueva  arquitectura de gobierno. Se trata de una obra ambiciosa que combina distintas áreas de conocimiento (sociología, filosofía, arquitectura, diseño,  etc.) en las que  Bratton  demuestra un nivel de experticia poco común; y esa misma apertura  disciplinar puede  encontrarse  en  el programa de posgrado llamado justamente The Terraforming  que dirige en el Instituto Strelka de Moscú y para el que fue concebido inicialmente este libro a modo de guía o plan de estudios. Uno de los aspectos  más interesantes de este  think  tank es el reconocimiento de que su objetivo –buscar formas para que la Tierra vuelva a ser habitable–  está lleno de riesgos técnicos, filosóficos y ecológicos, sin que por ello podamos permitirnos  el lujo de renunciar a él.

Es la misma actitud prometeica que puede encontrarse en el aceleracionismo, del que Bratton es bastante  próximo (si bien elude cualquier etiqueta simplista para clasificar su trabajo). En cualquier caso, además de pertenecer a la misma constelación teórica y contar con figuras como Nick Srnicek o Helen Hester en su plantilla  de profesores en Strelka, hay varios puntos de unión en lo que respecta a su mutuo  distanciamiento de la izquierda folk. El proyecto de Bratton va en contra de un clima cultural  predominante  (heredero del postestructuralismo y de Mayo del 68) que considera que la planificación es fascista, lo artificial es el mal, el colapso es merecido, el universalismo es colonial, la totalidad es imperialista, el materialismo es eurocéntrico, el leviatán  es violencia, la mitología es el antídoto del racionalismo y el igualitarismo es estrictamente cultural.  Este es, seguramente, uno de los aspectos más interesantes del libro: el haber instaurado  un nuevo sentido común que se distancia de la tradición  intelectual previa  por su incapacidad  de abordar los retos contemporáneos debido a la autocomplacencia y el confort que ofrece la mera crítica.

Poner esto en valor no implica ignorar los muchos aspectos problemáticos que plantea su propuesta, y que han sido señalados con anterioridad en los debates sobre geoingeniería. El principal  tiene que ver con la posibilidad de que el solucionismo  tecnológico desvíe  nuestra  atención de la verdadera causa del desastre ecológico, y que por tanto no se reúnan los esfuerzos suficientes para transformar nuestros modelos económicos y cambiar nuestras infraestructuras  energéticas (lo que se conoce como “riesgo moral”). Pero la terraformación  va más allá de la gestión de la radiación solar o la captura y almacenamiento de carbono: no  es una  tecnología, sino un proyecto que  incluye  una variedad  de  intervenciones  sobre  el clima a gran  escala, empezando  por la economía. De hecho,  como ha señalado en alguna ocasión el escritor norteamericano Kim Stanley Robinson, la medida más eficaz de geoingeniería sería la abolición del capitalismo. Por ello, es importante dejar de considerarla  en oposición a otras  posturas como el decrecimiento:  la  geoingeniería debe pensarse como parte de una  estrategia  más amplia cuyas metas son la descarbonización,  la reducción de la producción y del consumo, la redistribución  de la riqueza y la justicia social.

Otro punto que quizá resulte controvertido es la idea de Bratton  de que los cambios necesarios en geotecnología deben  preceder  a los cambios necesarios en geopolítica. Si bien es cierto que nuestras arquitecturas de gobernanza no están  resultando eficaces a la hora  de afrontar la crisis climática, y que la voluntad popular  podría  poner obstáculos a la aplicación de algunas medidas basados en prejuicios arraigados e ideas erróneas, resulta difícil pensar en un despliegue efectivo de la geoingeniería que no incluya  la participación  de la sociedad civil tanto en el diseño de las tecnologías como en la toma de decisiones. Con relación a esto, hay un tema importante  a mi entender que tiene que ver con la participación  de los pueblos originarios en los  debates  sobre  geoingeniería. Uno de los puntos que señalan expertos en ética ambiental como Kyle Powys Whyte es que no es razonable esperar que los pueblos originarios  participen en discusiones que no les permitan poner  sus  preocupaciones sobre la mesa: si la conversación ya está enmarcada de antemano en términos de lo que es importante discutir, no hay muchas oportunidades para un compromiso significativo.

Esta cuestión  –la participación  de la sociedad civil– es lo que creo que hace importante  la publicación de este libro. Los temas que se tratan  quizá sean objeto de discusión habitual en la comunidad científica o en los comités de  expertos; pero es necesario que se abra  el debate  a otras  disciplinas y otros  espacios en los que  se puedan examinar y validar colectivamente propuestas como la de Bratton, que él acompaña no solo de gráficas y datos, sino también  de un marco filosófico para pensar la relaciones entre  naturaleza y artificio  o entre  humanidad y tecnología. Lo que no parece una opción, dada la gravedad del problema,  es oponernos  de  entrada  a  cualquier  posible vía de mitigación,  reparación o restauración ambiental. Como dice  la  especialista  en  sociología  del  desarrollo Holly Jean  Buck en After Geoengineering (Después de la geoingeniería), “la posibilidad de que se produzca una catástrofe  climática hace que la reflexión sobre el mejor uso de todos estos enfoques sea un valioso experimento mental”. Necesitamos más experimentos mentales  y más creatividad –tanto tecnológica como social– para evitar la catástrofe que viene. Quizás un plan elaborado a partir de un concepto como terraformación, que rescata la imaginación utópica y constructora de mundos del cosmismo ruso, sea un buen comienzo.

 

 

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