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Prólogos

Recuperan un clásico olvidado de la literatura china

Por Arthur Waley

Escrito por Wu Ch’êng-ên (1505-1580), las aventuras de un mono iniciado en sus encuentros con dioses, semidioses, ogros, demonios, monstruos y hadas. Vía Big Sur llega a Argentina Perla Ediciones, sello que se especializa en gemas como estas. La presenta el reconocido orientalista y sinólogo británico.

Por Arthur Waley. Traducción de Wendolín Perla.

 

 

 

Esta historia fue escrita por Wu Ch’êng-ên, de Huai-an, en Jiangsu. No se conocen las fechas exactas, aunque parece que vivió entre 1505 y 1580 de nuestra era. Tenía cierta fama como poeta y algunos de sus versos, bastante comunes y corrientes, sobreviven en una antología de poesía de la dinastía Ming y en un diccionario geográfico local. 

Tripitaka, cuyo peregrinaje a la India es el tema del relato, es una persona real, más conocida por la historia como Hsüan Tsang. Vivió en el siglo vii de nuestra era y hay detallados relatos contemporáneos de su viaje. Ya en el siglo x, y probablemente antes, el peregrinaje de Tripitaka se había convertido en tema de todo un ciclo de leyendas fantásticas. Del siglo xiii en adelante estas leyendas se han representado con regularidad en los escenarios chinos. Wu Ch’êng-ên tenía, por tanto, mucho material a partir del cual trabajar cuando escribió este cuento de hadas. El libro original es, en efecto, inmenso, y por lo general se lee en formas condensadas. El método que se adopta para esas abreviaciones Rey Mono es dejar la cantidad original de episodios separados, pero reducir su extensión de manera drástica, en especial al cortar diálogos. Yo he adoptado sobre todo el principio opuesto: omitir muchos episodios, pero traducir casi completos los que se conservan, dejando fuera, sin embargo, la mayoría de los pasajes incidentales en verso, que no se trasladan nada bien al inglés. 

Rey Mono es único en su combinación de belleza con absurdo, profundidad con sinsentido. Folclor, alegoría, religión, historia, sátira antiburocrática y poesía pura: éstos son los elementos singularmente diversos de los que el libro se compone. Los burócratas de la historia son santos en el cielo, y podría suponerse que la sátira se dirigía contra la religión más que contra la burocracia. Sin embargo, la idea de que la jerarquía celestial sea una réplica del gobierno terrenal es aceptada en China. Aquí, como de costumbre, a los chinos se les va la lengua, mientras que otros países sólo nos permiten hacer conjeturas. Con frecuencia se ha planteado la teoría de que los dioses de un pueblo son la réplica de sus gobernantes terrenales. En la mayoría de los casos la derivación es poco clara, pero en la creencia popular china no hay ambigüedad. El cielo no es más que todo el sistema burocrático transferido corporalmente al empíreo. 

En lo que respecta a la alegoría, está claro que Tripitaka representa al hombre ordinario, que ansiosa y trabajosamente sortea las dificultades de la vida, mientras que el Rey Mono simboliza la inquieta inestabilidad del genio. De nuevo es evidente que el cerdo Zhu simboliza los apetitos físicos, la fuerza bruta y una especie de torpe paciencia. Arenoso es más enigmático. Los comentaristas dicen que representa el ch’êng, que suele traducirse como “sinceridad”, pero significa algo más cercano a “entusiasmo”. No fue una idea de último momento, pues aparece en algunas de las primeras versiones Prefacio de la leyenda, pero debe reconocerse que, aunque de algún modo inexplicable es esencial a la historia, se trata de un personaje anodino que en ningún momento queda bien definido. 

Se presentaron extractos de este libro en History of Chinese Literature de Giles y en A Mission to Heaven de Timothy Richards, en una época en que no se conocían sino abreviaciones. Helen Hayes da una explicación sencilla aunque muy inexacta al respecto en A Buddhist Pilgrim’s Progress (serie Wisdom of the East). Hay una paráfrasis demasiado libre en japonés a varias manos, con un prefacio fechado en 1806 por el famoso novelista Bakin. Contiene ilustraciones, algunas de Hokusai, y uno de los traductores fue Gakutei, discípulo de Hokusai, que reconoce que cuando emprendió la tarea no tenía conocimientos de chino coloquial. Hace años perdí mi ejemplar de esa versión japonesa y estoy agradecido con Saiji Hasegawa, exdirector de la casa londinense de la Agencia de Prensa Domei, que generosamente me la obsequió. El texto que empleé para la traducción fue publicado por la Oriental Press de Shanghái en 1921. 

 

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