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Ficcion

Sobre el hermano del viejo K.

Por Wojciech Kuczok

Dobra Robota Editora acaba de editar Mierda, del polaco Wojciech Kuczok, por primera vez en español (en traducción de Enrique Mittelstaedt). El volumen fue ganador de los premios Nike y Paszport, y aquí les ofrecemos un adelanto.

Por Wojciech Kuczok.

 

El hermano del viejo K. era el único residente de esta casa que invariablemente me ponía de buen humor, incluso, o tal vez en particular, cuando trataba de amenazarme; era el hombre más inofensivo que había conocido, quizás por eso nunca encontró a una mujer que se sintiera segura con él, no se puede sentir seguridad al lado de alguien definitivamente inofensivo y que pasa desapercibido. El hermano del viejo K. tenía un desgraciado defecto de pronunciación, su «a» siempre sonaba como una «o», así que cuando me amenazaba con el dedo en alto, yo oía algo así como «tené cuidodo, te espero uno polizo en el culo», por supuesto yo lo imitaba, pero él simplemente agitaba la mano y se hundía otra vez en sí mismo; debido a esa dicción poco masculina, hablaba en voz baja, al parecer avergonzado de que alguien pensara que era homosexual; sin embargo, el hermano del viejo K. soñaba con mujeres. Cuando hablaba en la mesa, lo hacía en voz baja y de manera afeminada, nadie lo notaba, y aprendió a no tomarse en serio el hecho de que ninguno le prestara atención, eso fue lo peor, porque al hermano del viejo K., incluso cuando decía cosas interesantes, incluso haciendo comentarios brillantes, lo consideraban un personaje raro y extravagante que hablaba solo mediante balbuceos. El hermano del viejo K. se volvía aún más callado y afeminado cuando quería destacarse entre la gente; a veces sucedía que la conversación era sobre él pero nadie miraba en su dirección, hablaban de él como de un ausente, siempre ausente en todas partes, y el hermano del viejo K. se encogía, se plegaba sobre sí mismo, cabía entero en una copa de vino o en un chop de cerveza y flotaba en su interior hasta que el sonido de las sillas que se corrían le hacía saber que el evento había terminado y había que regresar a casa. El hermano del viejo K. se prometía hacer algo lo suficientemente grande en su vida como para convertirse por lo menos en un discreto, ya no un desapercibido, sino un discreto, para avanzar, con el tiempo, hacia la etapa de tapado y luego de mosquita muerta, pero no más que eso, solo promesas: cuando pensó en la carrera de pianista, inmediatamente se vio como un hombre-pianola, aborto de la naturaleza, al que en el mejor de los casos las mujeres escucharían con los ojos cerrados; cuando pensó en la carrera literaria, recordaba a Cyrano de Bergerac, se imaginaba solo, sentado en el parque y viendo como en el banco de al lado un hombre masculino seducía a una mujer femenina con sus versos eróticos; cuando pensó en la carrera de pintor, estaba convencido de que todos los amantes de sus obras lo confundirían siempre con su hermano, quien les abriría la puerta y recibiría por él los laureles.

En esta casa había espacio para un único Verdadero Hombre, y el viejo K. lo llenaba por completo. Mientras tanto, la hermana vigilaba cuidadosamente al hermano menor para que no se le ocurriera desviarse y tomar el mal camino; cuando en el teléfono oía una voz femenina, decía que el hermano no estaba y que no llamaran, y cuando por la noche el hermano no había regresado a casa, pasaba horas enteras rezando por la pureza de su alma y de su cuerpo, y por la mañana, mordiéndose los labios y suspirando lo suficientemente fuerte como para que él la pudiera oír desde dondequiera que se hubiera escondido, sembraba en él remordimientos de conciencia, hasta que finalmente preguntaba entre suspiros:

–¿Por qué no te respetás? ¿Por qué no vivís como una persona?

Él simplemente agitaba la mano, se cerraba y encogía aún más, en especial cuando en el ínterin se producía el acuerdo familiar y también llegaba el viejo K., agregando sus comentarios:

–Escuchá, no vayás a pensar que porque tenés treinta y cinco años ya sos un adulto y podés hacer lo que querés. ¿Qué es eso de no volver a casa, qué es esa falta de respeto hacia tu hermana-hermano? No voy a permitir que me traigás algún virus a casa, porque probablemente vas de putas, degenerado, ¡no voy a permitir que traigan suciedad a mi casa! ¡Porque esta también es mi casa y, más aún, porque yo soy el responsable, respondo por la familia, por el niño, por mi esposa y por vos, un no se sabe qué! ¡Es una vergüenza tener un hermano así! ¡Y si no te gusta, rajá de acá, andate a la calle con las putas o a la estación! ¡Y que no te vea en la iglesia; si vas a tener el descaro de aparecer en misa, mejor sentate bien atrás! ¡Porque si te veo, voy a interrumpir al cura, voy a subir al ambón y voy a decir que en la iglesia hay un pecador sucio que no vuelve a casa, un cogedor viejo y putañero, y que eso es un sacrilegio y la misa no puede continuar!

El hermano del viejo K. se quedaba en silencio, de hecho, lo halagaban esas sospechas porque lo cuestionaban sobre una actividad nocturna infame, porque todavía parecía lo suficientemente masculino como para realizarse con una mujer una vez en la vida, así es como se lo explicaba él, y se quedaba en silencio; si no volvía, era por haberse emborrachado y quedado en lo de un viejo amigo, pero nunca se prestaba a dar explicaciones, no aducía inocencia, ese juego de apariencias incluso le resultaba agradable. Hasta que sucedió, en el trigésimo séptimo año de vida, en el cumpleaños de un amigo, el hermano del viejo K. contó un chiste que oyó una mujer femenina, bueno, quizás a primera vista no tan evidentemente femenina, tal vez no tan unívoca y perfectamente femenina, pero que oyó, entendió, se rio, y el hermano del viejo K., que no lograba creerles a sus oídos y a sus ojos, quería perpetuar ese momento el mayor tiempo posible, recurrió entonces a otro chiste y a otro, y a uno más, y cada chiste producía más y más hilaridad en la mujer femenina, hasta que después de un chiste cualquiera, desbordada de alegría y casi sin aire, ella lo agarró de la mano, como si quisiera apoyarse para mantener el equilibrio, y de repente todos en la mesa callaron y con sonrisas en sus caras advirtieron la presencia del hermano del viejo K. y de la mujer femenina que lo tenía de la mano, y a alguien se le ocurrió y dijo, y el resto lo sostuvo: «Acompañala a casa, ja, ja, lo mejor será que la acompañes a su casa», y el hermano del viejo K. pensó que era como si estuviera sentado en la mesa nupcial entre invitados que gritaban «que se besen, que se besen», y enseguida ya estaba ayudando a la mujer femenina a ponerse su abrigo, ya la ayudaba a bajar la escalera, ya estaba parando el taxi. Pero en el taxi la mujer se durmió de una manera completamente femenina, con la cabeza apoyada en su brazo, y cuando el chofer preguntó a dónde querían ir, el hermano del viejo K., que no osaba perturbar el sueño de la mujer y preguntarle por su dirección, decidió dirigirse a esta casa. Y mientras ella dormía, la sacó en brazos del auto, la entró dormida a esta casa, la acostó momentáneamente en el umbral del sótano y subió al primer piso. Su hermana, viendo que el hermano volvía solo a una hora que no era de las más decentes, ya podía sacarse la bata y entregarse a las oraciones vespertinas en su habitación, y entonces su hermano, después de haber simulado el cierre de la puerta de entrada, fue corriendo al sótano en medias (para no hacer ruido), tomó en sus brazos a la mujer femenina todavía inconsciente por el sueño y, movido por el deseo, subió la escalera con ella de a dos escalones hasta el primer piso, hasta su habitación, la acostó en la cama y, jadeando de emoción, se sentó en el sillón. Cerró la puerta con llave y, cuando estaba a punto de quitarle los zapatitos femeninos de los pies femeninos, al ruido de la cerradura, la hermana preocupada (ya que él no acostumbraba a cerrar su puerta con llave) interrumpió las oraciones y se acercó para escuchar, golpear y preguntar:

–¿Estás ahí? (Sujetando y sacudiendo el picaporte). ¿Qué, te encerrás? ¿Por qué te encerrás? (Golpeando con el puño, sacudiendo el picaporte).

El hermano del viejo K., impactado por la carrera de los pensamientos, quiso ganar tiempo:

–Se me cerró outomóticomente, occidentolmente...

–¿Qué me estás diciendo? ¡Nunca cerrás con llave! ¿Qué hacés ahí? ¿Qué te está pasando? ¡Abrí porque si no, voy a llamar a mi hermano de arriba!

Y de tanto gritar y golpear, la mujer femenina comenzó a despabilarse, a moverse en la cama, a encontrarse en el mapa, hasta que el hermano del viejo K. apostó todo a una carta (con el caño de un arma en la sien, del hombre surgen fuentes congeladas de asertividad); con su mano el hermano del viejo K. le cubrió la boca a la mujer femenina que se estaba despertando, se animó a lanzar la mirada más comunicativa de su vida y le mostró el ropero. La mujer femenina superó con destreza la distancia entre el ¿dónde estoy? y la conspiración del vestuario, asintió con la cabeza en señal de disposición y permitió que la ubicara entre sacos suciogrises, corbatas y pantalones revueltos y un poco cortos, se dejó encerrar en el ropero, apenas reteniendo una achispada risa femenina, porque su situación le pareció tan extremadamente graciosa que decidió prestarse al juego. El hermano del viejo K. dejó entrar a su hermana a la habitación, quien enseguida comenzó a olfatear, hurgar todos los rincones y observar amenazadoramente.

–¿Estás loco? ¿Para qué te encerrás con llave? Me la voy a llevar para que no te tentés...

Aquí, el hermano del viejo K., en la ola de la asertividad congelada, se animó a un acto de resistencia y dijo categóricamente:

–¡Holo! ¡Holo, holo! ¡Tengo treinta y siete oños y tengo derecho o tener mi llove! ¡Creo que tengo el moldito derecho de encerrorme solo en mi hobitoción cuondo quiero! ¡¡¡Supongo que el concilio voticono no lo prohíbe, corojo!!! ¡¡¡O portir de hoy voy o cerror lo puerto cuondo yo quiero, y si lo obriero, aunque no soliera de lo habitación o ounque soltaro del bolcón, tengo derecho!!! ¡¡¡O mi edad tengo derecho o lo llove, ol chirrido de lo llove en lo puerto, o lo llove, a loa lloave, a la LLAVE!!!

Y cuando logró pronunciar correctamente la «a», su hermana se dio cuenta de que no lograría nada, de que la voluntad, más fuerte que sus oraciones, había irrumpido en su hermano y sería mejor retirarse, no irritar, porque quién sabe qué hay en él, qué se activa y trata de saltar de su alma, así que asustada regresó a su habitación a no dormir en toda la noche, a velar en ayuno y en sacrificio por el alma fraterna atormentada por los demonios. El hermano del viejo K. se agitó tanto por la superación inesperada de la pronunciación poco masculina que no podía parar el torrente de palabras, encantado por su sonido.

–C a l a b a z a, m a n a d a, m a c a n a, t a r a m b a n a, r a p a d a, m a s c a r a d a – pronunciaba, cuando la mujer femenina salió del ropero e incluso empezó a sospechar que la comicidad se estaba terminando porque había un verdadero loco delante de ella y, al aquietarse su risita, se acercó al hermano del viejo K. y le susurró al oído:

–Quiero pis.

El hermano del viejo K. aún no se había recuperado totalmente del defecto de pronunciación y siguió:

–Q u i a r o, q u i a r a p a s...

Pero enseguida se dio cuenta de lo que sucedía y se estremeció de miedo, porque vio que de repente la felicidad podía escapársele, así que dijo:

–Pero no podés salir de acá para el pis. Ella ahí… te va… a ver… no podés, te lo pido por favor...

La mujer femenina, todavía alcoholizada en grado suficiente como para querer continuar con la diversión, se dio cuenta de que nunca había tenido un cliente tan raro y que debía hacer eso ya mismo, se trataba de una oportunidad inusual, supuestamente los locos tienen una potencia extraordinaria, enseguida se le tiraría encima, pero antes tenía que echarse una meada.

–Entonces, ¿dónde hago pis?

El hermano del viejo K. comenzaba a perder la confianza en sí mismo, miraba impotente en torno a la habitación y no se le ocurría nada, no quería hablar porque sentía que la «a» se le escaparía junto con la seguridad, con la masculinidad, y antes de que abriera los brazos en un gesto de impotencia, la mujer tomó la iniciativa femenina, se acercó a la maceta con la palmera preferida de la hermana del viejo K., se bajó la bombacha, se sentó en el borde y ablandó la tierra con un chorro espontáneo, y mientras el hermano del viejo K. miraba esa escena con la boca abierta, ella, ya habiendo meado, se quitó por completo la ropa, se acercó a su boca abierta y la cerró con un beso, con un beso y luego con todo el resto…

Fue la noche más hermosa en la vida del hermano del viejo K., pero cuando con su ayuda la mujer femenina se escabulló a la madrugada de esta casa, consideró que la aventura, junto con la embriaguez, estaba llegando a su fin; el hermano del viejo K. llamó, preguntó, pidió, pero no había nada que hacer, la mujer femenina tenía en su casa a su marido masculino con bigote, a sus niños infantiles, a su familia familiar y, directa, le pedía al hermano del viejo K. que no molestase, que fuese adulto, eso fue muy, pero muy agradable, que ella no se arrepentía de nada, pero que se comportase como un hombre y no como un pendejo. Entonces el hermano del viejo K. regresó a su habitación, se encerró con llave y se secó mirando la palmera que se iba secando, la palmera que rociada por la mujer femenina tampoco quería tomar agua, él también añoraba aquella noche única y, añorando tanto, murió de muerte.

 

 

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