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Vivir y escribir en Buenos Aires

Emma Barrandéguy

Autora de libros como El andamio, Crónica de medio siglo y Habitaciones, Emma Barrandéguy, escritora y periodista, nació en Gualeguay en 1914 y compartió universo con Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi y Mario Bunge, entre otros. Un extracto del prólogo a Cronosíntesis (EDUNER) para conocer a esta escritora múltiple y excepcional.

Por Evangelina Franzot.

Buenos Aires es hermosa porque aquí está el amor,

porque aquí está la libertad (1).

 

En 1937 Emma Barrandéguy tiene 23 años y decide abandonar su ciudad natal para instalarse en Buenos Aires. Había mantenido correspondencia durante largo tiempo con Salvadora Onrubia, quien había pasado sus primeros años en Carbó, cerca de Gualeguay, y es ella quien le ofrece alojarse en su casa cuando llega a la gran ciudad. Salvadora era la esposa del entonces dueño del prestigioso diario Crítica: Natalio Botana. Emma trabajará durante 22 años, alternativamente, como empleada del periódico y, cuando por desavenencias entre los Botana es despedida del diario, como secretaria personal de Salvadora. Reside entonces en su casa, pero esporádicamente en la famosa quinta de Don Torcuato, la magnífica posesión de la pareja donde, según relata Barrandéguy, a su llegada había «tres Rolls-Royce». Pero no era sólo la majestuosidad de la mansión lo que interesaba en esa quinta, sino el mundo intelectual que ardía en aquel lugar. En la mansión, Barrandéguy se relaciona muchas veces con refugiados españoles, escritores y políticos protegidos por los Botana, que se alojaban allí por temporadas, y personalidades del ambiente cultural que frecuentan las ostentosas reuniones organizadas por la pareja.

Al poco tiempo de su llegada a Buenos Aires y después de trabajar en el Instituto del Cáncer durante unos cuatro meses, por propuesta de Salvadora entra en Crítica para cubrir una vacante. Allí se desempeña en diversos cargos: en contaduría, donde realiza las liquidaciones, en archivo de fotos y notas y finalmente, hasta su retiro, dirige la sección de correspondencia. Trabaja también como bibliotecaria en la quinta de Don Torcuato, ya que allí, según los relatos de la autora, llegaban camiones que descargaban en el patio de la quinta, «como si fueran ladrillos», bibliotecas completas que Natalio Botana compraba generalmente en grandes remates y había luego que clasificar y guardar.

Todo sobraba en la quinta. Había una enorme pileta de natación con una torre para el tanque de agua, donde Neruda en sus Memorias sitúa un incidente risible que tuvo con García Lorca. Había una gran cabaña de troncos que fue hecha para el hijo menor, había una gran bodega redonda y subterránea en cuyas paredes un gran pintor mejicano […] pintó un recordado fresco con mujeres desnudas.

Sobre Salvadora, sobre el tiempo compartido con ella, Barrandéguy escribió Salvadora, una mujer de Crítica, donde destaca el temperamento contradictorio y luchador de esta polémica personalidad de su tiempo. La completa biografía muestra a Salvadora en sus diversas facetas: política, profesional y familiar. Allí se destacan las relaciones que mantuvo con personalidades de la época y su juventud anarquista, que le valió el apodo de «la Venus Roja».

Durante su permanencia en Crítica, Barrandéguy se relaciona con muchas personas del mundo intelectual, con algunas de ellas entabla amistad y comparte el trabajo en la redacción del periódico. Así conoce a Eglé Quiroga y también a Pirí Lugones, la misma que se definía a sí misma como «la nieta del poeta y la hija del torturador». Con ella comparte la labor en la redacción de Crítica. Sobre la personalidad y la muerte (el suicidio) de Eglé, la hija de Horacio Quiroga, pero también sobre su amistad, queda constancia en la novela Habitaciones, así como también sobre la mayoría de los acontecimientos y personas / personajes que la protagonizan:

Esta vez, llevo una carta de despedida para Warnes, que es un humorista serio, amigo de alguien que acaba de morir, que acaba de suicidarse con el contenido de una taza de té color naranja. Es Eglé Quiroga, la hija de Horacio…

Es durante esta etapa citadina que Emma comienza a escribir lo que ella misma llama con modestia «apuntes» o «papeles», que luego derivarían en lo que fueron algunas de sus obras narrativas y poéticas. Gran parte de estas producciones rememoran la vida en la provincia, las limitaciones que esta impone sobre todo a las mujeres con aspiraciones distintas a la de cumplir con el mandato social y familiar (El andamio, Crónica de medio siglo), el choque entre esta vida y la que propone la ciudad que siempre se muestra como una oportunidad de libertad en todos sus sentidos, ideológico, sexual, político, una posibilidad de elegir un modo de vivir y de reafirmar la propia identidad (Habitaciones). Es también en Buenos Aires donde se publica su libro de poemas Las puertas (1964). Sobre sus escritos, sus «papeles», dice Barrandéguy: «Esos apuntes fueron hechos en muchas noches de aquellos tiempos. No eran libros; eran cuadernos. Un día hice el trabajo más duro, que es armar un libro y darle un formato».

Mientras vive en Buenos Aires conoce a Neil Mac Donald, un motociclista y acróbata extranjero, «único yanqui pobre», como lo define la autora en el poema que le dedica décadas después: «Narcisista y marido muerto». Este poema aparece en el último libro publicado en vida de la escritora, Camino hecho (1991), y fue escrito al recibir la noticia de la muerte de Mac Donald, luego de muchos años de no saber nada de él, desde que partió en un barco para realizar trabajos a bordo. Sobre su vida con «el americano» hay referencias también en Habitaciones. En esta etapa, Barrandéguy tiene relaciones amorosas más allá de su matrimonio con Mac Donald. Su bisexualidad, sus amores lésbicos, serán también motivos de sus textos de madurez: en la novela ya mencionada y en sus últimas poesías la escritora desnuda su intimidad.

En este mismo período trabaja como traductora en la editorial El Ateneo, para la que realiza en 1943 la versión española de Cartas de Edgar Degas y en 1946 traduce, para la colección El Séptimo Círculo, La trampa, de Anthony Gilbert. Según nos cuenta Alcira Carboni, algunas de estas traducciones las hizo acompañada por el escritor Juan José Manauta, cuando Barrandéguy y Mac Donald vivían en una pensión en Buenos Aires. Carboni recuerda detalles del relato de Emma: mientras Neil descansaba de sus presentaciones acrobáticas nocturnas, ella y Manauta pasaban largas horas corrigiendo sus textos y trabajando para Emecé, sentados frente a una pequeña mesita ubicada al pie de la cama con el fin de ganar algún dinero extra.

Las actividades de Barrandéguy en Buenos Aires no se restringen solamente a su trabajo en Crítica; dedica mucho de su tiempo a poner en obras lo que su ideología y su conciencia social y política le dictan. Es así que es una de las iniciadoras, junto al filósofo Mario Bunge, «quien para entonces no llegaba a los veinte años», de la Universidad Obrera Argentina, que funcionará entre 1938 y 1943 y que fue cerrada por quien en ese momento era el secretario de Trabajo y Previsión, Juan Domingo Perón. Es época de inmigrantes. Miles de personas llegan a nuestro país huyendo de las guerras en Europa y comienzan a trabajar sobre todo en Buenos Aires. Muchos de ellos no hablan el español, ni lo escriben. Mario Bunge propone a Barrandéguy que dicte clases de castellano y es lo que hará en la Universidad Obrera. En sus tiempos libres, a la hora de salida de su trabajo en Crítica, acude a la universidad para enseñar el idioma a los obreros inmigrantes.

Al ingresar a la universidad comprendí que, puesto que el pueblo me pagaba los estudios, tenía el deber de retribuirle. […] Resolví armar la UOA, Universidad Obrera Argentina.

Redacté un reglamento, arrendé un escritorio en un edificio de oficinas de la Avenida de Mayo, compré unos muebles usados, hice imprimir papel con membrete y convoqué a mis amigos, en especial a los de Exactas. Sólo comparecieron Julia, la perito comercial, Elsa Karothy y dos poetas, la anarquista entrerriana Emma Barrandéguy y el comunista correntino Gerardo Pisarello. Empezamos por ofrecer cursos de Castellano a los sindicatos. Fuimos a hablar con los secretarios de los sindicatos de obreros metalúrgicos, de los trabajadores de la madera y de otros más. Sólo aceptaron los primeros. Redacté e hice imprimir volantes y mandé comunicados a los diarios anunciando los cursos, de modo que Emma y Gerardo se pusieron a enseñar enseguida.

En conversación con Mario Bunge, quien recuerda a Barrandéguy como una persona muy comprometida con la realidad social, supimos que ella trabajó en la Universidad Obrera durante todo el año 38. Las clases que dicta Emma comienzan en el sindicato de la Madera, en Alberti, pero la UOA tiene también otras locaciones, ya que comienza a crecer y a expandirse. Funciona una temporada en Congreso y se establece finalmente en el barrio de Once, hasta que es cerrada.

Es en esta temporada y en este ambiente intelectual porteño en que Barrandéguy conoce a una de las personas que marcará su vida y que será luego a quien dedique su obra más difundida, Habitaciones. Él es Alfredo Weiss, miembro periférico de la revista Sur, a quien la autora dedica el libro y quien inspira el personaje que aparece en la novela como el receptor de las reflexiones más íntimas de la narradora, pero también como el motivo de las mismas. En entrevista con la autora conocimos las razones de la dedicatoria de esta obra a Alfredo Weiss:

No empecé con la idea de dedicársela a él, porque yo tenía un sentimiento de culpa, por haber elegido al americano y no haberlo elegido a él, pero resultaba que éramos demasiado iguales, muy parecidos de acá [se señala la cabeza] y yo pensé: no, no nos vamos a entender, me caso, más vale, con un hombre sencillo. Porque con un hombre que estaba todo el día elaborando cosas, como yo también cuando era joven, no se podía convivir y había que ver el aspecto doméstico.

Durante el tiempo que vive en Buenos Aires, su relación con el mundo literario e intelectual de Entre Ríos no cesa. De hecho, mientras trabaja en la redacción de Crítica vende vales adelantados para promocionar la obra de Juan L. Ortiz, quien suele visitarla en su casa porteña de calle Lavalle 357.

Su militancia anarquista se intensifica relacionándose con otros partidarios de esa corriente ideológica, con quienes se junta para compartir reuniones y mateadas en la Biblioteca de la Federación Libertaria Argentina de la calle Brasil. Aun después de su regreso a Gualeguay, Emma continúa enviando sus textos a estos amigos y compañeros de ideas. En el tiempo en que vive en la capital del país conoce a una escritora que sería motivo de dos ensayos: Herminia Brumana. El primero de esos ensayos es de 1957: Pedagogía humana y social de Herminia Brumana. Este trabajo merece el primer premio en un concurso que lleva el nombre de la escritora y docente anarquista. El segundo es de 1979: Herminia Brumana en su proyección docente e intelectual. Estos textos fueron publicados en 1982 bajo el título No digo que mi país es poderoso, por Ediciones Amigos de Herminia Brumana, en Buenos Aires. En esa obra Barrandéguy destaca con admiración el accionar político y pedagógico que llevó adelante la escritora anarquista, con quien había establecido una relación personal:

Y Herminia Brumana nos contestaba con paciencia y claridad, con su letra grande y alta. Nos indicaba libros. Tampoco libros demasiado rigurosos. Algunas novelas, Romain Rolland, Rafael Barrett […]. Nos incitaba a ir a Buenos Aires («tráiganse unos zapatos viejos para andar con más comodidad por la calle»). Mientras algunas otras escritoras se limitaban a aconsejarnos que nos casáramos.

«Yo leí toda la obra de ella», afirma Barrandéguy, «asistí a sus clases, que fueron cerca de Chacarita, en su escuela, que tenía alambrado… Yo era grande pero tenía curiosidad por ver cómo era su escuela». Emma estaba convencida de que estos ensayos suyos no tuvieron ninguna repercusión porque nadie había leído a Herminia Brumana y porque, según ella, no era lo que el público lector reclamaba: «Ella [Herminia Brumana] murió en el 54. Ahora te diré una cosa, esa obra no la leyó nadie. La gente lee solamente lo que tiene cosas de sexo […] a Herminia no la ha leído nadie». Estos ensayos están dedicados a los amigos de la Federación Libertaria Argentina con quienes Emma se relacionó en su etapa capitalina, y a quienes considera como potenciales lectores de esa obra. Con algunos de los militantes de la FLA, Enrique Palazzo, entre ellos, Emma Barrandéguy siguió conectada luego de abandonar Buenos Aires para instalarse nuevamente en Entre Ríos. 

 

 

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