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Chilanga banda

Valeria Luiselli, Guillermo Fadanelli y Julián Herbert, en una mesa de Filba Internacional 2012 en Fundación TEM coordinada por Leonardo Tarifeño.

Foto: Santi Ochoteco.

herbert, tarifeño, luiselli, fadanelli

Luego de siglos de ocupación por parte de diversas poblaciones prehispánicas, con más de ocho millones de habitantes, a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar, con importantes museos, universidades y mercados, con la sonora presencia de la lengua azteca náhuatl y los problemas ineludibles de la ciudad más poblada del mundo, el Distrito Federal es, sin dudas, un espacio tan inabarcable como protagonista de las letras latinoamericanas. En palabras de Octavio Paz: Ciudad / montón de palabras rotas (“Vuelta”).

Valeria Luiselli, Guillermo Fadanelli y Julián Herbert, en una mesa de Filba Internacional 2012 en Fundación TEM coordinada por Leonardo Tarifeño.

Foto: Santi Ochoteco.

herbert, tarifeño, luiselli, fadanelli

Luego de siglos de ocupación por parte de diversas poblaciones prehispánicas, con más de ocho millones de habitantes, a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar, con importantes museos, universidades y mercados, con la sonora presencia de la lengua azteca náhuatl y los problemas ineludibles de la ciudad más poblada del mundo, el Distrito Federal es, sin dudas, un espacio tan inabarcable como protagonista de las letras latinoamericanas. En palabras de Octavio Paz: Ciudad / montón de palabras rotas (“Vuelta”).

Leonardo Tarifeño: Buenas tardes, muchas gracias por estar aquí. Estamos en compañía de tres escritores mexicanos: Valeria Luiselli, Guillermo Fadanelli y Julián Herbert. Estamos convocados para hablar, entre otras cosas, de la ciudad de México, ciudad con la que cada uno tiene experiencias distintas. Me parecía apropiado comenzar recordando un cuento de Mariana Constrictor, de Guillermo Fadanelli, que se llama “La visión de Magdalena”. Ocurre en la noche del terremoto del ’85 y el protagonista está queriendo bajarle los calzones a una mujer en su departamento y ella tiene un presentimiento de que algo malo va a ocurrir y por eso no termina de bajárselos. Esa es la escena que inaugura el cuento, pero se conocieron en Acapulco y el personaje en un momento se pregunta qué era lo que había ido a hacer a Acapulco. Bueno, dice: “Lo que haría cualquiera en mi lugar: intentar olvidarme del Distrito Federal”. Esa era su primera ambición. Quería preguntarles si es posible olvidarse, sacarse de encima la ciudad o si es una mochila que se lleva en la piel y se prolonga en sus habitantes.

Guillermo Fadanelli: Llevo la ciudad como una especie de joroba, de peso extrametafísico agobiante. Es una ciudad que detesto pero, justamente, gracias a ese odio que no se ha construido a partir de un golpe de efecto sino donde la ciudad se ha ido pudriendo conmigo, tenemos una relación biunívoca. Una ciudad en realidad no existe: es una estratagema de la imaginación, es un reduccionismo psicológico. He vivido en esa ciudad toda mi vida. La he caminado. Así como he caminado desde el hotel hasta acá: hicimos una hora cincuenta minutos y la ciudad va cambiando, se va transformando, va haciendo una especie de náufrago que se vale de sus propios pies. El odio que me inspira la ciudad, por supuesto, está relacionado con el amor también. Es una relación romántica. El romántico siempre está insatisfecho, siempre está un tanto decepcionado. Creo que desde siempre he tenido una visión fatalista acerca de mi propia ciudad, lo que no quiere decir de ningún modo que no la haya disfrutado como horizonte, como aventura e incluso como utopía. La ciudad de México no la puedes olvidar: la llevas siempre a todos lados en el miedo, en el temor, al caminar con sospechas. Por desgracia no soy un cosmopolita y no he podido hacer, como dirían los estoicos, del mundo mi casa. Mi casa negra es el DF. El resto es una especie de extensión imaginaria.

Valeria Luiselli: Una joroba es una buena metáfora pero no sé si la comparto del todo. Yo no crecí en DF, crecí en Corea del Sur y en Sudáfrica. Y mientras vivíamos en Sudáfrica mi padre hacía una tesis sobre la historia urbana de la ciudad de México. Crecí viendo mapas de una ciudad inexistente. Y cuando llegué, a los veintialgo, a vivir a la ciudad de México quise escribir un libro para apropiarme de un espacio que nunca había sido mío. Finalmente, ese libro, Papeles falsos, no es sobre la ciudad de México sino sobre las posibles formas de aprehender la ciudad de México. En ese sentido es un proyecto fallido pero que muestra muy honestamente el proyecto fallido de escribir sobre la ciudad de México. Estamos hablando, entre otras cosas, de la interacción entre las ciudades y sus representaciones literarias: cómo se representa y cómo esa representación transforma de manera tangible nuestra percepción de la ciudad. Hay ejemplos ineludibles en ese sentido, una ciudad que ha sido sobrerrepresentada literariamente como Venecia, Nueva York o Buenos Aires. Eso no sucede en la ciudad de México: se ha representado múltiples veces y hay grandes obras sobre la ciudad, pero sin embargo la ciudad no devuelve literatura. Cuesta percibirla con el chip literario. No están presentes los personajes que la literatura ha construido en torno a esa ciudad y la ciudad tampoco ha absorbido su literatura. No sé si será un problema de autoestima o que la ciudad es mucho más grande que sus posibles representaciones.

Julián Herbert: Yo tengo una relación física con las ciudades. Esto que digo probablemente suene frívolo, pero a mí me cuesta mucho relacionarme con la ciudad de México porque es una ciudad que está a mucha altura y las ciudades muy altas me hacen pedazos cuando me da la resaca. Entonces odio la ciudad de México porque no puedo beber. [Risas] Me es incómoda de múltiples maneras; también literariamente. En general logro ubicarme rápido en las ciudades, encontrar los puntos cardinales, pero yo no sé dónde está el norte y el sur en la ciudad de México. Siempre me pierdo. Estoy de acuerdo con lo que dice Valeria: el gran intento de construir la literatura mexicana ha sido narrar la ciudad de México. Pero para alguien que como yo creció en el desierto del Norte de México, la relación con la ciudad de México es similar a la relación con Santiago o Buenos Aires: parte de la literatura, de la imaginación de los autores que me tocaba leer. Yo me siento muy cercano a escritores como Sam Shepard o Cormac McCarthy por una razón extraliteraria: para mí son los autores de mi pueblo. En las novelas de McCarthy aparece el desierto de Coahuila. Es una sensación extraña porque tienes un país y una lengua y el núcleo de ese mundo sería la ciudad de México: una ficción distante.

Guillermo Fadanelli: Hay una suma de incomodidades. Hay una en especial que es la ausencia de agua: los ríos fueron entubados, toda el agua ha sido entubada. Yo creo que es justamente este ocultamiento del agua lo que vuelve al habitante del Distrito Federal una persona nerviosa y torva, porque el agua tranquiliza a las bestias [Risas] y la ausencia de agua nos debe poner nerviosos y nos debe poner en un estado de alerta falsa. Siempre que llego a una ciudad intento visitar los mercados, el cementerio y meter las manos en el río. Pero en la ciudad de México… las metí el otro día en el agua de Chapultepec [Risas] y después tuve que ir a la Cruz Roja. Estoy de acuerdo que nadie puede narrar una ciudad de esas dimensiones. Creo que el último que trató, le haya ido bien o mal, fue Carlos Fuentes en La región más transparente. Después ha sido un conjunto de escritores quienes han narrado su propia idea de la ciudad: recuerdo Roberto Vallarino le llamaba “el oprobio” a la ciudad de México, Manjarés escribió también algunas cosas, José Agustín intentó —y de alguna manera logró— darnos una idea de la ciudad. Para narrar esa ciudad se requiere a un grupo de escritores, cada quien narrando sus propias obsesiones desde sus propias perspectivas muy singulares. Creo que estamos de acuerdo en que no hay un narrador del Distrito Federal.

Julián Herbert: La construcción de la colonia se vuelve tema consciente. Por ejemplo, en Villoro ya está el que no puedes narrar la ciudad sino La condesa. Willy [Fadanelli] tiene una escena en la que unos tipos roban un coche en una avenida que se llama Calzada de los Misterios, bajan del auto al conductor, lo madrean, y luego quieren prender el coche y no pueden, se van y lo dejan ahí. Esa es un poco la metáfora de cómo funcionan las cosas en la ciudad de México: no puedes robar un pinche carro. [Risas]

Me acordaba de una cita de Malacara de Guillermo, que dice “cuando me detengo a pensar en el hecho de que he consumido mis días viviendo en la ciudad de México, no sé si debiera tirarme a llorar desconsolado o si debiera, en cambio, sentirme orgulloso de haber sido tan temerario”. Una duplicidad permanente de no saber si se es un héroe o un villano.

Valeria Luiselli: Yo lloro desconsoladamente. El último mes que viví en la ciudad de México me fueron robando partes del carro hasta que un día se llevaron el techo. Cortaron el techo para llevárselo. Lo repusimos y se lo volvieron a robar a la semana. Hay una sensación de ser un sobreviviente cuando en la ciudad de México sales con una carriola y tratas de transitar. Ahí está ese libro de Ibargüengoitia, Instrucciones para vivir en México, donde habla de la decadencia de las banquetas y lo atribuye en parte a un problema de individualidad exacerbada de los mexicanos  —con lo que estoy de acuerdo— y dice que la gente sólo cuida su porción de banqueta frente a su casa. Creo que también esa excesiva individualidad del defeño —quizás sea una asociación un poco volada—está relacionada con la ausencia relativa de espacios públicos. Es una ciudad más parecida a Los Angeles en el sentido de que tiene grandes vías para llegar de un lugar a otro, construida para ser transitada pero no para ser paseada. La ausencia de espacios públicos de alguna manera se refleja en la literatura: la literatura urbana de la ciudad de México es una literatura de interiores.

Julián Herbert: Mi relación con la ciudad de México no es tan intensa. Yo nunca he vivido en la ciudad de México y dudo mucho de que podría vivir ahí. Un amigo me decía “ustedes están locos: los fines de semana se suben a una camioneta y están tres horas para llegar a otro lugar”, “Sí, pero ustedes los defeños los fines de semana están dos horas en un carro para avanzar quince cuadras”. Hay una manera diferente de vivir el espacio. No la padezco a la ciudad de México, para mí es un personaje literario.

Guillermo Fadanelli: Walter Benjamin dice que las ciudades son el asilo de los desterrados. La característica de toda ciudad es que vas a vivir rodeado de extraños: tu vecino es el otro por antonomasia. No es como en los pueblos donde los vecinos pueden convivir a lo largo de generaciones. La idea del otro sólo puede ser planteada desde la ciudad. La civilidad y la relación convivencial entre personas diferentes tiene que partir de ideologías que provienen de la ciudad. El extraño, el que no es como tú, pero que sin embargo habita un lugar común es una de las características de la ciudad. Pero las ciudades ya no son las ciudades renacentistas, no son creaciones humanas, no son creaciones poiéticas, sino son metástasis. Buenos Aires, Río de Janeiro, Ciudad de México tienen su centro, barrios aledaños y después enormes periferias que ponen en entredicho la idea de equilibro de la ciudad y de la convivencia. Esto te lleva al apartamiento, a una especie de suicidio vecinal. Te encierras como Kafka o como Pessoa en El libro del desasosiego. Para la literatura, para las artes, me parece que es un estímulo. Yo me aparto, soy el que mira por la ventana y cree que tarde o temprano van a venir a cortarle el cuello. En cambio mi mujer es más convivencial. Podría ser que las mujeres habiten las ciudades de una manera menos intranquila. En lo personal, la ciudad de México es gran parte de mi desasosiego. No me voy a volver Robin Hood ni un bucólico campirano, creo ser un masoquista urbano. Pero son ideas que se me van ocurriendo pero que tienen que ver con la relación ciudad-literatura.

Valeria Luiselli: Hablas de esta constelación de autores de principios del veinte —Benjamin, Kafka— y llevo un tiempo pensando que no hemos terminado de salir del espacio-tiempo que plantearon aquellos acercamientos de las ciudades. De alguna manera hace falta reinventar o volver a leer las ciudades no tan apegados a esa ciudad que aprendimos o que interiorizamos muy profundamente leyéndolos. [A Fadanelli] ¿Qué tanto estamos todavía reproduciendo un modelo de espacio tiempo que quizá no es el que realmente habitemos?

Guillermo Fadanelli: Como bien dijo Paz, los escritores son una suma de excepciones. Cuando voy a escribir una novela o un relato no estoy pensando en un metadiscurso ni en dentro de qué esfera conceptual voy a escribir. Es el lenguaje que haces tuyo el que va construyendo tus obsesiones. Uno no puede salir de las obsesiones. ¡Por fortuna! Por eso existen los vicios y el arte. Es probable que esa ciudad o esa relación —llamémosla vulgar, ordinaria o carcelaria— espacio-tiempo sea su único horizonte. Pero quizás allí encuentre o su vocación literaria o la posibilidad de desarrollar su talento. En Los ingrávidos, que me parece una magnífica novela, Valeria [Luiselli] va narrando una ciudad que no es Nueva York sino la ciudad de Valeria que sólo puede tener lugar a través de la observación y la literatura. Quién sabe qué es Nueva York. Para el escritor las ciudades son más bien pretextos para su perorata, para su locura o para desarrollar sus obsesiones. A eso me refería también con la mirada femenina. No es el héroe o el conquistador que entra a los peores antros del DF y que toma la ciudad como aventura, sino el observador que construye una ciudad a través de una mirada que puede ser discretísima. Por eso es que yo también he abandonado la esperanza —bruta por supuesto— de que haya un narrador de la ciudad de México.

Valeria Luiselli: México tiende a oficializar todo lo que toca. Todo se convierte en una pirámide institucionalizada. Tal vez ya no vaya a haber y qué bueno que no haya, un representante literario. Ya se fueron. Pasaron Novo, Monsiváis, Fuentes: espero que no regrese la tentación por institucionalizar una mirada.

Julián Herbert: Ahora que han hablado no solo de la ciudad de México sino de la lectura de la ciudad, hay un pasaje de La folie Baudelaire de Roberto Calasso en el que analiza una doble actitud de Baudelaire frente a la ciudad y la vida bucólica. Baudelaire tenía un profundo desprecio por la mirada de lo rústico y el paisaje, le parecía de lo más aberrante y al mismo tiempo era un autor cuyo discurso desde la ciudad no es acerca de lo cívico y de la modernidad sino acerca de la naturaleza. Baudelaire decía que lo que pasa con el paisaje es que oculta el verdadero sentido amenazante que hay en lo natural. Decía “los malos pensamientos de los hombres encarnan en las bestias que viven en el bosque”. Una lectura interesante de la ciudad es, más allá del progreso y la construcción de civilidad, estar confrontando con todos los sentidos de la naturaleza. Willy hablaba del agua: la ciudad de México destruyó toda el agua que tenía pero además sufre muchísimo para echar fuera de la ciudad a las aguas pútridas. Ahí está, más que el mundo de la civilidad o la modernidad, el principio de la naturaleza que desemboca siempre en la putrefacción.

Guillermo Fadanelli: Leo [Tarifeño], tú viviste muchos años en la ciudad de México. ¿Qué extrañas de aquella urbe monstruosa?

Extraño el descontrol, la adrenalina. Extraño llegar a la casa tarde con la sensación de que me pueden matar. [Risas] Lo extraño como melancolía. Pero quería preguntarles ahora sobre la primera persona, que tiene un uso muy diferente en los distintos casos. Tanto se ha hablado de la autoficción, la literatura del yo, pero creo que ustedes reformulan la primera persona. ¿Qué les permite la primera persona? ¿Coinciden con Vallejo en que no se puede creer en el narrador omnisciente?

Guillermo Fadanelli: Vallejo está contra la primera del lenguaje y también contra la primera persona divina. Es ateo e iconoclasta. Recuerdo una frase de Fernando: “Tenía el alma tan negra como el culo del papa”. [Risas] No sé por qué memoricé esta frase, pero me sigue todavía persiguiendo. La primera persona, que además queda muy ad hoc con la idea del realismo, del fatalismo urbano, de la experiencia, de preferir la descripción empírica a la fantasía, sin embargo puede ser también una trampa. Puedes escribir en primera persona y estar escribiendo en tercera. Es un recurso lingüístico para ocultarte. Quién te dice que escribir en primera persona te descubre. Cuando leemos a un escritor en primera persona, quién nos garantiza que esté hablando de sí mismo. Es una pregunta que no vamos a poder resolver a no ser a través de muchas entrevistas, de leer biografías o de la ciencia del chisme. No sabemos quién es el escritor. Y yo, pese a que uso muchas veces la primera persona, creo que estoy construyendo un objeto místico. Aceptaría poner en la mesa que la primera persona no necesariamente habla del autor. A veces sí, por un diario, una crónica o una aventura. Pero en muchos casos es simplemente un recurso literario.

Valeria Luiselli: Estoy de acuerdo contigo. Además hay cierta inevitabilidad: cuando cuento algunas historias no puedo no hacerlo sino con la voz que eso exige. Me pasa en gran medida que la primera persona de alguna manera me ayuda o refleja de manera más transparente los propios vaivenes de mi conciencia. Me gusta transparentar esos vaivenes. La primera persona me permite moverme en una ambigüedad donde se vale echarme para atrás, volver y contradecirme de un modo que la tercera nunca ha funcionado. Alfonso Reyes decía que hay tres clases de escritores: los que piensan antes de escribir, los que piensan mientras escriben y los que piensan después de haber escrito. En el mejor de los casos pienso mientras escribo. En el peor después.

Guillermo Fadanelli: Conozco algunos que nunca piensan. [Risas]

Valeria Luiselli: La primera persona permite pensar mientras escribes desde el punto de vista más transparente.

Julián Herbert: Yo vengo de la poesía. Mi enfoque de la primera persona tiene que ver más con la poesía que con la técnica de la narrativa. Entonces una de las cosas para las que sirve la primera persona es para destruir el yo. Estar haciendo una especie de construcción donde contradices todo el tiempo es un proceso de desmontaje de primera persona. Creo que los tres que estamos en la mesa hacemos un ejercicio semejante. Ir desmontando ese personaje, quitarle capas y convertirlo en una fragmentariedad. Coincido con Valeria en que los materiales te hablan: la sintaxis, el ritmo que vas construyendo, las frases te empujan hacia cierta zona. La tercera persona también es una falsedad: para construir a los personajes tienes que encarnarlos. Tu narrador en tercera persona está sentado detrás de los ojos del personaje. Entonces todo el tiempo estamos narrando en primera persona. Lo que hace la primera persona contemporánea es salir del clóset. También creo, y es lo último que voy a decir, que el proceso de ficcionalización comienza en la memoria. Mis libros tienen una obvia referencia autobiográfica. El tema central es que en el momento en que tú recuerdas algo ya construiste una sintaxis para poder recordarlo. Y creo que para tratar de desentrañar esa sintaxis, procurar que no sea tramposa, la primera persona te ayuda. Te da, paradójicamente, distancia de ti mismo.

Les agradecemos a todos por haber venido a compartir esta tarde con Valeria Luiselli, Julián Herbert y Guillermo Fadanelli.

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