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Esther Díaz, una filósofa punk

Por Franco Torchia

El texto con el que se presentó el libro de Esther Díaz, Filósofa punk (Ariel). 

Por Franco Torchia.

 

Hace un tiempo, antes de poder entrevistar (entre–ver hasta poder realmente ver) a Esther Díaz, me dediqué a ver y a leer algunas entrevistas (sin vistas; monovisuales; unilingües) de las que ella había sido objeto. Digo objeto, porque en líneas generales (generales como las generalidades de la ley, es decir, inasibles para y voluntariamente torcidas por una punky forjada en Ituza) el punto de vista de esos intercambios es: el periodismo ilustrado pero sin lustrar desciende “al caso” de quien, desde los márgenes geo y biopolíticos, llega. La que llegó, aún cuando sin Colegio Carlos Pellegrini ni Colegio Nacional Buenos Aires; sin biblioteca propia ni permisos; sin recursos materiales, sin sin sin sin, CON.

Que la narratología genera(lista) -es decir, la que arma una lista que parece aún hoy estar sellada por generales de la última dictadura corporativo-económico-militar- de muchos medios de comunicación sea programáticamente incapaz de recorrer una subjetividad como la Esther Díaz sin acudir, en primera y excluyente instancia, a su pasaje ¿tardío? “del rancho a la academia” (cito una expresión leída hace años en un conocido trabajo del, justamente, Doctor en Filosofía Rafael Olea Franco, que usa esa fórmula en la introducción de uno de sus libros para autocelebrar su itinerario de vida); esa incapacidad es la pasión alegre que nos trajo hasta aquí. Sobre la tristeza del mero recuento de méritos de ese periodismo que en René Favaloro, por ejemplo, aplaudía sin misterio el tránsito de médico rural a creador del by pass y ¿especialista en Sarmiento?; nosotros, yo, todos nosotros hoy acá estamos ante la oportunidad histórica de ascender desde nuestro lamentable y evitable descenso. Somos el fondo y lo habitamos. ¿Fondo, ascender, por qué? Porque Esther ha tenido una vez más, amabilidad con el mundo. Que este lanzamiento, Filósofa Punk. Una memoria singularice su subtítulo (“Una memoria”) es el ademán con el que estamos obligados a conformarnos. La obra de Esther -que es su look; que es su estilista uruguayo que la visita una vez por mes y mantiene así su cabello; que son sus cueros; que es su cuerpo; todo el cuerpo; los pañuelos, las botas, la paleta de colores, sus piernas; es decir, la obra, obra en proceso total- jamás tendrá síntesis. Este libro abre; no culmina. No es el cierre: es puerta de entrada. Comienzo de comienzos. Carnet renovado a diario; célula de identidades.

¿Pero, de vuelta, por qué es amable Esther y por qué este gesto editorial también es amable? Me acuerdo de Brecht en “A los hombres futuros”: “Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables”. Creo que Esther, que no es “los hombres”, sí pudo, puede, es amable. ¿Se le puso ronca la voz ante la guerra contra su clase? ¿Se le desfiguró la cara ante la bajeza a la que fue sometida por su género? Mucho más, le pasó mucho más. La Guerra Mundial le pasó. Primera, segunda y tercera en curso. Insilio y exterminio. ¿Qué otra cosa, sino, es también una guerra? ¿Qué expresiones no cinematográficas alcanza? El siglo XX, en su intersección con el Conurbano, la maternidad, los machos, las monjas, la clase obrera, el empobrecimiento, bombardearon a Esther. Es fundamental empezar a pensar en zonas de conflicto alejadas de los tiroteos pero igual de peligrosas. Es fundamental Filósofa Punk.

Si un libro de “memorias” (plural) encierra la promesa de un sinfín de andanzas, anecdotario moral, oda más o menos problemática, pero oda al fin y al cabo, a papucho y a mamucha, reuniones con editores, trabajos forzados, pan con mantenca a la mañana, vacas ordeñadas; en fin, si unas “memorias” son el plomo anticipatorio de un final premiado; de un desenlace cuya fama ese libro solo viene a reconfirmar (aunque sean firmados por mujeres, ese tipo de ediciones cuentan una historia “macha”, insisten en un recorrido propio de “los hombres brechtianos”) Filósofa Punk va, viene, vuelve. Así. No solo para jugar con el tiempo de lo narrado, sino sobre todo, creo, para aniquilar la lógica del currículum vitae.

El año pasado, compartí la presentación de un libro con Marlene Wayar, la activista travesti. Quien coordinaba diplomáticamente esa instancia leyó los currículums de cada uno de los presentes. Cuando le tocó hablar, Marlene pidió abolir los currículums, porque, claro, otra que abolir la prostitución, a menos que pueda consignarse una experiencia semejante como antecedente no penalizable para entrar a trabajar de limpieza en Falabella. Dejar de apelar a los cvs (y a los CMs, agregaría yo). Eso pidió, porque… ¿qué vidas pueden y además qué vidas quieren ser contadas así? ¿Qué presupuestos, qué condiciones de existencia posibilitan trazos tan gruesos? Desde la terminalidad escolar hasta un marido que te faja, una hija enferma de adicción, un golpe emocional decisivo, tres meses o tres años de depresión; hostigamientos, búsquedas, derivaciones, imprevistos, ganas. Deseo. El deseo no es curricular. Así funciona #FilósofaPunk, en consonancia, claro, con las exclusiones académicas de las que su autora ha sido y es víctima solo por haber traicionado su origen; solo por haber infringido las normas (de) generales de su cuna.

Una sentencia sirve, sí, a modo de “resumen” (hay que abolir los resúmenes, también, por ilusos): “Heavy, incluso para mí” dice en un momento la narradora. No busco con esto enfatizar cómo Esther cuenta sus dolores y cuenta las violencias. Busco dejar lo más claro posible que lo que ha sido y es heavy incluso para ella, que es tan heavy, es lo refractaria que es ante el consignismo. Del punk, como de los feminismos, podemos cantar en coro muchas que ya sabemos todos. Reproducir cientos de consignas. Esther es aconsignista y por eso es tan punk y tan feminista. A su vez, es tan punk y tan feminista porque, como ninguna otra periodista, como ninguna otra académica, como ninguna otra escritora mujer cis de la Argentina con acceso a publicar y difundir masivamente su trabajo, Esther sí expone su sexualidad. Esther Díaz habla de su sexualidad: la revela. Cuenta cómo y con quiénes coge. Vale decir que allí donde otras voces con capacidad de ampliación se limitan a recordar que “Lo personal es político” o “La lucha empieza en mi cachucha”, Díaz no reproduce. Produce. ¿Qué? El manifiesto más prístino de la heterosexualidad como régimen político agotadísimo. Los grilletes, las ataduras, la remisión carcelaria que todo no diálogo con “un hombre”, por ejemplo, de “su edad” le depara. Esther dedica su vida a administrar su sexualidad y desconfiar gimnásticamente del poder.

No quiero cambiar de país como de zapatos, parafraseando por última vez a Brecht. Quiero quedarme acá, cerca de Esther. Usar sus zapatos, migrar sin destino. Combatir. Fijar con spray lo único que se puede fijar. Después, devenir.

 

 

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