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Borges y la reinvención de la literatura

Por Julio Premat

"Leer a Borges es una experiencia singular, ya que produce una impresión de riqueza de sentido y desencadena una especie de compulsión hermenéutica": así comienza la novedad de Paidós.

Por Julio Premat.

 

 

Por la radicalidad con la que planteó los dilemas de la originalidad, los de la mirada crítica sobre el arte, los de las paradójicas herencias culturales, Jorge Luis Borges es uno de los escritores emblemáticos de la modernidad. Lo es, también, por su manera de interrogar la eventualidad de una prolongación de la literatura en una época en la que, según Hannah Arendt, la cita y la reescritura eran el único refugio, una época en la que la transmisión parecía quebrada y la pérdida de valor de las autoridades, irrepa- rable. El lugar periférico de la actividad de Borges, un país de endebles tradiciones literarias en los albores del siglo XX, agudiza esta crisis de la cultura y de su transmisión; para lograr ser escritor, tuvo que crearse en alguna medida una tradición propia e inventar, por lo tanto, los medios de legitimar su posición de cara a la literatura universal.

Al igual que Proust, al igual que Kafka, Borges hizo del “volverse autor” una tensa aventura vital, tanto con la puesta en escena de una ficción auto- biográfica de ribetes legendarios como con el des- pliegue de una perspectiva existencial que engloba la muerte, la pérdida, la alienación y la melancolía. Para los tres, la escritura fue una tarea al mismo tiempo compleja y potente, paralela al interrogante “¿Qué escribir?”, siempre presente, siempre acuciante. Las estrategias difieren: la profusión de un Proust enfrentando la muerte y aumentando la masa textual en cada corrección de su gran novela; un infinito y un fértil fracaso en el inacabamiento radical de Kafka; la alusión a libros imaginarios que no intenta escribir pero que prolongan el ideal de un Libro Total en Borges. Sus escrituras problema- tizan hasta la exasperación la cuestión del sujeto (memoria, desdoblamiento, enajenación) y la de la búsqueda fracasada de lo imposible, de un imposible que dialoga con un pasado huidizo y con pesa- dillas, entonces, modernas. Y más allá, como en el caso del judaísmo de un Kafka escribiendo en alemán en Praga, el lugar cultural e histórico de Borges –la Argentina– no le facilitaba la tarea, aunque el hecho de crear desde ese lugar le impuso ciertos rasgos que terminaron trazando una originalidad literaria indiscutible.

Se puede considerar, en todo caso, que Borges es el mayor clásico de las letras latinoamericanas, clásico en el sentido canónico del término (recono- cimiento en historias de la literatura o en los programas de enseñanza, referencia obligatoria y reve- rente en otros tipos de discursos), pero también por la pasión que caracteriza su recepción. O, al menos, retomando su propia definición, a la vez iconoclasta y funcional del término, a Borges se lo lee como a un clásico, es decir “un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”, lo cual implica, tal como lo escribe en “Sobre los clásicos” (Otras inquisiciones), suponer que “en sus páginas todo [es] deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.

Leer a Borges es una experiencia singular, ya que produce una impresión de riqueza de sentido y desencadena una especie de compulsión hermenéutica; prueba de ello, después de algo así como sesenta años de comentarios interpretativos, es que la producción crítica sobre su obra supera lo concebible o, se podría afirmar, parafraseando el tono a menudo irónico del escritor, la decencia. Así es como, para sus lectores, Borges pudo simbolizar la Literatura (con mayúscula), toda la literatura: una vida y un mundo hechos de libros, de citas, de infinitos recorridos por la biblioteca; una predilección por los efectos de las palabras y un culto por su disposición estética; una curiosidad por todo lo que atañe a la imaginación, a la metafísica, a los sueños, y una indiferencia aparente hacia las disyuntivas políticas de las sociedades. Las cosas no son del todo así y un número consecuente de textos suyos contradice esta visión idealista, autónoma y elitista de un Borges encerrado en su erudición –zonas enteras de su producción establecen diálogos intensos, complejos, con diversas construcciones ideológicas y formas del poder, pero también con la cultura popular–, sin embargo ése es el cimiento de su imagen pública. La lectura de Borges, la pasión por Borges, es una pasión por el pensamiento, la reflexión, el imaginario, la literatura, al menos comprendida de cierta manera: una literatura que piensa al hombre y al mundo en un diálogo estrecho con la metafísica. Porque la obra borgeana ostenta una extraordinaria plasticidad semántica e insinúa proliferantes caminos de interpretación que remiten a referen- cias históricas y a problemáticas muy alejadas unas de otras. Él, que aparentemente le dio la espalda a su contemporaneidad, que exaltó el pasado y la tra- dición erudita, que reivindicó una transhistoricidad de la literatura, que a mitad del siglo XX en Argentina tejía intrigas mitológicas o cantaba a guerreros sajones de la Edad Media, o bien que prolongaba las maravillas de Las mil y una noches, él fue también el profeta de todas las modernidades: vanguardias transformadoras y parricidas, desasosiego melancólico ante el tiempo de las transformaciones, puestas en duda de los grandes mitos literarios (au- tor, progreso estético, realismo), intertextualidad generalizada, reescritura y pastiche, escepticismo relativizador, hipótesis de una literatura universal. Otra paradoja, paralela a esta inscripción simul- tánea en lo moderno y en cierto clasicismo: en la trayectoria compleja de su “volverse escritor”, Borges eludió la gran tradición del relato occiden- tal, o sea, la novela de fines del siglo XVIII a comienzos del XX. A pesar de lecturas asiduas de Faulkner (al que tradujo) y de Kafka (de nuevo él), y, por lo tanto, de dos grandes figuras de la renovación del género, fueron otros territorios los que determinaron su filiación. Si se ha convertido en el gran na- rrador sin novela del siglo XX es entre otras cosas porque encontró modelos y retóricas en la filosofía, en la teología, en formas discursivas de las enciclo- pedias, tanto como en la poesía, en la short story angloamericana, en la novela policial o incluso en la ciencia ficción.

Así es como su escritura se despliega en textos cortos, a menudo fragmentados, que entrecru- zan los géneros y constituyen, a fin de cuentas, un corpus atípico, desplazado y reconstruido por múltiples operaciones a la hora de la edición o de la reedición de sus libros (al menos esto fue así hasta que se constituyó el Libro, es decir, el imponente volu- men de sus Obras completas de 1974). La historia de la publicación de Borges es efectivamente muy compleja: primeras versiones, reediciones corregi- das, reediciones con agregados de textos, de prólo- gos y de epílogos de fechas distintas que cambian el sentido de lo ya escrito. Se trata de un aspecto en el que la estrategia de autor se manifestó de mane- ra bastante directa: editar, para él, era delinear una imagen de escritor tanto como delimitar los contornos de la obra que deseaba dar a leer, desechando lo que sobraba, lo que entorpecía, pero, también, multiplicando las operaciones interpretativas. En semejantes condiciones, es difícil fijar los límites de la obra, lo que explica las numerosas diferencias, por ejemplo, entre la edición de las obras completas de Emecé Argentina y la edición francesa de La Pléiade; ambas son póstumas e incorporan algunos textos dejados de lado por el autor pero excluyen otros, publicados separadamente. Si hay un nú- cleo de títulos mayores y reconocidos, la periferia es imprecisa: la obra de Borges es hoy un conjunto movedizo.

El objetivo de este libro es presentar la figura de autor de Borges tanto como su obra y, por lo tanto, volver inteligibles fenómenos complejos sin ceder a simplificaciones de su contenido, limitaciones de sus efectos o esquematizaciones de su funciona- miento. Estos imperativos, en sí contradictorios, me llevaron a privilegiar ciertas opciones. Manteniendo la ambición de proponer una visión de conjunto, me pareció preferible desarrollar algu- nas hipótesis de lectura, que fui esbozando en experiencias repetidas de enseñanza, pero también, sobre algunos aspectos puntuales, en textos ya publicados (las referencias figuran en la bibliografía). Esta opción implica, por consiguiente, no evocar to- dos los temas posibles ni todas las interpretaciones aceptables sobre Borges, y todavía menos todos los vínculos que la obra establece con sus diferentes contextos intelectuales y artísticos.

Lo que sigue está organizado alrededor de dos grandesvertientes. Primero, lamaneraen que Borges narró su recorrido vital y creativo a partir de etapas de una especie de autobiografía legendaria constantemente reelaborada. Gérard Genette (1989a) sintetizaba la intriga de En busca del tiempo perdido con una frase: “Marcel se vuelve escritor”; la hoja de ruta aquí podría resumirse en una pregunta semejante: ¿cuáles son las etapas y las preferencias estéticas de un “volverse escritor” que es, en Borges, tan proble- mático como estructurante? La respuesta, una autorrepresentación narrativa, le permite en todo caso articular las diferentes etapas de la obra y mostrar las abundantes tensiones que la atraviesan. Pero no se trata, vale la pena subrayarlo de nuevo, sólo de una manera de explicar el “ser autor”, sino también de serlo en Argentina, logrando que escribir una página o un libro en ese margen de Occidente equi- valga a escribirlos en cualquier parte del planeta (en “¿Por qué escribe usted?”, texto de 1945, Borges confiesa ese anhelo, el anhelo de que sus textos sur- jan “en Buenos Aires como [podrían] haber surgido en Óxford o en Pérgamo”) (TR2).

Después de haber evocado las modalidades de esa autorrepresentación, en la segunda parte se exponen algunas síntesis panorámicas sobre aspectos que están en relación directa con las etapas des- pejadas en la primera. Todos ellos apuntan, de una manera u otra, a un interrogante enfático, incrédulo y apremiante por el sentido, sea el del relato, sea el del hombre, sea el del universo, superponiendo la búsqueda de una hipotética explicación de lo exis- tente a un interrogante sobre las formas literarias, que son, en Borges, inseparables del efecto estético. En realidad, aunque su prosa se caracteriza por una rigurosa claridad, sus textos se inscriben en la tradición moderna de lo indecidible del sentido, cuando no en la del hermetismo, lo que sitúa la interpretación de lo escrito en un terreno ines- table e imprevisible. Si también, según otro rasgo moderno, se reemplaza a veces la escritura de una aventura por la aventura de una escritura, en Borges esa aventura gira alrededor de intermitentes y fugaces autointerpretaciones de lo narrado.

Ambas perspectivas –autobiografía fabulada, dramatización del sentido– aluden a apasionadas encrucijadas vitales y metafísicas, que son insepa- rables de recursos narrativos novedosos. En la bús- queda de respuestas a cómo ser escritor y a cuál es el sentido del texto, del hombre y del mundo, Borges inventa, entonces, dispositivos de creación. Los dos aspectos también lo insertan en las aporías de la tradición moderna mencionada, la de escribir cuando ya todo está escrito, la de escribir en tiempos en los que se han diluido las grandes explicaciones y en los que predominan la ironía, el espíritu crítico, junto con el arduo imperativo de una originalidad en realidad inalcanzable.

Si tomamos en cuenta la sobredimensionada bibliografía crítica sobre Borges, escribir sobre este autor es, hoy en día, repetir o, en el mejor de los ca- sos, reescribir. Tómese por lo tanto en cuenta que muchas de las afirmaciones que siguen están ba- sadas en o inspiradas por esa bibliografía, y no es imposible que alguna cita no identificada como tal aparezca, involuntaria pero borgeanamente, en el texto. En particular, este estudio mucho le debe a libros y ensayos de algunos autores a los que se podrá consultar para prolongar o profundizar lo dicho aquí; me refiero, ante todo, a los trabajos de Sylvia Molloy, Alan Pauls, Daniel Balderston, Enrique Pezzoni, Michel Lafon, Ricardo Piglia y Emir Rodríguez Monegal, aunque por supuesto hay muchos más. El lector puede también recurrir a los complementos bibliográficos y a las variadas informaciones disponibles en la página web del Centro Borges de la Universidad de Pittsburgh. Para facilitar la lectura, reduje las referencias bibliográficas pero guardé las informaciones requeridas para situar las citas en la obra de Borges, a veces utilizando abreviaciones de los títulos que se aclaran en la bibliografía final. También traduje todas las citas tomadas del francés. Este libro es una adaptación del que fue editado por la editorial Presses Universitaires de Vincennes en 2018.

 

 

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