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Cómo desmantelar un barco

Alrededor de la primera novela de Laura Kogan

"Un barco es el relato de un proyecto titánico a lo Fitzcarraldo de Werner Herzog, pero que en vez de selva amazónica todo ocurre en el living de una familia de clase media en los años 70". Así presentó Esteban Castromán el libro Un barco, de Laura Kogan (Mansalva) en La Internacional Argentina hace un tiempo.

1. El último jueves pasé por acá para saludar. Atravesé ese mismo espacio donde ahora todos ustedes están escuchándome y esta puerta plegadiza marrón que ven detrás mío. “Vení, te presento a una nueva autora de Mansalva...”, dijo Nico a modo de invitación para sumarme en el diálogo.

Al principio hablaban entre ellos, parecían coordinar la presentación de su libro. No llegué a preguntar el título del libro ni a pedir que me recuerden (por más descortés que sonara) el nombre de la autora, porque atendí un llamado y salí la calle para hablar.

Mientras hablaba, me llamó la atención una tapa entre todas las exhibidas. Todo en ella era minimal y esquivo. Perturbador en su síntesis. Imagen de un río o laguna, estela blanca formada por la espuma que va dejando una embarcación. En la mitad superior de la tapa, sobre un cielo azul casi perfecto, en dos tipografías distintas (genuino Barilaro´s style) primero el nombre (Laura Kogan) y debajo tan solo dos palabras: UN BARCO. El logo de la editorial parecía haberse hundido con la marea pero, como siempre, estaba.

Cuando terminé de hablar por teléfono, volví a entrar a la librería y me reincorporé en la reunión. Pedí disculpas por la interrupción involuntaria y -antes de que comenzaran un nuevo diálogo- pregunté con bastante torpeza: acaso, ¿vos sos Laura Kogan y tu libro se llama UN BARCO?

Los tres reímos como si estuviésemos compartiendo algún código telepático.

Entonces Nico me preguntó: ¿te gustaría decir unas palabras en la presentación?

Por intuición respondí que sí: ya la tapa me había encantado. A los pocos segundos me alcanzaron un ejemplar del libro y, como acto reflejo, fui a la solapa y algo extraño estalló en mi cara. Decía así:

Laura Kogan nació en Buenos Aires.

En esta época de sobreinformación y pornografía comunicacional del yo, me pareció un gesto elegante para abandonar todo fetichismo vinculado a las ideas de autor y dejar que el libro se exprese con su propia voz.

 

2. Un barco es el relato de un proyecto titánico a lo Fitzcarraldo de Werner Herzog, pero que en vez de selva amazónica todo ocurre en el living de una familia de clase media en los años 70, tal vez para amortiguar la caída de los sueños.

El libro cuenta la historia de Eduardo Quesada, un hombre de decide dejar de trabajar para construir un barco en el interior de su casa. El resto de su familia, mientras tanto, intenta avanzar con sus vidas y experiencias personales.

Pero el barco no es un barco. ¿No es un barco?, me pregunto a mí mismo dudando de esta afirmación traicionera y prófuga del inconsciente. Y al toque me respondo: en realidad, sí, es un barco... pero bien podría ser otra cosa. Porque rebalsa una espesura metafórica, sobre la cual podría recaer el peso muerto de cualquier proyecto artístico o la mutación inflamada del paso del tiempo.

>>Fragmento de página 18:

“Con ese esquema fue pergeñando a partir de una fragmentación, la idea del conjunto. Tenía, eso hay que admitirlo, sentido de la belleza, pero se daba cuenta que como atributo no alcanzaba, se requería además una enormidad de nociones teóricas y prácticas. Esa teoría que los artesanos suelen resolver empíricamente. Quesada nunca se había dedicado a la carpintería, ¿cómo iba a convertirse en el ejecutor material? Pero además la construcción naval se trababa de un oficio, tenía sus maestros y aprendices, sus especialistas, ¿qué hacía él, sin ninguna tradición, probando oficios ajenos? Si no soy demasiado pretencioso, si imagino algo simple, no puede ser tan difícil, pensaba. Sin ninguna idea nueva, interrumpía el plan. Eso le dejaba un sentimiento de insatisfacción, de tarea no completada, que no había sentido nunca en su vida. Estaba atrapado en el interior de una energía imperiosa de terminar, él era parte de esa energía, como si sus pensamientos, sus músculos, su vitalidad tuvieran un único propósito. Un despertar nocturno lo llevaba a actuar, entonces leía literatura de procesos constructivos, se informaba de las técnicas, los materiales. Deambulaba por la habitación. Y de pronto, cuando un mínimo detalle significaba un enlace en la cadena de comprensión del fenómeno, una súbita seguridad lo inundaba y lo hacía estallar de alegría.”

 

3. Así como la solapa oculta información para hacer estallar el misterio, la novela está atravesada por ocultamientos, situaciones donde lo no-dicho y los silencios son la clave de convivencia dentro de la unidad mínima de lo social: una familia.

En esa postal, el resto de los personajes (además de Eduardo) tienen roles espécíficos y protagónicos. Hay un trabajo de relojería en la sensibilidad de ciertas situaciones. Por ejemplo, el personaje de Leonor.

>>Fragmento de página 34:

“Quizás su marido pasara la noche sin dormir. Leonor subió a la pieza, se fue desvistiendo lentamente. Colgó la camisa en una percha, puso la falda en el respaldo de la silla. Deslizó el camisón sobre su cuerpo desnudo y se sentó en la cama. Debería bañarme, pensó, pero le dieron ganas de continuar con la lectura. El libro había quedado abierto en el sitio que estaba leyendo la noche anterior. Cuando finalmente el cansancio pudo con sus intenciones, lo apoyó sobre la mesa de luz y dejó sobre las páginas abiertas el estuche de los lentes. Era un libro viejo, con el lomo desarticulado, que no regresaba a la forma encuadernada original. Así lo tomó la noche siguiente, sus rituales tenían que ver con el descanso, con la inducción al sueño. La noche le llegaba asociada al agotamiento físico, sin embargo conciliar el sueño era un grato trabajo que se tomaba, una desaceleración de la fatiga del día. La novela le atraía especialmente. Uno de los personajes se llamaba como ella. Las letras como hormiguitas negras diferenciaban su nombre, sorprendiéndola, como si fuera un estallido de su propia intimidad. De pronto, de la nada, verse escrita, como si la aparición de las letras, sus seis letras, la sacara y la expusiera en una vida, y esa vida hablara de sí misma, como si manifestara sus sentimientos reales. Al personaje le sucedían pequeñas historias dentro de una historia mayor, ella las leía como si un acto privado se visibilizara ante los ojos del mundo. Volvía una y otra vez sobre la palabra de su nombre, acariciando el texto. Como si alguien la llamara o aludiera. Como si verse escrita fuera verse en algún lado y surgiera una súbita conciencia de sí misma. Le gustaba regresar sobre los párrafos que la nombraban, salía de ellos iluminada. ¿De qué se trata el libro que estás leyendo?, le había preguntado Amarilis. Y Leonor le había contado algunos datos anecdóticos sin mostrar demasiado entusiasmo. Como si manifestarlo pusiera en evidencia sentimientos inconvenientes. Pero a la noche, volvía al texto en busca de su placer silencioso. Leer resultaba una función visceral, independiente del razonamiento o de la voluntad, que le producía sensaciones físicas: se ruborizaba o transpiraba. Al mismo tiempo, le parecía que en el quehacer del día vivía en un estado de confusión y ese momento, repentino e intenso, adormecido y fugaz, le fuera devuelta una forma de lucidez.”

 

4. La novela trabaja, además, un original punto de vista para reconstruir la atmósfera de una época a partir de personajes que ven pasar el drama desde cierta distancia para dedicarse a sus cosas.

Las batallas íntimas de cada uno para sobrevivir a los dramas del mundo (interior y exterior, primordialmente interior) y ciertas oscilaciones aleatorias en la propia experiencia, ancladas al típico dilema de la clase laburante argentina (cómo ganarse el mango) relegan a un segundo plano la posibilidad de observar el caos del entorno con una mirada lúcida.

Este procedimiento para sugerir el contexto político como ruido de fondo -que luego se va desnudando a partir de sutilezas, detalles, puntas de un ovillo enorme- me recordó el modo en que mis viejos me iban contando la dictadura.

Hacerse los boludos, mirar para otro lado, repetir en voz baja que al de enfrente se lo llevaron porque seguro andaba en algo raro.

Pero más allá de todo, ese rollo negador como signo de época es puesto en abismo y derribado en la mejor escena del libro: un espectáculo de boxeo que me recordó al plano secuencia inicial de la película “Ojos de Serpiente” (Brian De Palma, 1998); entrenamiento literario, velocidad narrativa, precisión en cada frase.

Si algo está claro, lo que retumba más fuerte en Un barco es el efecto que el paso del tiempo imprime sobre las voluntades y los cuerpos. Porque al fin y al cabo todos terminaremos perdiendo por knockout o por puntos.

>>Fragmento de página 70:

“Esos años lo habían convertido en un hombre mayor con la cabeza blanca. Si se lo miraba a plena luz, los surcos en la comisura de los labios le marcaban la boca. En esos años en que había eludido a medias el calvario en que se había convertido la vida en la ciudad y en el país, en los que se había distraído del declive del envejecimiento, de la falta de agilidad y de los achaques, en esos años, en que destinado a la misión del barco había preservado como un convicto la ilusión de libertad, había recuperado la fe en sí mismo, a partir del trabajo hecho con sus propias manos.”

 

 

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