_{Por Leonardo Sabbatella.}

El interés de Fabio Kacero por la escritura no es meramente literario. O debiéramos decir que no se reduce a la redacción de libros, sino que la escritura y los juegos con el lenguaje verbal han sido materiales privilegiados de su obra plástica.

La imitación de la caligrafía de Borges para escribir como Borges, la enorme lista de palabras inventadas (especie de diccionario de neologismos en expansión) o los libros conceptuales de los que sólo hay títulos e índices, ya nos habían alertado que para Kacero la escritura es un modo de enloquecer el sentido. A Carlos Pertius: el espacio, el nuevo libro de Kacero, es una serie de poemas enrarecidos. Un libro apenas deforme, lo suficiente para preguntarse qué es lo que se está leyendo.

La poesía de Kacero es directa y libre, es una prosa cortada (respirada) como verso. Una de sus virtudes es que no da vueltas ni grandes rodeos para decir lo que quiere decir. Incluso cuando los poemas se tornan herméticos o disparatados, pareciera no haber un sentido oculto ni una articulación de alegorías por descifrar, sino solamente el lenguaje puesto a funcionar como una máquina rota; como las ruinas de máquinas tipográficas con las que hizo una instalación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA a fines de los ochenta –uno de los gestos duchampianos de su obra.

Los poemas de Kacero crean otras variables para la vida cotidiana. En esos momentos los textos se convierten en pequeñas piezas maravillosas o fantásticas (en el doble sentido que guardan ambos términos). El punto de partida suelen ser imágenes de lo que podríamos llamar "el mundo real" para rápidamente cambiar las reglas y hacer, por ejemplo, que dos chicos proyecten las sombras de las cosas que no tienen sombra. A menudo los poemas invierten las funciones para generar un gag, como es el caso del poema donde un director de cine es contratado para simular un alunizaje pero exige filmar en la luna. En el poema “Variaciones Townshend”, Kacero practica el absurdo de forma prodigiosa con una serie de preguntas y respuestas sobre lo que puede hacer un brazo. Cada poema aparece como un ejercicio de desconcierto, como un sistema inestable que comunica su forma antes que su contenido.

La escritura de Kacero es múltiple; hay veces que al pasar de un poema a otro queda la impresión de que fueron escritos por manos antagónicas. El registro en el que escribe es de una amplitud tal que conviven desde César Aira, William Carlos Williams y cierta tendencia de la poesía de los 90, hasta las películas de Jim Jarmusch y la modulación del fantástico cotidiano. No falta en la escritura de Kacero el eco de las vanguardias de principio de siglo 20. En el poema "Fuente y regalo" anota indirectamente la máxima surrealista de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección para luego hacer referencia al urinal de Duchamp y la plancha con tachuelas de Man Ray. La tradición de la vanguardia (por paradójico que suene) es el linaje en el que se inscribe y, al mismo tiempo, la materia prima con la que trabaja.

Los libros de Fabio Kacero vendrían a ser contrapruebas de su relación con la escritura, como si fueran el negativo de su obra plástica con la que consiguió “escribir sin escribir”. Aunque no hubiera escrito una sola línea, de todos modos podría reclamar la nomenclatura de escritor.