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El nacimiento de un estilo: cuando Carrére se puso a escribir sobre Dick

Sobre Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos

"Un escritor escribiendo sobre la vida de otro escritor no puede evitar hacer crítica literaria. El tema, como siempre, es de qué modo insertarla en el texto para que no quede descolgada, para que no se rompa el arrullo del que hablaba Hemingway y sigamos embelesados por lo que estamos leyendo. Podríamos decir, tensando un poco la cuerda, que Carrère encontró en la biografía una forma de la crítica", escribe Nacho Damiano.

Por Nacho Damiano.

 

 

El 16 de diciembre de 1928, en Chicago, Dorothy Kindred Dick dio a luz a una pareja de mellizos prematuros nacidos con seis semanas de antelación y muy flacuchos los dos. Los llamaron Philip y Jane. Dicen que por ignorancia, porque la madre no tenía suficiente leche para alimentarlos y porque nadie, familiar o médico, le aconsejó el uso del biberón para completar la dieta, Dorothy dejó que los bebés pasaran hambre las primeras semanas de vida. Jane murió el 26 de enero.

La enterraron en el cementerio de Fort Morgan, en Colorado, de donde era originaria su familia paterna. Junto a su nombre, en la lápida, grabaron el nombre de su hermano, con la fecha de nacimiento, un guion y un espacio en blanco. Poco después, los Dick partieron rumbo a California.

 

Lo que acaban de leer es el primer párrafo de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Anagrama) la biografía sobre Philip K. Dick que Emmanuel Carrère escribió en 1993 pero llegó a las librerías de nuestro país hace más o menos un mes. Transcribí el comienzo porque cualquier comentario o glosa que hiciera habría perdido la fuerza titánica que tiene esa prosa. En doce líneas logró un clima que hace que no se quiera soltar el libro hasta la última página. Y sabe cómo sostenerlo.

Borges dijo alguna vez que la realidad puede evitar la obligación de ser interesante. Es por eso que muchas obras de lo que ahora se conoce como “autoficción” o “ficción del yo” naufragan: porque no siempre lo que nos pasa es interesante. Pero algo bien distinto es basarse en cosas que “más o menos” sucedieron de determinada forma para usar esos eventos como disparadores. Si hay alguien capaz de escribir una biografía interesante, ése es Emmanuel Carrère.

Leyéndola en retrospectiva, la mayor parte de su obra (por lo menos la que lo hizo ganarse un nombre en las letras a nivel mundial) está compuesta por formas de la biografía. Esa “no ficción” que se convirtió en su marca registrada no es más que tomar algún elemento de la realidad y construirle, con la paciencia de la araña y la precisión del cirujano, un universo alrededor. El adversario está armado de esa manera, y también De vidas ajenas, Limónov y, en cierta forma, El reino.

No sería ilógico pensar que fue durante la escritura de Yo estoy vivo… cuando Carrère encontró su estilo. Quizás haya sido el hecho de escribir una biografía lo que lo obligó a reflexionar en los detalles de cómo se construye un narrador que cuenta la vida “real” de otra persona. ¿Dónde se pararía ese narrador? ¿Cuán consciente del hecho mismo de estar escribiendo estaría ese narrador? ¿Debería involucrarse en lo que está contando o limitarse a narrar desde afuera, a lo Flaubert? Son preguntas que se hace cualquiera que esté escribiendo algo, pero los grandes escritores encuentran respuestas más interesantes.

Hasta ahora hablamos de las decisiones que se toman a la hora de escribir una biografía. Pero nada menor es elegir quién será el biografiado. La elección no pudo ser más acertada: la vida de Philip K. Dick le permite, a quien la escriba, hablar de I Ching, drogas, catolicismo, autoridades psicodélicas, profetas, clarividentes, la teoría de Turing, inteligencia artificial, psicofármacos, arqueología, biología, paleontología, historia, física, química, imaginación, los Beatles, Borges, Tolkien, Lovecraft, el FBI y la guerra fría. Y hay algo, en la vida de Dick y en la escritura de Carrère, que hace que no parezca una acumulación borgeana sino que tenga cierta coherencia y que nunca, pero nunca, pierda el interés.

No soy un gran fanático de Philip K. Dick. Leí en la adolescencia, como la mayoría, algunas de sus novelitas. Entendí, como la mayoría, bastante poco. Me limitaba a disfrutarlas y a pasar las páginas como un poseso, llegando al punto final pocas horas después de haber leído la primera línea. Carrère me mostró lo equivocado que estaba, el universo que me estaba perdiendo. Como ejercicio para este artículo releí la que mejor recuerdo me había dejado: Ubik. Así como Kafka creó a sus precursores, para mí, el libro de Carrère creó a Dick: me encontré con un universo apasionante, resuelto con una prosa directa y dinámica. Si hubiera sido la obra de otro autor, con toda certeza habría tenido el doble de páginas o, incuso, habría originado una saga de dos o tres tomos. A Dick no le hizo falta. La terminó y a otra cosa.

Pocas cosas son más apasionantes para alguien que escribe que tratar de entender cómo trabaja un autor que admira. En Yo estoy vivo…, quizás por ser un libro de juventud, se notan las estrategias literarias de Carrère mejor que en cualquiera de sus libros posteriores. Lo primero que salta a la vista es la diferencia entre el “efecto realidad” del que hablaba Barthes y lo que podríamos llamar el “efecto verdad” que usa constantemente Carrère. En la biografía de Dick podemos leer diálogos y pensamientos del biografiado a los que el biógrafo no tuvo acceso, pero están escritos con tal solidez que el lector se olvida de que está leyendo una biografía y piensa que está frente a una novela. Esa sensación de estar haciendo equilibrio entre la no ficción y la invención absoluta es producto de una técnica que Carrère maneja con maestría. En Yo estoy vivo… la estaba descubriendo. Y nos invita a acompañarlo en ese viaje.

Pero eso no es todo. Un escritor escribiendo sobre la vida de otro escritor no puede evitar hacer crítica literaria. El tema, como siempre, es de qué modo insertarla en el texto para que no quede descolgada, para que no se rompa el arrullo del que hablaba Hemingway y sigamos embelesados por lo que estamos leyendo. Podríamos decir, tensando un poco la cuerda, que Carrère encontró en la biografía una forma de la crítica. Y el mecanismo que encontró es fantástico: ya que va a usar con mucha frecuencia la primera persona del biografiado, que sea él mismo el que opine de su obra. Carrère escribe que Dick dice: “Debía sobreponerme al rechazo que me inspiraba mi estilo, tan seco que temía ver las palabras desmoronarse, desplomarse hechas polvo sobre el papel: una sintaxis pobre, repetitiva, puramente lógica, sintaxis de androide; un vocabulario cada vez más abstracto, sin calidez ni sorpresa, nada que fuera sensitivo, nada que evocara el espesor sensual del mundo”. Habría sido muy difícil decir algo así sobre la escritura de Dick sin que parezca pretencioso o altanero. Había una sola forma de que no suene mal y Carrère la encontró.

Lo que también encontró es la excusa para inventar lo que no conocía. Es decir, para ejercer el oficio de escritor, dejando al descubierto su programa de trabajo, su forma tan propia de entender la narración. “Donna, como todas las personas a las que aludo en este capítulo, tenía otro nombre, que ella prefiere no ver publicado. Pero se llama Donna en el libro que Dick escribió unos años más tarde, y del que me he servido para redactar estas páginas.” En una frase corta, Carrère nos dice que está inventando, pero que se nutrió de muchísimas fuentes y, por sobre todas las cosas, que conoce la obra de Dick como si fuera la propia. Consciente del género que está escribiendo, incluso, va más allá y lo especifica: “Aquí no quiero extrapolar. No dudaría en hacerlo si estuviese escribiendo una novela: estaría tentado, y lo he estado, de situar su desarrollo en las únicas dos semanas de las que se ocupará este párrafo”. Carrère es muy consciente de que está escribiendo una biografía y no una novela. Pero también es consciente de que la va a escribir a su manera. Lo que quizás no supiera en ese entonces era que estaba fundando su estilo.

 

 

 

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