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Una máquina de gracia perpetua

Sobre la novela de Hilary Mantel, Fludd

La autora inglesa, única mujer al momento en ganar dos veces el Premio Man Booker, se internó en la vida del médico, erudito y alquimista nacido en 1547, Robert Fludd, para escribir una novela extraordinaria que Fiordo tradujo por primera vez en español.

Por Valeria Tentoni

 

"Si cualquiera de nosotros pudiera girar lo suficientemente rápido, llegaría a entrever su propia cara", le hace decir Hilary Mantel a Fludd, el personaje que protagoniza la novela que Fiordo publicó en Argentina, con traducción de Ariadna Molinari Tato. La escritora inglesa, nacida en 1952, es particularmente conocida por sus novelas históricas, y gracias a ellas se convirtió en la única mujer que haya recibido al momento dos premios Man Booker: en el año 2009 por su novela En la corte del lobo (la primera de sus novelas de Thomas Cromwell, ambientada en la corte del rey Enrique VIII), y en 2012 con Una reina en el estrado.

En el tomo de Fiordo partió de la silueta magnificente de Robert Fludd —un médico, erudito y alquimista nacido en el año 1574—, y la arrojó en un pueblo que no existe en ningún mapa: Fetherhoughton, inventado en algún lugar de Inglaterra y cerca de la frontera con Irlanda. Su aparición allí es tan misteriosa como la historia del Fludd real: Ediciones Atalanta publicó, por caso, el libro Macrocosmos, microcosmos y medicina, un compendio de la obra del místico inglés en cuestión que se destacaba, entre otras cosas, por las maravillosas ilustraciones y grabados de sus muchos tratados. Joscelyn Godwin explica entonces el olvido al que Fludd parece haber caído desde su muerte, hace ya siglos: "No fue lo bastante original en ninguna de las disciplinas que harían historia, como la astronomía, la mecánica, la filosofía, la medicina o las artes. Otra razón fue su obsesión por unas cuantas ideas dominantes, como las pirámides de espíritu y materia, el monocordio, el weather-glass, su teoría de los vientos, la geomancia o el experimento alquímico con trigo. Cada uno de estos temas generó estudios de la longitud de un libro en los que cada circunstancia, cada combinación, está laboriosamente explicada, recurriéndose con frecuencia a la autoridad bíblica", dice. En 1630, por ejemplo, Fludd habría ideado una máquina de movimiento perpetuo. La ciencia la presenta como una máquina hipotética, y Leonardo Da Vinci, doscientos años antes, ya había diseñado un sistema que demostraba su imposibilidad. El Fludd que murió en 1637 se interesó por la música, por la anatomía, por la metafísica, por el cosmos. "Los historiadores, al menos hasta muy recientemente, han ignorado la corriente de pensamiento a la que Fludd hizo su contribución más permanente: la tradición esotérica, y específicamente la combinación del hermetismo cristiano con las ciencias ocultas", explica Godwin.

Aquél olvido, habrá deducido la autora, era el terreno fértil donde levantaría su novela. En una entrevista con El País, a propósito de su trilogía de Cromwell, a la pregunta del entrevistador por el equilibrio entre la precisión y la creatividad al que obliga este tipo de escrituras, Mantel respondió: "Quiero dar al lector la seguridad de que lo que digo que pasó, pudo haber pasado. Alguien como Thomas Crom­well está muy bien documentado. Si quiero que vaya de viaje tengo que encontrar una grieta, dos o tres días en los que no están recogidos sus movimientos. ¿Dónde pudo haber estado? Los espacios en blanco en los diarios o entre cartas son mis oportunidades. Me mueve la curiosidad, el potencial de los espacios vacíos".

Así, a la manera de una máquina perpetua que no necesita de más que un impulso inicial, la escritura de Mantel —esa mujer que declaró que podría haber sido médium en vez de escritora— avanza arrojando a Fludd, ahora convertido en personaje suyo, entre las vidas de otros personajes.

Todo comienza cuando Miss Dempsey llama al Padre Angwin, como a un Lázaro, para que se levante y ande, que tiene visitas y nada más y nada menos que del obispo. Los reclamos para la pequeña iglesia que comanda Angwin son muchos, y el desempeño que ha venido teniendo en ese pueblo sin árboles, cruzado por el viento y asentado entre páramos, no convence a las autoridades. Hay que aggionarse. “La gente de aquí tiene deficiencias en cuanto al poder de la plegaria”, se excusa, su fe tambaleante. “Son gente simple. Yo mismo soy un hombre simple”. Pero la decisión está tomada y su modesto imperio se verá interrumpido.

Por primera medida le ordenan desprenderse de las estatuas, de sus santos a escala. El padre Angwin sufre. Por segunda medida le prometen un interventor en las horas venideras. El padre Angwin sufre y espera.

Cuando llega Fludd no puede imaginar se trate de otra cosa que del vicario. Sin embargo, lo acompaña en sus recorridos, le presta el paraguas, se queda dormido mientras conversan hasta que la noche se cierra sobre sus cabezas y el té se enfría. Le muestra el camino, incluso, hasta el convento donde vive Filomena, la aliada que transmutará su destino en esas horas que crecen, lluviosas, como un sueño.

Publicada originalmente en 1989, la novela es, en efecto, magnética, tal y como prometen los premios que recibió y la contratapa que le prepararon para esta que es su primera versión en español. Con una prosa bruñida y descripciones de belleza milimétrica —que articulan un variado sistema de personajes por igual entrañables—, Mantel se impone desde el arranque hasta el final. En la trama de Fludd, cruzada por críticas a la iglesia católica (no debemos olvidar que la autora decidió abandonar aquella fe con tan solo doce años), el tono de comedia no extingue la trama subterránea de la liberación de Filomena, ni la de la confiscación de la materia de su amor. Algo para lo que Fludd la había dejado bien preparada con su advertencia: "Los ángeles no nos siguen. Nadie nos sigue, salvo nosotros mismos".

 

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