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Una poética del realismo suburbano

Sobre Plaza Sinclair, de Jorge Consiglio

El texto que Claudia López Swinyard leyó para presentar Plaza Sinclair, publicado por Editorial Conejos. "Ser precisamente uno mismo es la épica cotidiana del universo narrativo y es la apuesta existencial de la poesía de Consiglio".

Por Claudia López Swinyard.

 

En el principio (en el epígrafe) está Juan Ele: “El delirio revela una larga preparación en las tendencias antiguas del carácter”. Así entramos a este nuevo libro de Consiglio. Una larga preparación también define el trabajo más soterrado de la poesía, la intermitencia, el texto que irrumpe como un exabrupto natural, antiguo y renovado.

Mientras que las novelas y los cuentos de Consiglio se respaldan en los hábitos, la disciplina y sus horarios de conjura, los pequeños síntomas y las acciones premeditadas (escuchar de soslayo, preguntar sin escrúpulos, elegir con fruición una ventana, mirar los rieles, tener a mano los luctuosos volúmenes de la biblioteca) los poemas, como el delirio que Jorge se permite, parecen sobrevenir, incluso en el interior de su narrativa, como un rayo. Y hay una fidelidad en conservar, sin sujeciones, esa luminosidad. Cito “Una luminosidad sin énfasis /apoyada en la certeza / de que lo sublime / a la larga o la corta / se impone”. Hoy se impone Plaza Sinclair y lo festejo. Una luminosidad sin énfasis, esto es, la necesaria para ver. Una luminosidad que se traslada y define los momentos líricos en su narrativa. Cito un fragmento de El bien: “Desde la 10 de la mañana, yace sin vida en un departamento sin vecinos ni curiosos. Perdió el último de sus siete anillos, la pieza de dos hebras de plata que se trenzan y de las que surge una flor de cinco pétalos. // Ya no tendrá que soportar un nuevo dolor. La muerte entró en él, decidida, y las voces de sus verdugos hace horas que no lo aturden. Cierta luminosa serenidad justifica su cadáver”. Luminosidad y precisión podrían muy bien definir esta poética. Una poética del realismo negro o suburbano de nuestra literatura, lejos de la rosa de Milton, cito: “Sobre el hule / una flor de plástico / dichosa y sensitiva, / despliega, como por azar,/un laberinto (…)”

Este nuevo laberinto o delirio que es Plaza Sinclair no se emparenta con la turbación de los sentidos ni con los juegos de acrobacia con los que, tan a la ligera, a veces se define a la poesía sino con una larga preparación gestada en Las frutas y los días (creo, su primer libro de poemas). Allí, sentencia: “Toda catástrofe necesita tiempo”. Desde este libro en adelante, Jorge estará atento a sus propias traiciones: por una vez, la vez de la escritura, desnudar una percepción personal del mundo. Vencido el empeño en que las cosas sean “como deben ser” (cualquier “deber ser” en la caja de resonancia que somos), vencida esa obstinación enemiga, advierte Jorge: “precisa es la zona de tus horas”. Allá, por 1992, el joven busca sus horas. Hoy, el hombre anda con un hijo a cuestas del que no recuerda el nombre. Jorge, como Gari (el personaje principal de Plaza Sinclair) “no está cómodo / pero no elige otra cosa / ni ambiciona un destino diferente".

Ser precisamente uno mismo es la épica cotidiana del universo narrativo y es la apuesta existencial de la poesía de Consiglio. Cito un fragmento de su novela Hospital Posadas: “A veces, cuando no tiene nada que hacer, barre la vereda. Si lo hiciera cualquier otro no tendría sentido (a quién se le ocurre limpiar en medio de una demolición), pero verlo a Oscar con una escoba en la mano, cargado de hombros, serio como perro en bote, haciendo lo suyo, genera bienestar. La ventura radica en saber que existe por lo menos una persona en este mundo que ocupa el lugar que su voluntad y el deber demandan”. Salto al poema “Del parque” donde dice lo mismo, pero de golpe, como en un haiku: “No hace falta/ dar muchas vueltas/para estar en el /centro mismo/de la cuestión”. Como los innumerables perros que habitan la ficción, que dan vueltas hasta estar en el centro mismo, la lectura de los textos de Consiglio puede ser una oportunidad para preguntarnos cuál es, en nuestro acotadísimo espacio personal, la cuestión. La pregunta por el lugar y, con ella, la pregunta por la distancia en relación a los y las otras con los que conformamos la geografía de nuestra existencia es central en la propuesta retórica y ética de Consiglio. Así, con esta duda para nada cartesiana, el narrador y la voz poética logran interrumpir la mecánica de la historia para abrir aquella zona, la zona de nuestras horas. Vuelvo al parque, cito: ““No hace falta/ dar muchas vueltas/para estar en el /centro mismo/de la cuestión// Se trata/del hito,/del ombligo primero / que dispara / el flujo centrifugo / de lo personal //Allí circula / la identidad como rúbrica perfecta//Marca y pronóstico / de una vida,/ en apariencias, / arbitraria // Para decirlo en dos palabras: /el barrio (…) Algo en el fondo del alma, / una arenita, / devela la simplificación/ del binarismo”. 

Hoy el centro mismo de la cuestión reverbera en estos pañuelos verdes y las mujeres hemos dado el sí a la manera de Susana Thénon. La cito: “me he casado/ me he casado/ me he dado el sí / un sí que tardó años en llegar / años de sufrimientos indecibles /de llorar con la lluvia / de encerrarme en la pieza/ porque yo -el gran amor de mi existencia-/ no me llamaba/no me escribía/ no me visitaba/y a veces /cuando juntaba yo el coraje de llamarme /para decirme: hola, ¿estoy bien?/yo me hacía negar”. Darnos el “sí” implica denunciar, al mismo tiempo, lo que Consiglio llama “la simplificación del binarismo”, simplificación que promueve cada escena de violencia que define la patria. Y en el centro mismo de la cuestión, se me ocurre que las constelaciones de hombres que articulan sus textos, plantean una mirada compleja sobre la masculinidad. El  padre, los obreros de la demolición, los embates de un menage a trois mal compensado, la competencia, el milico, los violadores y torturadores, el marido, el amante, el ex, se solapan, se descubren, se sostienen y se derrumban en círculos inmediatos (un mismo hospital, una ruta, una plaza, un super chino, para decirlo en dos palabras: el barrio). En medio de ellos, en el centro mismo de la cuestión, un hombre mira, Gari volviendo en trena su Itaca bonaerense “No está cómodo/ pero no elige otra cosa / Esquiva la holgura / porque cuida su relación / con el mundo / aunque no lo diga / se sabe bendecido / por la dialéctica generosa / que mantiene con las cosas”. También mira el centinela de otro libro de poemas, La velocidad de la tierra, cito: “En su alta guarida de piedras rapaces / sólo cuenta con su nombre/ y con la memoria preñada de una angosta certeza de armas //Vive al amparo de su sayal de violencia (…) tiene la mirada peregrina y solitaria/ amarilla de desconfianza”. Tal vez esa distancia (entre el trabajo y el hogar o entre batalla y batalla) sea el paréntesis que los hombres necesiten para reescribirse, para reconocerse, para “cuidar la relación” cito “Las victorias / que acarician / las sienes de los héroes / nunca son prolijas / se deshilachan / en un conjunto / de versiones contradictorias / de la misma historia / Y, en este caso/ la victoria tiene que ver / con el pan que cada uno / se lleva a la boca /”.

El pan que cada día un escritor o una escritora nos llevamos a la boca viene amasado por una larga tradición y urgido por la necesidad de dar cuenta de una experiencia. Y por acá me gustaría meterme, para terminar, en la palabra luminosa de Benjamin.

Se ha agudizado la anestesia brutal con la que la macro-política y los medios masivos intentan evitarnos una experiencia personal y social del mundo. Cada tanto las calles (vuelvo al pañuelo, a los pañuelos) claman y así sostenemos una relación con la verdad desde la consagración de una experiencia íntima y colectiva. Cualquier movimiento, en términos de Benjamín, cualquier viaje o salida, pero también cualquier forma asumida de permanencia o de arraigo generan la necesidad de contar. Y cómo necesitamos contar, en estos días, que cuente lo que nos pasa.

Esta doble identidad (el sedentario y el nómade) están en la literatura de Consiglio. Intuyo que es en la poesía donde se abandona más a la salida, a la perplejidad; en sus poemas es más leve la construcción de los universos de pasaje: no hay familia ni dioses tutelares y la violencia (como la patria) se construye con detalles más frágiles. Cito, “Es muy temprano / en Buenos Aires, / y las hamacas, /restos fósiles/ de algún animal desconocido, /dan cuenta / de una memoria perdida”. La mañana como promesa, esa luminosidad repetida.

"¿Para qué son los días?”, nos preguntaba hace poco Laurie Anderson en el teatro Opera, “Para despertarnos, para ponerlos entre noches sin fin”, respondía Laurie, “. Vamos un poco a tientas entre restos fósiles, tomamos y olvidamos la promesa del sol. A pesar de los pesares, las mañanas suceden y, con ellas, la posibilidad de que alguna catástrofe o algún delirio, nos definan. “Todos los días / empiezan igual / y son distintos”, dice Jorge y termina Plaza Sinclair, cito y me despido: “Pienso en la primera sonrisa / que recibí en la vida./ Y me entusiasmo / (…) la distancia que existe / entre las cosas / de este mundo / se mide en / metros, pulgadas, / kilómetros, centímetros / y leguas / de allí, quizás,/ la conclusión kafkiana / de que no hay viaje, / por corto que sea, / que no resulte interminable”.

 

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