El producto fue agregado correctamente
Blog > Librería > Narrativas emergentes
Librería

Narrativas emergentes

A partir de la publicación de la antología Panorama Interzona, compilada por Elsa Drucaroff, el martes pasado la autora y José María Brindisi participaron de un panel donde hablaron de las narrativas emergentes de la Argentina.

Desgrabación: FP.

elsa drucaroff, josé maría brindisi

En los últimos dos años Elsa Drucaroff se ocupó de la literatura joven (la cursiva no es inocente). El año pasado publicó una larga investigación acerca de los autores nacidos en la postdictadura: Los prisioneros de la torre se ocupó de los escritores jóvenes que publicaron hasta 2007. A partir de aquel libro se abrió una serie de debates que continúa hasta la actualidad. Este año, la editorial Interzona le propuso hacer una antología sobre los escritores que quedaron por fuera del límite de 2007: el resultado es Panorama Interzona. Narrativas emergentes en la Argentina. A diferencia de Los prisioneros de la torre, Panorama Interzona es una antología compilada por Drucaroff. Pero no son textos escritos a propósito de la antología sino que son textos (textos: cuentos, poemas, obras de teatro, crítica, entradas en blogs) seleccioanados por Drucaroff. A partir de la publicación de Panorama Interzona, el martes pasado mantuvimos un encuentro en la librería en el que participaron Elsa Drucaroff y José María Brindisi, con la moderación por Patricio Zunini, en el que hablaron de las narrativas emergentes: temáticas, influencias, estilos.

Patricio Zunini: Buenas tardes. La idea es, con la excusa de la publicación de la antología Panorama, compilada por Elsa Drucaroff, hablar con Elsa y con José María Brindisi sobre estas narrativas emergentes de escritores relativamente jóvenes —en el prólogo Elsa menciona un límite de hasta 45 años—. Al libro lo podemos usar como plataforma para entender sobre qué se está hablando hoy.

 

Me gustan mucho las antologías, me parece que es como cuando vas a un recital donde aparece una banda atrás de la otra y cada uno quiere mostrarse. Me gusta que el libro se llame Panorama porque da cuenta de un estado del arte. No tiene la vocación de otras antologías que proponen ser taxativas “esto es lo que hay que leer”. Por otro lado, me gusta muchísimo que el subtítulo sea “Narrativas emergentes de la Argentina”. Un emergentes es algo que sale a la superficie. Una palabra que se puede tomar desde la psicología, que le quita el valor intrínseco de “lo nuevo”,  como si algo por el sólo hecho de ser nuevo fuera valioso. Cada vez que leo esa palabra me acuerdo de la canción “Mientras miro las nuevas olas” de Serú Girán y me pregunto cuánto dura lo nuevo.

Algo más para saludar el libro es el empecinamiento de Elsa de leer la narrativa “joven”. A diferencia de otros críticos, Elsa Drucaroff se permite leer y ubicar esta generación. Y por último –y esto lo abro totalmente a debate– quiero señalar algo. En el libro no aparece Fabián Casas, obviamente tiene un poco más de 45 y no es desconocido. Pero, tal vez porque descubrí hace poco su poesía, me di cuenta de que Fabián Casas es una influencia muy grande en la narrativa joven porque ha logrado de alguna forma vincular la alta cultura, la poesía de Elliot, con la música de Zeppelin. Casas logró reconocer una vinculación que nos atraviesa a todos. Casas no habla de los Simpson como sí lo hace Hernaiz en un texto incluido en la antología, pero si fuera de nuestra edad seguramente lo haría. Y aún así no se olvidaría de los filósofos alemanes. Me parece que es la influencia de la poesía de los noventa, encarada en él

José María Brindisi: En el año 2000 laburaba para la revista Tres puntos. Un día estaba haciendo una nota sobre nueva narrativa argentina y lo llamé a Saer (no encuentro palabras para hablar de mi admiración por Saer) y le pedí que me hablara de autores nuevos. Estaba acostumbrado a escuchar que se bastardeara a Abelardo Castillo como autor de otra época, y cuando le pregunté, Abelardo me nombró cinco o seis tipos que yo no conocía. Pero cuando le pregunté a Saer, me nombró a Chefjec y a Alan Pauls. Me gustan los dos, siempre supe que Alan Pauls iba a escribir una gran novela y la escribió, etc., etc., pero era como para ofenderse. Hace veinte años que doy talleres, tengo un montón de gente interesantísima que incluso podría nombrar para futuras antologías (no en detrimento de los que están en esta, por supuesto), y me parece alucinante encontrar que no conozco al ochenta por ciento de los escritores incluidos en Panorama.

En Los prisioneros de la torre hay un momento en el que se dice que la nueva narrativa argentina de la postdictadura era surgida de un trauma. Ese trauma, por supuesto, era el del pasado negado y doloroso en términos literarios; y también se habla de una ruptura, de una discontinuidad. Cuando leía estos textos pensaba, y lo pienso todo el tiempo en mis talleres, que esa ruptura está presente. Es clarísimo que estamos leyendo a un montón de escritores, y quizás eso incluya todavía, a pesar del recorrido y del tiempo, a los de mi generación como una serie de –para bien o para mal, las dos cosas quizá a la vez– una escritura sin mapa, sin modelos claros. Creo que un rasgo muy distintivo de esta escritura es la distancia y la frialdad. Eso no quiere decir que no pueda conmover, pero puede ser que a veces haya una displicencia con eso que me parece tan medular de algunas literaturas. Ni siquiera estoy hablando desde lo valorativo, no quiero hacer psicología barata, no sé si es un modo de protegerse, si es un modo de no saber hacia dónde se va, pero definitivamente algo de eso hay.

Pensaba en los autores anteriores, en aquel panorama enorme del que Elsa toma nota Los prisioneros… y analiza tan profundamente: cómo reaccionaban otros pueblos ante catástrofes…, es difícil hablar de similares, pero catástrofes como la nuestra. Si digo “mi amigo vivió en Varsovia en 1946”, la cabeza de todos va a tal lugar y si yo no me doy cuenta de eso, estoy pensando mal: o me hago cargo o lucho con eso. Pensaba en la literatura norteamericana de posguerra, por ejemplo, y, aunque no me gusta ese paralelo porque me parece muy desprolijo, pensaba en lo que pasa con la literatura alemana de posguerra a esta parte, en eso que Sebald dice en Sobre la historia natural de la destrucción. El hablaba tan puntualmente cuando decía “la culpa es tan grande que ni siquiera nos quejamos” (ni siquiera nos quejamos porque los ingleses bombardearon todas las ciudades alemanas con Alemania ya vencida, en los últimos días). Ese es un paralelo con nuestra catástrofe que no se puede hacer, pero hay otros que sí se pueden hacer. Tengo la sensación de que desde cierto lugar –a riesgo de decir una barrabasada– hay algo de lo que pasó acá que es peor todavía.

Efectivamente, el lugar común de que faltan eslabones en el medio, que liguen nuestro presente con el pasado traumático de la dictadura, es totalmente determinante. Nos faltan a nosotros, y a los que escriben después, ni hablar, no pueden ser huérfanos porque no tienen padres. Cortázar tuvo que pagar el haberse convertido en un símbolo tan tempranamente (porque los noventa y el cinismo tan significativo de los noventa hizo que enseguida nos paráramos en la vereda de enfrente. Siempre digo que la remera del Che le jugó un poco en contra. Rayuela no le hace justicia, el mejor Cortázar está en otro lado) y cíclicamente pasa algo similar con Borges: no fue el escritor de los ochenta para la gente de mi generación, sí lo fue en los noventa, y no sé bien qué pasa hoy. Quizás Borges sea tan bueno que se imponga a pesar de todo.

Quiero continuar con algo que señala Ignacio Apolo en un artículo de Panorama InterZona, a partir de un trabajo de Elsa: el tabú del enfrentamiento. Me hizo pensar muchísimo porque es algo que veo. Salgamos de la literatura, porque después de todo hay una pata que tenemos que tener afuera, la gente todo el tiempo cuando habla se está disculpando, está aclarando que no está discutiendo. Hay pánico a enfrentarse. A mí eso me da cierto miedo porque la efusividad de lo que está pasando ahora, aún cuando uno no tenga los dos platos, o que uno comulgue más, menos, pongámosle nombre, con el kirchnerismo, con lo que se despertó en estos años, me da miedo porque me acuerdo lo que pasó en los ochenta. En el ‘88 uno ganaba minas si decía que la política era una porquería. En el ‘88, no en el 2000. Demasiado pronto, ¿no? Tengo un poco de miedo de lo que está pasando. Ojalá pase de otra manera.

Elsa Drucaroff: Primero les quiero agradecer absolutamente la lectura y las cosas que están diciendo. Quería aclarar la idea de nuevo a la que aludieron, y que plantea Hernaiz. Sí, la palabra “nuevo” es complicada. En el artículo de Hernaiz se dice nuevo, ¿qué?, ¿como un nuevo modelo de celular? Esa idea de novedad —y Patricio tiene razón— es una idea sin sentido. No es mejor un escritor porque escribe ahora que Sófocles. En el arte no hay una idea de que la novedad sea buena o mala en sí misma. Yo tampoco tengo una idea de nuevo como mejor, trabajo la nueva narrativa argentina entre otras cosas porque Saer creía que no existía. La empecé a trabajar creyendo que era urgente hacer política cultural. No podía ser que estuviera existiendo todo esto y no se conociera.. No puede ser que haya ya dos generaciones, una de las cuales ya no era joven cuando yo empecé, completamente ocultas. No puede ser que un tipo que tiene mi edad, como Alan Pauls, siga siendo un escritor joven. Por eso empecé. No porque me parezca mejor Casas que Saer. Me encanta Saer y me gusta mucho Casas, y me parece que son incomparables en tanto estéticas, etcétera, y que Saer ya es canon y el otro recién ahora, después de años y años de trabajo y mucha obra, empieza a ser leído. Pero la idea de emergente es mucho mejor que la idea de nuevo. Hernaiz dice que plantea lo nuevo en literatura en relación con el presente: qué cosa del presente está motivando un nuevo recurso, un nuevo lenguaje. Ni siquiera como una valoración, no es ni bueno ni malo. Podríamos tomar, para hacer un link con las cosas que leyó Maruja Bustamante al comienzo de esta charla, El guacho Martín Fierro, que es una traducción al tumbero del Martín Fierro que escribió Oscar Fariña. En Panorama… sólo figura el canto primero, pero su libro El guacho Martín Fierro llega hasta el final de “La ida”, la primera parte del Martín Fierro. Podríamos decir: ¿qué es lo que está consonando en ese trabajo de traducción? La figura del excluido villero en relación con el gaucho masacrado. Después de todo, el excluido villero también es un masacrado, también es alguien sin horizonte, también es alguien que nace y la única cosa que tiene en la vida es chorear. Hay una sextina en la que Fariña, en vez de “cantando” dice “choreando”:

choreando voy a morir,
choreando me han de enterrar
y choreando vuá llegar
al pie del Eterno Padre:
de la concha de mi madre
vine a este mundo a chorear.

Ahí está lo nuevo. Y lo nuevo es trágico, es tremendo. Lo nuevo es la falta absoluta de horizonte, es salir de la madre sabiendo que lo que espera es eso, la completa y absoluta marginación. Eso es la idea de nuevo.

En Los prisioneros de la torre yo tenía que jugar con la expresión “Nueva narrativa argentina”, que la impuso la generación que publicó la antología La joven guardia, es decir la que yo llamo segunda de postdictadura, pero yo la quería extender a lo que para mí es lo nuevo en este sentido de presente, que es algo que ya abarca también la generación anterior, solo que la generación anterior no tenía conciencia de eso. Muchas de las cosas que dijo José María, la frialdad, el humor distante, ya están en Fresán, en Marcelo Figueras en El muchacho peronista, esos que son inaugurales y que me parecía que no se los podía dejar de lado. Por eso me interesaba mostrar que nueva narrativa en mis términos era una especie de sinónimo de narrativa postdictadura.

En Panorama ya no tenía que mostrar nada. Simplemente Guido Indij me dijo que hiciera una antología donde pescara lo que está surgiendo, lo que todavía no es conocido. Por eso no puse a nadie que estuviera trabajado en Los prisioneros…, salvo Bruno Petroni o Mavrakis, pero apenas tienen un epígrafe. Y los antologados son toda gente que empieza a publicar después del 2007. Patricio dijo que Casas arma una relación entre la cultura popular y la cultura literaria.

Patricio Zunini: Entre la cultura joven, más que popular, es bien rockero.

Elsa Drucaroff: El rock, sí. Es rockero y tiene cosas que son de su presente-presente. Yo cito en Los prisioneros… un cuento de Los Lemmings en el que la madre rapea algo. Es un texto que transcurre en los ochenta, cuando el rap no sonaba acá. Es muy interesante este juego porque es como si el narrador estuviera metido todo el tiempo en su más fuerte presente en este sentido, aunque hable del atrás.Eso también lo decía yo en Los prisioneros…, criticando a Pauls cuando escribe que Casas es un escritor nostálgico. Yo no estoy de acuerdo. A veces sí, pero también tenés un cuento como el del ex montonero que está cuidando a su madre, “La mortificación ordinaria”, en el que ese hombre que ya tiene cincuenta y muchos o sesenta no está degradado, es una especie de sabio asceta que se la pasa cuidando a su madre y leyendo libros porque se retiró (obviamente estamos en los años noventa). Un ataque y hace una especie de operativo comando con todos sus saberes y termina matando a toda la banda y salvando al pibe. Ahí no tenés la degradación de la juventud, al contrario: tenés al montonero glorioso que aparece a salvar a un lumpen además de una manera que es graciosa porque rompe cualquier tipo de proporción con lo que ha pasado. Es una escena sanguinaria espantosa más digna de Kill Bill que de los montoneros. O sea, es verdad que la nostalgia aparece, pero no siempre. Aparece por ejemplo en Máximo Disfrute, el héroe adolescente del cuento “El bosque pulenta”, que después es un tonto con el cerebro lavado, rescatado de las drogas por una granja evangelista; pero no aparece (para seguir con ese mismo libro, Los Lemmings), en la peluquera que de muchacha llamaban Punk Dulce y ahora no sólo no está degradada, escribe para su hija un diario, mira el mundo críticamente y no se traicionó a sí misma. En Casas hay una tensión con el presente muy fuerte, no es un tipo que se la pasa cantando la infancia y “todo tiempo pasado fue mejor”.

José María Brindisi: Es raro lo que dice Pauls de Fabián Casas; yo hubiera pensado todo lo contrario. Yo no me olvido de una nota que hizo Casas para la Rolling Stone haciendo como comedia de boxeador, arriba del ring. Más allá de lo que pueda pensar de eso, lo veía, si no como una operación, como una estrategia muy consciente. Incluso más allá del valor de su literatura.

Elsa Drucaroff: Es muy leído por los veinteañeros, Casas. Y una literatura nostálgica no engancharía a los veinteañeros. En su obra hay muchos jóvenes que sí se degradan y se traicionan, eso también está, pero me parece que decir, como dice Pauls, que Casas es el mundo del mito sin historia, es no entender lo que es lo nuevo para la nueva narrativa.

Respecto de Casas me interesaba mucho como hablabas vos, Patricio, de la influencia de la poesía de los noventa y de la influencia de la cultura joven, y lo que yo leo también en Casas es que él, junto con algunos otros poetas de los noventa, como Durand, o el propio Cucurto, que se volvió el caso oficial de esto, son poetas plebeyos. Son poetas de clase media baja o baja. Una cosa muy interesante que estoy viendo ahora es que hay a una emergencia notable de escritores y escritoras plebeyos. No sólo en Buenos Aires. Ahora que estoy viajando mucho por las provincias, descubrí a mucha gente. Varios autores de Panorama… son de extracción popular.

Lo que veo es mucha relación con lo popular, es como si la clase dominante, que alguna vez se autoproclamó culta –una Victoria Ocampo, un Bioy Casares, el propio Borges, que era un pobre con apellido– se hubiera degradado demasiado con el menemismo y en este momento estuviera surgiendo una camada muy fuerte de poesía plebeya y de literatura plebeya. Ya no es Cucurto el único caso de “el pobre oficial”, de la literatura de groncho. Varios de los poetas que están en el libro son gente humilde que ha estudiado Letras en algunos casos, en otros no, y trabaja duramente para ganarse la vida.

Estuve hace poco en Salta y hay una movida que se llama “Ya era”, un grupo de escritores donde hay alguna gente notable. Ahí participan Rodrigo España, Fernanda Salas, Juan Pas, Diego Daniel de los Ramos Cayón. También muchos son muy humildes, estudian Letras en la UNS o pasaron por la carrera. Y uno de ellos hace malabares en la calle y vende los libritos que se fabrica en el bondi.

En ese sentido, la influencia es de los noventa, porque si vos agarrás el mundo de 18 whiskys y de otros poetas afines, ves que era un mundo plebeyo, no de niños ricos: Durand, Casas, Desiderio, Rodolfo Edwards. Estuve la semana pasada en un encuentro que se llama ENIE, Encuentro Nacional Itinerante de Escritores. Como iniciativa surgió en San Luis pero se hace cada vez en un lugar distinto. Ahí participan escritores jóvenes, de veintipico y treinta y pico, entre otros Federico Torres, Tony Zalazar y Rocío Navarro, que están antologados en Panorama…, y otros autores que también participan en la FLIA. Uno de los fundadores del encuentro es Facundo Chirino, trabajador en una fábrica de heladeras. También hay un dato nuevo para estas iniciativas jóvenes: existe una interrelación rara con ciertos gobiernos provinciales más piolas. Por ejemplo, en Formosa, me decía Federico Torres, que vive allá, no tienen apoyo. Pero en el Chaco, con Capitanich, veo que tienen muchísimo apoyo. Fue un encuentro re pobre, obviamente sin honorarios, todo muy modesto, pero en la organización participaron a igual nivel el taller Ananga Ranga, una iniciativa indi joven, y la Dirección Letras de la Provincia del Chaco o el Centro de Cultura Alternativa de Resistencia, que también es una dependencia oficial. Muchos de quienes asistieron pudieron ir porque hubo dinero oficial para los pasajes. Chirino no había conseguido licencia en la fábrica de heladeras, vino por dos días y viajó de vuelta a San Luis para estar en la fábrica a las siete de la mañana. Así se están haciendo las cosas, y lo impresionante es que se están haciendo bien. Hay mucha producción, por supuesto no es toda buena, pero no importa: cuando hay mucha producción, hay una punta de la pirámide que necesariamente es buena.

José María Brindisi: Perdón el lapsus, pero yo me acuerdo cuando en el 93 en la revista El amante salió el anuario había trece películas argentinas nada más, entre ellas Gatica y Un muro de silencio. A mí me parecía un milagro, ¿cómo salen dos películas buenas de trece?

Elsa Drucaroff: Claro, es un milagro estadístico. Eso habla de la Argentina, que de trece salgan dos, o que en el propio 2001, en medio de semejante catástrofe, Germán Maggiori haya publicado una de las más grandes novelas policiales de la década del 2000, Entre hombres, que pobrecito, ganó el concurso de Alfaguara con esa novela pero claro, salió en el 2001, o sea no la compró nadie y quedó totalmente inadvertida. Ahora va a salir por Edhasa.

Pero además de los milagros estadísticos argentinos, ahora tenemos por suerte la normalidad estadística: con muchísimos que escriben en la base de la pirámide, la punta está llena de gente impresionantemente buena.

Voy a retomar una cosa que dijo José sobre la escritura sin mapa. Bueno, lo de la distancia y frialdad coincido absolutamente, no tengo nada más para agregar, salvo mirada socarrona, cierto humor. En medio de la distancia y la frialdad siempre hay algo de humor. Incluso en un cuento tan terrible como ese que está en Panorama InterZona, “Estúpido cantito para niños”, de Federico Torres, hay una cierta mirada socarrona. Es muy difícil hoy encontrar tragedia.

José María Brindisi: Pero el humor es distanciado, básicamente.

Elsa Drucaroff: Es verdad, tenés razón. Y me pareció muy feliz lo de que es una escritura sin mapa. Es una escritura sin mapa porque nunca hemos visto un momento de tantas coexistencias estéticas donde ninguna está canonizada. Siempre por etapas se lograba canonizar una manera “correcta” de escribir. En algún momento fue Saer, que a mí me encanta por otra parte.

Patricio Zunini: ¿Y el modelo Aira?

Elsa Drucaroff: Sí, es un gran modelo, pero no es el único modo de escribir, no son todos airianos.

José María Brindisi: Se pueden pensar modelos exteriores también. Carver, por ejemplo, pero sin embargo la referencia de Carver hace unos años era más próxima. Hoy yo me doy cuenta de que lo han leído, pero no lo veo en una búsqueda tan directa.

Elsa Drucaroff: Por suerte porque se había vuelto una receta.

José María Brindisi: Por supuesto. Con lo mucho que me gusta.

Elsa Drucaroff: Había una escritura Carver inicial en los noventa que a mí me gusta mucho. Martín Rejtman, por ejemplo. En Los prisioneros… enumero algunos escritores que trabajan desde Carver en los noventa que me interesan. Me gusta lo que hizo Ignacio Molina en su primer libro Los estantes vacíos, y la pequeña vuelta de tuerca que le da en Los modos de ganarse la vida. Pero me gusta porque me parece que le dio una vuelta de tuerca. Pero hay una infinidad de cuentos que empezaron a repetir la receta. Además en Carver no pasa nada pero hay un río subterráneo, una tensión entre los diálogos, un trabajo dramático.

José María Brindisi: Por supuesto, además si uno está leyendo una historia y no un papel con letritas, el cuento termina pero la historia sigue. (Perdón por la ingenuidad). Entonces tiene muy poco que ver con lo que en algún momento se lo trató de emparentar en cuanto a esa distancia, el posmodernismo norteamericano de los ochenta, una corriente que contagió a autores como Forn, que a partir de ese modelo igual han escrito algunos textos conmovedores en los que sí pasan cosas. Nadar de noche, sin ir más lejos. Hace un rato Elsa nombraba a Fresán; me parece un autor tan particular, creo que es uno de los autores más singulares de los últimos años, guste más o menos, uno de los autores con los que más se puede pensar, creo yo, en un proyecto integral. Es difícil para mí diferenciar demasiado su escritura de ficción de la otra. Y además creo que a diferencia de la mayoría de los autores que hemos mencionado, Fresán trata de conmover, y me parece que ahí está la influencia de cierta literatura norteamericana que no es esta. Es muy extraño que es un autor del que ni siquiera se habla para criticarlo.

Elsa Drucaroff: Además es muy gracioso porque alguna gente de la universidad caracterizó sus obras como una prosa transparente, rápida, periodística y comercial, y la verdad que de Fresán se pueden decir muchas cosas y te puede no gustar, pero si decís eso no lo leíste. Historia argentina me gusta cada vez más. Creo que es un escritor que impuso lo nuevo como un puñetazo. Ninguno de los que están acá escuchando, por un problema generacional, se puede dar una idea de lo que fue por ejemplo para mí, que tenía 34 años y tenía una prima desaparecida y había vivido la dictadura desde mis 18 hasta mis 24, agarrar Historia argentina y leer que un torturador se llamaba Cable Pelado, cuando nadie, nadie se atrevía a hablar así. O leer el cuento ese de la nena a la que le desaparecen los padres (además el tipo usa la metáfora de los represores: dice “le chupan” los padres, y a mí escuchar naturalizada esa palabra de los represores ya me daba asco) y ese mismo día que se llevan a los padres ella pierde su virginidad porque el padre del amigo que le tiene que ir a comunicar eso se la coge. ¡Y el texto se llama “El asalto a las instituciones”! Es el día del Golpe de Estado, es el día de la desaparición de los padres y es el día de la pérdida de la virginidad. La institución asaltada. Yo me acuerdo de que mi primera reacción fue ganas de asesinar a Rodrigo Fresán, verdaderamente. Decidí que eso era un texto de un cinismo descomunal, que ese tipo era una basura, estaba furiosa. En ese momento yo no entendí, el único cuento que me fascinó y que seguí leyendo mucho tiempo fue el primero, que es extraordinario, “El aprendiz de brujo”. Ese cuento me fascinó porque además yo estaba pensando ya con un grupo de investigación en el asunto del tabú del enfrentamiento. Si ahora te parece que hay tabú no sabés lo que era en 1988: era descomunal. Ese cuento es el cuento de alguien que por actuar hace lío. O sea: actuar está mal, no puede haber relato. Estaba maravillosamente armado todo ese miedo, toda esa paranoia. Después, para Los prisioneros de la torre trabajé mucho ese cuento y volví a leer Historia argentina, fui a Vida de santos y ya fue superior a mí: yo sentía que tenía un rechazo, que era un rechazo generacional, pero que me estaba perdiendo de algo enormemente nuevo que había ahí, enormemente diferente. Y empecé a poder ver la angustia tremenda que tiene ese texto y a compararlo con otros de Fresán que algunos me gustaron bastante menos, y con el tiempo me pasó una cosa muy rara. Ya en Los prisioneros… digo que Historia argentina es un antes y un después, que es uno de los textos que paren la nueva narrativa, pero digo que el gran cuento de Historia argentina es uno y hablo con cierta subestimación de otros cuentos, pero por otro lado me gusta cada vez más. Con los años voy acordándome de los cuentos, los voy releyendo y digo este es un libro grande, grande. Es muy particular Fresán.

Patricio Zunini: Quería hacerte una pregunta acerca de los índices, volviendo al tema de Casas: ¿por qué le pusiste capítulos con títulos de canciones?

Elsa Drucaroff: Porque, teniendo en cuenta el magma de discursos y discursos y discursos que históricamente van constituyendo y que van dando cuenta de lo ideológico en una sociedad, me parece que el rock ha sido protagónico. El rock ha captado, como una agujita híper sensible, buena parte de la historia de este país. Es un lenguaje que innovó, que llegó para innovar de una patada todo a fines los sesenta, principios de los setenta, pero que se mantuvo y se mantiene incluso hoy como referencia de innovación.

Aún hoy cuando está tan tomado y controlado por las discográficas hay cosas que siguen pasando. Para los adolescentes el rock sigue siendo un símbolo. Entonces pensé siempre, como vieja fan de Charly García, que con sus frases se puede contar la historia de la Argentina. “Yendo de la cama al living” era los noventa. Es un tipo que en el ‘81 escribe el 2001: “todo el pasado y todo el futuro, ruinas sobre ruinas”. Es un tipo que entiende que hay un ciclo sin horizonte alguno que va del ‘76 al 2001, en el cual no hemos hecho otra cosa que ver la misma política económica repetida hasta el hartazgo. Es un genio.

Con los Redondos también pasa. Cuando estaba buscando qué poner como epígrafe en la sección de Panorama… “Hijos, padres. Identidades rotas”, que incluye entre otras obras “El último de los biodramas”, el post del blog de Apolo que comentaba José María, un poema de Rocío Navarro, “Las pausas exactas”, de Federico Penelas (una obra de teatro rarísima donde es todo muy simbólico, muy críptico), y los cuentos de Juan Guinot (“Mi Kenobi”), Flor MOnfort (“Mentiras de dos”) y Azucena Galettini (este cuento precisamente tiene una onda Carver y pasa de todo en silencio), buscaba algo que los uniera en mi lectura política de que este quiebre de identidad tiene que ver con la transmisión fallida del pasado, con el trauma de la dictadura. Es impresionante cómo dialogan sin saberlo el cuento de Galettini con la obra de Penelas. En Galettini no hay nada de política, a diferencia de la obra de Penelas donde aparece incluso el símbolo del quiebre materno-filial: el pañuelon blanco, pero en los dos está presente la mirada del hijo que pide a gritos decime quién soy, contame quién soy, y la negativa de los padres a decirlo. Y buscaba un epígrafe del rock y me pongo a escuchar ese viejo tema de Virus, “Vos sos mi obsesión”, que habla de la búsqueda. Y se me conectó con estos traumas. No importa si Virus pensó o no esa relación con el quiebre de la transmisión interegeneracional en la postdictadura. En este caso, creo que la letra es de Roberto Yacobi, precisamente un tipo de la generación de militancia, pero no me importa si pensó o no pensó los alcances posibles de lo que decía. El modo de hablar del amor de ese tema es un modo que va más allá del amor erótico.

[Intervención del público: Bruno Petroni]: Además es el epígrafe de Los topos: “Vos sos mi obsesión / no puedo dejar de pensar”. Y en un momento se lo canta Maira, la travesti que es el posible hermano desaparecido que nació en la ESMA,  al narrador, que está buscando a su hermano.

Elsa Drucaroff: Ah, claro, ¡me funcionó el inconsciente! Creo que hay textos que circulan en una sociedad y que captan cosas. Quise tomar eso.

Patricio Zunini: José María, Elsa en Los prisioneros trabaja este concepto de manchas temáticas que toma de Viñas, ¿vos las ves en tu trabajo habitual? ¿dentro de los talleres caen en esas cuadrículas?

José María Brindisi: Sí, no quiero caer en el latiguillo de que los temas son siempre los mismos, pero veo continuidades en el sentido de que lo que se está escribiendo ahora tiene características diferentes pero no es muy distinto a nivel temático respecto de algunos ejes determinantes de lo que yo leía en mis contemporáneos y los inmediatamente anteriores: Guebel, Fresán, Forn, etcétera. Claro, con otras características, pero me parece que lo que ocurrió acá es de una influencia letal. Lo que veo en mis alumnos que tienen cerca de treinta es que casi ninguno de ellos tiene influencia fresaniana, pero sin embargo creo que hay un tipo de sensibilidad que uno puede leer en Cheever a través de Fresán, por ejemplo. No es extraño: es su escritor favorito y para mí se nota. Me parece que los que están alrededor de 30 ya empiezan a impostar menos y tienen menos problemas con trabajar los sentimientos de una manera menos distante.

Elsa Drucaroff: ¿Decís que se está rompiendo un poco la distancia?

José María Brindisi: En los de esa edad sí. Si tuviera que tipificarlo, diría que todo el tiempo leo cuentos de “hombres sensibles”. Si me apurás un poco empiezo a pensar en una especie de moda. Igual, siempre se puede desconfiar de esas generalidades. Pero sí, por supuesto siempre hay influencias determinantes que van tomando nuevas formas. Escribí para el blog de la librería una nota sobre la influencia de la televisión. Yo no soy tan retrógrado como para pensar que la influencia de la televisión es negativa, pero la influencia tan determinante de la televisión ha generado una especie de fundamentalismo de la brevedad y del zigzagueo excesivamente nervioso que genera textos excesivamente nerviosos y gestos un poco desafectados en ese sentido. Lo que quiero decir es que la empatía necesita la lentitud. No es objetiva. Con la brevedad difícilmente se dé. Por esto se puede deducir por qué a mí no me gustan los cuentos muy cortos y directamente no entienda los microrrelatos. Pero bueno, quizás es una incapacidad mía.

Elsa Drucaroff: En Panorama… hay algunos cuentitos breves, por ejemplo el de Ariadna CAstellarnau, “Para que esté listo antes de que ella vuelva”, o el de Daniela Allerbon, “Locutorio”. A ese último cuento lo puse en una sección que tiene que ver con la crisis del 2001 y en términos estéticos es un momento minimalista, bastante Carver, pero no es un cuento donde no pase nada. Trabajé mucho en la antología para que tuviera remansos, que empezara con un punch fuerte, cuidé que tuviera momentos de serenidad, momentos de diminuto (en sentido estético) y textos de aceleración o de superación de aquella moda Carver, también. A mí me interesa todo lo que elegí, después están los gustos de cada uno. No creo que a nadie le pueda gustar ninguna antología entera. Me acuerdo que cuando leí la antología de cuentos fantásticos de Borges, Silvina Ocampo y Bioy encontré algunos textos cortos que me hinchaban las pelotas. No creo que sea posible escribir una antología y que alguien diga me gusta todo lo que está acá

Patricio Zunini: Me resulta muy interesante de la antología la mezcla de géneros. Y quiero destacar la inclusión de crítica literaria, que no es un hecho habitual Eso también está bueno porque también habla de una generación de gente que se lee a sí misma y que hace crítica.

Elsa Drucaroff: Sí, eso es nuevo: es crítica de la segunda generación de postdictadura, son los hijos del 19 y 20 de diciembre de 2001, que ya tienen una carrera terminada y han empezado a formarse muy bien.  Venían haciendo cosas como El interpretador o No-Retornable cuando el 2010 les muestra su posibilidad de protagonismo político. Me parece que hay una nueva camada de críticos que tienen una idea muy diferente de lo que la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, o de Rosario, u otras, les pedía a los críticos. Existía una idea de un crítico que trabajaba con una jerga, donde el valor crítico era citar el marco teórico y no leer cosas en los textos, salvo la pura teoría literaria, que remitía siempre a sí misma. Me parece que la categoría teórica no es un valor en sí mismo. La categoría teórica es un valor si sirve para leer algo en las obras que es significativo para la sociedad. Por ejemplo, Hernaiz examina la palabra “nuevo” y la hace decir algo. Sol Echeverría habla de un “cronotopo de la errancia”, pero la idea del cronotopo está en función de plantear realmente una especie de concepción espacio-tiempo que aparece mucho en la nueva narrativa, donde los jóvenes erran, caminan sin destino. Entonces ese tipo de trabajo con la teoría es un trabajo que antes no se hacía, antes el valor era básicamente exhibir marco teórico. Hay una nueva crítica que no elude el relato de la Historia, no le tiene miedo a la política, no le tiene miedo al enfrentamiento que una lectura política hace de hecho al insertarse discutiendo a otras, que no se refugia en la teoría para no decir.

Patricio Zunini: Lamento interrumpir, pero me toca la parte antipática de decir que nos quedamos sin tiempo. Muchas gracias a todos por venir.

[Aplausos]

Artículos relacionados

Jueves 04 de febrero de 2016
El mundo entre las manos
Una nota para leer con lápiz y papel: anticipamos las novedades editoriales para el 2016. Casi 40 editoriales presentan más de 200 títulos.
Para armar la whishlist
Jueves 16 de junio de 2016
Un podio perfecto
El último libro de cuentos del cordobés Federico Falco arrasó con el ranking, acompañado por Eduardo Sacheri y las invencibles clases de Hebe Uhart.
Los más vendidos
Lunes 21 de marzo de 2016
Levrero iluminado

La novela luminosa, de Mario Levrero (Mondadori), fue el libro más llevado de la semana pasada, junto con Vivir entre lenguas, de Sylvia Molloy.

Los 10 libros más llevados
Martes 22 de marzo de 2016
Juego de velocidades

“Pienso en la belleza como algo que necesitamos urgentemente y me encargo de buscarla en lugares donde creo que no se la había encontrado”, responde el chileno Enrique Winter en esta entrevista sobre Las bolsas de basura, su primera novela, y sobre la escritura en general.

Entrevista a Enrique Winter

Viernes 25 de marzo de 2016
El mal de la moral

La nueva novela de Martín Kohan, Fuera de lugar (Anagrama), tiene a la pornografía infantil como tema central. “Me interesa cómo la perversión mana del moralismo”, dice.

Entrevista a Martín Kohan
Lunes 28 de marzo de 2016
Mariasch y las contradicciones

El libro más llevado de la semana que pasó fue Estamos unidas, de Marina Mariasch (Mansalva).

Los 10 más llevados
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar