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No Ficción

Un libro que se interna en los orígenes de Led Zeppelin

Por Luis Sagasti

"El debut de Zeppelin fue absolutamente sorpresivo, si bien ya habían aparecido Are You Experienced?, de Hendrix, el mismo Trouth, de Jeff Beck o ese tsunami inesperado que fue Helter Skelter, de los Beatles"Un adelanto de Por qué escuchamos a Led Zeppelin editado por Gourmet Musical Ediciones, libro del también autor de Bellas Artes.

Por Luis Sagasti.

 

El debut de Zeppelin fue absolutamente sorpresivo, si bien ya habían aparecido Are You Experienced?, de Hendrix, el mismo Trouth, de Jeff Beck o ese tsunami inesperado que fue Helter Skelter, de los Beatles, a lo que podríamos sumar el incendio en vivo de un concierto de The Who o de Cream. Esto era claramente otra cosa. El ímpetu de Dazed and Confused, sin ir más lejos, es la cifra de una furia de huracán sobre la que el grupo daba muestras de controlar a voluntad. Un sonido devas­tador, monolítico que se gestaba a partir de una base rítmica tan ajustada como creativa, el reloj astronómico de Praga es lo que parece, que solo podía tener un par en el dúo Moon-Entwistle (dicho sea de paso, uno de los dos fue quien dio el nombre a Led Zeppelin).

La base rítmica, más que constituir un colchón donde Page pudiera desparramar su creatividad como un crupier arrojando barajas, parece obligarlo, impulsarlo a un nuevo juego siempre. Colchón con miguitas en la cama para un guitarrista versátil, imaginativo, dueño de una capacidad de improvisación alar­mante. Inútil continuar la enumeración de adjetivos tantas veces leída. Pero allí donde podría desplegar un virtuosismo demoledor, se interesa más bien en la producción tímbrica y de sonido, sobregrabando guitarras y entretejiendo ecos.

La voz de Robert Plant sí que era algo nuevo. De alguna manera su paleta expresiva pareciera parodiar a veces a sus héroes, los viejos bluseros. Altísimo registro vocal que estable­cerá un canon de donde brotaran imitadores por doquier. A veces puede sonar un tanto irritante (el final de Night Flight, por ejemplo). A veces un vikingo a punto de entrar al Valhalla en estado de euforia sísmica. Dueño de un estilo que lo posi­ciona en un top five de vocalistas fuera cual fuera el criterio acordado. Obviamente no posee, ni le interesa poseer, la fantasía vocal de un Freddie Mercury, en ese sentido no es el cantante el que se adecua a la canción (el de Queen es verdaderamente camaleónico) sino que es la canción la que pareciera cobrar su forma definitiva en la garganta Plant.

En un momento, hacia 1974, su voz sufre una transformación que se percibe claramente en Physical Graffiti. La expresividad no se pierde pero aparece allí más granulosa y grave. Las teorías sobre consumo de sustancias, o el esfuerzo sostenido y sin una técnica que evite su daño corren a la par y poco importan en verdad a los que no quieren hacer lecturas talmúdicas porque, de todos modos, Plant nunca perdió cierta androginia vocal que da cuenta como ninguna otra voz del significado de ser joven. La voz se hace más áspera y gruesa a medida que transcurre nuestra biografía. Los aullidos de Plant, y los que le seguirán, constituyen el epítome arrollador de un nuevo sujeto social que está dispuesto a sacudir las cosas. De hecho, creemos que con la excusa del rock, y en nuestro país con la polémica tan bizantina como mendaz sobre la pertinencia de que exista algo llamado rock nacional, lo que de veras se quería expresar era el malestar por el surgimiento de este nuevo sujeto social que, ignorante del esquema de clases, podía llegar a cambiar lo que no se estaba dispuesto siquiera a discutir. La energía vital expresada en una voz como la de Plant, y junto a eso la manifestación de una sexualidad más libre (y una secuencia de sonidos que era difícil de seguir a oídos no entrenados), era la excusa para subrayar el descontento del nuevo estado de cosas. Lo que para unos era no digamos un paraíso, pero si un edén primario, constituía para otros un verdadero infierno musical. Si una imagen vale lo que los sabios chinos ya dijeron que vale bien podemos recordar una pintura en la que El Bosco trabajó durante unos tres años a fines del siglo xv, El jardín de las delicias.

Se entiende que un tanguero que lleva tatuado en su sen­sibilidad más honda a un cantante como Julio Sosa escuche desconcertado el lirismo vocal (y poético) de un Luis Alberto Spinetta, por ejemplo. Súmese al hecho extravagante de que estas nuevas voces agudas no solo tienen pelos largos sino que además los agitan revoleando las cabezas cuando cantan. Si a regañadientes se terminó aceptando el flequillo Beatle, esto que sigue es la manifestación tímbrico capilar del acabose.

Con todo, y para volver donde estábamos, disueltos los Yardbirds había quedado en el tintero algún contrato de una gira por Suecia y Dinamarca. Page recluta a Plant por una reco­mendación del vocalista Terry Reid, que había rechazado el convite de su amigo de integrar el nuevo grupo (no, ¡no!). Al parecer Plant, a su vez, recomienda a su amigo John Bonham para la batería. John Paul Jones ya estaba fichado por Page aunque los exegetas afirman que en verdad estuvo a punto de ser John Entwistle el bajista de la banda, que al parecer estaba un poco harto de los Who (de hecho se dice que Page ambi­cionaba también a Moon en el grupo). Lo cierto es que sobre fines del 68 Jimmy Page parte rumbo a Escandinavia con los nuevos miembros de una banda que ya no existe, que en esa gira se llamará The New Yardbirds y que al regreso grabará en una semana, en unas treinta horas de estudio, un disco con el material más aceitado del tour.

El álbum resulta tan fresco y urgente como suele serlo todo debut. Se despliegan estilos y modos que se desarrollarán en los futuros álbumes, como si fuera el tráiler de una película próxima a estrenarse. Hay algo oriental, algo folk, algo de psicodelia, toques celtas… Y que el disco comience con un tema pop, Good Times, Bad Times, puede leerse como promesa de lo que serían capaces de hacer sobre géneros preexistentes. Pero también, por qué no, una declaración de principios: este es nuestro carác­ter, nuestra urgencia, así haríamos pop si quisiéramos hacerlo, con un brío de prodigio. Pero será en el blues donde encuen­tren la secuencia armónica que da rienda suelta a sus impulsos. La placa se abre con dos notas fuertes, precisas, que golpean o patean una puerta sin esperar que nadie les abra. Así entra Led Zeppelin al mundo del rock.

 

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