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El ego en el bosque

Mary Oliver
Mary Oliver

"¿Somos parte de lo sólido que se desvanece en el aire?, ¿somos un fracaso?", se pregunta el autor de El estero ante los poemas de Mary Oliver. ¿No leíste nada de ella, todavía? Una bienvenida inmejorable, aquí, a su obra.

Selección y notas de Martín Armada.

"Algo tiene que permanecer". Así cierra Ted Hughes “Bajando por Somerset”. Apostados en ese verso, que a muchos llegó en el formato económico de Poemas de animales, podemos mirar la base de una desesperación que nos atraviesa con furia. Cómo aceptar la muerte en una cultura que la niega y que, al mismo tiempo, hace de la finitud su marca esencial, su motor de búsqueda hasta transformar el deseo en una máquina aniquiladora. ¿Somos parte de lo sólido que se desvanece en el aire?, ¿somos un fracaso?

La obra de Mary Oliver (Ohio, Estados Unidos, 1940) parte de esa presunción y la supera. En su poesía suena un diálogo puntilloso con la naturaleza que es, al mismo tiempo, un enclave, una piedra sencilla y colosal que se mantiene en medio del flujo de lo que se descompone. Frente a toda catástrofe, que es siempre a fin de cuentas personal, de entrecasa, la mirada de Oliver se detiene en lo inmutable. Por suerte, raras veces lo hace en imágenes que funcionan como metáfora de lo que pasa en el claustrofóbico interior de quien escribe poemas. 

Parada al límite de la solemnidad, la poesía de Oliver no cae en ese abismo porque no busca una confirmación, porque no abusa de ese mecanismo gastado en el que “el yo” y “el mundo” juegan a una correspondencia que puede reducir lo universal al patetismo. 

En su trabajo el ego se diluye para ser excedido y, de esa única manera, trascender. Hay ahí una búsqueda por la permanencia, pero que, a diferencia de voces como la de Hughes en la que todo es sentencia, se precipita teniendo como guía la curiosidad. Y, de esa manera, ninguna de las preguntas de Oliver nos exige durar. 

Sus poemas no niegan el mundo hecho por nuestra especie, ni su historia, ni sus contradicciones, está muy lejos de ese espíritu tan propio de los corazones aristocráticos. Sencillamente nos enfrenta a la imperfección del cálculo que nos anima.

 

Entrando en el reino

 Los cuervos me ven.

Estiran el cuello brillante

En las ramas más altas

de los árboles verdes. Soy

peligrosa, es posible. Estoy

entrando en el reino.

 

El sueño de mi vida

es tumbarme junto a un río lento

y mirar la luz en los árboles–

Para aprender algo, ser nada por un rato

salvo la riqueza de un punto de vista.

 

Pero los cuervos ahuecan las plumas y gritan

entre el sol y yo,

y ahora debería  irme.

Me conocen por lo que soy.

No una soñadora,

no una comedora de hojas.

 

 

Singapur

En Singapur, en el aeropuerto,

una sombra fue retirada de mis ojos.

En el baño de mujeres, una puerta estaba abierta.

Una mujer de rodillas lavaba el fondo

   de un inodoro blanco.

Una desagradable sensación en mi estómago

y toqué el boleto en mi bolsillo.

Un poema siempre debería tener pájaros.

Un martín pescador, por ejemplo, con ojos atrevidos y alas brillantes.

Ríos que son placenteros, y por supuesto árboles.

Una cascada o, si eso no es posible, una fuente

   que suba y baje.

Una persona quiere quedarse en un lugar feliz, en un poema.

Cuando la mujer me vio no pude interpretar sus gestos.

Su belleza y su vergüenza se mezclaban, y ninguna de 

   los dos podía ganar.   

Ella sonrió y yo sonreí. ¿Qué tipo de sin sentido es ese?

Todos necesitamos un trabajo.

Sí, una persona quiere quedarse en un lugar feliz, en un poema.

Pero antes debemos mirarla con la cabeza hundida en el trabajo,

  lo que ya es bastante aburrido.

Con un trapo azul está lavando la parte superior de los ceniceros del aeropuerto,  tan 

grandes como las tapas de los basureros.

Su pequeña mano gira el metal, fregando y levantando.

No trabaja con lentitud, tampoco con rapidez, sino como un río.

Su pelo oscuro es como el ala de un pájaro.

No dudo ni un instante que ella ama su vida.

Y quiero que se levante de entre la costra y el agua sucia

   y vuele hacia el río.

Esto probablemente no ocurra.

Pero quizá sí.

Si el mundo fuera sólo dolor y lógica, ¿quién lo querría?

Claro que no lo es.

Tampoco me refiero a algo milagroso, sino sólo a

la luz que puede emanar de la vida. Me refiero 

a la forma en que ella dobla y desdobla el trapo azul,

a la forma en que me sonrió ; me refiero

a la forma en que este poema está lleno de árboles y pájaros. 

 

 

El Sol

¿Viste alguna vez

en tu vida

algo 

más maravilloso?

 

la forma en la que el sol

cada tarde,

tranquilo y simple,

flota en el horizonte

 

entre las nubes o las colinas

o la rugosidad del mar

y se va.

Y cómo se desliza de nuevo

 

fuera de la oscuridad,

cada mañana

del otro lado del mundo

como una flor roja

que asciende en sus aceites celestiales,

digo, en una mañana a comienzos del verano

a una distancia imperial perfecta,

 

¿sentiste alguna vez un amor tan salvaje?,

¿crees que hay en algún lugar, en cualquier idioma,

una palabra tan grandiosa

para el placer

que te colma

cuando el sol 

te alcanza,

cuando te calienta,

cuando estás ahí de pie,

con las manos vacías?,

¿o ya le diste la espalda a este mundo?,

¿o ya te volviste demasiado loco 

por el poder,

 

por las cosas?

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