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Un ensayo en cuarenta preguntas

El nuevo libro de Valeria Luiselli

"En Los niños perdidos no hay respuestas, tan sólo más preguntas", dice John Lee Anderson sobre este tomo de Valeria Luiselli, publicado por Sexto Piso, alrededor del cuestionario de admisión para los niños centroamericanos indocumentados que llegan cada año a Estados Unidos, tras ser traficados por la frontera mexicana.

Por Jon Lee Anderson.

En Los niños perdidos. (Un ensayo en cuarenta preguntas) no hay respuestas, tan sólo más preguntas. En este urgente, cautivador y magnífico pequeño libro, las preguntas formuladas por Valeria Luiselli son las suyas, las de su hija, y las que se topa en el cuestionario de admisión para los niños indocumentados, el documento elaborado por un grupo de abogados migratorios estadounidenses para entrevistar a los decenas de miles de niños centroamericanos que llegan cada año a Estados Unidos, tras ser traficados por la frontera mexicana. Estos niños son los miembros más vulnerables de un continuo éxodo de centroamericanos que huyen de la pobreza y la violencia en sus derruidas naciones, con la esperanza de encontrar una mejor vida en los Estados Unidos. Muchos de los niños son violados, asaltados, y algunos son asesinados en el camino.

Como mujer y madre mexicana, que a su vez vive en Estados Unidos –atravesando sus propias penurias con el Servicio de Inmigración y Naturalización para obtener la Green Card que le otorgaría la residencia y el permiso para trabajar en ese país–, Luiselli quedó pasmada ante las noticias del incremento en el flujo de niños refugiados durante el verano de 2014. Comenzó a trabajar en una corte de inmigración en la ciudad de Nueva York como intérprete, donde se le asignó la tarea de auxiliar a los niños refugiados con el cuestionario, realizándoles las preguntas primero en español, y después traduciendo sus respuestas. Dependiendo de lo que respondieran, podrían o no obtener algún tipo de protección legal, así como un futuro en los Estados Unidos. Sin embargo, Luiselli pronto advirtió que era imposible encuadrar las vidas de los niños en las casillas provistas para anotar sus respuestas: «El problema es que las historias de los niños siempre llegan como revueltas, llenas de interferencia, casi tartamudeadas. Son historias de vidas tan devastadas y rotas, que a veces resulta imposible imponerles un orden narrativo».

Este libro es el resultado de la experiencia de Luiselli, donde las preguntas realizadas a los niños refugiados se han convertido en una vía para que ella esboce preguntas sobre la naturaleza de la familia, sobre la niñez y la comunidad, y sobre todo, sobre la identidad nacional y la pertenencia. En algún momento se embarca en una fascinante disquisición sobre la compleja naturaleza de la atracción que ejercen los Estados Unidos en gente como los niños refugiados y sus familias –e incluso ella misma–, a pesar de la naturaleza hostil del país, su racismo velado y no tan velado, y su desinterés oficial en la existencia de todos ellos: «“¿Por qué viniste?”. A veces, me lo pregunto yo también. Pero no tengo una respuesta. Antes de venir a Estados Unidos, sabía lo que otros sabían: que la aparente impenetrabilidad de las fronteras y la dificultad burocrática de los laberintos migratorios era sólo una capa que había que atravesar, y que del otro lado tal vez esperaba una vida posible. Supe luego que los que se van empiezan a recordar su lugar de origen como si estuvieran viendo el mundo a través de una ventana durante el mero culo del invierno (…). En Estados Unidos, quedarse es un fin en sí mismo y no un medio: quedarse es el mito fundacional de esta sociedad. En eso nos parecemos todos los que llegamos, sin importar nuestras condiciones previas y circunstancias actuales: todos abrevamos en las aguas de ese mito. Los que llegamos aquí, empezamos, de forma inevitable y quizás irreversible, a querer formar parte del gran teatro de la pertenencia».

El libro de Valeria Luiselli aparece mientras se vive una coyuntura particularmente álgida entre su país de origen, México, y su patria adoptiva, los Estados Unidos. Conforme la campaña presidencial estadounidense entraba a su recta final en 2016, la naturaleza de la relación de Estados Unidos con México se convirtió en una de las principales plataformas en la candidatura del magnate republicano, Donald Trump, quien famosamente se refirió a los mexicanos como intrusos no bienvenidos, como «violadores, ladrones y asesinos», y realizó un llamado para construir un muro a lo largo de la frontera. Por si fuera poco, en un aparente esfuerzo por acentuar la humillación del gesto, siempre insistió en que «los mexicanos lo pagarán».

Frente al alucinante clima político actual, en donde ideas intolerantes y sectarias sobre la identidad nacional y la raza han adquirido una prominencia hasta un grado no visto durante muchas décadas en distintos lugares del mundo, las declaraciones de Trump le han procurado un cuantioso y desalentador número de seguidores en Estados Unidos, y ha quedado claro que los miedos y el odio que ha desatado no serán fáciles de superar. ¿Qué significa esto para los niños refugiados y sus familias, quienes huyen de comunidades resquebrajadas hacia los Estados Unidos, con la esperanza de recomponer sus vidas? Valeria Luiselli no pretende conocer la respuesta, pero tiene claro que, sin importar la recepción de la que sean objeto en Estados Unidos, los niños seguirán llegando mientras exista la necesidad de que escapen a realidades demasiado escalofriantes como para hacerles frente: «Los niños se van, corren, huyen de parientes, vecinos, maestros, policías, gangas: de todas o casi todas las personas que los rodeaban». Y les espera una realidad desconcertante y amenazadora, que les ofrece pocos asideros para ayudarles a adaptarse. Tras pasar seis meses aclimatándose a la vida en el rudo barrio de Hempstead, en Nueva York, un niño hondureño le cuenta a Luiselli lo que ha aprendido hasta el momento: «Hempstead es un hoyo de mierda lleno de pandilleros, igual que Tegucigalpa».

Mientras su madre escribía este libro, la hija pequeña de Luiselli escuchó algunas de las historias de los niños, y le preguntaba con insistencia, como suelen hacer los niños: «Mamá, ¿dime cómo termina?». Valeria tampoco puede ofrecerle una respuesta pues, hasta el momento, no hay finales felices. Sin embargo, hacia el final del libro, la autora ofrece un pequeño atisbo prometedor, expresado a través de una valiente decisión de diez jóvenes estadounidenses, sólo un poco mayores que los niños que responden a los cuestionarios, que así mostraron su solidaridad y falta de indiferencia ante la crisis de los refugiados.

Éste es un libro profundamente conmovedor, que en sus poco más de cien páginas, con su título simple, provocador, se presenta como una historia sencilla, guiada por cuarenta preguntas. Sin embargo, nos encontramos ante una historia de gran fuerza, hermosamente narrada por Valeria Luiselli. Estoy seguro de que todo aquel que lo lea no se arrepentirá, ni lo olvidará tan fácilmente.

 

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