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Publican la edición más completa en castellano de un clásico de Flaubert

Con traducción de Jorge Fondebrider y más de 1500 notas, Eterna Cadencia Editora repone Bouvard y Pécuchet con una edición de lujo. 

Por Jorge Fondebrider.


El 10 de diciembre de 2021 se cumplieron doscientos años del nacimiento de Gustave Flaubert. Como era de esperarse, hubo todo tipo de homenajes, que incluyeron congresos, coloquios, encuentros, mesas redondas, lecturas por Twitter –algo que seguramente le hubiera repugnado al escritor–, exposiciones, inauguraciones de monumentos y miles de artículos periodísticos que, en la medida de las posibilidades y la cultura de quienes los escribieron, abarcaron todos los aspectos de la vida y la obra del autor. Debo decir que, por lo que me tocó ver, abundaron los lugares comunes. Luego, en lo que a las obras respecta, la atención fue puesta en Madame Bovary, la primera de las cinco novelas clásicas de Flaubert, y acaso la más popular, pero no necesariamente la que más le gustaba a su autor. Sus méritos, no obstante, son innegables y fundamentalmente técnicos: a través de sus páginas, Flaubert desarrolló por primera vez en la historia de la literatura una multiplicidad de puntos de vista narrativos con tal sutileza que el lector –e incluso muchos traductores– no lo advierten. Luego, sin perder de vista la perspectiva de los personajes, instituyó el uso frecuente del estilo indirecto libre, recurso que hoy nos parece evidente, pero que hasta entonces casi no se empleaba. A partir de esos elementos, hizo importante una historia que refiere un caso de adulterio –tema presente en la literatura francesa desde mucho antes de la composición de Madame Bovary– que sobrevivió al tiempo, no por los hechos que se refieren, sino por la forma en que éstos fueron contados. Así, partiendo de una noticia policial y de unas memorias mal redactadas, el autor escribió su novela casi como una bravata: quiso demostrar que un tema, que para él era del todo intrascendente, podía convertirse en arte a través del estilo. Pero en ese trámite sumó un dato que iba a estar presente desde el principio al fin en toda su obra: Flaubert consideraba como parte constitutiva de la condición humana la estupidez. Ésta, desde muy distintas perspectivas, se repite una y otra vez en todos sus personajes, con todas sus posibles variantes y matices. Acaso donde más claro sea es en Bouvard et Pécuchet, la novela póstuma muy poco mencionada por los periodistas culturales durante el mentado bicentenario.


Una obra cocinada a fuego lento

Como suele ocurrir en Flaubert, antes de que hubiera un plan, hubo indicios. Por ejemplo, a sus dieciséis años, escribió “Un leçon d’histoire naturelle – genre commis” (“Una lección de historia natural: género ayudante”), texto publicado en la revista literaria Le Colibri, el 30 de marzo de 1837, donde se describe, desde una perspectiva “fisiológica”, qué es un empleado administrativo.

     El tema de los administrativos y amanuenses vuelve a aparecer unos pocos años después. Maxime Du Camp (1822-1894), en sus Souvenirs littéraires (1881), señala que su amigo Flaubert, ya en 1843, tenía en mente la idea de Bouvard et Pécuchet. Escribe: “Esa novela lo ocupaba en forma exclusiva; él decía: ‘¡Éste va a ser el libro de las venganzas!’. ¿Venganzas de qué? Nunca lo pude adivinar, y sus explicaciones al respecto siempre fueron confusas. Conozco la vida de Flaubert como conozco la mía, pero me es imposible descubrir en ella un hecho, un incidente del que él haya podido querer vengarse. Fue célebre de la noche a la mañana, y eso sólo fue justicia; fue el niño mimado de más de una; tuvo amigos devotos y amistades de mujeres que resultaban envidiables. ¿Venganza de qué? Vuelvo a ello sin poder responderme; sin duda de la estupidez humana, que lo ofuscaba y que, cuando no lo hacía desternillarse de risa, lo hacía ponerse rojo de furia”. Quizás haya aquí una interpretación de Du Camp, quien pudo haber confundido los términos del pasado con las evidencias que muchos años después le ofreció el presente. Tal vez la idea de un libro que le permitiera a Flaubert vengarse de la estupidez fue cobrando poco a poco la forma del Dictionnaire des idées reçues, al que menciona por primera vez, el 4 de septiembre de 1850, durante su viaje por Oriente, cuando le escribe a Louise Colet: “Este libro íntegramente realizado y precedido por un buen prefacio en el que se indicaría cuál fue el trabajo realizado con el fin de ligar al público a la tradición, al orden, a la convención general, estaría dispuesto de tal forma que el lector no supiera si uno se burla de él o no, sería quizás una obra extraña, y capaz de funcionar, porque tendría mucha actualidad”.

Hay, luego, otras menciones posteriores en sendas cartas a la misma destinataria. Una es del 10 de febrero de 1851; otra, acaso más importante, del 16 de diciembre de 1852. Allí Flaubert se refiere al Prefacio, que, dice, “lo entusiasma mucho porque, según lo concibo (sería todo un libro), ninguna ley podría tocarme, aunque yo atacaría todo. Sería la glorificación histórica de todo lo que se acepta. Allí demostraría que las mayorías siempre tuvieron razón, que las minorías siempre se equivocaron. Inmolaría a los grandes hombres a todos los imbéciles, los mártires a todos los verdugos, y eso en un estilo llevado al límite, vertiginoso”. Y continúa: “Esta apología de la canallada humana en todas sus facetas, irónica y escandalosa de punta a punta, llena de citas, de pruebas (que probarían lo contrario) y de textos espantosos (va a ser fácil), diría que es parte de mi objetivo para terminar, de una vez y para siempre, con las excentricidades, sean éstas las que fue- ren”. El Prefacio, que según se lee empieza a funcionar como una especie de motor, vuelve a ser mencionado en otra carta a Louise Colet, del 27 de febrero de 1853. Luego, por su correspondencia de ese mismo año, sabemos que hay un primer plan de todo el proyecto –nunca encontrado–, al que va a mencionar en otras cuatro oportunidades.

     Luego, en 1858, Flaubert se topó con “Les Deux Greffiers” (“Los dos amanuenses”), un cuento de Barthélemy Maurice, cuya trama prefiguraba parcialmente las peripecias de Bouvard y Pécuchet. En él, según la síntesis de Claudine Gothot-Mersch, “dos amanuenses, cuya vida ‘transcurre uniforme y tranquila como el agua del canal Saint Martin’, deciden retirarse al campo, intentan la caza, la pesca, luego la horticultura, se aburren, se amargan, y sólo recuperan su humor cuando vuelven a escribir turnándose, según el dictado del otro, alegatos y fallos extraídos de La Gazette des tribunaux”. No hay que ir demasiado lejos para advertir que con ese cuento muy probablemente haya aparecido el germen de una trama.

     Hay un largo hiato, ocupado por la escritura de Madame Bovary (1852- 1856), por una segunda redacción de La Tentation de Saint Antoine (1856- 1857) y por la escritura de Salammbô (1857-1862). Concluidas esas tareas, Flaubert se refiere a dos proyectos de índole distinta: L’Éducation sentimentale –del que entre enero de 1843 y enero de 1845 había intentado una primera versión– y Les Deux Cloportes (Los dos porteros), que luego será Bouvard et Pécuchet. Su plan está en el Carnet 19, donde habla de una “Histoire de deux cloportes – Les deux commis”. Son dos hojas y se compone de tres partes: 1) los dos personajes se encuentran y deciden instalarse en el campo, 2) sus diversas experiencias y 3) la vuelta a su trabajo de copistas. En otra hoja habla de un segundo volumen e indica que va a insertar allí su Dictionnaire des idées reçues.




Entre 1864 y los cinco años siguientes, Flaubert retoma su proyecto de redacción de L’Éducation sentimentale, que se publica, finalmente, el 17 de noviembre de 1869. Mientras tanto, mantiene en barbecho lo que, con el tiempo, va a constituir el proyectado segundo volumen de la obra.

Aquí hace su irrupción la historia, porque el 19 de julio de 1870 estalla la guerra entre el Segundo Imperio francés y el Reino de Prusia, respaldado por la Confederación de Alemania del Norte y los reinos de Baden, Baviera y Württemberg. En diciembre, las tropas enemigas fijan su base en Norman- día, donde permanecen durante dos años. Luego de la ocupación de Ruan, los prusianos comenzaron a instalarse en los pueblos y localidades vecinas. En el invierno llegaron a Croisset y, entonces, un grupo de diez soldados permaneció allí durante cuarenta y cinco días, ocupando las instalaciones de la casa de Flaubert, lo que lo obligó a él y a su madre a buscar refugio en Ruan, donde vivieron precariamente.

En el lapso que va de 1870 a 1872, Flaubert llevó a cabo la tercera y definitiva redacción de La Tentation de Saint Antoine, cuya publicación tendría lugar dos años después.

Entre 1872 y 1874, retomando el proyecto de Bouvard et Pécuchet, se dedica a realizar lecturas preliminares y a tomar apuntes sobre lo leído. Finalmente, el 1º de agosto de 1874, “a las cuatro, después de una tarde de tortura”, Flaubert escribe la primera frase de la novela y continúa ese año con el capítulo I, y en 1875, con el capítulo II.

Sin embargo, en ese momento, la novela se interrumpe bruscamente por distintos problemas ligados a una crisis económica sin precedentes, fruto de la mala administración de Ernest Commanville, marido de Caroline –la sobrina de Flaubert–, quien, desde 1865, además de ocuparse de sus propios negocios, estaba a cargo de los bienes del escritor. Pierre-Marc de Biasi cuenta que Commanville “había pedido préstamos para cubrir los déficits. Lejos de enderezarse, la situación se había agravado más, y, a principios de 1875, su empresa estaba al borde de la quiebra, con un déficit de más de un millón de francos oro. Flaubert debe rendirse a la evidencia: toda su fortuna mobiliaria está perdida. Le queda la granja de Deauville, que podría garan tizarle 10.000 francos de rentas, pero tiene que venderla con toda urgencia para evitarle a su sobrina la humillación de la quiebra: los 200.000 francos que obtiene por ella apenas bastarán para evitar lo peor. En algunos meses, se encuentra así completamente privado de recursos y amenazado con tener que vender hasta su propia casa de Croisset para sobrevivir. Asqueado, aplastado por la desesperación, Flaubert no puede escribir ni una línea más. Sufre de ahogos, de crisis de llanto incontrolables, vuelven sus ataques nerviosos, piensa seriamente en el suicidio”.

     Considerando todos estos elementos, la situación de Flaubert no puede ser peor, por lo que decide viajar a Concarneau, a visitar a su amigo, el naturalista Félix-Archimède Pouchet. El descanso, acaso la necesidad de un cambio, llevan a Flaubert a embarcarse en una nueva aventura. Es así que, entre 1876 y 1877, se dedica a la redacción de los Trois Contes, que se publican el 24 de abril de ese último año. El éxito es inmediato y unánime, y compensa las malas críticas recibidas por sus dos novelas anteriores.

     Así, habiendo recuperado la confianza, en octubre de 1877, retoma el proyecto de Bouvard et Pécuchet. Entre ese mes y noviembre, escribe los capítulos III y parte del IV; a lo largo de 1878, concluye el capítulo IV y continúa hasta el VIII; en 1879, continúa con el capítulo VIII y escribe el IX; en 1880, buena parte del capítulo x, que, el 8 de mayo, con la muerte de Flaubert por un derrame cerebral, queda inconcluso.


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