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Pasar la página: así arranca lo nuevo de Claire-Louise Bennett

Bennett construye en Caja 19 (Eterna Cadencia Editora) una historia tan atrapante como inolvidable, que se desarrolla en paralelo a una suerte de lista de libros que no para de crecer y se va convirtiendo en el espejo de una vida, esfumando los límites entre libros y lectores. 


Por Claire-Louise Bennett. Traducción de Laura Wittner.


Cuando abrimos un libro casi siempre los ojos van hacia la página izquierda. Así es: la página izquierda, por motivos sobre los que nunca antes reflexionamos, ejerce en nosotros una atracción mucho más fuerte que la derecha. Primero miramos la página derecha. Sí, derecho a la página derecha. Pero las palabras de la página derecha siempre parecen estar demasiado cerca. Demasiado cerca entre sí y demasiado cerca de nuestra cara. ¿Tendrá que ver con nuestra cara? ¿Será? ¿Tal vez? Las palabras a la derecha parecen demasiado ansiosas, imperiosas, como si de hecho quisieran congraciarse, y enseguida nuestros ojos inquietos abandonan la página derecha para buscar refugio en la izquierda. Bajamos la vista hacia la página derecha y la levantamos hacia la página izquierda. Exacto. Y casi siempre leemos la página izquierda mucho más lento que la derecha. Parece haber más tiempo en la página izquierda. Sí. Sí. Así es. En la página izquierda hay más espacio pareciera, a ambos lados de las palabras, y arriba y debajo de cada oración. Y el lado izquierdo casi siempre tiene mejores palabras pareciera. En serio: palabras como “alumbró” o “criatura” o “champagne” o “andrajoso” o “aglomeración”, por ejemplo. Palabras que en verdad no necesitan explicación. Que suceden de a una en lugar de complotarse para convencernos de algo que no sucede. Pero en verdad no puede ser, ¿no?, que estas operaciones precisas que las palabras llevan a cabo estén repartidas de forma tan inequívoca entre las páginas izquierdas y las derechas. No, probablemente no. Probablemente es más bien que en efecto somos mucho más receptivos cuando leemos algo en la página izquierda que cuando lo leemos del lado derecho porque miramos la parte inferior de la página derecha y la superior de la página izquierda. Claro. Claro. Con lo cual el libro que estamos leyendo no se queda quieto en nuestras manos. Con lo cual, sí, después de pasar la página derecha de modo que se convierta en la página izquierda movemos el libro ligeramente hacia arriba. Sí, hacia arriba.

Tendemos a leer muy rápido las últimas oraciones de la página derecha, ¿no? Claro, sí. Nos gusta pasar las páginas de un libro y la expectativa obviamente nos enfervoriza y debilita nuestra atención hasta tal punto que no podemos sino leer por encima las últimas dos o tres oraciones de la página derecha probablemente sin llegar a asimilar una sola palabra. Suele pasar que cuando empezamos la página izquierda nos parece que no tiene mucho sentido. No. No. Para nada. Recién entonces nos damos cuenta, ¿no?, medio de mala gana, que no leímos correctamente las últimas líneas de la página anterior. A veces no queremos reconocer que sea tan importante y seguimos leyendo. Seguimos, sí, aunque no tengamos idea de lo que estamos leyendo.


Seguimos adelante con la vaga convicción de que tal vez, si no nos detenemos, la forma en que estas nuevas oraciones se relacionan con todas las oraciones que ya leímos logrará, tarde o temprano, hacerse entender. No llegamos muy lejos. No, para nada. Casi siempre volvemos atrás. Así es. Y casi siempre nos sorprende que las últimas líneas de la página derecha contengan tantos detalles cruciales y nos sorprende más aún la idea tan poco razonable que nos llega quién sabe de dónde y postula que el diagramador del libro en verdad es bastante irresponsable por haber permitido que oraciones tan importantes aparecieran justo al final de la página derecha. Sin duda el diagramador debe estar al tanto de que a mucha gente le produce un gran placer pasar las páginas pasar las páginas y por lo tanto no puede pretenderse que lea las últimas dos o tres oraciones de todas las páginas derechas con el esmero necesario. Sería lo lógico. Pasar la página. Pasar la página.

Pasar la página y levantar un poco más el libro. Y el motivo por el que lo hacemos, ahora que nos pusimos a reflexionar, es porque una vez que pasamos la página tendemos a levantar el mentón y mirar hacia arriba. Y el motivo por el que tendemos a mirar hacia arriba es haber pasado a otra hoja. ¡Una hoja nueva!, claro. Pasamos a una hoja nueva y por lo tanto nos sentimos instantáneamente juveniles y con una regia amplitud de miras y es por eso que con gran naturalidad adoptamos el aire animado de un protegido cosmopolita aunque ligeramente consentido cada vez que pasamos de página. Una hoja nueva. Sí. Para cuando llegamos al final de la página derecha hemos envejecido aproximadamente veinte años. Ya no sostenemos el libro en alto. No. No. El libro fue cayendo. Se nos cayó la cara. Tenemos papada. En serio. Nos regodeamos. Nos regodeamos. Nos regodeamos en nuestras papadas. De verdad envejecimos veinte años como mínimo. No es raro entonces, ¿no?, que no leamos la página derecha bien hasta el final. No. No. No es para nada raro que ansiemos pasarla de una vez. No es raro en absoluto que estemos esperando pasar la página tan fervorosamente. Como si en efecto fuera cuestión de vida o muerte. Vida o muerte. Pasar las páginas. Cuando pasamos de página volvemos a nacer. Vivir y morir y vivir y morir y vivir y morir. Una y otra vez. Y la verdad es que así tiene que ser. Así es como se debe leer. Sí. Sí. Pasar las páginas. Pasar las páginas. Con alma y vida.

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