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Prólogos

Geografías imaginarias: la literatura en el espacio

 Por Roger Chartier

"Al igual que los espacios del comercio de librería, los elegidos y descritos por las ficciones adquieren una traducción visual. Producidos por las palabras, se convierten en mapas, itinerarios o atlas": así se presenta Cartografías imaginarias (siglos XVI-XVIII), de Roger Chartier, novedad de Ampersand.

Por Roger Chartier.

 

 

 

 

Según dice Franco Moretti, la geografía literaria puede tener dos objetos diferentes: o bien el estudio de la literatura en el espacio, o bien el estudio del espacio en la literatura. La primera perspectiva lleva a elaborar los mapas de las ediciones de las obras y sus tradiciones; la segunda opta por los lugares de las intrigas y los desplazamientos de los personajes. No se consagra a los espacios de circulación de los libros, sino a la geografía interna de los textos. En ambos casos es posible una cartografía, pero en ambos esta se construye en el presente. Al igual que los espacios del comercio de librería, los elegidos y descritos por las ficciones adquieren una traducción visual. Producidos por las palabras, se convierten en mapas, itinerarios o atlas. En esa operación se sustrae una realidad, minoritaria, es cierto, pero muy real: la presencia de mapas en las ediciones de las obras en el momento mismo de su publicación. Ya no se trata de mapas elaborados a posteriori, traducciones visibles de espacios que eran solo textuales, sino de mapas que acompañaron las lecturas de los primeros lectores.

Hoy esa presencia se ha tornado común u obligada en un género específico, designado en inglés como epic fantasy y traducido como “fantasía épica” o “fantasía heroica”. El libro fundador del género dio el ejemplo. En efecto, en la primera edición de las tres partes de El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien, publicadas en 1954 y 1955, se incluyen tres mapas. Impresos sobre la base de los dibujos hechos por el hijo de Tolkien, Christopher, en el primer volumen, La comunidad del anillo, aparecen dos mapas que muestran “La Tierra Media” y “Una parte del condado”. El tercer mapa, que representa los reinos de Gondor, Rohan y Mordor, está inserto en El retorno del rey, que cierra la trilogía. Con esos tres mapas que reúnen informaciones geográficas y datos onomásticos, la primera edición de El señor de los anillos propone referencias para la lectura, pero sin restringirla. Los mapas de Tolkien construyen un mundo imaginario que invita, “más allá de las peripecias del relato, a cada lector a [hacer] su propio viaje”. Los tres mapas de 1954-1955 no limitaron la imaginación geográfica que se apoderó de la obra e hizo proliferar los mapas, los atlas y los afiches que representan los espacios de los relatos. El señor de los anillos presenta la cartografía de la ficción bajo las dos modalidades de las que nos ocuparemos: los mapas presentes desde la primera edición de una obra (y, en el caso de Tolkien, impresos a partir de los sucesivos esbozos que acompañaron o precedieron la escritura de la historia) y los inspirados por la obra luego de su publicación y, con frecuencia, alejados del relato mismo.

J. R. R. Tolkien había introducido en su libro anterior dos mapas dibujados por él mismo. Publicado en 1937, El hobbit contiene un mapa de la Comarca y otro de Thrór. A diferencia de todos los demás mapas presentes en El hobbit o El señor de los anillos, el de Thrór, que proporciona el plano de la Montaña, es conocido por los protagonistas de la ficción, Bilbo, Gandalf y los enanos, y está dirigido al lector: “Consulte el mapa al comienzo de este libro y encontrará en él las runas en rojo”. En este caso, se supone que el mapa es contemporáneo del momento de la historia. Y lleva la marca de esta con las dos inscripciones en escritura rúnica situadas en el margen izquierdo y el centro. La presencia de los mapas en El hobbit sitúa la obra en el universo de los libros para niños o jóvenes que, muy a menudo, y desde el siglo xix, propusieron una representación visual de los lugares de la historia contada.

La serie de mapas incluidos en los libros en lengua inglesa destinados a la juventud comienza en 1883. La primera edición de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson contiene en el frontispicio un mapa de la isla. Las instrucciones crípticas y las tres cruces rojas indicadas en él deben llevar a protagonistas y lectores al descubrimiento del tesoro oculto. Del lado francés del canal de la Mancha, el mapa de otra isla había precedido por poco al de Stevenson. En efecto, un mapa de la isla Lincoln figura en La isla misteriosa de Jules Verne, publicado por Hetzel en1874-1875 bajo dos formas: como novela por entregas en el Magasin  d’éducation et de récréation y como libro en los tres volúmenes de la edición. El plano de la isla, dibujado por el propio Verne, aparece al final de la primera parte, “Los náufragos del aire”. La traducción inglesa del libro, publicada en un inicio como novela por entregas a partir de marzo de 1874 en el St. James’ Magazine, aparece como libro en Londres y Nueva York un año después, pero sin el mapa de la isla.

Dos mapas ingleses se anticiparon a la publicación de El hobbit. En 1926, un mapa del “100 Aker Wood”, dibujado por Ernest H. Shepard, hace ver los lugares de las aventuras de Winnie the Poo, de A. A. Milne. Cinco años después, el mismo Shepard dibuja el mapa desplegable incluido en El viento en los sauces, un libro de Kenneth Grahame publicado sin mapa en 1908. El de Shepard aparece en 1931, en la trigésima octava edición de la obra. Después de la guerra, poco tiempo antes de la “Tierra Media” de Tolkien, se cartografió otro mundo imaginario: el inventado por C. S. Lewis en las Crónicas de Narnia. Publicado en 1950, el primer volumen, El león, la bruja y el ropero, no contenía ningún mapa, pero un año después la ilustradora Pauline Baynes dibuja uno para el segundo volumen, El príncipe Caspian. Veinte años más tarde, en 1970, dibujará un mapa de la Tierra Media vendido como póster por Allen & Unwin y seguido en 1971 por otro mapa que acompaña El hobbit. 

El propósito de este ensayo no es rastrear la multiplicación de los mapas después de Tolkien, ni en el género de la fantasía épica ni en los libros para la juventud. Ese camino nos llevaría a Harry Potter y Game of Thrones. El recorrido aquí propuesto es el inverso. Apunta a elaborar una genealogía histórica de la presencia de mapas en los relatos de ficción. Como en los diccionarios antiguos, el término “ficción” designa aquí las “invenciones fabulosas” o las “producciones de la imaginación”. Es casi un sinónimo de la fábula, definida por el Dictionnaire de l’Académie como una “cosa fingida e inventada para instruir o divertir. Se utiliza también en referencia al tema, el argumento de un poema épico, un poema dramático, una novela”. Una definición semejante de la ficción, que supone que autor, editor y lector comparten una convención, conduce a la exclusión de los mapas que solo se presentan como representaciones de un espacio real, y ello, aun en los casos en que el territorio cartografiado es de hecho imaginario. Todos los mapas estudiados en esta investigación acompañan novelas, sátiras, utopías o distopías, aun cuando o, mejor, sobre todo cuando esas fábulas pertenecen a géneros que supuestamente dicen lo real, como, por ejemplo, los relatos de viaje.

El primer mapa de nuestra búsqueda retrospectiva no fue querido y menos aún dibujado por el autor de la historia ilustrada por él. Se incorporó a la obra ciento sesenta y cinco años después de su publicación. No representa un territorio fabuloso sino, de manera más prosaica, un país que existe efectivamente. Debería quedar excluido de nuestro corpus, porque todo en él parece real. Todo, salvo los viajeros que toman los caminos trazados en él.

 

 

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