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Galaxia Bolaño

Miseria de la poesía

"Bolaño es un escritor de ciencia ficción, pero en su obra no hay una sola nave espacial" escribe Luciano Lamberti en esta lectura del último libro del chileno que sacó Alfaguara, donde aprovecha a perfilar su producción y su vida.

Por Luciano Lamberti.

Silencio, exilio, astucia

Roberto Bolaño debe haber leído, alguna vez, en los años en los que no era conocido y vivía con una perra y seis gatos en una gran casa vacía (lo que se narra en varios momentos de esa autobiografía encubierta que es su narrativa), el cuento de Henry James que se llama “La lección del maestro”. En éste, un escritor joven llamado Paul Overt, que acaba de publicar una muy buena novela, conoce a Henry St. George, un escritor mayor, maduro, con muchos libros publicados, que lo aconseja sobre cuestiones referidas a la “astucia” del artista para sobrevivir a la fama, una de las tres condiciones que estipulaba Joyce para un escritor verdadero (silencio y exilio son las otras dos, y Bolaño las cumplió al pie de la letra). Lo que en realidad busca Overt es el secreto del genio de St. George, lo que le permita comprender al hombre y al gran escritor detrás del hombre, lo que nunca se muestra. Lo que sí alcanza es una confirmación mucho más pedestre y vulgar, como si el brillo de su talento fuera una joya siempre escondida e inalcanzable.

No sé si Bolaño lo leyó, o si podemos hablar de una influencia retroactiva, una creación de precursores, pero sé que toda su poética está contenida en ese cuento: la idea del escritor como enigma y la idea del escritor como persona deplorable, a la que habría que agregarle la idea del escritor como héroe y la del escritor como poseedor de un secreto que sus lectores nunca van a saber del todo.

 

Silencio

La voz de Bolaño es tan inconfundible como la de García Márquez, tan musical como la de todo narrador que antes fue poeta y tan propensa a las (malas) imitaciones que no sería raro que su sombra fuera, en el futuro, para los escritores, una herencia tan pesada como la que fue Borges en su momento. También fue una voz que se preparó pacientemente antes de manifestarse. No nació de la nada sino de un trabajo silencioso y anónimo. Una buena prueba es esta novela inédita que acaba de publicar Alfaguara, la nueva dueña de sus derechos, fechada en el 84, cuando Bolaño todavía no era Bolaño: El espíritu de la ciencia ficción. En ese Bolaño joven ya está quien iba a ser, pero no todavía del todo. Es cierto que aparece el DF como un paisaje monstruoso y surreal, el mismo que habitará tantos cuentos y Los detectives salvajes. Es cierto que la ciudad central de 2666, Santa Teresa, ya es citada con nombre y apellido en esta novela. Es cierto que sus preocupaciones centrales ya están perfectamente dibujadas (dos hermanos, Remo y Jan, viviendo en el DF con poco o nada de dinero + la ingratitud del arte + la lucha casi quijotesca de los poetas) pero hay un salto que se da específicamente con la Literatura en Latinoamérica y más específicamente con todo lo que vendría a continuación que, en ese momento, Bolaño todavía no había dado. Es decir: no había encontrado su lengua cuando escribió este libro, o la había encontrado a medias, estaba en proceso de preparación. El silencio, el hecho de no publicar o de publicar poco, fue parte integral de ese proceso. Cuando desembarca en Anagrama Bolaño se suelta, casi literalmente, y literalmente escribe mejor. Como si el hecho de adquirir algo de fama, cobrar dinero por la escritura y no pasar por las penurias económicas típicas del gremio lo hubieran afinado, o templado más bien, como una guitarra en buenas manos.

 

Exilio

Los personajes de Bolaño (y los de este “nuevo” libro no son la excepción) viven en el destierro como una condición casi ontológica. Uno se imagina que son exiliados incluso dentro de su propio país. Es la pulsión política más fuerte de su obra: la idea de que Latinoamérica es un continente destinado al exilio, a los viajes, a las persecuciones, al dolor de no sentir la tierra como propia. Es parte de su propia experiencia (otra vez la autobiografía disfrazada): nace en Chile, de joven se muda a México con sus padres, vuelve años después a Chile con tanta mala suerte que su llegada coincide con el golpe de estado que destituye a Salvador Allende, es encarcelado durante ocho días, regresa a México, donde funda el infrarrealismo, en el 77 se muda a Barcelona, y a Gerona, y a Blanes, donde morirá. Es decir: Bolaño oye (e incorpora) por lo menos tres formas del español, con los que desarrolla esa especie de lengua neutra pero a la vez tremendamente expresiva, que puede ser leída en cualquier parte. Incorpora, también, en esos años difíciles antes de que lograra el “éxito”, la idea de los escritores jóvenes, románticos, destinados a estrellarse contra paredes invisibles y visibles, que sospechan que la literatura es un arte antiguo que va a desaparecer en cualquier momento pero lo siguen haciendo como si de eso dependiera su vida. Y en el camino, muchos mueren.

 

Astucia

Bolaño es un escritor de ciencia ficción, pero en su obra no hay una sola nave espacial, un adelanto tecnológico o una mención al futuro, más que bajo la forma de una metáfora algo epifánica. El “espíritu de la ciencia ficción”, el olor o el clima de la ciencia ficción, impregna sus mejores novelas y cuentos, porque México para él es el país del futuro, porque es el país que mejor retrata el trágico destino sudamericano, pero también es el país donde los efectos del Imperio (en el sentido estrictamente futurista del término) son más visibles y letales. Para él, el futuro ya llegó hace rato y es un desolador paisaje de casuchas tristes y maquiladoras imponentes, de mujeres muertas en los baldíos y negocios turbios, de un lento aproximarse a la locura. Bolaño veía el futuro y volvía con el pelo blanco de la impresión y lo encajaba en el presente. Miren si no esta frase profética de la novela que acaba de editarse: “Qué triste, pensé, en un relámpago de lucidez o de miedo, algún día yo contaré historias acerca de poetas–lúmpenes y mis contertulios se preguntarán quiénes fueron esos infelices”. Era el año 1984, y él ya sabía que iba a sobrevivir lo suficiente para ser el portavoz de una generación perdida. Su astucia fue la del que mixtura los géneros para que tengan la impresión de ser otra cosa. Lee el presente desde la ciencia ficción, no el futuro. Lo mismo hace con el policial.

 

Crimen = literatura

En Bolaño los jóvenes escritores son héroes que luchan, literalmente, con el cuerpo, contra el Gran Enemigo Blanco, llámese un chulo de putas o una dictadura latinoamericana. En sus libros de cuentos hay escritores y mafiosos, casi indiscriminadamente. Y en 2666 el tema de las mujeres asesinadas lo lleva a adoptar la forma de un policial, pero tan abierto que no hay criminal posible: el criminal termina siendo todo Santa Teresa, todo México, todo el mundo, o incluso el Mal, con mayúsculas, que la vidente con la casa llena de plantas (tenía plantas hasta en el baño) es capaz de percibir. La literatura es la que puede ir hasta el futuro, volver temblando y dejar un registro de todo eso. Pero la literatura también es parte del mal. Escribir es cometer un crimen, porque siempre está fuera de la ley, de la normalidad, nos conecta con nuestro lado infantil y salvaje, y, por lo menos en los escritores de Bolaño (y en Bolaño mismo, hasta que la pegó) la escritura es una actividad no pecuniaria, inútil en el mejor de los sentidos, que siempre atenta contra la República porque ama lo que no está bien y nos enseña que en el árbol del conocimiento hay manzanas riquísimas. En los libros de Bolaño hay dos clases de personajes: criminales y escritores, pero en realidad hay una clase de personaje: escritores.

 

Literatura = enfermedad

Y esos escritores son siempre casos perdidos, jóvenes que tiemblan, exiliados en el planeta tierra, pequeños criminales inofensivos, tan flacos que adelgazan hasta desaparecer. Dicen que, luego de vomitar sangre en su casa, Bolaño pidió escuchar este tema en el auto que lo llevó a internarse por última vez al hospital, poco antes de morir.

Es un tema tan cursi y hermoso (porque todo lo que es hermoso es cursi, en gran medida) que me pone la piel de gallina cada vez que lo escucho y me lleva a preguntarme quiénes son esos gigantes que luchan, qué veía un gigante como Bolaño en esa canción, por qué habrá querido despedirse del mundo escuchándola. Bolaño estaba enfermo, lo estuvo durante gran parte de su siempre corta vida, y escribió la monumental 2666 con la espada pendiendo sobre su cabeza. Esa fragilidad tiñó su mundo de modo irreversible. Sus personajes son viejos de la montaña, duros como piedras pero a punto de desmoronarse. En El espíritu de la ciencia ficción, otra “nueva” novela de Bolaño, dos hermanos viviendo de prestado en el DF, amigos de un motociclista (José Arco) sobrevolando los talleres literarios y enamorándose de Angélica y Laura, dos hermanas escritoras (¿no les suena de alguna parte?). Jan, uno de ellos, le escribe cartas a sus escritores favoritos del género, como Ursula K. Le Guin o Robert Silverberg. El otro trata de escribir poemas y perder su virginidad. Los ronda ese mundo que veremos desarrollado en sus novelas posteriores: el crimen, la tristeza, el exilio, la enfermedad.

 

Enfermedad = literatura

Uno de los aciertos de esta novela rescatada es el de incluir algunas páginas mimeografiadas del original escrito de puño y letra por el Gigante de Blanes. No sé ustedes pero a mí se me cae la baba por esas cosas. La novela fue escrita a mano, en distintas libretas, y las copias que podemos ver en estas últimas páginas incluyen las correcciones hechas a mano, las distintas versiones, dibujos de los personajes y los esquemas en los que Bolaño pensaba la estructura de sus novelas. El de El espíritu de la ciencia ficción es simple y casi gracioso: 1. ESCENAS DEL CAMPO RUSO o LA MERIENDA BOLCHEVIQUE, 2. MISERIA DE LA POESÍA. Quizás no haya un escritor latinoamericano desde el Boom tan preocupado por la estructura, lo que puede verse con claridad en sus dos obras maestras, sus grandes novelas totalizadoras, 2666 y Los Detectives Salvajes. Hay una forma de acercarse al corazón de las tinieblas que le es propia. Bolaño decía que, sin el esquema del policial, que le daba un marco de contención, hubiera seguido escribiendo indefinidamente, para siempre.

 

Literatura = silencio, exilio, astucia

“Siento mi fragilidad./ Vaya pesadilla corriendo,/ con una bestia detrás./ Dime que es mentira todo,/ un sueño tonto y no más/ Me da miedo la inmensidad/ donde nadie oye mi voz”, iba oyendo Bolaño en el auto que lo llevó a morir. Sabía que estaba disputado por gigantes, pero a lo mejor no sabía que él mismo era uno de ellos, que seguiría creciendo con el tiempo. Tuvo el acertado tino de morir joven, de convertirse en mito antes de que la de la fama, con su característica falta de elegancia, lo pusiera en ese lugar horrible del que no se vuelve. Desde el más allá, sigue escribiendo y emitiendo títulos que por alguna razón no había publicado en vida. Para los lectores de pie, no agregarán mucho a sus grandes novelas y colecciones de cuentos; para sus fanáticos, son piedras que sirven para armar la galaxia Bolaño, con sus planetas menores, sus satélites y su sol en el centro brillando por la eternidad.

 

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