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Agustina Paz Frontera: "Cuando escribo no estoy pensando en publicar"

La cronista y poeta presenta su primera novela

Con El amor blanco (Híbrida), Agustina Paz Frontera se lanza a la novela después de libros de poesía, crónica y años de labor periodística. "No me gusta quedar capturada bajo ninguna etiqueta" dirá en esta entrevista en la que también se refiere a su labor en LatFem y al proyecto de la Biblioteca Feminista.

Entrevista y foto: Valeria Tentoni.

 

 

 

"Lo que yo quería narrar era el desacople, el desenganche entre dos personas", explica Agustina Paz Frontera sobre El amor blanco (Híbrida), historia que expone las pequeñas crueldades que alejan a sus protagonistas, una pareja que se da la espalda en una isla del Tigre mientras en el televisor ataca la noticia de la muerte del fiscal Nisman. De este modo, Frontera se lanza a la novela después de libros de poesía, crónica y años de labor periodística. 

Nacida en Buenos Aires en 1981, Frontera es mitad porteña y mitad neuquina, donde se crió. Publicó libros de no ficción como Una excursión a los mapunkies (Pánico el pánico, 2013), Lila y el aborto (en coautoría con La revuelta, La cebra, 2019) y Un misterio llamado bandeja (en coautoría con Jimena Zeitune, publicado por el Museo del Puerto de Ingeniero White). También escribió poesía: La central del sentir (Nulú Bonsai) y Para llegar al piso (Caleta Olivia). Dirigió el documental Este sitio inmundo y Condujo los micros audiovisuales feministas Caja de Herramientas y recibió el Premio Lola Mora 2019 a la labor periodística en medios digitales y la beca de Periodismo de soluciones de la Fundación Gabo.

Licenciada en Ciencias de la Comunicación y magíster en Periodismo Documental (UNTREF), donde da clases de Crónica, es fundadora y codirectora de LatFem, portal latinoamericano de periodismo feminista, donde comparte espacio de trabajo con quien fuera su editora en El amor blanco, la poeta Marina Mariasch. 

  

El amor blanco es otro libro de los libros que le debemos, en parte, a la pandemia: durante esos meses de encierro Mariasch, que acaba de publicar Efectos personales y es también editora en Híbrida, leyó el manuscrito y fue quien le propuso incorporarlo al catálogo. "Con ella el trabajo fue súper estimulante, porque tiene siempre una mirada lateral sobre las cosas, no obvia, y respetó el desastre que es el libro, también: algo crudo y roto que tiene esta escritura, que quizás con otra editora con una mirada un poco más limpia me hubiese querido disciplinar. Yo estaba muy dura en la posición de que este libro fuera un libro roto, contradictorio, que diera la sensación de espontaneidad".

 

Se lo puede pensar en una tradición anterior a la presente, de los años ochenta. María Moreno, Osvaldo Baigorria... ¿cómo lo ves? ¿Te sentís más cerca de ese tipo de escrituras?

Sí. Yo me siento muy cómoda escribiendo desprolija. Que el libro comunique sensaciones fuertes, rupturas, y no que haya una pulcritud. No le tengo miedo a eso, para nada, y de hecho no sé si me saldría tampoco otra cosa, una escritura o incluso ideas muy pulcras, que creo que las escritoras contemporáneas -y digo escritoras porque estos temas son tocados hoy quizás más por mujeres, con una mirada feminista- llegan a puntos mucho más tranquilizadores que al punto al que llega este libro que es, básicamente: no hay solución. La solución no es independizarte, o el poliamor, echarle la culpa al otro o asumir una condición de víctima, sino que el problema va a estar siempre. Mi idea era esa, y no negarle a esa protagonista la espesura; ahí sí aparece esa cosa de los ochenta, "el desconche", una elucubración muy desbordada, que se anima a mostrar la caca de las cosas.

Venís de la poesía, esta también es la primera novela de una poeta. ¿Creés que la poesía influye en este tipo de libertad que estás describiendo, que no estás dispuesta a rescindir?

Sí, la experimentación que yo he hecho en poesía sin dudas me dio un entrenamiento para animarme a escribir narrativa, también, desde ese lugar de libertad. Hay algo en la poesía que no está absolutamente capturado por la lógica del sentido, y cuando yo escribo hago eso, incluso cuando escribo periodismo: juego con eso. Pienso esto y a la vez pienso esto otro y las dos posiciones tienen razón, y no pasa nada, no te angusties... O hacé algo con tu angustia. Así que sí, viene de la poesía. Mi primera escritura fue poética, biográficamente vengo de ahí: mis primeros intentos de escritura fueron libros de poesía. Pero en mi vida cotidiana, y desde hace muchos años, me dedico al periodismo.

No hace tanto salió Para llegar al piso con Caleta Olivia. ¿Los sentís cerca a estos dos libros?

Cercanía temporal, en cuanto a momento de escritura, sí tiene. Para llegar al piso es un libro que no releí, lo publiqué casi sin mirar... Un poco como este libro. Es algo que me pasa a mí, en general. No quiero ni saber cómo se van a leer, los entrego con los ojos cerrados, así que me cuesta clasificar hacia dónde va cada libro y qué quería yo con eso. Ya desde el título hay una sugerencia, la idea de que está bueno caerse, tocar fondo; hay algo ahí muy digno, muy vital, sobre todo. Para llegar al piso hay que caerse, y ahí se decide qué lugar se quiere habitar, qué se va a construir y dónde. Y es re difícil en esta época llegar al piso, porque vivimos a dos metros del suelo, todo el tiempo evaporándonos, en la virtualidad, huyendo de lo instutucionalizante, huyendo de lo que te asegura, lo que te arraiga.  

Es una idea contraria a la de progreso, escalada, pero se puede pensar que en realidad son estas las ideas finalmente contra natura; la naturaleza humana parece más tendiente al piso, ¿no?

Somos bichos rastreros, sí. Y volviendo al libro, a los dos en realidad, eso me parece que está. Ahora que lo pienso, hay un poema en Para llegar al piso escrito en el Tigre, y hay un poema de mi primer libro de poesía que habla de las plantas del Tigre que se mueven solas, una idea que está retomada acá. Evidentemente algo me impactó de ese lugar, un escenario muy extraño que tiene una presencia de la naturaleza avasallante para alguien que está acostumbrado a vivir en un monoambiente con un balcón. Yo quería trabajar esto, cómo un escenario transforma la psicología de alguien. De alguna manera, va ayudando a la protagonista a tomar decisiones.

Eso combina con algo que leí ayer, de Thoreau: "¿Para qué tengo cinco sentidos si me la voy a pasar atrapado en mi cabeza?"

Sí, a la narradora el Tigre la inunda, le provoca cosas, decisiones. 

Es un escenario muy visitado por la literatura argentina, además, ¿lo elegiste teniendo en cuenta eso?

No, de hecho no hice investigación al respecto. Entiendo que, en general, los relatos que hay alrededor del Tigre tienen una tónica similar.  Esto lo decía Malena Rey en la presentación: es muy difícil, en el Tigre, escribir una comedia. Evidentemente ahí no se construye ninguna normalidad, es un escenario para que las cosas se pudran.

¿Cómo decidiste contar una historia de amor, meterte con ese tema y de esta manera?

Es un tema que no está agotado, por suerte. Sería un error, para mí, clausurarlo como problema, por más de que haya muchos intentos de clausurarlo como vivencia y como problema. Recién leía algo de Vivian Gornik, donde decía que el problema no es el amor sino el antagonismo. Lo que pasa alrededor de esa circunstancia que llamamos amor, que es el antagonismo entre dos personas. Empezás a vivir dentro de la psicología del otro, el otro empieza a vivir dentro de tu psicología, y cuando las cosas se empiezan a desfasar empieza una guerra psicológica, precisamente, que se libra en las pequeñas cosas y, sobre todo, en la mente. En los cuerpos también, y eso quizás está menos narrado: cómo el cuerpo va reaccionando a las sensaciones de opresión en una relación, estos espasmos que siente la protagonista. Siente algo que no se puede sacar, y la idea era ver cómo hace síntoma ese desamor. El amor, como promesa, siempre es para siempre; ese escenario que se nos propone como deseable es una cosa eterna, al menos eso se cree en los primeros tiempos del amor. Y yo creo que es interesante lo que empieza a pasar en la cabeza y en el cuerpo cuando empezás a reconocer que eso tan absoluto está quebrado. Esa lucha sucede en el discurso y en el cuerpo, y todas las negociaciones que aparecen entre dos personas en ese momento para mí son súper políticas. Es una historia de amor, por supuesto, pero creo que es más una historia de cómo hacemos política en el amor: decido pudrirla y hacer una escena o me callo, disimulo, negocio... La política también está hecha de eso: de pactos, de consensos, de quiebres. Y además es una historia que empieza por el fin, es una historia del fin de un amor. Y del despecho, también. 

Una de las cosas más interesantes es la voz, súper eléctrica y absorbente, ¿cómo la trabajaste?

Quería quedarme con la frescura, algo que está trabajado por momentos. En ese monólogo interior también hay errores, una cuando piensa mete digresiones, se equivoca, hay desprolijidades, recuerdos que no tienen nada que ver con lo presente. Esa desprolijidad a mí me gusta, no tanto para leerla pero sí para escribirla. Y me interesa la intimidad, incluso en Una excursión a los mapunkies hay mucho de intimidad también, y entra mi yo: cuando me siento a escribir, la premisa para mí es no protegerme a mí misma. Para mí eso es fundamental. Si voy a estar disimulándome, ¿para qué escribo? Porque yo cuando escribo no estoy pensando en publicar, estoy pensando en escribir. Y cuando escribo, sola en la terraza, en medio de una pandemia, como fue el caso de este libro, ¿mirá si me voy a andar protegiendo y cuidando de lo que digo y cómo lo digo, de a quién puedo dañar y a quién no, o si va a dañar la imagen que la gente tiene sobre mí, si van a pensar que escribo bien o mal, si cuento demasiado o poquito? Si me protejo, no escribo: esa es una de las máximas que está en ese librito que me encanta, Las clases de Hebe Uhart.

E incluso si te protegieses infinitamente, no controlarías la recepción, la lectura que viene después. Hay una idea muy astuta, que creo es de Sylvia Molloy, acerca de la lectura autobiográfica, la pregunta por quién se tiene que "hacer cargo" de alguna manera de lo que se cuenta en un libro. Si se cambia la perspectiva de ese modo, se le podría preguntar a quien lee por qué se identifica con esta sección o con otra, por qué se escandaliza con aquello o no... 

Claro, además la escritura no es transparente tampoco, y sí es cierto que hay mucho de la mirada de los lectores o las lectoras. De hecho, en la presentación hice un chiste y dije que era el libro para regalarle en Navidad a la amiga que se tiene que separar. Hay un material referencial en todos libros de ficción, partís de una subjetividad efectivamente existente, y eso va moldeando la escritura aunque no estés contando lo que desayunaste a la mañana. Una subjetividad además es una máquina de montaje, de selección y desvirtuación, y en la escritura misma hay un proceso de ficcionalización, incluso a veces a pesar de lo que se decida: estoy contando de esta manera vaya una a saber por qué. No me interesa la respuesta. Y la pregunta de qué porcentaje es ficción y qué porcentaje es documental, por decirlo de alguna manera, es una pregunta que sólo sirve para discutir sobre eso y no para saber la respuesta. Si yo digo es 50 y 50, ¿qué importa? Me interesaba esa trampa, que se revela sobre todo al final. Yo manipulé todo.

El libro tiene dos secciones, una de narración y otra más bien ensayística. ¿Cómo trabajaste eso?

Es un ensamblaje, justamente, de dos textos que tienen orígenes diferentes y decidí montar como continuidad narrativa en este libro. Hablan de diferentes momentos de la narradora, y ahí también está el arte de construir un artefacto literario... La primera parte al principio era un diario de Tigre, de enero de 2015. Eso quedó completamente olvidado durante mucho tiempo y después empecé a trabajarlo con la idea de hacer una novela fantástica, después una parte la deseché. Se iba a un lugar menos realista.

De todos modos, hay momentos muy lisérgicos, imágenes que podrían ser soñadas...

Sí, conserva momentos lisérgicos. Es que para mí esa es la escritura, cuando aparecen imágenes distintas, imágenes que tengo que hacer fuerza para traer y encontrar cómo decir. Quizás tengan que ver con las experiencias de una conciencia alterada. El tema de la droga está claramente mencionado y es un tema del que me interesa la evolución que yo hice en su relato a lo largo de mis libros. Ahí sí se arma un sistema con mis otros textos, creo. Yo tengo un poema en mi primer libro, en realidad dos poemas: "La drogada I" y "La drogada II". Son poemas sobre una chica parada en la calle a la mañana, y quien la mira se está yendo a trabajar mientras que la drogada está vestida de noche, desencajada. La mirada de la chica que se está yendo a trabajar es de admiración y envidia: la droga aparece como una experiencia de libertad, de arrojo, de plenitud, con un signo positivo. Después en el documental sobre Enrique Symns, de la Cerdos & Peces, me encontré con una situación de tensión con su relato sobre la droga, donde aparece una mirada de sospecha. Él dice: "El mundo no necesita techo ni comida, necesita éxtasis", una frase justamente de los ochenta que propone que se necesita más que comer, se necesita volar. Esa es una narrativa más de esa época, una narrativa a la que en este último libro me quiero enfrentar. No está tan explícitamente contado, pero en mi itinerario personal me parece que estaba bueno contar una mirada crítica, no moralmente crítica, sino pensarlo desde adentro. ¿Qué pasa en una relación amorosa cuando se suma la cocaína? También me interesa porque es algo no narrado, si bien no quería que fuese una novela sobre tomar merca.

Y si vamos a tu labor periodística, a LatFem, ¿cómo creés que el periodismo influye en esa especie de paralelepípedo que es tu obra literaria, si es que las separás?

Prefiero separarlo porque no me gusta quedar capturada bajo ninguna etiqueta. Me doy cuenta de que en la medida en que sigo trabajando en feminismos y en escritura vinculada a eso, sobre todo en LatFem, puedo quedar capturada un poco en esos temas de agenda feminista, en una posición de enunciación. Intento correrme un poco de algunas "verdades" que hay dando vueltas. Y en este libro me quería correr en especial de la cuestión de la victimización y de escenificar eso como heroico: la superpotencia de la mujer que se construye cuando sale de una relación violenta, la supermujer que se supone que tenemos que ser todas ahora que somos feministas. Esa idea de que ahora que se cayó el patriarcado somos bárbaras, porque la verdad es que no somos bárbaras. Ni lo seremos nunca: no somos dioses, somos humanas. Correrme un poco de ese lugar de "tenerla tan clara" que por momentos tiene el feminismo. Sin embargo sí para mí es una novela que tiene una mirada feminista, pero si pensamos que el feminismo es todo el tiempo correr la verdad de lugar. Si al feminismo lo pensamos como un lugar al que ir a buscar soluciones, no lo es. Para mí es un movimiento crítico, político, impresionante, con siglos de vida y que produce constantemente narrativa, ideas, teorías, prácticas, y por supuesto hay tensión dentro de ese campo. Y en ese campo el lugar que más me interesa a mí es el de la revolución permanente. En ese sentido, no es que hay que terminar con el amor: no es esa la solución, dejar de enamorarte. Hay que seguir haciéndole preguntas al amor. Seguir pensando, escribiendo sobre eso, parodiándolo incluso. A mí me gusta más el territorio de la disputa y la duda. Y de hecho creo que es un momento político y social en el cual nuestra generación puede hacer eso, puede escribir un libro así, y quizás la generación de mi mamá no lo podía hacer. Una mina como yo, hace cincuenta años, por ahí no podía escribir un libro así.

Y hace diez tampoco, creo. Estábamos muy ocupadas en armar todo lo que ahora se puede discutir, analizar.

Claro, en sentar las bases. Estábamos argumentando. Ahora ya presentamos el escenario: estos son los actores, estos son los signos de cada uno de los actores. Bueno, ahora hay que empezar a tomar decisiones.

¿Y en LatFem en qué momento están?

Creo que en un momento parecido a esta posición que estoy exponiendo. Hay un concepto que usa una antropóloga contemporánea, Catalina Trebisacce, que escribe sobre historia de feminismo local y usa un concepto que llama "fráxito", una palabra hecha de "fracaso" y "éxito" sobre las derivas de fracaso que tiene el éxito. Un movimiento que siempre fue rebelde, cuando triunfa una parte de sí fracasa y queda capturada. Estamos haciendo una revisión de eso, para seguir pensando y escribiendo sin quedar capturadas por ese lugar de enunciación que todo el mundo ya acepta como feminista. 

Desde LatFem hubo un proyecto reciente, la Biblioteca Feminista, ¿querés contarnos algo de eso? Por ejemplo, ¿cómo determinamos si un libro es feminista o no?

Las coordenadas que pensamos no tenían que ver ni con que la autora fuera mujer ni que fuera un libro que tematizara el feminismo, sino el efecto de lectura. Libros que una pudiera imaginar que a una persona le iban a hacer efecto trastocador, feminista. Tenés autores varones heterosexuales, por ejemplo, y también obra taggeada claramente como feminista, incluso hoy en las librerías hay secciones dedicadas al tema. Decidimos incluir bestsellers también, porque tienen que ver con el gusto popular. Empezamos con la idea de construir un acervo de libros editados en Argentina en el siglo XXI que tuvieran que ver de alguna manera con el movimiento. Los compramos y los donamos a la Biblioteca Alfonsina Storni, y giraron por distintas bibliotecas públicas. Ahora son libros de acceso público, fueron unos 600 títulos. Ahora nos gustaría replicar la experiencia en otras ciudades.

 

 

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