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Claudia Masin: “La poesía no es terapéutica, pero es un instrumento de sanación”

Por Gustavo Yuste

La autora oriunda de Resistencia acaba de publicar poemas en La mujer maravilla y yo (Caleta Olivia) y el libro de ensayos Curar y ser curados (Las furias): "Mi pasado como psicoanalista tiene la misma raíz que mi presente como poeta: buscar la manera de sanar, de restituir lo dañado", dice. 

Por Gustavo Yuste. Foto de Carolina Cadamuro.

 

 

 

 

La obra de Claudia Masin es una de las más fructíferas de las últimas décadas en Argentina. Tras la aparición de La desobediencia (ConTexto, 2018), libro que reúne la obra de la autora nacida en 1972, los lectores pudieron encontrar nuevas producciones que mantienen el foco en sus grandes temas: el cuerpo, la herida fundante de un pasado familiar y la fortaleza de un yo poético que no se asume como víctima pasiva, sino como sobreviviente que reconvierte el dolor. 

Esa es la premisa principal de La mujer maravilla y yo (Caleta Olivia) libro de poemas que muestra la habilidad narrativa que tiene Masin en sus poemas extensos, así como también la precisión poética para que las imágenes hablen por sí solas e impacten en el lector, dejándole espacio para colocar su propia experiencia. En paralelo, Masin también publicó el libro Curar y ser curado, en donde aborda esa temática desde una perspectiva más ensayística, con el cruce entre psicoanálisis y poesía como centro que le permite trazar su pasado como terapeuta. 

En esa dirección, Masin destaca que la poesía “no es terapéutica porque la poesía no busca nada, no tiene ninguna función, ni curar, ni trascender, ni cambiar a las personas o al mundo. Sin embargo, afecta a quien la escribe y a las demás personas”. 

 

 

¿Por qué la elección de la figura de la Mujer Maravilla para el título del libro y del primer poema? ¿Cuál es tu relación con ese personaje?

La Mujer Maravilla me interesa porque es una rara avis dentro del mundo del cómic, si bien ha sido “domesticada” por diferentes editores y productores de televisión y cine, es en su origen un personaje con un trasfondo claramente feminista, una amazona que vive en una isla rodeada por otras mujeres y que tiene poderes y una fortaleza física que hasta ese momento solo tenían los superhéroes masculinos. Esta superheroína revoluciona y desafía ese paradigma machista. Me interesa pensar en las mujeres, en todas las mujeres, como potenciales mujeres maravillas, pero no en el sentido de que sean invulnerables o que sean capaces de “poder con todo” (profesión, familia, hijos). Esa es una imagen que creo muy funcional al patriarcado, porque esa “mujer fuerte” lo sacrifica todo en pos de un ideal imposible y que le consume la vida, y en el fondo no se diferencia del modelo anterior. Se le pide, o mejor dicho se nos pide, que seamos “exitosas” en lo profesional, en lo personal (a partir una idea de éxito que detesto) y a la vez que sigamos ocupándonos en soledad las tareas domésticas y de cuidado. Me parece una trampa. La mujer maravilla, para mí, es aquella capaz de convertir sus vulnerabilidades en la fuente de su poder (como proponía Adrienne Rich). 

En ese mismo poema, se lee: "Pero si podemos/ amar lo que está enfermo, eso/ que no es querible, que es/ tan monstruoso a veces/ que aterra, eso irá/ calmándose de a poco". ¿Podría decirse que el libro busca echar luz sobre las heridas que son fundantes en vez de querer ocultarlas?

El libro propone que la fuente del poder de las mujeres está precisamente en el daño del que han sido objeto (todas las mujeres tenemos experiencias fundantes de daño), pero no en el daño sufrido pasivamente que nos convertiría en víctimas sino en el daño reconvertido, reparado, transformado en potencia vital, que nos transforma en sobrevivientes.

En esa dirección, ese enfoque es bastante propio del psicoanálisis. ¿De qué manera vez que se cruzan en tu obra el ser poeta y psicoanalista?

En un libro de ensayos que se editó casi paralelamente a La mujer maravilla y yo, que se llama Curar y ser curados, hablo de esto. De las diferencias entre psicoanálisis y escritura poética en relación al modo de curar, de reparar lo dañado en una subjetividad. La poesía, digo en ese libro, no es terapéutica, pero es un instrumento de sanación. No es terapéutica porque la poesía no busca nada, no tiene ninguna función, ni curar, ni trascender, ni cambiar a las personas o al mundo. Sin embargo, afecta a quien la escribe y a las demás personas. Tiene efectos. O sea, cura como curan los chamanes o las curanderas, sin que se sepa bien por qué ni cómo. Por supuesto, no se contrapone a otros abordajes del padecimiento, el psicoanálisis es una herramienta muy valiosa, pero no es la única. El arte tiene sus maneras de reparar, únicas e incomparables. Creo que mi pasado como psicoanalista tiene la misma raíz que mi presente como poeta: buscar la manera de sanar, de restituir lo dañado, de encontrar un modo de reparación a través del lenguaje. 

La figura del padre también juega un rol central en estos poemas, siendo esa herida fundante de la que hablábamos antes. En el poema "En lo único que creo" nos encontramos con estos versos: "Hay pájaros rapaces así/por todos lados, padres/ tragándose la cría de un solo, / limpio bocado, no por descuido, / sino porque el amor/ es monstruoso a veces:/ el amor a otro cuando no puede/ ser más/ que amor a sí mismo". ¿Qué autoras y autores sentís que te ayudaron a poder acercarte a este gran tema en tus poemas?

Hay una autora en particular que fue decisiva, particularmente con uno de sus libros: El padre, de Sharon Olds. Creo que el modo de acercarse a la figura paterna que tiene en ese libro, que me parece magistral, es el que necesitaba en mi propia poesía. Un modo que respetara la ambivalencia que produce esa figura que es monstruosa pero que fue (inevitablemente) amada alguna vez. Que fuera capaz de transmitir el odio y el amor que despierta y calar más hondo, trascender el campo de las emociones y encontrar un “más allá del padre”, donde su crueldad y su violencia ya no tendrían efecto. Pero para que eso pueda ser logrado, creo, es necesario atravesar esa crueldad, esa violencia en la escritura, atravesar sus consecuencias en el cuerpo y en la mente de la hija y proponer en los poemas una nueva versión de la historia, de los hechos efectivamente sucedidos, donde la hija ya no sea víctima, se vuelva una sobreviviente. Y se libere. 

En el segundo poema del libro, se afirma: "pasarnos la vida queriendo traducir/ lo intraducible: cada idioma tiene sus giros, su manera/ de trabajar el silencio hasta agotarlo, hasta que deje/ salir una gota o un rubí, el tesoro/ que lleva dentro, hermoso, / inaccesible". ¿Cómo definirías tu proceso de escritura de un poema para, justamente, traducir lo intraducible?

Mi proceso de escritura tiene que ver directamente con el cuerpo, la necesidad de escribir aparece como una necesidad física, por eso me siento muy representada con la idea de soplo de la que habla Hèlène Cixous, un soplo que se manifiesta en el cuerpo como una urgencia, que exige, como dice ella, “escribime o rompo todo”. Mi escritura surge así, de una manera torrencial, muchas veces incluso mis libros han sido escritos en un corto período, para después, por supuesto, ser revisados y reescritos y corregidos todo lo que sea necesario, pero la instancia inicial de escritura responde a esa urgencia física que busca traducir lo intraducible, porque lo que sucede en el cuerpo no tiene correlato en las palabras.

En una entrevista a un medio mexicano señalaste que la escritura es lo que te dio un lugar en el mundo. Después de más de 25 años de la publicación de tu primer libro, Bizarría, ¿qué creés que le sigue aportado la escritura a tu vida?

La escritura, hoy, le aporta a mi vida sabiduría y alegría. Sabiduría porque pienso que les poetas, cuando escribimos, no sabemos qué vamos a escribir, lo que sucede en el poema es un accidente en el que no interviene el yo consciente más que en una pequeña medida. El resto es misterio, pregunta, cuando me encuentro con un poema terminado, siempre siento que ese poema sabe mucho más que yo, que hay algo ahí que busca ser escuchado, como en los sueños. No podemos decir que somos les autores de nuestros sueños, tampoco de nuestros poemas. Y la alegría que me aporta la poesía tiene que ver con que tengo la suerte de que mi escritura toque, afecte a muchas personas que me lo hacen saber casi diariamente, a través de mensajes en las redes sociales, de mails, o personalmente, y ese momento en que otre me dice que mis poemas tuvieron un efecto en su vida, es el momento de máxima felicidad.  

Volviendo a La mujer maravilla y yo, el lector se encuentra con poemas en su gran mayoría extensos. Esa es una constante en la mayoría de tu obra, como se puede ver en La desobediencia. ¿Es una decisión consciente? ¿Qué sentís que te permite la extensión? 

Escribir poemas de largo aliento no es una elección consciente, más bien es una forma que se impone. Creo que mis poemas se van construyendo “por acumulación”, la extensión me permite dejar que el texto crezca, se ramifique, tome diferentes caminos hasta confluir en un final que de alguna manera abarque todo ese mundo que se ha creado ahí. Me permite también contar historias, mis poemas tienen momentos narrativos e incluso ensayísticos, momentos en los que aparece la pregunta y el intento de responderla, las hipótesis, las reflexiones: me interesa muchísimo la mixtura de géneros, la hibridez, la convivencia de discursos, de modos de decir.

A lo largo del libro se puede ver una importante presencia de otras voces mediante los epígrafes y las dedicatorias, en donde se pueden encontrar nombres como los de Cristina Fernández de Kirchner, Sylvia Plath o Diana Bellessi. ¿Cómo se te fue presentando esa suerte de coro?

Yo creo, desde siempre, que la escritura es una conversación, que es una construcción coral donde las voces que nos han marcado, de nuestros ancestros, de las personas amadas, de nuestros referentes en el arte, en la vida, en la política, confluyen y resuenan. Además, en este libro aparecen citadas (con textos de ellas o en las dedicatorias de los poemas) algunas de las mujeres maravilla de mi vida, las que me acompañaron y me marcaron el camino, como mis amigas del alma, mi pareja, escritoras como Diana Bellessi, Adrienne Rich, Robin Myers, Sylvia Plath y referentes como Cristina o Thelma Fardin. Es también un gesto de agradecimiento y amor hacia ellas.

Si no me equivoco, hace poco más de tres años que vivís en Córdoba. ¿Afectó en algo tu escritura el mudarte de una ciudad como Buenos Aires después de tres décadas?

En mi escritura, la naturaleza siempre tuvo un lugar fundamental. Al haber nacido en una ciudad pequeña como Resistencia, el contacto con lo natural fue fundante, y yo estoy convencida de que los paisajes de la infancia no desaparecen jamás de la poesía que vas a escribir. Viviendo en una gran ciudad como Buenos Aires, siempre estuvieron ahí, como si nunca me hubiera ido. Ahora que vivo en Córdoba, y que ese contacto con la naturaleza está facilitado, creo que mi poesía lo agradece. De hecho, escribí buena parte de La mujer maravilla y yo en un pueblito de las sierras, donde de tanto en tanto levantaba la vista y veía pasar una corzuela o una liebre, o salía a caminar y me encontraba con el monte o con vertientes del río. Hay muchísimo de ese universo en el imaginario del libro.

Se puede ver una suerte de mayor atención a la poesía por parte del público lector, así como también su valoración en general. ¿Cómo encontrás el panorama poético actual? ¿Qué notás en las generaciones más jóvenes? 

Veo muchísimo más interés y atención hacia la poesía, hay una gran vitalidad que se refleja en la cantidad de libros publicados, ciclos, editoriales, que aun en un tiempo difícil desde lo económico, se sostienen con mucho esfuerzo, pero con un público creciente y mucho más variado que cuando comencé a escribir en la década del 90. En ese entonces, éramos les poetas les que leíamos poesía o íbamos a ciclos de poesía. Hoy por hoy, en mi experiencia, hay muchísimos nuevos lectores de poesía que no necesariamente la escriben a su vez, que han descubierto la poesía en las redes, por ejemplo. Las generaciones más jóvenes, particularmente las mujeres y les poetas de la comunidad queer, me asombran y me conmueven muchísimo. Su poesía tiene un grado de libertad y de desacartonamiento que me encanta. Como si el miedo a hablar que imperaba en décadas anteriores estuviera empezando a ceder y en su lugar aparecieran estos poemas liberados de un cepo pesadísimo, por fin.  

 

 

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