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Cristina Macjus: "Suelo tener mucho cuidado con lo que leo mientras escribo"

Literatura infantil y juvenil

"Querría que lo intuitivo y lo no lineal estuviera en mis textos, aunque no sé si me animo todavía, hay en el mercado de la literatura infantil cierta presión por los cuentos bien explicaditos", dice la autora de Tres huevos azules y otros cuentos salvajes (Pequeño Editor).

Por Valeria Tentoni.

 

 

"La vida de una niña en una casa junto al monte, donde los huevos son azules y los gatos son tan cariñosos como salvajes". La protagonista del último libro de Cristina Macjus (Buenos Aires, 1976), publicado por Pequeño Editor, comparte con su autora una escenografía de infancia, la selva misionera, y probablemente una aventura: la de entrar en contacto con el mundo animal y aceptarlo tal cual es, mágico e insubordinado, libre de libertad absoluta.

Licenciada en Comunicación, Macjus se dedica a la literatura para niños desde hace unos cuantos años. Sus libros Anselmo Tobillolargo, Mal día para ser mala y Seis centímetros de vacaciones fueron distinguidos por su calidad literaria por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (ALIJA).

Otros de sus títulos son: La remolacha gigante, El jardín de Lili y La chica astronauta y las ganas de volver. Además, coordina talleres de lectura y escritura.

 

 

Tres huevos azules y otros cuentos salvajes refleja el paisaje de tu infancia: la selva misionera. ¿Cómo influyó en tu imaginario ese lugar? ¿Durante cuánto tiempo guardaste estas historias? 

La selva es abundante. Crecí conviviendo con la diversidad profunda, y la valoro. Algo de eso tiene este libro, que parece reunir cuentos sobre mascotas, pero luego hay animales salvajes que se hacen amigos de los chicos, y también hay chicos que pueden generar vínculos libres, o sea, salvajes. En el monte existe una cantidad sorprendente de bichos, que se comunican con el ser humano de múltiples maneras, no siempre de formas claramente comprensibles, y eso me gusta, querría que lo intuitivo y no lineal eso estuviera en mis textos, aunque no sé si me animo todavía, hay en el mercado de la literatura infantil cierta presión por los cuentos bien explicaditos. La vida en el monte no es necesariamente ordenada, ni lógica, ni productiva, creo que me gustaría algún día poder escribir así. 

¿Cómo entraban los libros en ese entorno? ¿Cómo fue tu infancia lectora?

En mi pueblo no había librería, así que los libros los solíamos comprar cuando viajábamos. Eso les daba un toque emocionante y festivo. Fue mi mamá la que convirtió la carencia en una posibilidad de aventura: en las vacaciones preparaba una excursión hasta una librería y nos dejaba elegir tres libros a cada uno. Los que quisiéramos, se trataran de la porquería que se trataran, costaran lo que costaran. No era tan liberal el resto del año, ahí se encargaba de comprar libros de calidad por catálogo, pero en esa fecha la libertad era parte importante del festejo. Recuerdo a mi primer Michael Ende comprado en Bariloche, y varias María Elena Walsh, todas en Buenos Aires. 

Viviste después en Buenos Aires, donde estudiaste Comunicación. ¿Qué te sirve de esa carrera a la hora de escribir libros para chicas y chicos? 

La UBA tiene garra. Estoy orgullosa de haber estudiado ahí, de la autonomía que me dio como persona. Me enseñó a estudiar, a debatir y argumentar, me ofreció cierta forma de mirar el mundo, me dio la confianza de que era adulta y podía valerme por mi misma. Me plantó en el mundo, así que supongo que algo de eso debe aparecer en mis textos, o quisiera que aparezca. 

La carrera de Comunicación en sí misma tenía muy pocos años cuando yo ingresé, y varias debilidades, no sé si la volvería a elegir, o tal vez sí, pero para cursar solo una parte, no entera. Aunque seguramente será una carrera distinta ahora, ya más adulta, tantos años después. 

¿Cuándo empezaste a escribir y cómo fue? 

Empecé a los 21 años trabajando como redactora en un diario. No había escrito nunca, solo trabajos para la facultad. Me formé con la práctica. Tuve la suerte de pasarme a la literatura muy enseguida, mi primera novela la escribí a los 24 y no sabía mucho del tema, me gustaban los libros para niños, leí todo lo editado ese año, y me mandé. 

¿Te formaste en algún taller?

A los talleres literarios llegué muchos años después, ya con varios libros publicados. La dinámica de taller me encanta, es muy afín a mí, me gusta la compañía, y siempre fantaseo que algún día voy a encontrar mi taller, que es como mi media naranja grupal, que estimula, mima y desafía. Lo más curioso es que, al dar talleres yo misma, con el tiempo fueron llegando alumnos que son afines a mis propias lecturas, y resultan compañía y desafío. No escribo, claro, porque coordino, pero sí pienso sobre otras escrituras y eso influye en la mía.

Tu primer libro fue muy premiado, Anselmo Tobillolargo. ¿Cómo recibiste ese reconocimiento? 

Con sorpresa y alegría. Fue importante para que me decidiera a seguir escribiendo. 

¿Qué es lo que buscás cuando escribís para lectores de estas edades? ¿Qué cambia de una escritura periodística o para adultos? 

No estoy muy segura. Llevo años en esto y me han hecho esta pregunta muchas veces, pero todavía no encontré mi respuesta. 

Tres huevos azules puede recordar al imaginario de Quiroga, ¿lo tuviste presente? ¿Qué autores te acompañaron en este libro? 

Me encanta esta pregunta, suelo tener mucho cuidado con lo que leo mientras escribo. Me busco libros afines, no necesariamente en temática, más bien en clima, porque es ahí donde necesito compañía. No puedo leer nada que me saque del tono. Escribir, para mí, significa generarme una atmósfera que se sostenga todo el tiempo que dure ese proyecto. Pero después que termino, me olvido qué leí. No creo que sea casual. Si bien tengo mala memoria en general, creo que durante el proceso creativo sucede algo medio nebuloso, como si una no manejara del todo lo que sucede ahí, los recuerdos no se imprimen de la misma manera en la cabeza mientras una está escribiendo. Con respecto a la influencia de Quiroga: estuvo en mi infancia, y viste que lo que se lee de chica queda marcado con surcos en la cabeza, así que doy por sentado que lo llevo dentro. 

¿Qué más leés? ¿Cuáles son los géneros que visitás más seguido?  

Las ganas me llevan hacia escritoras en este momento. Puedo darle cabida porque se están publicando, traduciendo y reeditando a más mujeres, y eso abre posibilidades lectoras. Dentro de esas escrituras me gustan los textos aireados, que narran lo pequeño, lo cotidiano, también las que no se preocupan demasiado por el nudo y el desenlace, las que se van por las ramas, las que deshilachan, las que no cierran, todas esas, y otras, me parecen lecturas felices. Estanque, de Claire Louise Bennett, Ocho, de Amy Fusselman, Diccionario de Ruso, de Marina Berri, Apegos feroces, de Vivian Gornick, Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, Conjunto vacío, de Verónica Gerber, Memorias de África, de Isak Dinesen, Tres luces, de Claire Keegan, El libro de la almohada, de Sei Shonagon, por nombrar solo algunas y todas mezcladas. Y también poesía: Laura Wittner, Roberta Iannamico, Estela Figueroa, María Teresa Andruetto, Laura Forchetti, Claudia Prado, entre muchas otras.

También me pasó que un conjunto de libros de autoras jóvenes argentinas y latinoamericanas me hizo compañía este año, algunos de ellos son los primeros libros de esas autoras y, aunque no me han marcado fuerte en el sentido en que me estás preguntando, juntos forman como un campo, una brizna que se sostiene junto a la otra, y uno a uno me han dejado una pequeña pelusa pegada, casi sin darme cuenta, y eso, pelusa tras pelusa, forma algo poderoso. Somos un grupo de escritoras, no nos conocemos, y yo me empiezo a sentir acompañada, por ahora como lectora.

También das talleres de lectura y escritura para chicos. ¿Qué podés contarnos del modo en que funcionan las imaginaciones de las personas niñas, ya sea como lectoras o como escritoras?

Bueno, la compañía, lo que decía recién, puede llegar a ser muy importante. Transitar espacios creativos permite entrenar la imaginación. Hay chicos que nunca jugaron con las palabras, o a inventar historias y ese tipo de cosas, y son muy buenos alumnos, aplicados, pero al proponerles una consigna de taller no se les ocurre nada. Siempre es una sorpresa para mí ver como un chico expande su imaginación solo por estar en contacto con la literatura y con otros chicos creativos. Lograr inventar una historia propia les da felicidad, que es lo que importa, ¿no?

 

 

 

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