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Diana Bellessi: "Si el corazón no lo empuja, no hay poema"

Presentando nuevo libro

"Creo que la tarea más ardua que he hecho con mi escritura fue ablandarla": después de publicar su obra reunida, con Fuerte como la muerte es el amor (Adriana Hidalgo) la poeta nacida en Zavalla regresa a su pueblo de la infancia. Una entrevista en la que repasa sus viajes, sus lecturas, su amistad con Ursula K. Le Guin, sus procesos de composición y los orígenes de su poética. 

Entrevista y fotos Valeria Tentoni.

 

Diana habla, y el jardín de fondo. Ceba mate y fuma, una y otra vez fuma, frente a una pequeña mesa entre dos paredes completas de bibliotecas. Esas son sólo algunas de sus muchas bibliotecas -amarilleadas por los años en el caos de la frecuentación- porque están también las que ocupan el resto de las habitaciones de ese departamento de planta baja en el corazón de Palermo, las de la cabaña del Tigre, y ahora la que se arma en la nueva casa que tiene en su viejo pueblo de Zavalla.

Hace unos cuatro años, y con el dinero del Premio Nacional de Poesía, se compró esa casa, que ella llama “casita”, en el mismo pueblo donde nació en 1946. Lo primero que hizo al llegar fue plantar árboles, lo segundo abrir una gran ventana. Desde ahí observó las variaciones de la luz cayendo sobre lo mismo, y entre otros elementos es con eso que hizo Fuerte como la muerte es el amor, su último libro. Escrito con la gracia que se presenta "cuando la nimiedad adquiere / prestancia de dios / en su faz más tierna", como escribió en El jardín, el tomo viene después de Tener lo que se tiene (su poesía reunida, por Adriana Hidalgo), Pasos de baile, las memorias de Zavalla con Z y reediciones como la de La edad dorada, con Caleta Olivia. Sin contratapa, sin prólogo, sin invitados a elogiarla en el día de su presentación (próximo jueves 15 a las 20hs. en Casa Brandon), Fuerte como la muerte es el amor tiene en su portada una escena pueblerina. 

“Comer / lo que admiramos para que florezca / en la cabeza”, sigue siendo la premisa de esta poeta en tiempo presente que ahora habla rodeada por lomos en que se leen, al vuelo, nombres como los de Violeta Parra o Hugo Padeletti. Hay máscaras mexicanas en las paredes, un móvil del que penden pajaritos venezolanos, un bordado que le hizo su amiga Ursula K. Le Guin, figurines africanos que durante años fueron promesa de la travesía que acaba de hacer, al fin. Recuerdos de viajes, propios y ajenos, ocupan todo lo que no ocupan los libros ni ella, y esto es así hasta llegar a la puerta de entrada, justo donde una gran reproducción del más aguamarino de los van Gogh parece volver a la vida del campo.

 

Después de tu poesía reunida, ¿dirías que esta es una vuelta a lo primal?

Sí, y en el libro anterior, Pasos de baile, también hay una vuelta a eso. Pero en este se nota mucho más, porque acá el gran protagonista es mi pueblo, y algunas gentecitas y bichitos y cosas de mi pueblo.

En el documental sobre tu vida, El jardín secreto, habías dicho que no estabas pudiendo escribir mucho en la ciudad, y que estabas escribiendo más que nada en Tigre.

Tigre es inagotable. Yo creo que voy a volver a escribir otro libro, porque hay que estar ahí. Bueno, todo depende. Cada poeta hace lo que puede, y lo que quiere también; pero a mí me suscitan los lugares donde es todos los días, donde todos los días veo ese pequeño yuyito, la ranita, el sapito, el sauce... Eso es lo que me lleva a escribir. No siempre fue así, pero en la mayor parte de lo que he escrito sí fue así. Y durante muchos años eso fue la islita del Tigre. Hasta que pegó ese virazo a Santa Fe.

¿Y qué te llevó a Santa Fe, a escribir allá?

A escribir allá no me llevó nada, me llevó allá el hecho de que estuvieran viviendo mi hermana, mi cuñado, mi sobrino y mi tía, la pequeña familia que me queda, y a donde yo iba porque visitaba a mis padres. De Zavalla me fui cuando casi había terminado la facultad, me faltaban dos materias, yo estudiaba filosofía. Me fui y no las rendí nunca más. Tenía veintidós años. Estuve seis años recorriendo a pata el mundo, y cuando volví fuí, me quedé quince días, y dije bueno, adiós, adiós. Ya antes había dicho adiós, adiós; me vine a Buenos Aires. Pero, ¿qué era lo que te quería contar? Que no fui al pueblo a escribir. Fui por esas cosas que uno ni sabe. Justo saqué el Premio Nacional y me dieron una plata en efectivo y con eso me compré una casita en el barrio Los Negros, que es donde yo había vivido, además. Yo viví en la chacra primero, y después en ese barrio. Ahí, a dos cuadras de la antigua casita que alquilaban mis padres y de la que se hicieron después con los planes del peronismo, se hacían casas y las pagaban durante mil años. O sea: no fui para escribir. Fui porque quería estar un rato en el pueblo. Pero ahí empecé a escribir este libro. Y cada vez que iba escribía, escribía, hasta que se terminó. Y ahora no sé, creo que quiero volver a la isla. O escribiré con el recuerdo de la isla... Pero no, no puedo escribir con recuerdos yo. Escribo con el tiempo presente, siempre. Me parece. O, por lo menos, en muchos de mis libros siempre escribo con el tiempo presente, que te da un lugar también presente. 

Está también el tema del tiempo en el libro. Hay unos versos: "Y todo es ahora / el tiempo para siempre". Hay una idea de infinitud del instante, ¿no? Como si lo fueras estirando con la observación de lo mismo.

Viene siendo... Es como la escollera de muchos de mis libros, sí.

Y la observación de lo repetido. En este libro hay una ventana, en particular.

Sí, una gran ventana que hice yo en la casita. Y en esa ventana empecé a ver unos seres extraordinarios en la pared. Ahora todo lo tapó el verde, o sea que ya no los veo más a estos seres extraordinarios. Estaba pintada de un negro que impermeabilizaba la pared con retazos de blanco, entonces se iban armando figuras, unos gigantes de Zavalla. Pero ya lo cubrió la enredadera. ¡Creció todo! Tengo dos árboles gigantes ya, que puse apenas llegué: un álamo plateado que está enorme, un caqui y hay también un saucesito llorón. Planté de todo, porque yo soy una jardinera por antonomasia. Llego y planto, planto, planto.

¿Cómo creés que se relacionan tu escritura y toda la cuestión vegetal?

Es que me crié en el campo yo. Viví hasta los siete años en una chacrita que alquilaban mis abuelos, y ahí trabajaban mis padres, mis tíos. Me crié jugando con las tortugas que pasaban por las zanjas, con el cañaveral y con la gran huerta que hacía mi abuelo. El verde es, para mí... Al verde yo lo llevo en mi corazón. Son mis grandes amistades.

¿Cómo fue volver de ese viaje?

Me fui, estuve seis años afuera y cuando volví estuve unos meses en Buenos Aires y al rato nomás se vino la dictadura militar. Volví cuando todo el mundo me decía "¡no vuelvas, no vuelvas!". Y yo lo único que quería era volver, ya no aguantaba más estar fuera de la patria.

¿Por dónde estabas cuando decidiste volver?

Y, estaba en Nueva York, porque de Europa me volví a Nueva York, donde sabía que podía conseguir trabajo para el pasaje. Pero vendí una serie de notas en Europa con las cuales también me podría haber vuelto. Vivía con la guita muy al día, muy al día todo el tiempo. De vez en cuando vendía algo, como las notas esas, y juntaba un poco de plata. Me iba a comprar un pasaje a las Bahamas y de ahí ver cómo llegar a Argentina, pero era la época del Watergate, entonces no me daban la visa en ninguna parte para volver a Estados Unidos. Fui a París, dije: hago el último intento. Me preguntaron qué hacía y dije "journalist", ¡y me dieron una súper visa!, porque era el momento en que los gringos estaban aterrados con los periodistas. Me cambié con lo mejor que tenía, fui bien vestidita y dije eso, dije "journalist". Entonces volví a Nueva York. Ahí junté la plata en unos meses y me volví a Buenos Aires.

¿Ahí fue que la conociste a Úrsula K. Le Guin?

No, a Úrsula la conocí mucho después, fue mucho más mágico. En uno de los viajes que hice a posterior de eso yo me compré un librito de una señora, Úrsula K. Le Guin, uno de sus libros en prosa. Fue el primer libro de ella que leí -después leí la obra completa, o casi, me faltan los ensayos que salieron en España. Estando en el Delta le escribí una carta, y ella me contestó de inmediato. Yo le mandé los capullitos dorados de los plátanos que tenía en mi casita en la isla, preciosos, y ella me mandó una ramita de Oregon, en una cajita. Y a partir de ahí nos empezamos a escribir. Nos escribíamos una carta por semana, por lo menos, durante mucho tiempo. Yo la quise conocer, pero ella no quería, creía que íbamos a arruinar todo. Justo me fui con una beca a Estados Unidos, pero ella no quería. Hasta que me mandó el pasaje para que la fuera a visitar a Oregon, ¡y nos caímos muy bien! Creo que lo que la convenció fue una foto de Borges que le había mandado, una que había sacado Sara Facio. Debe haber dicho ¡ah, entonces no es una niña salvaje, ha leído a Borges! Y así fui dos veces a su casa, en Oregon. Ella vino una vez acá. Estuvo un día, nada más, porque se iba en un crucero dando toda la vuelta por el canal de Beagle hacia Chile, donde sí se quedó más días. Le encantó Buenos Aires, pero ya estaba en sus últimos viajes. Y nunca más volvió. Pero sí fui al puerto, le compré un gran ramo de jazmines. Esa fue la última vez que nos vimos.

Vuelvo al libro: hay un verso en La edad dorada en el que les pedís a los mirlos que te enseñen a cantar. En este último libro, hay versos en los que cantás como los pájaros.

También hay el canto de las ovejas, sí. Cada vez me fui animando más, digamos, a poner cosas que habitualmente los de mi generación no ponían en sus poemas. Yo adoraba a los buhitos de la isla, que de vez en cuando, en la noche, los oía cantar. Y también a las lechuzas blancas, que se acercan a las casas, maravillosas; te dan un poquito de miedo cuando creciste en el campo, porque dicen que traen malos augurios, pero no. Son unos animales preciosos. Como son preciosos los murciélagos y las cuncunitas, unas viboritas que queman.

¿No le tenés miedo a la intimidad con la naturaleza?       

A mí la intimidad con la naturaleza nunca me ha dado miedo, creo. Me ha dado el pasmo del misterio, más que miedo. Ese pasmo de... ¡mirá lo que sucede! Cuando sale la luna, esa luz maravillosa. Y allá en Zavalla yo estoy a media cuadra del campo.

El horizonte todo para vos, sin interrupción.

Bueno, con la interrupción de los alambrados, no te olvides. No es más la llanura bárbara que había antes. Y los campos de soja. Era mucho más bonito el campo cuando yo era niña, cuando había campos de linos florecidos y era el mar. Yo el primer mar que vi fueron esos campos de lino, porque al mar lo conocí cuando tenía diecisiete años, recién, en un viaje de la escuela secundaria. Primero el Río Paraná, al que quise mucho, pero no tanto como cuando me fui a vivir a la isla acá y convivía con él todos los días. Ahora ya no ves más esos mares de lino, ves campos de girasoles, con suerte, de vez en cuando. Y ves los trigales, cada vez menos. Y los maizales, cada vez menos. Y después soja, soja, soja.

Este libro añora las mariposas, también.

Sí, hasta que yo tuve veinte años había una cantidad de mariposas anaranjadas y amarillas enorme. Todo fue aniquilado con el matabicho de la soja. Han eliminado muchos pájaros, muchas cosas que ya no ves más. Y algunos vienen al pueblo, y se refugian. Por ejemplo ese pajarito al que yo le dedico varios poemas, el picabuey. 

También está tu mamá en el libro. Es un libro de visita a tus mayores, ¿no? Algo que ya había aparecido en otros tomos, como tema.

Sí, pero más durito. Esta vez blandito, blandito, me parece. Creo que la tarea más ardua que yo he hecho con mi escritura fue ablandarla. Como el agua, que se vaya así como el agua. Incluso en los temas; son temas que a quién le importan. Las ranas, los sapos, los pajaritos. 

En el documental decías, y no sé si ya estabas trabajando en este libro por entonces, que querías escribir un libro inocente, si no me equivoco.

Ahí estaba escribiendo Pasos de baile. Ya llevo varios años con eso.

¿Y cómo pensás a la inocencia en la escritura? ¿Está en la mirada, en la intención?

No la pienso yo. Está en lo que hacés cuando escribís. Ahora: qué hacés, no sé. Hay algo con el ritmo, con la imagen. Algo que es así, muy inocente, de pronto. Pero... No sé si es inocente, tampoco. Yo digo inocencia como lo dice el Nuevo Testamento, la inocencia que te pone al lado de Jesús, como las ovejitas, o como cualquiera de los bichos, las ranitas, los sapos. Yo no soy católica, pero he leído mucho la Biblia, igual. También he leído el Cantar de los cantares, son lecturas que te llegan al corazón, que son maravillosas.

Además de los temas, también la música de tus poemas se va acercando más a esto. ¿Cómo fuiste haciendo ese trabajo que identificás como de "ablandamiento"?

¡Magia! ¡No sabemos cómo sucede! Te empieza a gustar eso y querés acercarte a ello, es eso nada más, creo. Y creo también que la poesía de los jóvenes, a la que me mantuve ligada mucho tiempo de mi vida, también me lo dieron; creo que los más jovencitos escriben esa poesía, mucho más que los viejos. Pero Padeletti también la escribía. Gran maestro, extraordinario maestro, uno de mis más grandes maestros. Aunque nunca fue mi maestro, pero es maestro porque lo leí.

¿Te formaste en talleres o te mandaste a escribir sin más? 

No, me mandé a escribir, pero charlé con gente que me enseñó. Charlé mucho con un gran poeta rosarino que es Aldo Oliva. Él vino a mi escuelita cuando yo tenía catorce años, y un día me paró en el comedor escolar y me dijo: "¿Asique vos escribís versos?", y yo, que era la timidez personificada, lo miré y le dije que sí. No sé cómo me animé a decirle que sí. "¿Y has leído a los románticos alemanes?", me preguntó. Y no. Ese día marché a la biblioteca en busca de todos los románticos traducidos, los alemanes, los ingleses, todos los románticos que encontré. Ese fue el primer sello fuerte, creo, que tuve. ¡Una frase como esa! ¿Quién me iba a hablar en ese horrible pueblo de Casilda donde yo hacía la secundaria de algo así? Nadie, solo Aldo Oliva, que fue a dar clases como interino en la escuela secundaria a la que yo iba, porque no había secundario en mi pueblo, entonces tenía que viajar hasta Rosario o hasta Casilda. Y mis padres eligieron Casilda, no Rosario.

Esos viajes te deben haber dado mucho tren, mucha contemplación, ¿no?

Sí, claro. Y mucho sufrimiento también, porque eran horribles las escuelas en esa época. Y eran maravillosas, también. Las dos cosas. Yo me topé con gente maravillosa, por eso estudié Filosofía, por los profesores de filosofía que tuve. Por suerte no estudié Letras, y estudié Filosofía, lo cual medio la posibilidad de leer los libros más difíciles. 

Ahí veo que en la biblioteca tenés a Padeletti, justo. Y a Violeta Parra, que también trabajaba con la naturaleza, como vos, ahora que la veo pienso que están cerca. ¿Por casualidad la llegaste a conocer?

No, por desgracia. Ya había muerto cuando yo fui a Chile, a los veintidós. Ella aprendió a escribir a los modos de la literatura oral, que es lo más grandioso que hay sobre la tierra. Yo arribé a eso muy tarde, porque me crié en el medio de las vanguardias. Y llegué a la versificación muy tarde ya. Igual algo aprendí del endecasílabo y del arte menor. Aprendí mucho dando clases en SADAIC, porque como le daba clases a los músicos y letristas tuve que aprender para entender los que traían y para enseñarles. Nunca le terminaré de agradecer a la Walsh, que es la que me invitó. Ella me consiguió esa chamba en SADAIC, algo que me encantó durante muchos años hasta que me empecé a cansar. Todavía aparecen los antiguos alumnos de SADAIC y me piden consejos.

¡Es muy difícil escribir letras de canciones!

Sí, es muy difícil. Es que tenés que aprender a escuchar los acentos. Si aprendés a escuchar los acentos le ponés letra a lo que vos quieras, ni siquiera es necesario que sea dentro de la versificación tradicional, porque el rock and roll queda competamente afuera. Al principio el acento era siempre afuera, por eso no se entiende nada de los primeros años del rock nuestro. Y después fueron aprendiendo. Gieco aprendió mucho, por ejemplo. Spinetta no aprendió tanto.

¿Leíste eso que dice María Elena en el libro de entrevistas con Gabriela Massuh? Habla de sus primeros años de escritura, cuando era poeta, y en un momento se refiere a cierta cosa abismal ante la que se vio escribiendo poesía, cosa que luego abandonó. ¿Sentiste alguna vez ese vértigo?

Sí.

¿Y qué hacés?

Me aguanto. Aguanto ahí. Es el momento en que el lenguaje se quiebra y se va a la mierda. Creo que es eso, ese es el vértigo. Y eso es la poesía. Pero bueno, depende de las maniobras que hagas entre el sentido, y esa música infernal que te lleva atrás, a la época de las glosolalias.

¿Sentís que pudiste llegar hasta ahí con los pájaros que escribiste?

No sé. No sé a dónde llego yo. Lo que sé es que corrijo mucho, mucho, cosas minúsculas. Porque el poema sale entero, pero pequeñas cosas minúsculas me llevan mucho tiempo. El poema se escribe y ya está.

¿Pero cuánto tiempo pasa hasta que lo dejás tranquilo?

Y, depende. Algunos muy pronto, que son los de la gracia plena. Y otros muy largo, que son los del trabajo, trabajo, trabajo. Pero cuando terminás el trabajo, no se nota. Eso es lo maravilloso del asunto. Por eso la inocencia, parece que lo hiciste en un rapto.

Hay otro tema que es muy tuyo que es el de la ternura, al que volvés.

No sé, a mí me parecía horrible ese nombre que le había puesto la Mistral a ese libro suyo, que ahora me encanta, y ella no me parece tan horrible, pero la palabra no me gusta, "ternura".

¿No está en este libro?

"Dulzura" puede que esté, pero "ternura" es muy difícil que la haya usado. Porque la "t" es lo que me aleja; la "ttrrr", es lo que me aleja. Esas dos consonantes tan duras, sobre todo la "t". ¡Pero que no me guste la palabra no significa que no me gusten los sentidos de esa palabra! Sí... Es eso. El desvío total por lo más pequeño e insignificante, que nadie mira, muy pocos miran. Y que cuando se los ponés frente a la vista, miran.

Y ven.

Y ven. Porque el ser humano no es tan feo. No es tan feo. Fue un animalito como todos los otros, algo hermoso debe tener, ¿no? Ahora, cuando le empiecen a colocar chips y los conviertan en maquinitas, qué se yo. Yo no le digo que no al futuro; es más, si a mí me gusta la ciencia ficción, ¿cómo le voy a decir que no al futuro? Fue lo que más leí cuando era chica, y son los escritores que más me han emocionado. Philip Dick, Ursula K. Le Guin y Liliana Bodoc. Todavía espero encontrar un libro de ellos que no haya leído.

Acabás de volver de África, ¿qué había ahí?

Lo que yo quería ver desde que era niña. Bueno, los grandes y maravillosos animales, el Serengueti, el Ngorongoro, el antiguo volcán, extinguido. Y después los etíopes, que son algo maravilloso. No sé por qué elegí ir a Kenia, Tanzania, Zanzibar y Etiopía, pero creo que por los libros de la infancia, creo que por Salgari. Pero estuve poquito tiempo, sólo un mes. Yo estuve por América Latina, por la Patria Grande, donde me quedaba meses y años: esa es la manera de viajar. Pero esto que hice, por un mes, es una porquería. Hubo un momento en que me dije: me podría quedar a vivir acá, como Rimbaud. Él también entró a África por Etiopía. Pero no, mejor morir en mi tierra, me dije.

El tema de la muerte siempre está en tus libros.

Sí, siempre estuvo. El tiempo, el loco tiempo. Si no existiera la muerte la vida qué sería. Nada, un aburrimiento sin fin. Porque se va a ir es maravillosa. Pero a esta edad es muy extraño cómo se va, se va a una velocidad... Yo tengo ya setenta y dos años, soy vieja ya. “¡Oh, tiempo, sálvame!”, como digo ahí. Yo la quiero imaginar como alguien bonito a la parca, no la quiero imaginar como un esqueleto con guadaña.

Bueno, en Fuerte como la muerte es el amor también está la escena de las tumbas, la visita al cementerio.

Es que me fui a conseguir una tumbita en el cementerio del pueblo, en tierra, y no me la quieren dar. Dicen que no hay más lugar. ¡Estoy indignada que no me quieran dar una puntita de tierra! Yo no quiero un nicho. Quiero que me compren un féretro muy barato, y que se deshilache rápidamente en la tierra, y que después crezcan yuyos arriba. Y en el libro hablo de la tumbita de un amigo imaginario, porque ya estaba muerto cuando yo lo conocí. Y la primera vez que fui a su tumba era algo maravilloso, yo había ido a poner flores a la tumba de mis papás.

Decís que tu mamá fue la que te alentó a viajar, ¿no?

Yo creo que sí, ella fue la que me compró libros. Salgari me lo compró ella, todos los de Robin Hood. 

Dice en la solapa de tu libro que el gran viaje que hiciste fue a pie, ¿en serio?

Sí, iba con la mochila, iba tomando camiones. Salí con un amigo muy querido, un pintor de Santa Fe, Gabriel Martínez Dalmaso, y él me acompañó hasta Perú. Fuimos a Chile y fuimos a parte de Perú juntos. Y después de Machu Picchu se volvió y yo seguí, por mi cuenta, solita. Encontré a mucha gente en el camino. Eso está en Crucero ecuatorial, se llama así el libro en broma, yo iba en camiones, no en crucero.

Cuando salió Crucero ecuatorial, el primero, ¿dónde estabas?

En México, y me lo mandaron. Pero el primero no era Crucero ecuatorial, era uno que nunca puse en la obra reunida, porque sentí que todavía yo no era toda de mí, ahí, por eso no lo incluí.

¿Cuántos años tenías cuando escribiste el primero?

Es que ese no fue el primero tampoco, los primeros fueron otros que tampoco publiqué. Pero de los que guardo, los primeros deben ser de los dieciocho, más o menos. Y después de publicar ese pequeño librito que no ha visto casi nadie, porque no lo reimprimí y quedó en Ecuador, ya publiqué cuando volví acá.

¿Te acordás de cuando empezaste a escribir poesía? ¿Los primeros poemas?

Sí, se los escribía todos a una profesora de la cual estaba enamoradísima. Yo tenía trece, catorce años.

Cuando te cruzó Aldo Oliva.

Cuando me cruzó Aldo Oliva, sí. Pero de esa época no tengo nada, se perdió todo.

¿Siempre se empezará por poemas de amor?

Andá a saber... Porque además era un amor prohibidísimo. Tengo una anécdota de eso: parece que circulaban unas cosas de pornografía en la secundaria, entonces empezaron a revisar todo lo que la gente tenía en sus cuadernos, en sus carpetas. Y a mí me sacaron la carpeta con los poemas que le había escrito a esa profesora. Me los sacó otra profesora, la de geografía, que era una vieja amarga y mala, y a la semana me lo devolvió. Y me pidió disculpas. Yo no mostraba mucho las cosas que escribía.

Desde tu primer libro hasta acá, ¿te encontrás en todos por igual? ¿Te encontrás más en alguno que en otro?

Me encuentro en algunos más que en otros, sin dudas. Sobre todo a partir de El jardín. O quizás a partir de Eroica. Eroica fue una gran aventura de escritura para mí. Pero que yo me siento cercana, ahora, a partir de El jardín, me parece. ¡Son muchos libros a partir de ese!

Siempre has sido muy productiva, y salvo algunos ensayos siempre en poesía. Hablabas de la ciencia ficción, ¿narrativa nunca?

Nunca pude escribir, no. Nunca me salió. No sé si quise o no quise. Me acuerdo que cuando estaba en la secundaria escribí un cuentito con el cual saqué un premio, y un poema. Pero siempre me quedó el poema, el cuentito ya ni me acuerdo de qué hablaba.

Hay algo que no está en este libro y que sí estuvo en otros, poemas de coyuntura. Es algo sobre lo que sí has escrito.

Sí, sí, y son mis peores poemas. Sobre todo en Mate cocido, y algunos en La edad dorada. Ahí empiezan los horrores del menemismo.

Y tus primeros poemas del Tigre también, a su manera: son poemas de refugio, ¿no?

Tributo al mudo, ahí, sí.

¿Y ahora cómo te sentís con respecto a la coyuntura? Porque estos poemas están como "a salvo" de eso.

Sí, se escribieron casi todos antes que subiera Macri. Pero ese libro yo lo escribí en Buenos Aires, gran parte; Mate cocido. Ese fue escrito acá, en las calles.

¿El poema está obligado a cumplir con agendas?

No, no está obligado, no. Sólo uno lo puede empujar ahí, si quiere. A veces se le pide al poema que imprima su tiempo, y no está mal el pedido. Frente a lo cual uno hace lo que puede. Y hacer lo que puede es lo que te dicta el corazón, porque el poema se escribe con la emoción solo. Y la sabiduría de saber escribirlo, obviamente, pero quiero decir: los poemas también se escriben con la cabeza, sin la menor duda, pero si el corazón no los empuja no hay poema.

Última: en este libro hay una serie de elementos que se repiten, sobre los que vas haciendo variaciones. En una entrevista dijiste que una obra está hecha más que de repeticiones de variaciones, que en las variaciones está el estilo. ¿Por qué?

Porque a mí las obras que son todo lo mismo me aburren. Suponéte: a mí me gusta mucho Marosa di Giorgio, pero nunca voy a leer un libro entero de Marosa, ¡si es siempre lo mismo! Pero está muy bien, yo no digo que está mal, y es una poeta que yo siempre aplaudí mucho, pero no es lo que yo deseo para mi escritura. Para mi escritura yo deseo que cada libro tenga algo diferente, porque la aventura es esa, es ir hacia algo diferente. Y el algo diferente es cómo lo escribís. Porque después el mundo es el mundo: cada uno tiene su pequeño mundo, pero cómo lo escribís, esa variación de cómo enfocás tu ojo y cómo traducís esa música -yo sobre todo pienso que la poesía  es música sin fin, pero música con algunos significados. La música tiene muchos sentidos, pero la poesía además de sentidos tiene significado, entonces contás anécdotas, contás historias, contás algo. O algo así, andá a saber. Andá a saber, porque a mí uno de los poemas que más feliz me ha puesto en la vida escribir fue uno que está al final de la obra reunida, el de los sonetos, que yo no sé muy bien ni lo que quise decir ni lo que escribí en ese poema. Pero ha sido uno de los momentos más felices de mi vida en la escritura. Pero algunos significados son caros a la poesía, y no sé si son caros a la música. A la música son caros los sentidos, más que los significados. A mí me hubiera gustado ser música, creo, pero como no pude fui poeta. Estamos muy cerquita ahí, las matemáticas, la música y la poesía se dan las manitos, van los tres juntitos. Sólo que la matemática es con la racionalización y la poesía... no. Pero ¿por qué te estoy contando esto?

 

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