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Fragmentos al imán Kamenszain

El libro de Tamar

Revolviendo fotos viejas, la autora de Una intimidad inofensiva se encontró con una hoja A4 en la que su ex marido, Héctor Libertella, cifraba para ella un mensaje en anagramas con su nombre secreto. Tirando de ese hilo, pista a pista, Kamenszain construye un sistema que trae al presente su obra poética toda, sus ensayos, sus memorias, y anécdotas de aquél "taller matrimonial" y de su generación.

Por Valeria Tentoni. Foto Sebastián Freire.

 

“Tamara: emerjo de un sueño con la máxima cantidad de anagramas y combinaciones de tu nombre. ¿Tanta cantidad de bolsones semánticos pueden esconder 5 letras?”, se lee, en manuscrito, de puño y letra de Héctor Libertella. La hoja A4 con el mensaje que él pasó por debajo de la puerta de la poeta y ensayista Tamara Kamenszain, a poco de convertida en su ex mujer, volvió a aparecer muchos años después. La autora de La novela de la poesía estaba revisando fotos viejas cuando, plastificado en sepia por el paso del tiempo, reapareció esa suerte de poema (si tal cosa, único que escribiera Libertella) o dibujo de palabras en un código intimísimo; el mismo código que usaban cuando se corregían los textos entre sí, en esa especie de “taller matrimonial” del que salieron libros y libros.

“Intuyo que develar algo de lo que esconde eso que él llamó ‘bolsones semánticos’ es lo que me impulsa ahora a escribir en prosa”, sigue las pistas Kamenszain en El libro de Tamar (Eterna Cadencia Editora), alentada por esa pregunta que le deja flotando el autor de Diario de la rabia.

 

 

En tu primer libro de ensayos ya trabajabas el cruce tradición y vanguardia: El libro de Tamar en esa línea hace juego con el anterior, Una intimidad inofensiva, y a la vez es también una especie de recuento sobre tus orígenes, tus primeros compañeros y compañeras de escritura, ¿no? Además de Libertella aparecen Piglia, Ludmer, Carrera, y más; tu primer grupo de pertenencia.

El asunto de mi generación ya aparece en La novela de la poesía, mi familia más cercana de amigos. Y sí, me parece que en este libro sigue totalmente esa línea. También está un poco en El libro de los divanes, un libro posterior, donde aparece el bar El moderno. Hay libros que además cito ahí en los que pasa lo mismo; de algún modo no es que recopilan sino que retoman o le dan forma a cosas generacionales, como el de María Moreno o los diarios de Ricardo Piglia. A la vez, tienen que ver con este movimiento de ir amasando algo generacional y metiéndolo en el presente, con nuestra mirada. No es, o no me gustaría que fueran, unas memorias. No me gustaría el toque nostalgioso, la mistificación de nuestra generación, el "todo tiempo pasado fue mejor". No, no, para nada, porque además no lo pienso. Ese tipo de movimiento me parece que no es muy bueno para insertarse en el presente. El movimiento que a mí me interesa es sí, retomar, obviamente, lo de mi generación, no negar todas las cosas interesantes o buenas, pero siempre insertándolo en una productividad presente. Eso me interesa.

Era una generación que se ejercitaba muy de otra manera, hablabas también en otras entrevistas de que se iban guiando, que hacían “talleres de bar”. Contás en una entrevista que Lamborghini te corrigió una de tus primeras reseñas, sobre un libro suyo, por caso.

Él era para nosotros un maestro. Yo no lo pensaba como un par a Osvaldo Lamborghini. Primero, era un poco más grande, pero no sólo eso: él era un gurú, oficiaba de gurú, no sólo para mí... También para Libertella, para Aira, para Arturo [Carrera], para varios. Nosotros no hacíamos taller porque no se usaba, pero él era como un coordinador de taller. Y era duro. Él me critica, sí, una bibliográfica que yo hago sobre un libro de él, y si no me equivoco es de las pocas que tuvo en esa época.

Y de las primeras tuyas.

Sí, y de las primeras para él, sobre sus libros. Me dijo dos cosas ahí: me criticó por un lado que había una sola idea, que no se podía escribir con una sola idea, y la otra es que faltaba lo que él llamaba la "P de publicidad”, y hacía un gesto como de sellarse la frente, diciendo que tenía que estar publicitado el libro –algo que yo, con una cosa medio al estilo cool, Tel Quel cool como éramos nosotros, no me iba a poner a escribir, no iba a decir "es un libro extraordinario" y blá, blá, blá. Entonces lo cerré todo muy elegante al texto, y él me dijo que faltaba eso, la “P de publicidad”. Que tiene que estar, que hay que saber venderlo al libro. Pensá que la publicidad era una cosa que estaba medio de moda, que traspasa también a mi generación. No somos Mad men pero... Libertella trabajó en publicidad, varios de ellos lo hicieron. Fogwill. Lamborghini creo que no, sí en periodismo, pero estábamos todos bastante traspasados por el espíritu de lo que era el asunto publicitario, que creo que ahora se perdió un poco. El famoso "creativo", era un creativo en serio.

Retomo algo que dijiste, sobre que en esa primera reseña no eras elogiosa. Hay algo que te preguntaron mucho con tu libro anterior, Una intimidad inofensiva; si te gustaban o no los autores trabajados. Y siempre te detenés en advertir que no tiene que ver con que te gusten o no, sino con que te impulsan a escribir. ¿Seguís esquivando el elogio como respuesta?

No, no, no, ¡decir que me estimulan para escribir es un elogio enorme!

Es cierto. Me refería quizás mejor al elogio automático, al me gusta-no me gusta.

Es que el problema con el "me gusta" en estas producciones contemporáneas, en todo el arte contemporáneo, es que ellos no lo producen para que guste o no guste. Ése es el tema. Me parece que los creadores contemporáneos incluso lo hacen no diría para que disguste -porque ahí ya no sería una intimidad inofensiva, sería ofensiva- pero no para que te guste. No se esmeran en que sea lindo, en que te entre por los ojos, o en el caso de la literatura que te entre por las palabras que usan, por los giros, o por tocarte algún sentimiento. No. Parece que es por otro lado. Entonces, si yo uso el "me gusta-no me gusta" no estoy hablando de ellos. Esa la puedo usar con... No sé, con Viel Temperley. Puedo decir que me gusta con locura, que es mi poeta preferido, y que cada vez que no puedo escribir lo leo y se me caen las lágrimas y me dan ganas de escribir. Pero no lo puedo decir de alguien contemporáneo. Tal vez porque es más joven que yo, pero creo que es más por la índole de ese tipo de textos que yo trabajo en el libro. Pero si yo digo "me estimulan para escribir sobre ellos", me convocan para escribir sobre ellos, yo creo que es lo más que puedo decir. Los alumnos siempre me preguntan por el canon; cómo se hace, si son trenzas internas de Puan, cómo se genera. A mí me parece que el canon, cuando viene de afuera tipo mercado, es una cosa autoritaria. Pero no lo llamemos canon, llamémoslo lo que queda, lo que resta, me parece que tiene que ver con que se haya escrito crítica sobre eso. Si hay poca o nula crítica sobre algo, creo que queda solo, como descartado. A mí me gusta el "like", porque es otro modo del "me gusta" contra el que mi generación peleaba, o toda la crítica al gusto que Ludmer trabaja mucho y con la que yo estoy de acuerdo. Me parece que este “like” en cambio es un post me gusta.

También es una forma de acompañamiento, ¿no?

Exacto, es comunitario, es rápido, es acompañamiento, sí. Es hacer red social. Hay que revalorizar lo inmediato: que te emocione, que te provoque algo, que toque el cuerpo. En todo el arte. El “like” le va más que el "me gusta" al arte contemporáneo, porque es comunitario, necesita de un curador, necesita de alguien que te guíe. Por eso, en Una intimidad inofensiva, yo dije que me consideraba una curadora, y fue en ese sentido.

Volviendo a El libro de Tamar, es un libro que devuelve la mirada hacia atrás, retoma muchos de tus libros anteriores.

Nada es intencional en un sentido racional, se me va dando así, pero creo que estoy atenta desde siempre, desde mi primer libro, a la cosa-libro: lo que a mí me gusta cuando escribo no tanto es ver la palabra tal o cual -que también me da mucho placer- sino lo que va de una cosa a la otra, lo que va llevando, eso que Lezama Lima llama "fragmentos a su imán": que los fragmentos vayan siempre al imán libro. Y, a su vez, me voy dando cuenta con el paso de los años y los 16 libros que ya escribí, que los libros también se transforman después en fragmentos que otro imán atrae. Y eso es una espiral. Siento que siempre, consciente o inconscientemente, voy retomando lo anterior. Por ahí todos los artistas o todos los escritores, seguramente, y a lo mejor eso sea lo que algunos llaman estilo. No sé. En mi caso no es exactamente pensado o programado, pero tengo que reconocer que estoy atenta a que siempre todo vuelva en espiral. Me gusta sí siempre que haya un cambio.

Solés alternar en tus publicaciones los géneros poesía y ensayo.

Sí, ahora en este no sé qué es, creo que se rompe un poco esa alternancia. Yo estoy haciendo una encuesta, ¿qué es? Varios me dijeron que es narrativa de acá a la China, otros que es ensayo a ultranza y algunos me dicen que es poesía. Me pregunto, ¿y ahora qué?, porque no me dan ganas de escribir un libro poemas, ni tampoco un ensayo sesudo. Yo, por supuesto, como todos los poetas, siempre envidié a los novelistas: los envidiamos porque venden más, la gente los lee hasta el final, todo junto. Este libro, si bien novela no es -bah, no sé- lo que sí me dicen -y eso me da un placer total- es que no lo pueden largar hasta que lo terminan. La poesía o el ensayo difícilmente se leen así, no es lo habitual. Eso me dio mucho placer, y también me dicen que tiene suspenso. Hay algo de intriga, y eso se ve que engancha. Me divirtió mucho escribir eso de una manera diferente. A mí misma me daba intriga, porque no sabía hasta dónde iba, y me hacía mucha gracia. Yo creo que los narradores se deben divertir un poco más que los poetas, ¡y que los ensayistas ni hablar!

¿Cuándo decidiste hacer con algo con esa hoja A4 donde aparece el poema de Libertella?

El libro me llevó unos dos años, y fue cuando la reencontré: estaba buscando otra cosa, unas fotos que me había pedido mi hijo Mauro del padre para una nota. Me puse a buscar y me encontré con ese papel, y entonces lo releí. Desde que me separé, cada tanto, yo pensaba: debería escribir algo en relación a mi separación. Cuando leí el libro de Sharon Olds, El salto del ciervo, me dio ganas porque ella va narrando su separación ahí. Eso quedó medio en el inconsciente. Ahora me doy cuenta de otra cosa, que me había olvidado completamente: hacía mil años, cuando escribí Historias de amor, el libro de ensayos, mi idea primera era escribir un libro sobre parejas de escritores, y después me lo olvidé, quedó en el fondo del cajón de mi cabeza. Se ve que cuando leí este poema de la hoja A4 me convocó, me dio ganas, apareció todo lo otro. Releí el libro de Sharon Olds, y la escuché en un audio donde habla de los hijos, porque una preocupación mía era y sigue siendo esa. La intimidad es una cosa a veces ofensiva, entonces es muy duro.

Tu hijo Mauro había trabajado ya sobre la figura de Libertella en su primer libro, ¿sentís que eso te habilitó a escribir a vos, de alguna manera?

Primero, al revés. Me dije: bueno, Mauro ya escribió, qué me voy a poner a escribir yo. Pero por otro lado sí, porque él toma áreas y cosas que yo no toco. No sé. El otro día mi hija Malena me dijo algo hermoso cuando terminó de leer Tamar: me dijo que es como un hermanito más, que es un libro donde su papá y yo confluimos, su escritura y la mía, y es una tercera cosa.

Es un libro de amor, también.

Sí, sí, es un libro de amor. No sé qué es el amor, pero sí. Y sobre el secreto del nombre; cuando vi "Tamar", que era un nombre como secreto, me acordé que yo siempre trabajaba mucho -y lo sigo dando en clase- esta cosa que Kristeva dice sobre la poesía de amor, que de algún modo empieza con el secreto del nombre de la dama, de los juglares herméticos. Y Héctor era un juglar hermético, de algún modo.

Y este es "su" poema, el único.

Sí. No creo que él lo haya considerado un poema. Creo que, conociéndolo, no. Primero que era dirigido sólo a mí, con lo cual es algo personal. Es un mensaje, y por eso me tocó tanto ese tango que tomo que se llama así, "Mensaje". Le salió por ahí en forma de poema porque es un anagrama, por ahí lo vio como un juego. Pero un juego serio.

Está también ese primer párrafo a mano de Libertella, el manuscrito. Termina con una pregunta, ¿es una especie de invitación?

Bueno, es que ahí él le habla a Tamara, no a Tamar. Sí, termina con una pregunta. Me invita a jugar, es como un elige tu propia aventura. Escribí el primer capitulito, me salió todo entero, pero ahí me detuve. Estuve unos meses detenida, me agarró la fobia, ¿a quién le va a interesar?, me decía. Y en medio de eso tuve un viaje a Estados Unidos en el que también lo habían invitado a Sergio Raimondi, y a la noche nos pusimos a conversar cada uno de lo que estaba haciendo. Y yo le conté esta historia y me alentó a seguir. Sergio fue el primero que leyó la primerísima versión, y me hizo algunas marcas que yo mejoré. Lo que trabajé mucho después de su devolución fue cómo integrar lo ensayístico: para mí la prosa siempre era una prosa ensayística.

¿En qué momento encontraste el tono?

Creo que cuando escribí el primer capitulito ese, corto, ya me di cuenta que ahí había un tono distinto, que me asombró. Es como una voz tuya pero que no es habitual en vos. Plantar una intriga, eso: no sé quién me dijo el otro día que era detectivesco. Plantar la voz del detective. Tal vez eso es muy del narrador, por lo menos una intención novelística. Eso me dio ganas y a la vez un susto terrible, me decía ¿a quién le va a importar este textito personal? Siempre me agarra lo mismo, a quién le va a importar que yo me meta a sacar trapitos al sol de mi propia vida, sacar. Y a la vez no puedo hacer otra cosa más que sacar los trapitos al sol, e intentar que los demás se vean en algún espejo de trapo, no sé.

En un poema que tenés, escrito hace tiempo, hablás de la poesía como costura. “Para armar un libro hay que hacer / como las modistas que cosen / siempre del lado de adentro / y cuando dan vuelta la tela esas costuras / que ellas trabajaron confiadas / desaparecen para dejar ver / un aceptable lado de afuera”.

Ah, sí, es uno de mis primeros poemas. Bueno, eso se ve que me quedó. Cuando uno dice “trapitos al sol” además es que los lavaste, también. El lavado ese, o costura, o como lo quieras llamar, te lo muestra de una manera. Debía tener veinte años o veintiuno, pero fue mi arte poética. Son costuras invisibles, o un hilván que quizás después se saca; pero hay que hacerlo.

En el libro se aborda también esa especie de "taller literario matrimonial" que tenían con Libertella, y que también identificás andando en Piglia y Ludmer, "Iris". ¿Cómo era?

Empezó así, como lo cuento ahí, como una cosa de mucha complicidad. Así nos conocimos, así "me levantó", diciéndome que él me corregía un libro. Era mi primer libro y yo tenía como un pánico, un mareo, que después no lo tuve nunca más, pero en ese sí. Lógicamente, era mi primer libro. Yo iba escribiendo fragmentos pero no sabía cómo hacer para que fueran al imán -después aprendí que no hay que hacer nada más que estar atento, que estaba el laberinto pero también el hilo. Cuando lo conocí a él, ya era un escritor, ya había sacado un libro en Paidós, había tenido un premio, y yo le conté que escribía pero que no había sacado nada. Le conté que tenía un posible libro pero que me parecía que no sabía cómo darle unidad. Y ahí él me dijo: “Bueno, yo te lo miro. Yo te ayudo”. Y bueno, ahí empezó todo. Y me ayudó, claro, me ayudó. Era un hilo externo, que después nunca más, después no solté nunca más el hilo. Pero fue una puntada que dio él, externa. Y quedó bien el libro.

¿Vos también leías lo que él escribía?

Sí, y cada vez más él me pedía que yo mirara. De hecho, es un segundo oficio mío el de ser tallerista. Yo sigo viviendo de eso, es lo que me dio de comer, cosa que él nunca quiso hacer. Nunca fue algo que a él le interesara. Y a mí me empezó a interesar mucho. Empecé tal vez por necesidad, pero fui creciendo en ese oficio y se ve que a él le servía mucho lo que yo le decía. Incluso después de separarnos él seguía mandándome los originales para que yo le dijera algo. Y lo aceptaba con toda tranquilidad, no le provocaba alguna cosa a su ego; en cambio, a mí sí. Yo necesité en un momento que él no mirara más mis cosas hasta publicarlas porque sentía que me hacía tambalear la autoestima.

Hay algo que referís muchas veces en entrevistas y es que te divertís escribiendo, ¿es así siempre?

No, la paso bien cuando ya estoy, después de sufrir. Primero hay que saber sufrir, diría el tango. Primero sufro, no puedo no pasar por eso. Por ahí con los años menos, al principio era un horror, pero siempre sufro al empezar. No puedo, no voy a encontrar el modo, esto ya está escrito, esto es muy personal... Pero una vez que ya acepté, que ya arremetí, bueno, que sea lo que dios quiera. Y cuando me empiezo a divertir me doy cuenta de que el lector se puede llegar a divertir también.

 

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