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Juan Villoro: "No creo que haya literaturas individuales"

La utilidad del deseo, su último libro de ensayos

"La literatura colinda con los estados alterados de la conciencia. Muchas cosas no sabes de dónde vienen, el escritor está y no está en control de sí mismo. (...) Es un proceso de diálogo con las posibilidades del lenguaje, las posibilidades de la imaginación que no sólo dependen del autor", dijo el mexicano en su paso por Buenos Aires, presentando sus ensayos de La utilidad del deseo (Anagrama).

Entrevista y foto Valeria Tentoni.

 

Hacía exactamente cinco años que el multipremiado escritor y periodista Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) no pasaba por Buenos Aires. Ahora, alojado en un hotel frente al obelisco, está terminando con la ronda de prensa por su nuevo libro, La utilidad del deseo (ensayos, Anagrama) y con su agenda de actividades, que incluyeron participaciones en la Feria del Libro, una entrevista pública en el Club de traductores literarios de Buenos Aires y el estreno de Conferencia sobre la lluvia (obra de teratro basada en su libro homónimo, protagonizada por Fabián Vena).

¿Por dónde comenzar, si Villoro se ha colado en todos los géneros habidos y por haber, si es un hombre que no se puede imaginar la vida sin escribir? No se sabe, pero se comienza:

 

Si la crónica es, como escribiste, "el ornitorrinco de la prosa", ¿qué es el ensayo, el género de tu último libro?

Alfonso Reyes, que por cierto vivió aquí en Argentina y fue amigo de Borges y Bioy Casares, decía que el ensayo era el centauro de los géneros. Pensaba que era un animal híbrido que estaba hecho de narración y reflexión. Para él, el buen ensayo tenía que contar algo y al mismo tiempo argumentarlo. El centauro es este animal que es jinete de sí mismo, y creo que es una buena formulación. A mí en especial como ensayista literario me interesa que los ensayos tengan algo de relato o de figuras con paisaje; que un autor se explique no solamente por el diálogo interno con su obra sino también por las circunstancias que lo hicieron posible: las relaciones familiares, sus decepciones amorosas, las enfermedades, la relación con la religión, la política, la economía, y, por supuesto, los autores que leyó. No creo que haya literaturas individuales, no creo que nadie sea una isla que produce una obra. Por eso me interesó tanto abordar la figura de Daniel Defoe, que es el gran autor del hombre en una isla, el hombre aislado: Robinson Crusoe. Entonces, parecería que ahí tenemos alguien ajeno al contexto, y sin embargo para que esa historia fuera posible tuvieron que pasar mil peripecias. Es una obra tardía de Defoe, de cuando él ya había fracasado como empresario, había estado en la cárcel, se había declarado en bancarrota, había desobedecido a sus padres y de pronto escribe para liberarse de todo eso la historia de un hombre que se satisface a sí mismo y logra subsistir por cuenta propia en una isla desierta.

¿Cómo te contactaste con el género? ¿Cuando estudiabas Sociología? ¿En la biblioteca de tu padre?

Mi papá era ensayista, entonces con la tensión que uno tiene con los padres me propuse durante mucho tiempo no acercarme a ese género, porque era el de él, que era filósofo. Son esas supersticiones que uno tiene muchas veces en busca de un camino independiente. Pero con el tiempo me fui dando cuenta de que eso me interesaba mucho. En la carrera de Sociología me cautivó en especial una rama, la Sociología del conocimiento, que se pregunta por el contexto que explica las ideas. Y eso, de alguna manera, he tratado de ponerlo en práctica en el periodismo y en algunos ensayos, tratando de entender a un autor no sólo por lo que él es en su obra, sino por ciertas revelaciones que la época me da sobre ese autor.

Tu padre llegó a ver cómo ingresabas al Colegio Nacional, institución mexicana en la que él también era miembro.

Él formó parte de esa institución y estuvimos juntos una semana. Fue la última vez que él salió a la calle, casi como si hubiese querido mantenerse en vida para poder participar, estaba muy contento. Y sí, fue una gran satisfacción para ambos.

¿Él llegó a leer tus ensayos?

Sí, él leía mucho lo que yo hacía y fue siempre muy apoyador. Desde luego, cuando eres hijo de un profesor pues también escribir libros es una manera de acercarte a él.

Tu madre por su parte es psicóloga, ¿no? ¿Cómo era la biblioteca de tu casa?

Sí, mi madre es psicóloga hasta la fecha. La biblioteca no era un estímulo. Dice Borges que el principal descubrimiento de su vida fue la biblioteca de su padre, o sea que ese fue el descubrimiento del universo, para él. En mi caso no fue así, porque yo me sentí rechazado por la biblioteca, eran libros aburridos para un niño. Y yo no fui un niño libresco, para nada. Me gustaba mucho la palabra pero en las voces de los narradores del fútbol de la radio, los rapsodas del momento.

En el libro se narra que estudiaste en un colegio alemán, ¿cómo fue eso?

Tenía una relación muy próxima a la lengua española porque como sí, yo estudiaba en el Colegio Alemán, todas las materias me las daban en alemán y entonces para mí el castellano era la lengua de la libertad, la lengua del patio, la lengua de la calle, y quizás adquirí un amor por ella mucho más fuerte que el que hubiera adquirido si hubiese sido la lengua de la escolaridad, la lengua obligada. La escolaridad es necesariamente represiva: ordena, clasifica y discrimina, entonces aprender una lengua escolarizada siempre tiene que ver con seguir ciertos patrones, pero durante muchos años la humanidad aprendió los idiomas como lenguas vernáculas. Es asombroso pensar que Shakespeare no estaba escolarizad en inglés, Cervantes no estaba escolarizado en castellano, Dante no estaba escolarizado en italiano. La gran pregunta es si la lengua debe escolarizarse o no. La mía no es una lengua escolarizada sino una lengua aprendida espontáneamente, en la que soy un principiante. Luego esto traté de convertirlo en una decisión: cuando tuve que elegir una carrera, no elegí Letras, por esa razón. Aquello que yo tenía como un placer se iba a convertir en una obligación, entonces preferí escoger otra carrera. Quizás todo esto no sea más que algo supersticioso, pero que me ha ayudado a mí a relacionarme con mi instrument de trabasjo que es la literatura.

¿Y a la superstición la ves como una manera de la libertad o al contrario?

No, la superstición es para mí un mandato divino, es una cuestión totalmente esotérica, no comprobable, pero irrenunciable. Dicen que el que no tiene religiones, tiene supersticiones, y yo tengo religiones y supersticiones. Dependo de los astros. Ahora tengo una obra de teatro aquí en Buenos Aires, en cartelera, Conferencia sobre la lluvia, un monólogo con Fabián Vena. Cada vez que la hemos presentado en distintos países ha llovido y a nosotros, cuando hemos hecho los montajes, siempre nos ha parecido benévolo que llueva, como un signo de acuerdo entre el mundo y nuestra obra. El hecho de que ahora haya llovido me parece molesto como persona, pero al mismo tiempo me parece venturoso. La obra trata sobre la relación entre la lluvia y la poesía amorosa, es una conferencia que termina siendo una confesión, y la gran pregunta del libro es a quién le está hablando.

Hay otra conferencia mencionada en La utilidad del deseo, la que prouncia un hombre para hacer saber que está cuerdo. ¿De cuál de las dos conferencias sentís está más cerca tu ejercicio de la escritura?

De las dos. La literatura colinda con los estados alterados de la conciencia. Muchas cosas no sabes de dónde vienen, dices cosas locas, dices cosas imprudentes, equivocadas o de pronto de una banalidad pasmosa. El escritor está y no está en control de sí mismo; siempre hay resultados que el escritor obtiene y que no había previsto. Algunos mejores y otros peores, pero es un proceso de diálogo con las posibilidades del lenguaje, las posibilidades de la imaginación que no sólo dependen del autor.

¿Y cómo te llevás con ese desgobierno?

Pues es muy necesario. Te tienes que poner en esa situacion para lograrlo. Algunos escritores dicen que tienes que escribir más con la mano que con la mente; cuando el cuerpo ya está cansado, cuando te relajas lo suficiente y dejas de vigilarte a tí mismo empiezas a producir frases que a ti mismo te sorprenden. Yo en lo personal creo que la única condición objetiva para juzgar positivamente el hecho estético es cuando tu, por accidente, relees algún pasaje tuyo y te paerce que lo escribió otro. Esa despersonalización me parece que es la única prueba de que algo funcionó.

Citás aquella idea de Borges en el libro sobre que cada escritor funda su propia tradición; ¿en qué tradición te leerías? ¿De quiénes te sentiste cerca?

Efectivamente, como ha dicho Borges, cada escritor crea sus precursores y se asocia con ellos. En la literatura mexicana yo he leído con mucha devoción a autores que son disímbolos. Por ejemplo Jorge Ibargüengoitia, que es un autor humorístico, gran autor de crónicas periodísticas, escritor paródico de la Revolución Mexicana, y lo he leído al lado de Juan Rulfo, que es un escritor de una honda poesía, muy desgarrada, una musicalidad especial, una oralidad inventada. O Ramón López Velarde, un poeta de la provincia, católico y pecado, poeta de las cosas mínimas y cotidianas que me ha deslumbrado. Un ensayista eminentemente intelectual como Octavio Paz, volcado hacia las más distintas zona del asber con una capacidad aforística para resumir dialécticamente contrastes. Y Sergio Pitol, que es un gran expedicionario de la memoria. Son autores muy distintos, pero a mí me han alimentado. Agregaría autores como José Agustín, que es el gran autor contracultural mexicano, que introdujo el punto de vista juvenil en la novela moderna, que empezó a utilizar efectos del rock y el montaje cinematográfico. Si estuvieran en una antología, sería una antología rarísima: pues esa antología es la mente de un discípulo. Y eso me parece muy interesante: cómo un autor pede establecer conectivas entre autores que solamente a través de él se tocan.

Escribís en todos los géneros habidos y por haber, cuando se te ocurre una idea ¿cómo sabés para dónde va?

Depende. Hay zonas de conflicto, y generalmente cuando es así me tardo mucho en resolverlas. Por ejemplo, visité a un amigo en una cárcel de los Estados Unidos en la que era profesor para hacer un reportaje con los reos condenados a muerte que tomaban clases de pintura con él. Fue una experiencia absolutamente demoledora, muy importante, y me dije: no puedo hacer una crónica, tengo que hacer una novela. Me quedé en un híbrido y nunca escribí nada, me quedé paralizado. Me ha pasado eso.

¿Hay algún libro tuyo que haya esperado mucho hasta encontrar su forma?

Sí, muchos. Por ejemplo, mi más reciente obra de teatro, que tiene que ver con un conflicto entre dos astrónomos en el 1600. Hace mucho leí un libro que se llama Los sonámbulos de Arthur Koesler donde está todo esto, y me dije que tenía que escribir una obra de teatro. Pasaron 35 años hasta que pude hacerlo, se estrenó el año pasado. En términos astronómicos no es nada, pero en términos de una vida humana es mucho.

En cambio, en el libro que publicaste con Ediciones UDP acerca del terremoto que viviste el Chile, 8,8: el miedo en el espejo, la escritura fue prácticamente automática, ¿no?   

Bueno, ese es instantáneo, sí. Ese libro es quizás el único que se me impuso de manera abdolutamente definitiva como la consecuencia inmediata de algo. Yo estuve en el terremoto en Chile, y el aeropuerto de Santiago quedó dañado y no podíamos salir. La única manera de que saliéramos era que el gobierno mandara un avión militar al aeropuerto militar, como hicieron otros países. Pero México no mandó nada, y empezó a haber una gran polémica sobre esto. Nosotros nos dividimos funciones, y a mí me tocó  ser el vocero ante los medios porque también soy periodista. Cuando llegamos a México había un enorme grupo de periodistas esperando declaraciones nuestras. Un amigo periodista me preguntó si iba a escribir sobre eso, y yo le dije, un poco en broma: "Cuando me dejen de temblar las manos". Pasaron los días, las manos no me dejaban de temblar, y me encontré con otro amigo que había estado ahí y hablamos sobre que sólo podíamos pensar en el terremoto. Entonces no me quedó más remedio que escribir sobre eso. Fue una inmersión instantánea en ese tema. Pensé que escribiría un reportaje, se me fue alargando. Hay textos que salen como réplicas, un par de horas después de un cataclismo, pero hay otros que son muy demorados.

En este libro que nos convoca te referís al ejercicio de la columna, a los temas que puede contener, y también a lo infraordinario: ¿cómo entrenaste la mirada en ese sentido?

Yo creo que esa es una predisposición natural. Desde pequeño me han interesado los misterios de las cosas chicas, y yo creo que vistos desde suficiente cercanía todos somos marcianos, todos somos raros y tenemos derecho a serlo. Creo que no hay nada más complejo que lo ordinario visto con la suficiente atención. Es que nos cuesta trabajo porque lo damos por sentado. El periodista debe tener esa atención, ver más.

¿Te sirve a su vez para la ficción esa mirada?

Sí, yo soy un ladrón permanente. Veo a la gente y veo de inmediato que puedo sacar de algo que me dice, algún tic que tiene, algo peculiar...

¿Nunca descansás?

No. Pero no tengo por qué hacerlo. Un cómico está siempre buscando la oportunidad del chiste en algo; sube a un taxi y dice ¿dónde hay un chiste en este taxi?, ¿no? Yo subo a un taxi y digo ¿dónde está la nota para mi columna? ¿Dónde hay una frase para una novela? Pero soy muy supersticioso también en eso, entonces rara vez tomo apuntes. Porque yo pienso que si yo no recuerdo una ocurrencia, no la merezco. Eso tiene que gravitar en mí lo suficiente para que cuando yo vaya a escribir venga.

Dijiste "no la merezco", no dijiste "no lo vale".

El chiste es si yo la merezco y la debo usar, si no que la use otra gente.

¿Sentís que hubo ideas que te llegaron y que "no merecías", que dejaste pasar?

Sí, muchas se me olvidaron porque no les di importancia, no les di valor.

La utilidad del deseo es también un libro de homenajes, ¿qué autores te enseñaron, además de los ya mencionados?

La gran literatura rusa, y muchos autores del Río de la Plata han sido importantes para mí. Sobre muchos de ellos he escrito, sobre otros no tanto, pero evidentemente creo que en mi literatura están muy marcados Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Roberto Arlt...

¿Levrero?

Levrero sí, pero es un autor que yo leí tardíamente, quizás no tuvo el impacto formativo que tuvieron para mí Onetti, Cortázar, Bioy Casares, Borges, Arlt, Piglia. Y luego escritores norteamericanos, muchos. Raymond Carver, Faulkner, el cuentista Hemingway...

¿Henry Miller?

Mira, es un autor que ha caído en desgracia me parece que un poco injustamente. A mí me gustó mucho el impulso de vida de él, todo esto que los jóvenes habrán encontrado en Los detectives salvajes de Bolaño está en Henry Miller. O sea, el hecho de que para tener expriencias estéticas tienes que vivir de otra manera, y no hay mayor hecho estético que la propia vida. Los viajes, el vivir un poco al margen de la norma, los grandes banquetes, y luego el misticismo, la capacidad de religiosidad que puedes experimentar en situaciones no religiosas, eso me parece extraordinario. Cómo él descubre la sacralidad del mundo repartiendo correo en un barrio miserable de Nueva York. Y la crítica del progreso, la pesarilla con aire acondicionado que es la modernidad norteamericana, este tren a excesiva velocidad que no va a ningún lugar y del que deberíamos bajarnos, como recomendaba Walter Benjamin, ¿no? Yo escribí una primera novela que tení un título de Henry Miller: se llamaba "Hacia delante, a ningún lugar", que es un poco este impulso estético de Miller. Pero fui demasiado fiel a él y no llegué a nada, no la terminé, fue una novela desastrosas.

Como el ensayo que le da nombre al libro llega hasta la literatura infantil, te quería preguntar por eso, por tus libros infantiles.

Me interesa escribir para chicos los libros que yo no pude leer. No había una costumbre de que los libros leyeran cuando yo lo era, y sobre todo no había libros escritos en un español accesible para los mexicanos. Ocasionalmente llegaban libros importados de España. Mi mamá había coleccionado la revista argentina Billiken, entonces yo la había leído, pero me gustaban mucho las historietas, los cómics. Fui un lector tardío, y una de las razones de escribir para chicos es reparar un poco esto y tratar de inventar qué libros pude haber leído. Y por otra parte preservar dentro de mí ciertas pulsiones infantiles que espero no desaparezcan nunca, y también entrar en contacto con una mente que es extraordinariamente rica, que admite estímulos muy variados y desaforados, como la mente infantil, pero que al mismo tiempo es muy lógica. El desafío narrativo de tener una imaginación desaforada y al mismo tiempo cumplir con ciertas reglas yo creo que es una de las cosas más fascinantes que pueden ocurrir en la escritura.

Además de periodista, también has trabajado como editor. ¿Seguís haciendo esas tareas? ¿Cómo se llevan con la escritura?

En el trabajo de un escritor siempre se mezclan muchas actividades. Casi nadie vive de sus libros. En México hay una gran ventaja y desventaja a la vez, que es el apoyo gubernamental a los escritores, entonces México es un país con muchísimas becas. Eso tiene la ventaja de que te permite dedicarte a escribir pero tiene la desventaja de que te aleja de muchas tareas paralelas que son muchas veces formativas, como la traducción, la enseñanza, los guiones, y que alimentan mucho la escritura. Y que también convierten muchas veces al escritor en alguien demsaiado reblandecido intelectualmente, alquien que está acostumbrado a recibir algo por hacer más o menos poco. Hay un elemento muchas veces negativo en las becas, y además hay escritores que han hecho toda una carrera a partir de las becas, se dedican profesionalmente a eso. Yo la pedí una vez y decidí no pedsirla nunca más, también porque creo que deben ser rotativas y distintas compañeras y compañeros deben tenerlas y no hay que acaparar, y segundo porque también creo que cuando estás recibiendo un sueldo permanente por escribir o no escribir muchas veces te puedes decantar por no escribir.

O sea que el periodismo en tu caso es imprescindible.

Para mí sí. Depende de cada quién. No se puede generalizar la forma en que alguien accede a la literatura, ¿no?

Última: me decís que esa mirada que "roba" para escribir nunca descansa. ¿Te imaginás la vida sin escribir?

No, no. No. No me parece necesario imaginármela. Hay muchos escritores que han dejado de escribir. En México el caso más famoso es el de Rulfo. No... No me la imagino. Sí me imagino de pronto dejar de escribir un género. No me parece una pregunta necesaria para mí. Me gusta hacerlo.

 

 

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