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Marina Closs: “Empiezo a escribir con el ritmo”

Autora de Tres truenos

"Para mí siempre era una molestia querer ser escritora y leer mucho, era una especie de defecto en donde yo estaba", cuenta la autora nacida en Misiones en esta conversación con Luciano Lamberti. "Pienso tan poco para escribir que me salen las cosas más animales del mundo. A partir de la voz van apareciendo las cosas. No sé nada de lo que pasa".

Por Luciano Lamberti.

 

Marina Closs nació en Aristóbulo del Valle, Misiones, en 1990. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Publicó dos libros de cuentos La doncella aguja (2013), El violín a vapor (2016) y una variación fantástica sobre la vida de Jesús llamada El pequeño sudario (2014). Charlamos un mediodía en El coleccionista, por avenida Rivadavia, a partir de la publicación de Tres truenos (Bajo la Luna) libro ganador del Fondo Nacional de las Artes, tres monólogos de mujeres, extraños y retorcidos, que desde el tratamiento de la voz despliegan mundos personales con involuntarios ecos en lo social.

 

Naciste en Misiones pero ahora vivís en Buenos Aires, ¿cómo fue ese trayecto?

Nací en Aristóbulo del Valle y me vine a Buenos Aires a estudiar. Tenía que buscar algo que no haya en Misiones así que elegí Cine, porque Letras había. Y después vine y estuve un año y ya me cambié a Letras. Pensé que me podría gustar hacer guion, pero no me gusta hacer cosas con máquinas, computadoras, montaje, todo eso, y me quedaba tan triste cada vez que tenía que hacer algo que lo dejé. Me cambié a Letras. Incluso guion no me gustaba mucho.

¿Escribías desde chica?

Cuando era requetechica escribía y era muy molesto, porque no tenía nada que ver con nadie. Para mí siempre era una molestia querer ser escritora y leer mucho, era una especie de defecto en donde yo estaba. No tenía amigos que estuvieran en la misma. No estaba bueno. En un momento cuando era adolescente, me pasaba esto de que leía mucho y no intercambiaba información con nadie, así que corté abruptamente y traté de ser otra persona. Por cuatro años no leí nada y no escribí nada y ponele que quería ser profesora de gimnasia. Ponerme un piercing en el ombligo, esas cosas. Y en el último año del colegio me di cuenta de que mis amigas querían ser especiales, y leer, y me di cuenta de que yo tenía todo eso y me dije: capaz que no era tan malo. Y ahí volví a leer y empecé a escribir otra vez. Nunca salía porque estaba escribiendo o estaba leyendo. Igual estuvo re bien todo el tiempo que pasé sin escribir y sin leer.

¿En tu casa había libros?

Mi mamá leía Isabel Allende y cosas así. Igual me prestó Las ciudades invisibles que es uno de mis libros preferidos de toda la vida. Era como nuestra joya de la biblioteca. Ángeles Mastretta, todo eso. Isabel Allende me gustaba en su momento, después descubrí que todos se copiaban de alguien. Al tiempito empecé a leer a García Márquez y descubrí que Isabel Allende le copiaba un poco. A veces me planteo si no hago realismo mágico. En esa época era como que comenzaba a existir internet y buscaba entrevistas a García Márquez. Igual estuvo bueno porque me hizo leer a Faulkner, a Virgina Woolf. Por más que haya dejado de leer Faulkner él llegó en un momento crucial a mi vida. Ahí está todo, el tema de la voz. No entendía nada cuando lo leía. Estaba en el último año del colegio. Leí El ruido y la furia y no entendía nada pero me parecía fascinante y es como que después no podía leer nada más. Ahora, el año pasado leí por primera vez Maupassant, que me encanta. Nunca había tenido un período clásico, no sé porqué me encajeté con la modernidad. No podía creer que alguien escribiera tan claro, y perfecto.

¿Y vos pensás en cuestiones de estructura?

Antes de escribir, no. Es más, no sé ni qué voy a contar. Empiezo a escribir con el ritmo, para mí el ritmo es la manera en la que yo voy a otro párrafo. Después cuando corrijo sí trato de que haya una estructura. Yo tuve toda esa caída mortal en el modernismo, de la que me recuperé hace dos años. Yo siempre quería escribir así, una de esas cosas pantanosas en la que no ocurre nada. Desde el principio yo quería escribir así. Cosas muy feas, que después tiré. Entonces empecé a leer esos cuentos de los hermanos Grimm, donde lo importante es la imagen, no el lenguaje. Están buenísimas las imágenes, tiene esa cosa como cruel y delicada. Entonces empecé a escribir unos cuentitos que tienen una influencia muy grande de Marosa Di Giorgio y tenían eso como de los cuentitos, de una historia pequeñita y muy delirante. Una vez le mostré a un novio que tenía, con muchísima vergüenza. Y él se reía. Porque cuando yo escribo sobre cosas crueles no lo hago desde la tristeza y del dolor, si no desde el humor. Tengo una tía que siempre me manda al psicólogo. Entonces eso me alegró. Era lo que quería hacer: algo gracioso, triste y terrible. En esos primeros cuentos me copiaba mucho de Marosa, pero a la vez sentía que había algo mío.

¿Y a este libro cómo lo escribiste? Porque es más ambicioso. ¿Porqué le pusiste ese título?

Yo soy re intuitiva. Lo que me pasó es que se me apareció este personaje Demut. Yo estaba escribiendo otra novela, y ahí apareció este personaje de Demut, que hablaba un montón y se entrometía en todas las escenas. A esa novela la dejé. Después empecé a escribir Cuñataí. Quería escribir sobre la virginidad. Había leído un libro sobre la educación en el mundo guaraní, y estaba todo ese ritual por el que pasan las mujeres antes de casarse. No pueden salir de la casa y les cortan el pelo y están medio tiradas por un tiempo hasta que les crece el pelo y entonces pueden salir y casarse. Otra cosa que había leído y que me tenía muy fascinada es toda esa serie del anillo y los nibelungos. Ahí hay unos personajes que son las Valquirias, que son unas criaturas mitológicas germanas y escandinavas que si pierden la virginidad pasan a ser gente normal. Quería escribir sobre una especie de Valquiria. Para mí eso era Cuñataí. Mi estructura simbólica era esa. Y entonces empecé a escribir y salió algo nuevo y raro. Yo escribía más lírico y nunca una cosa real. Y ahí se me ocurrió hacer un cuento que sea sobre Demut. Y en un momento se me vino a la cabeza las dos palabras, tres truenos, y dije: tienen que ser tres historias, tres monólogos de tres personajes.

La última se diferencia de las otras dos porque es más contemporánea.

Sí, bueno, fue mi primer intento de escribir algo que sea parecido a la realidad de ahora. Para mí igual la realidad no es tener celular y todo eso. La realidad tiene otras partes mucho más interesantes, que están como medio inaccesibles, casi. Por lo menos en Misiones. De pronto caés en lugares donde nadie sabe usar un celular. Y a la vez te dicen que hay que incluirlos, pero vos decís no. O no sé. Para mí es fascinante este estado natural, despegado de lo urbano.

Me pareció que había, en los tres personajes, algo en común que es por un lado el rechazo de lo femenino tradicional, la maternidad, la menstruación y al sexo. Y por otro lado el rechazo a los hombres. ¿Lo ves así?

Es un rechazo de ser mujer en el sentido de que parece que uno tiene que ser así. Para mí hay un momento entre la infancia y la adolescencia en la cual los hombres y las mujeres son exactamente iguales. Es el problema para mí de Cuñataí. El momento en el que la diferencia no es clara. Es no ser nada. Yo me acuerdo muy claro de que antes yo corría más rápido que todos los varones y así. Jugaba a los juegos de los varones, y esas cosas. Y el momento ese de separación me parece terrible. Tengo nostalgia de ese momento en que no sos ninguna cosa.

Es como la idea de la caída, de la religión católica. Tus personajes están fuera del mundo, son excéntricos.

No sé. Pero yo para escuchar la voz de un personaje es como que necesito imaginarme su cara y tener el nombre. Siguiendo con esto del rechazo de los valores femeninos, Demut tiene una cosa con la maternidad, como un deseo. Uno cuando lee busca recurrencias, pero me parece que Demut tiene un deseo y a la vez tiene todo lo contrario. En Cuñataí es un rechazo absoluto porque yo lo escribí pensando en eso. Me gustan los andróginos, que es un momento ideal. Tiene como algo de antropológico, en la forma en la que está escrita. Yo pienso tan poco para escribir que como que me salen las cosas más animales del mundo. A partir de la voz van apareciendo las cosas. No sé nada de lo que pasa.

¿Y escribiste poesía alguna vez?

Creo que los escritores que más me gustan, por lo menos los argentinos o latinoamericanos, son poetas. Madariaga, por ejemplo. Juanele Ortiz me encantaba en un momento. La parte de narrar una historia ni siquiera sé cómo me sale. Me sale después de mucho trabajo. En general es todo una deformidad hasta que yo voy intentando que se parezca a una historia. Entonces no es mi fuerte, realmente. Contar. Saber qué estoy diciendo, u ordenar los episodios. Después de leer Maupassant aprendí un poco a hacer eso. El siglo XIX, que yo no lo había leído, Zolá, Balzac, todos ellos son geniales. Es como que me da un impulso de decir no, vamos para atrás. Son novelas que contaban todo ordenada y organizadamente. De hecho Cuñataí tiene una estructura medio siglo XIX.

Tu libro me recordó un poco a Eisejuaz, de Sara Gallardo.

Bueno, me lo encontré en una librería de Calle Corrientes cuando estaba agotado. Leí un par de páginas y ya no lo pude soltar. Salía caro y no tenía plata ese día y no lo pude comprar. Me fui sin el libro a Alemania y me quedé pensando en eso, y el que era mi novio en ese momento fue a visitarme y me lo llevó.

También pensé en Aurora Venturini y Hebe Uhart cuando lo leí.

Cuando yo estaba escribiendo estos cuentos estaba leyendo a Hebe Uhart y los cuentos de Kafka, de Un médico rural. Y para mí la mezcla entre Hebe Uhart y Kafka está ahí. Leí el cuento “Señorita” de Hebe Uhart que está en los Cuentos Completos, y sentí que había llegado a lo mejor. La que yo nunca llegué a ver cuál era su punto es Marosa. Su primer libro ya es genial. Siempre escribió igual de bien y siempre escribió lo mismo. De Marosa leí todo, y a ella siempre podés volver. Eso es lindo, tener un mundo y decir: esto es lo que sé hacer y lo hago muy bien. Yo todo el tiempo quiero cambiar. Podría haber escrito una novela de Cuñataí y enseguida me canso.

¿Y ahora qué estás escribiendo?

Escribí un tiempo una novela en tercera personaje, con muchos personajes. Me divertí un rato, me aburrí cada vez más, me hundí y la abandoné. Eso lo dejé, era algo sobre los juesuitas en Misiones. Siempre como desde otra perspectiva completamente distinta. Porque era irónico. En Cuñataí no hay ironía. Pero en esto sí, era yo tratando a todos los personajes con ironía. Y después dejé eso, tenía algunas cosas escritas para escribir en primera persona la historia de un japonés que vivía en Misiones, que fue entrenado para ser kamikaze y al terminar la guerra no cumplió su misión, entonces le dieron plata y se compró unas tierras. Y entonces él estaba medio loco, vivía en el monte, en una cuchita que se armaba, con unas tablas de madera, y se hacía ojotas japonesas, redes japonesas, una vida japonesa pero de linyera y en Misiones. Vivía cerca de un tío mío que es guardaparque, entonces un día lo fuimos a visitar. Era como una especie de amigo o de mascota del pueblo. Hablaba castellano como cositas y deliraba. Después lo trajeron los de la embajada y se murió en Buenos Aires. Entonces estoy escribiendo la historia de este japonés en primera persona.

 

 

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