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"El libro es un hecho político y mi empoderamiento también lo es"

Belén López Peiró

"Siento que junto con otras autoras estamos armando un quiebre de mujeres contemporáneas que se animan a romper con distintas formas literarias impuestas". Por qué volvías cada verano (Madreselva), en el que se relatan con crudeza escenas de abuso, se convirtió en uno de los libros más vendidos del 2018 pisando fin de año, junto a la aparición pública del caso Fardin. 

Entrevista Valeria Tentoni. Fotos Facundo Barisani.

 

"Acaban de mandar a reimprimir", dice la periodista y escritora Belén López Peiró (26), entrevistada alrededor de Por qué volvías cada verano. La pequeña editorial Madreselva jamás hubiese imaginado que esa primera novela iba a agotar a velocidad de meteorito 5000 ejemplares en cuatro ediciones. "Ahora van a imprimir directamente 5000 más. Ya con esto serían 10.000 libros. La tirada anterior, de 2000 libros, se agotó en un solo día". 

Fue la periodista Luciana Peker quien le hizo llegar Por qué volvías cada verano a Thelma Fardín y, al parecer, fue esa lectura la que estimuló la denuncia de la actriz contra Juan Darthés. El boom de reacciones incluyó el boom de lecturas de ese ejemplar en cuya portada reverdece una de las pinturas que López Peiró pintaba justo en la época en que habría sufrido los abusos de su tío allí relatados. El condicional tiene razón de ser: la causa judicial -de cuyo expediente se incluyen algunos documentos en el libro- sigue abierta. Y el acusado en libertad.

Mientras tanto, miles y miles de lectores y lectoras devoran esta "novela polifónica", tal y como la describe Gabriela Cabezón Cámara, docente desde hace cuatro años de la novel escritora en su taller literario.

 

¿Qué se siente, tantos libros tuyos por ahí?

Es muy inesperado, sorprendente pero lindo a la vez. Me parece necesario, también.

¿Y cómo se modificó tu lectura del libro a la vez que tanta gente que no conocías lo iba leyendo?

Creo que lo que más cambió es mi posición como autora. También porque es un libro que mezcla: más allá de mi experiencia como escritora y de ser mi primer libro, tiene que ver con mi experiencia personal, entonces el juego es doble. Obviamente que sacar un primer libro es súper importante y además se mueven muchas emociones. En mi caso, al principio yo prefería no hablar; de hecho a mi presentación vinieron Luciana Peker, Gabriela Cabezón Cámara y Osvaldo Baigorria y hablaron ellos. Yo solamente leí un fragmento del libro. Me parecía que no tenía mucho para sumar. Todo lo que yo tenía para decir estaba en el libro. Y después, de a poco, eso fue cambiando: me di cuenta que un poco esto de construir mi propia voz -el libro está muy atravesado por eso- tenía que ver con que tenía que construir mi propia voz como autora, que era una voz fuertemente política, porque me parece que el libro es un hecho político y que mi empoderamiento también lo es. Yo siento que junto con otras autoras estamos armando un quiebre de mujeres contemporáneas que se animan a romper con distintas formas literarias impuestas, con qué se puede decir y qué no, de qué formas se puede decir y de cuáles no. Siento que lo que hice fue un poco apropiarme de todas las herramientas que tenía y armar algo que sea a mí manera y que me permita transmitir mejor lo que tenía para decir.

Es cierto que el estilo es brutal, muy en la línea de lo que relata. ¿Cómo lo trabajaste? ¿Fue en el taller de Gabriela Cabezón Cámara?

Sí. Este es mi cuarto año con ella. Gabi hace ficción, yo soy periodista -estudié Periodismo en TEA y Ciencias de la Comunicación en la UBA- y tenía ganas de empezar con la literatura porque me llamaba mucho la atención la ficción. Estuve un año probando con Gabi, después hubo un disparador y a partir de eso empecé a escribir fragmentos del libro. La polifonía la estudié en algún momento de mi vida y me di cuenta después que era lo que a mí me permitía poner en evidencia ese contexto que hacía las veces de eso que te aplasta, que no te deja hablar. Es muy difícil a veces poner en evidencia ciertas cosas sin ser explícita. Entonces me aferré a todo eso y después fui trabajándolo. Primero que nada, escribiendo todo lo que tenía para decir, y después empezando a pulir, con mucha ayuda de Gabi y de mis compañeras. No modificar el lenguaje, al contrario: volverlo cada vez más brutal, más directo, más al hueso, porque hay algo que siempre digo y es que al principio en ciertos relatos justificaba. Escribía la voz directa de mi mamá y debajo algún tipo de justificación de por qué se había dado esa situación. Después empecé a limpiar, limpiar, limpiar, que quedasen las voces crudas, porque me daba cuenta de que el abuso es un golpe y qué más quiero yo que las lectoras que lo lean lo puedan sentir así, o incluso los lectores. Fue buena la experiencia de no escribir para ser leída.

Lo primero que escribiste fue la demanda, ¿no?  

Sí, en 2014. Pero creo que son trabajos distintos. El primero es la oralidad, hacerse cargo; decir sí, me pasó esto, y contarlo a mi familia por primera vez y trabajarlo en terapia. La primera vez que lo puse en palabras fue para escribir la denuncia. En 2016 empecé el taller de Gabi y si bien no estaba interesada en absoluto en escribir sobre eso, no estaba en mis planes, me di cuenta de que podía hacer algo ahí. No pensé en que iba a ser leído, sino que escribí para mí; después, cuando llegó el momento y Madreselva me propuso editarlo, obviamente hay personas involucradas en el libro -mi mamá, mi papá y mi hermano- que al día de hoy siguen estando al lado mío, y fue tratar de no hacerme responsable del dolor ajeno, de lo que puedan sentir. Pensar un poco más allá, teniendo en cuenta que lo hacía por mí y ni bien me di cuenta que lo hacía también por otras personas, creo que eso fue lo más importante. 

¿Recibiste muchos mensajes de lectores y lectoras?   

Sí, creo que hubo de todo: no fue tomado sola y únicamente como un testimonio de abuso en el que las mujeres se sintieron identificadas -madres, hijas- y pudieron hacer algo con su historia de vida, que eso es valiosísimo, sino que también fue valorado en términos literarios, y eso también a mí me hizo muy bien, porque un poco se trata de lo que es mi vida más allá de la situación esa. Siempre digo que mi vida no empieza ni termina en un abuso. Publicar el primer libro y que se me reconozca a mí como escritora y no solamente como víctima es parte de ese empoderamiento y de ese ir más allá.

¿Cómo empezaste a escribir? ¿Comenzaste de chiquita? 

En el colegio amaba Lengua, y me encantaba leer El Quijote, La Odisea, El Martín Fierro, tenía como tres versiones y las releía. Por eso cuando salieron Las aventuras de La China Iron para mí fue una maravilla, me dije: estoy en el lugar correcto. Lo que es escritura siempre me atrajo, siempre escribí mucho. Me decidí por estudiar Periodismo porque mi mamá es periodista, y siempre la acompañaba a todas las guardias. Me llevaba a upa cuando yo era muy chiquita a cubrir cosas y creo que eso me marcó muchísimo. Cubría actualidad, entonces pasaba algo y tenía que salir a cubrirlo. Yo mamé mucho eso, y siento que me apropié de eso y lo transformé. A medida que iba creciendo me iba dando cuenta que de todo lo que había estudiado era la no ficción, y sentía que necesitaba de todas las herramientas de la literatura para hacerlo.

¿Qué libros de no ficción son los que te marcaron?

Fue un proceso. En la facultad empecé a leer a Walsh, a Truman Capote, a Tomás Eloy Martínez, que eran todos hombres. Y me pasaba que si bien sabía que eran unos capos, ya estaban todos muertos, no es que yo podía sentarme a tomar un café y aprender de cómo habían escrito. Yo llegué al taller de Gabi porque leí un texto de ella, Beya: las primeras páginas me parecieron súper fuertes y me dije que tenía que ir ahí. Cuando llegué, lo primero que me recomendó fueron diez libros de escritoras contemporáneas, y eso a mí me cambió muchísimo, porque me di cuenta que no estaba tan lejana esa escritura que yo anhelaba. Estaba al alcance de mi mano, solamente tenía que laburarla. Y después bueno, fue leer a María Moreno y a otras mujeres. Cecilia Fanti con La chica del milagro, y hay varios libros de escritoras mujeres que se están animando. Selva Almada escribió Chicas muertas, y eso a mí también me llegó muchísimo. Teoría King Kong. Son libros de mujeres que se reapropian de eso recursos y que los usan para contar historias de vida con una potencia que sorprende. 

¿Cómo decidiste incluir los documentos judiciales en el libro?

Cuando yo volvía con la causa al taller les decía que no sabía qué hacer con eso, y Gabi me dijo: leámosla en el taller. Después de leer y leer declaraciones en contra y a favor me dijo: usémoslas, hagamos algo con esto. Existe un lenguaje propio de lo judicial, una tipografía propia, y lo que yo hubiese podido decir sobre lo que había leído ahí no alcanzaba a transmitir la potencia de esa desazón, cuando una mujer que denuncia se encuentra ante esos papeles. Pongámoslos a la vista, es parte de lo que se vive cuando vamos a denunciar.

¿Y la polifonía, como la llamaste, cómo la trabajaste?

Elegí poner voces a favor y en contra, porque me parecía que cada persona tenía que evaluar por sí misma. También la elección de no poner nombres en los fragmentos, me parece que eso también es no minimizar la capacidad de la persona que se va a encontrar frente al libro. Primero empecé en primera persona, y después lo que me salió fue continuar en otra hoja, y empecé una catarata de voces. Lo llevé al taller y dije, ¿qué hago con esto? Si bien había leído Las voces de Chenóbil, esto era algo distinto. Eran voces, y yo pensaba que no se entendían, que no tenían nada que ver una con la otra. De pronto, cuando tenía cincuenta voces dije: ah, bueno, quizás cuentan algo sin necesidad de que haya una cronología precisa. Después fue empezar a pulir y a sacar. Obviamente que tenía en la cabeza a Manuel Puig y a Las voces de Chenóbil, como dije, pero era otra manera, eso de trabajar las voces y que cada una tenga su registro, tratar de correrme lo más posible. Dejar correr las voces.

Hubo, en un momento quizás contemporáneo a la época en que estudiabas periodismo, una especie de "boom" en la no ficción local del cronista que hacía visitas a mundos ajenos al suyo -el cronista que va a la villa y lo cuenta, por ejemplo. ¿Creés que estás protagonizando, junto a otros autores, un giro hacia otro tipo de "boom" local de no ficción hacia dentro, hacia el propio mundo, autoficción? 

Creo que somos varios los protagonistas. También están Mauro Libertella, Cecilia Fanti, María Moreno, con Black Out. Y creo que cada vez más nos animamos a contar qué es lo que pasa, ya no se guarda. Laburé en perdiodismo desde los dieciocho, y el periodismo siempre es contar historias, pero historias ajenas. Pasar de lo ajeno a lo interior es una transición importante, pero otro otro lado ya no existe eso de pensar en la objetividad del periodismo. Está bueno saber desde qué lugar escribe quien escribe. Obviamente que en la ficción no hay límites, y la no ficción tiene ciertos límites, ciertas características propias del género, pero creo que es una línea que cada vez se va moviendo. Me parece que el laburo nuestro es poner ante los ojos de los demás la realidad, la historia con todo lo que tiene. Hay límites pero yo estoy dispuesta a correrlos si se trata de contar bien mi historia, de crear un hecho político, literario, periodístico, como quieras. Un montón de veces me preguntan cómo categorizo a mi libro y yo entiendo que un poco puede ir por ahí, pero hay otras personas que lo pueden ver de otra manera y está bien. Yo creo que camina al borde de varios límites.

 

 

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