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Pablo Natale: "Escribo para encontrar un final"

Por Luciano Lamberti

"Acá yo solamente quería buscar una voz. Una sola voz narrativa. Y una forma de cuento. No hacerme el experimental por esta vez". Una conversación con el escritor y músico nacido en Rosario acerca de Amarillo sobre amarillo, su nuevo libro de cuentos editado por 17 Grises. 

Por Luciano Lamberti.

 

Pablo Natale nació en Rosario, en 1980, y actualmente vive en Córdoba, donde dicta talleres de escritura creativa. Es escritor y músico. Ha publicado, entre otros, el libro de cuentos Un oso polar, la novela Los Centeno y los poemas de Vida en común y Las siete maravillosas antologías contemporáneas. Hablamos por Skype una tarde de calor apocalíptico acerca de Amarillo sobre amarillo, un nuevo libro de cuentos editado por 17 Grises.

 

¿En estos cuentos te interesaba plantear una estructura a lo Rejtman, donde a los personajes le pasan muchas cosas y ninguna es central?

Yo tenía varias decisiones de qué quería que pasara, y cuándo, pero no quería estar impulsado por solamente un efecto. Lo pensaba más bien como eso que dice Vonnegut acerca de los personajes secundarios, que le interesan más. Es un concepto mucho más amplio del cuento. Sabía cuáles eran los personajes y sabía en rasgos generales cuál era el conflicto. Quería escribir cuentos, entre comillas, de largo aliento, que no pudieran terminarse en ocho o diez páginas.

¿Cómo hacés para corregir los cuentos de tus alumnos? ¿Qué idea de cuento les das?

Los vuelvo locos. Además vemos cuento y poesía en el taller, y viene incluso gente que quiere hacer guiones para cine. Trato primero de ubicarlos en algunas cuestiones básicas. Uno de los chicos del taller hace cuentos de terror / fantásticos, y con ellos trato de seguir reglas más clásicas, que el final no sea como ¡plop!, porque eso es un bajón. Eso es para los que trabajan género, quiero que piensen las reglas del género. Después hay otras personas que trabajan otras apuestas de cuento, y trato de ser abierto y entender el cuento desde ahí, ver la búsqueda de cada uno desde lo que me parece son tendencias narrativas propias. Busco las variables para cada uno.

En relación a Un oso polar, tu primer libro de cuentos, hay una gran diferencia, ¿no?

Es raro. Porque a Un oso polar lo escribí hace diez años. Este mi segundo libro de cuentos. Y en el medio publiqué otros libros, ocho, cambiando mucho de género y de forma. A Un oso polar lo escribí en cuatro meses, estaba muy ansioso, y por suerte no me arrepiento de haberlo publicado. Y apenas terminé ese libro escribí uno de estos cuentos, la señora Klose. El del oficinista lo escribí hace dos años y medio, y lo corregí mucho. Así que fue un libro, ponele, escrito en ocho años. Además, en Un oso polar yo quería hacer de todo, que es lo que me pasa en ciertos libros, y acá yo solamente quería buscar una voz. Una sola voz narrativa. Y una forma de cuento. No hacerme el experimental por esta vez.

¿Tus personajes buscan su historia, buscan qué narrar?

Sí, totalmente. Pienso en el seminarista, sobre todo. La señora Klose, inclusive, que ni siquiera ella entiende qué pasa con respecto a su vida. Aparece todo el tiempo esta cuestión no solamente de los personajes secundarios sino de los detalles. En el cuento del taxista es donde está más marcado. Y ahí aparecen los viajes y las historias que surgen. Es algo que me gusta pensar: ¿quiénes ofician de narrador en un libro? Y ahora que pienso en mi libro son los personajes secundarios. El lugar del narrador está ahí, en un personaje secundario y en un momento secundario del texto, y ni siquiera aporta algo a la historia principal. Y vos sabés: disfruto de eso incluso más que de contar la historia principal. Es como estar en un asado, y que un personaje, llamemosló Monsalvo, empiece a contar unas historias que son increíbles, y ya no importa nada el asado, las historias están fantásticas. Es una concepción de la literatura: no es lo principal, pero cuando está ese momento todos la pasamos bien. O Fabio (Martínez) contando chistes. Fabio empieza el chiste y mete un chiste dentro del chiste. Y ya está, no te importa reírte del chiste inicial, importa la cosa fantástica que existe en el medio.

¿Escribís estos cuentos con la intención de encontrar esas sorpresas? ¿Te lanzás a la búsqueda?

Bueno, esa implica otra forma de dividir los cuentos, en lo que podemos llamar cuentos reloj y cuentos aventura. Cuentos reloj es donde vos tenés muy claro lo que va a pasar. Samanta Schweblin o más acá Sergio Gaiteri podrían ser ejemplos de lo primero. Está todo diagramado: quiénes son los personajes, dónde empieza, dónde termina, qué conflictos trabaja, etcétera. Y en el cuento aventura partís de no saber el final, por ejemplo. Puedo saber que tal personaje va a morir pero no sé con quién se va a encontrar en el hospital. En otro caso puedo saber que el personaje va a estar en un hospital, que se va a encontrar con una familia con la que no quería verse, pero no tengo ni puta idea de cómo termina el cuento. Escribo para encontrar un final. Nunca me gustó lo de saber todas las cosas, ni tampoco saber nada, eso ya directamente es malo.

¿Qué buscás al cambiar de género de libro en libro?

Busco una experimentación formal, la búsqueda de no seguir siempre la misma línea. Trato de que no se note ni siquiera que es mío. En las Antologías… trabajo con una voz que no tiene nada que ver con la mía. Y hay muchas voces ahí. Lo hago para no aburrirme, para aprender. Y porque me gusta mucho leer y hay cosas que leo que me hacen pensar en problemas distintos. Es un tema de público, también. Yo escribo para niños y ahí estoy pensando en niños. Primero en mi hermana, que ahora ya tiene dieciocho, y después en mis amigos y yo en esa época. Son pibes que no existen, ya, naturalmente. Acá en el libro este no quería enfrentarme a esos problemas. Es un libro mucho menos pretencioso en ese sentido.

¿Qué es eso de un cuento sobre un taxista? ¿Quisiste humanizar a un taxista cordobés?

Había leído Stoner, había visto Patterson, la peli esa sobre un chofer de colectivo, y había leído Sueños de trenes de Denis Johnson. Y estaba pensando en esa acusación que hacían sobre Cortázar, de que sus personajes no trabajaban. Dije bueno, quiero escribir sobre un oficio. Lo que tenía cerca eran los taxis que me tomaba hasta casa. Y uno de ellos me dijo, mirando una manifestación, “quiero bala”. Sólo eso. Y yo ya tenía suficiente de “quiero bala” en mis taxistas, así que quería hacer algo distinto. Empecé a diseñar entonces la imagen de un taxista al que le gustaba su trabajo. Fue más bien como buscar un oficio y de hablar con los taxistas, de hacerles preguntas y tomar notas.

¿Tus personajes son de los que sufren bullying?

Puede ser. El oficinista no tuvo claro hasta el final cuál era su problema. Uno es su relación con el corporativismo. A nivel estético me preocupa que en lo contemporáneo hay muchos personajes a los que les va mal. Quiero decir: Jack Reacher, por ejemplo. Es como un héroe, un héroe real. O es una mezcla de héroe y antihéroe. Yo quisiera escribir algo así.

Me llamó la atención la cantidad de extranjeros que aparecen y desaparecen en los cuentos, más allá de Melie, que es protagonista en uno.

Trabajo con extranjeros hace diez años, dándoles clases. Y fue un proceso que tarde o temprano tenía que aparecer. Siempre son portadores de historias increíbles y muchas veces ridículas que no terminan de entender el lugar donde están. Y con algunas cosas hay una cuestión enrarecida. Es un gesto estético que uso desde Un oso polar, en el que aparecen extranjeros para reforzar eso. En "Victoria" quería que funcionara como una inversión de "La Cautiva". Y además lo empecé a escribir en un momento muy romántico de mi vida y después se me pasó y terminó de una forma completamente distinta.

¿Te interesa el programa de retratar Córdoba?

Me parece que uno de los problemas que tiene Córdoba a nivel cultural con personas que no son de Córdoba es que creen que es una sola cosa. Yo creo que podía estar viviendo en cualquier parte. Traté de construir estéticamente algo que se pareciera a Córdoba y que a la vez no lo fuera. Quizás lo que inevitablemente voy a retratar mucho tiempo es Carlos Paz. Es una excepción dentro de Córdoba. Tiene un lago podrido. Era un lugar hermoso que después se transformó en un lugar de paso para llegar a otros lugares de la provincia. Con perdón de la comparación, me interesa retratarlo como le interesaba a Lynch retratar Montana. Pero en el sentido en el que es algo que no puede no aparecer y te está comiendo la cabeza. Es un lugar raro, híbrido. Marcos López es fanático de Carlos Paz, y su estética se resume en Carlos Paz. El pez de tres ojos de Los Simpsons aparece en el lago de Carlos Paz.

¿Cómo terminaste siendo escritor?

Empecé a leer desde muy chico. En Rosario vivíamos en un departamento, y cuando quería salir lo hacía con mi viejo, íbamos a patear la pelota a una plaza y a caminar. Cuando nos mudamos a Carlos Paz se podía andar por ahí tranquilamente. Estaban las sierras ahí nomás. Yo no estaba nunca en mi casa y volvía lastimado y medio inquieto. Entonces mi vieja me puso un castigo. Me tenía que quedar a la siesta en casa, hasta las cuatro. Y me empezó a pasar libros viejos de la colección Billiken, entonces me dio un libro sobre los Pieles Rojas. Me hizo leerlo y contarle todos los días lo que había leído. Y a los quince mi abuela me empezó a pasar libros de Agatha Christie. Y después escribí una obra de teatro medio ecológica para el colegio. Y después escribía cartas de amor. Se las escribía a una chica, por mail, como una página y media, profundísimo, adolescente. Empecé a mandarle mails, y a tener como el planteo ese, y en un momento prescindí de la chica y terminó siendo un diario. En esa época yo estudiaba Ciencias económicas. Y fui al sicólogo y él me dijo: "Vos sos un pelotudo". Y me empezó a tirar libros para que lea. Ahí dejé Economía y empecé Letras. Era el 2001.

¿Por qué escribís?

Cuando empecé Letras me prometí hacerla lo más rápido posible. Y en la primera clase de Letras me dijeron: "Acá no se enseña a escribir". Me quedé, de todas formas, pero tenía que apurarme, por esos tres años que había perdido en Economía. Yo cuando entré a Letras quería trabajar de escribir, después entendí un poco más las cosas. Mi mail en esa época era “enbuscadelsujetoperdido”, cuando en realidad debería haber dicho “en busca del tiempo perdido”. Y me iba a buscar trabajo con una tarjeta con ese nombre. Obviamente no me lo daban.

¿Tenés algún diagnóstico de la literatura cordobesa actual?

Pasó por una especie de bache. Porque hubo un momento muy fuerte vinculado a La Creciente y al momento en el que se empieza a hablar fuerte de literatura cordobesa. Había mucha visibilidad y mucha fuerza. Ahora están las cosas medio dispersas, pero pasan cosas, como siempre. La editorial de Prebanda está sacando un libro de Fran Kreiman muy bueno. Está muy bien la editorial Hiedra. Pero puede ser similar a lo que pasó antes: empiezan a haber muy buenas publicaciones y búsquedas editoriales, en poesía, y eso genera buenas cosas a nivel narrativa. Y algo que hablé con Maximiliano Crespi es que necesitás editoriales que se jueguen por el cuento o la poesía. Creo que va a haber dos o tres narradores muy sólidos en los próximos tiempos. Hace falta que nos falten el respeto a nosotros, que somos los más viejos. Para eso hace falta tiempo, inteligencia y obra. Ojalá se dé.

 

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