El producto fue agregado correctamente
Blog > > Edgardo Russo, una vida entre libros

Edgardo Russo, una vida entre libros

Escritor, editor, traductor: Edgardo Russo consagró su vida a la literatura. Murió antes de ayer de un paro cardíaco.

Por Patricio Zunini.

Publicó a Clarice Lispector, a Marosa di Giorgio, a Pascal Quignard, a Patrick Modiano, a Armonía Sommers, a Felisberto Hernández —Las hortensias vendió 5000 ejemplares en un año—, a Hilda Hilst, a Rubem Fonseca. Diseñó colecciones especiales de Juan Filloy y Witold Gombrowicz. Recuperó la traducción que H. A. Murena hizo de los Ensayos escogidos de Walter Benjamin. Su última gran apuesta fue la traducción del Ulises. “El catálogo de El Cuenco de Plata”, le dijo a Natu Poblet, “tiene la aspiración de un lector renacentista, que pueda pasar de la alta literatura a la filosofía o a algo más liviano como El señor de los venenos, de Enrique Symns: un catálogo diverso donde el núcleo es la calidad literaria y cierta diversidad que permite pasar de una colección a otra con fluidez.”

 

Edgardo Russo nació en Santa Fe en 1949. Diego Erlan lo retrata como un hombre activo, dinámico, emprendedor. Librero y editor en su ciudad natal (participó en la modernización de la editorial de la Universidad Nacional del Litoral), a mediados de los noventa se mudó a Buenos Aires, donde estuvo a cargo de colecciones para El Ateneo y Espasa-Calpe. Entre 1999 y 2002 fue el director editorial de Adriana Hidago y un año más tarde el de Interzona, de donde se fue muy rápidamente para iniciar el proyecto que se convertiría en su marca de identidad: la editorial El Cuenco de Plata, que fundó junto con Amalia Sato, Mora Torres, Alfredo Prior, Graciela Goldchluk, Hugo Levin y Diego Rojas. Cuenco nació como “algo parecido a una cooperativa, donde los integrantes, además de sus ahorros, aportan solvencia intelectual y propuestas”. El nombre, con reminiscencias literarias japonesas, fue elección del propio Russo (que había publicado un ensayo de Silvio Mattoni con ese título en Interzona). La editorial se dio a conocer formalmente en marzo de 2004, con la publicación del primer volumen de una serie de textos inéditos de Manuel Puig, Un destino melodramático. A ese le siguieron La protesta, de Henry James (con traducción de Russo), El amor de Platón, de Leopold Sacher Masoch, Mario Bellatin, Juan Filloy, Hugo Padeletti, Haroldo de Campos.

Russo era un negociador duro con los libreros. Ha llegado a sacar todos sus libros de una librería por no acordar el porcentaje de descuento. “Creativo, de muy buen gusto, un estudioso, un intolerante y muy cabrón”, dice de él, Fernando Pérez Morales, dueño de La Boutique del Libro de San Isidro. Hombre de carácter —fue famoso el caso del escritor que quería juntar plata entre varios y dársela a un patovica para que lo moliera a palos—, Russo también sabía administrar la dulzura: cuando fue editor de Marosa di Giorgio viajaba a visitarla al Uruguay, la recibía en Buenos Aires, la protegía, conocía a la familia, había logrado establecer vínculos que iban más allá de la publicación.

“La audacia de Edgardo”, dice Diego Rojas, “se traducía en relativos éxitos editoriales”. Un ejemplo: Russo conocía al detalle la ley de propiedad intelectual y comprendió que, a diferencia de una obra literaria, cuyos derechos le pertenecen a los herederos del autor hasta 70 años después de su muerte, las cartas tienen un plazo de 20 años. Con ese dato, estuvo atento para publicar las de Pier Paolo Pasolini antes que nadie (salieron con el título Pasiones heréticas). Ayudado también por la ley, Russo consiguió publicar a Felisberto y Copi a pesar de no tener la autorización de los herederos: usó uno de los artículos que dice que los herederos no se pueden oponer a la reeimpresión de las obras que el autor publicó en vida. En una entrevista de Walter Cassara para Página/12, Russo decía que desde El Cuenco de Plata iba a dar batalla por la supervivencia y conservación de los clásicos. Otras veces, la audacia rozaba el límite de las buenas prácticas. Damián Ríos, que trabajó con él en Interzona y luego heredó su puesto, cuenta en un libro sobre Fogwill que salió el año pasado, que habían contratado la publicación de Runa con una tirada de 1000 ejemplares, pero Russo, sin avisar, tiró 1500. Fogwill se enojó muchísimo por el engaño y pidió el doble de regalías en compensación.

En 2010, un tipo de Bahía Blanca le envió un correo contándole que había traducido el Ulises. Al principio creyó que le estaban haciendo un chiste, pero así y todo llamó por teléfono a este desconocido, un tal Marcelo Zabaloy. Así comenzaron a darle forma a la última gran hazaña de Edgardo Russo. La publicación de una nueva traducción del clásico de Joyce avanzó con lentitud hasta 2013. “A partir de ahí hicimos tres o cuatro revisiones a fondo”, dice Zabaloy. “Yo leía en voz alta (por Skype) y él seguía el texto e interrumpía cada tanto para sugerir una palabra, verificar el significado de algo que estaba dudoso, etc. Edgardo contrató los servicios de Patricio Dillon, que trabajó muy bien como corrector de estilo, y también a Teresa Arijón, que revisó una y otra vez el texto en busca de erratas e hizo valiosos aportes. Cuento todo esto para mostrar hasta qué punto estaba involucrado Edgardo con el texto y lo meticuloso y apasionado que era. Lo suyo excede cualquier calificativo. Nadie hubiera sido capaz de dedicarle el tiempo que él le dedicó al Ulises sin descuidar la producción vertiginosa de cosas buenas que publica Cuenco. En 2014 consagró seis meses completos a lo que sería la serie de revisiones finales, cada vez más y más profundas.”

Antes de ayer Zabaloy y Russo se reunieron para definir el plan de trabajo de otra traducción imposible: el Finnegans Wake, que debería aparecer en septiembre de 2016. “Edgardo estaba contentísimo con la buena recepción que iba teniendo el Ulises”, dice Zabaloy, “y ya pensaba en la tapa de Finnegans, en el prólogo que quizás quisiera escribir alguna persona notable de las letras... En fin, soñaba con lo que adoraba hacer: el trabajo sagrado del editor.”

“Cuenco está entre las tres mejores editoriales argentinas”, dice Fernando Pérez Morales. “¿Edgardo? Un editor de la concha de la lora”, lo define Diego Rojas. Además de editor, Russo escribió varios libros de poesía, un puñado de ensayos y una muy buena novela, Guerra conyugal (publicada en Adriana Hidalgo en 1999). “Edgardo”, sigue Rojas, “pensaba que era un escritor que no había hecho el texto que lo consagrara como tal”.

Edgardo Russo murió antes de ayer de un ataque cardíaco. Dicen que lo sufrió mientras trabajaba hasta tarde en su oficina. Murió haciendo lo que amaba. La literatura pierde con él mucho más que una persona imprescindible de la edición.

***

Artículos relacionados

Miércoles 06 de abril de 2016
"Desconfío de lo que escribo"

El primer encuentro del ciclo de entrevistas a poetas del Centro Cultural de España en Buenos Aires, "La poesía era un bello país", tuvo como primera dupla a la autora de Humo y a la actriz de Relatos salvajes.

Irene Gruss & Rita Cortese
Jueves 14 de abril de 2016
Día perfecto
Diálogos de apropiación con el entorno, traducidos en grandes construcciones de una sofisticada simpleza brillante: el artista vivo más caro del mundo visitó Buenos Aires y nos dejó a su bailarina sentada en la puerta del Malba.
Jeff Koons, por primera vez en Argentina
Viernes 03 de junio de 2016
"Nunca podemos leer tranquilos a Borges"
En unos días se cumplen 30 años de la muerte de Borges, y las publicaciones y actividades en su homenaje ya comenzaron. Beatriz Sarlo, a sala llena, en el Centro Cultural San Martín, entre las primeras.
Clase magistral
Lunes 27 de junio de 2016
Inauguró Caburé
El fin de semana pasado se presentó el tercer número de Revista Carapachay en una nueva librería que quedó oficialmente abierta al público. Habrá talleres, charlas y ciclos, además de libros y un bar.
En San Telmo
Lunes 26 de setiembre de 2016
Ciudad tomada por la poesía

Ayer cerró la 24º edición del Festival Internacional de poesía de Rosario: invitados de todo el mundo, lecturas imborrables y público presente en un encuentro que, como el agua, avanza. 

FIPR

Martes 01 de noviembre de 2016
Comer carne en Argentina

"¿Pensar en algo es lo mismo que escribirlo? ¿Cuándo empieza el proceso de escritura?" se pregunta el escritor estadounidense Peter Cameron en esta anticrónica de su visita a una parrilla argentina. Otro de los textos que nos dejó el Filba Internacional.

Por Peter Cameron

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar