La primera lectura exige una embestida. Familiarizarse con un universo que no se parece a ningún otro. Un universo que es más bien la estilización de la obsesión íntima del escritor.
En una relectura aparece, en cambio, un composición aleatoria, una suerte de montaje en donde página a página el escritor, como su personaje -alguien que lucha por escribir, como si fuera cuestión de vida o muerte-, doblega “las fuerzas del azar”. La novela quizás gane volumen y profundidad en la relectura: pasa a ser un ensayo púdico sobre las posibilidades del arte y el yugo del escritor. Importa menos el personaje que el asunto: los procesos detectivescos –salvajes, como en Bolaño, o sibilinos como en Valencia– de todo artista para salvar de la inercia a la obra en ciernes.
Valencia, sin embargo, es más un falsificador que un impostor, ya que trabaja sobre una fórmula probada: la instalación literaria, un género cada vez más practicado y que, como su contrapartida audiovisual, consiste a grandes rasgos en la acumulación de fragmentos conectados por un tema o una narración débil.
Eduardo Sacheri ganó el Premio Alfaguara 2016 con la novela La noche de la usina. “Me encanta que la literatura esté llena de mensajes, pero no quiero me los ponga el autor”, dice.
Maestría en Escritura Creativa en la UNTREF, Licenciatura en Artes de la Escritura en UNA, cursos en instituciones, talleres privados y centros culturales: Buenos Aires se potencia como capital de formación de escritores en español y recibe avalanchas de postulantes.
Carlos Gamerro dio ayer una clase magistral gratuita en el Centro Cultural San Martín donde, a partir de escenas de Hamlet y Enrique IV, explicó el porqué de la vigencia de Shakespeare en la cultura occidental.