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El origen de las bibliotecas populares en Argentina

La circulación del libro

"Las deudas relacionadas con el universo histórico de las bibliotecas en la Argentina son, sin duda, amplias, numerosas y con interregnos inequívocamente desconocidos". Así abre el libro de Javier Planas, Libros, lectores y sociabilidades de lecturas, publicado por Ampersand.

 Por Alejandro E. Parada y Carolina Sancholuz.

 

Para soñar, no hay que cerrar los ojos, hay que leer. Lo imaginario no se constituye contra lo real para negarlo o compensarlo; se extiende entre los signos, de libro a libro, en el intersticio de las reiteraciones y los comentarios; nace y se forma en el intervalo de los textos. Es un fenómeno de biblioteca.

Michel Foucault

 

En lo que respecta a temas de investigación, las deudas relacionadas con el universo histórico de las bibliotecas en la Argentina son, sin duda, amplias, numerosas y con interregnos inequívocamente desconocidos. La figura de Domingo Faustino Sarmiento en torno al mundo de la lectura y la instrumentación bibliotecaria es proteica y, en cierto modo, desbordante. Uno de sus mayores emprendimientos, reconocido hoy en día en las carreras de Bibliotecología y Ciencia de la Información a lo largo de América Latina, fue la creación de las bibliotecas populares en nuestro territorio. Hasta la fecha, contamos con distintas menciones y aportes parciales acerca de los orígenes, desarrollo y diversas peripecias de estas agencias sociales en sus primeros años. Esta situación resultaba paradójica, pues, desde el punto de vista bibliotecológico, durante el siglo XIX la Argentina había asumido un rol significativo en la conceptuación y práctica bibliotecaria a través de dos acontecimientos. Basta recordar que uno de los actos iniciales de política cultural revolucionaria, cuando aún no éramos independientes, fue el establecimiento de la primera Biblioteca Pública en Buenos Aires por decisión de la Junta de Mayo en 1810: una respuesta lectora al Imperio Español en el Río de la Plata. El otro hecho operativo, de trascendental interés, lo propició Sarmiento en 1870 al crear, por la Ley 419, la actual Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, acción que articuló en una sola urdimbre la política bibliotecaria que había comenzado con la Revolución. Una instancia específica y única, mediante la que Sarmiento intentó enlazar en una tarea mancomunada las iniciativas particulares con los proyectos del Estado.

Retratar la sutil complejidad de este último acontecimiento, que en lo específico implicó la concreción de un proyecto de larga duración en la configuración de una nación por ese entonces asediada por la modernidad escrita e impresa, es la tarea abordada por Javier Planas en Libros, lectores y sociabilidades de lectura. Una historia de los orígenes de las bibliotecas populares en la Argentina. Se trata no solo de reunir en un todo la innumerable fragmentación y de salvar el desconocimiento bibliográfico de este tema entre nosotros, sino de realizar una investigación a fondo y global sobre este objeto de estudio, y lograr así una obra completa y paradigmática que abarque, en extensión y profundidad, la heterogeneidad de esta temática. El libro que hoy tenemos en nuestras manos probablemente sea el estudio más importante y, nos atrevemos a sostener, de difícil superación, sobre cómo y en qué forma estos establecimientos populares se desarrollaron en sus primeros años de vida.

El impacto es fuerte y sumamente fructífero: Planas logra revivificar de forma plena y contundente ese momento apasionante de la historia cultural argentina y latinoamericana, gracias a una serie de articulaciones y modalidades ejemplares. Es oportuno, aunque sea a modo de ilustración, mencionar algunas de ellas: la reflexión ontológica sobre qué es una biblioteca popular, los entrecruzamientos relativos a la lectura alentados por las mentalidades de las elites y las necesidades políticas del Gobierno, las diversas estrategias que implementó la Comisión por intermedio de su Boletín para fundar las bibliotecas y trazar el imaginario del acto de leer, la innovación extraordinaria (influida por el ideario estadounidense) del préstamo domiciliario, el juego de las sociabilidades del lectorado entre las reglas y sus normativas en un nuevo ámbito de secularización del libro, la gestación de ese novedoso colectivo social en el momento pautado por “lo moderno” del espacio público que imponían las bibliotecas, la relectura de los reglamentos y el contenido de catálogos para identificar el mundo de las representaciones culturales, la reflexión constante a partir de los avatares económicos y sociales que influyeron decisivamente en el destino de estas instituciones, y un capítulo de gran interés relacionado con los estudios de género, por enumerar tan solo algunos temas entre muchos otros. Todo ello en un vasto y seductor paisaje, donde se manifiestan las escenificaciones de cómo las individualidades y los agrupamientos civiles pueden construir sus propias participaciones de representación en los procesos de elaboración ciudadana.

Esta enumeración, en su íntima conjunción, no es mínima: su contenido ha sido elegido y articulado por el autor dentro de la mayor rigurosidad y con metodologías historiográficas actuales que, indudablemente, rescatan de la opacidad y del olvido un momento descollante y memorable de la Historia del libro y de la lectura en la Argentina. Estamos, pues, ante un texto que establecerá un antes y un después en nuestra forma de construir el discurso bibliotecario en torno de la historia de las bibliotecas populares a lo largo del tiempo, en ese impulso inefable diseñado por la duración de los procesos históricos. Javier Planas ha sido un cazador furtivo de las prácticas, representaciones y textualidades de estas agencias culturales desde sus orígenes –utilizando con libertad una famosa frase de Michel de Certeau–, y desde esa sagaz perspectiva, ha cambiado el curso de nuestra historia bibliotecaria: ahora no se podrá apelar a ninguna excusa para interpretar e interpelar la realidad de nuestro ser y acontecer en el epicentro movilizador de las bibliotecas populares.

Un aspecto central que analiza Javier Planas en su libro consiste en demostrar cómo la noción de biblioteca popular resulta de la articulación compleja, por momentos tensa, entre el poder regulador estatal y el espacio creativo de la propia sociedad civil. A partir de esta constatación, su estudio se concentra en la reconstrucción minuciosa de los entramados –jurídicos, sociales, históricos, políticos, culturales, económicos– que le permiten interpretar las prácticas bibliotecarias y, específicamente, el fenómeno de las bibliotecas populares en el marco, sin dudas más amplio, de los estudios culturales. Un interrogante clave se constituye como el hilo conductor que recorre y organiza la trama de agentes, espacios, instituciones, leyes y acontecimientos en torno de la biblioteca popular: ¿cuáles fueron los factores que hacia 1876 provocaron su crisis y cuáles las circunstancias que siguieron las bibliotecas populares en su derrotero posterior? Responder esta pregunta exige, por parte del autor de este minucioso ensayo, manejar con solvencia varias estrategias críticas y analíticas. Notamos una necesidad que resulta imperativa y que se desprende del propio título del libro: una vuelta a los orígenes, esto es, a la imprescindible figura de Domingo Faustino Sarmiento y al marco legal que permitió la creación de las bibliotecas populares, la conocida Ley 419. Planas aborda estos aspectos especialmente en los tres primeros capítulos, atendiendo con detalle a los aportes bibliográficos previos que han encarado parcialmente el problema. Pero da unos pasos más allá, y este gesto resulta un acierto metodológico que revela su faceta de investigador exhaustivo: sumergirse en el archivo, ir a las fuentes, citadas en estudios previos pero nunca analizadas con el rigor de las ciencias sociales. Así vemos entonces cómo puede asediarse un material que deviene una poderosa herramienta hermenéutica por los múltiples sentidos que dispara: el Boletín de las Bibliotecas Populares. Planas lo analiza como una “pieza clave” en tanto le permite reconstruir prácticas y datos concretos de lectura, lectores y lectoras del período, como así también observar cuestiones del orden de lo simbólico que atañen al campo de la Historia del libro y de la construcción de lectorados en nuestro país.

El libro de Javier Planas demuestra lo que Susana Zanetti, en La dorada garra de la lectura. Lectoras y lectores de novela en América Latina, describe con acierto como “ese poder de la letra en la modernización de las sociedades nacionales” (2002: 12), un poder de la letra que comprometía la intervención de sectores cada vez más amplios, en la medida que aumentaba la circulación del impreso, a pesar del lento y desigual acceso a este, especialmente en un país tan extenso como la Argentina. En este sentido el capítulo seis traza, dentro del contexto desfavorable de la supresión de las subvenciones estatales a las bibliotecas populares, lo que Planas describe como “cartografía de las bibliotecas populares”, para detenerse en casos emblemáticos por fuera de la centralidad de Buenos Aires: las provincias de nuestro país. En ellas se observa el esfuerzo de agentes en muchos casos de extracción social humilde para mantener vivos y vigentes esos espacios de sociabilidad y de irradiación de diversos saberes, incluso en aquellos sectores que habían quedado fuera de los proyectos de alfabetización y que requerían la necesaria escucha de la “lectura en voz alta”, práctica que se analiza en el capítulo cuatro.

El notable ímpetu narrativo que atraviesa este ensayo nos permite a los lectores sumergirnos en algunas escenas de lectura como si realmente estuviéramos allí. Un ejemplo cabal de esta cuestión lo constituye el capítulo ocho, dedicado a las mujeres lectoras. Planas nos traslada, a través de una cuidadosa reconstrucción histórica, política y cultural, a un estudio de caso como el de Dorotea Duprat. Accedemos a su relato testimonial como sobreviviente de la terrible guerra del Paraguay, recorremos su camino de autora a educadora de las mujeres, asistimos a su fervorosa actividad cultural en una biblioteca popular de provincia, en Chivilcoy. Dorotea condensa en su figura las relevantes y muchas veces silenciosas (o silenciadas) actividades de las mujeres para sortear los estrechos límites de los relatos hegemónicos de género, “tretas del débil”, como las denomina Josefina Ludmer en su estudio canónico sobre Sor Juana, que iluminan aspectos insospechados de las mujeres como lectoras y autoras.

Quedan cordialmente invitados, lectoras y lectores –tanto del ámbito académico como también del campo cultural, en un sentido amplio– a recorrer las páginas de Libros, lectores y sociabilidades de lectura. Una historia de los orígenes de las bibliotecas populares en la Argentina, “un fenómeno de biblioteca”, para decirlo con las acertadas palabras de Michel Foucault.

 

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