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¿Qué es Literatura de Izquierda?

Una reedición del clásico de Damián Tabarovsky

"Tabarovsky parte de la evidencia de que las vanguardias se han visto cristalizadas, si es que no momificadas, y hoy son parte de una doxa cultural administrada e inofensiva; tal y como, según discierne, también “lo nuevo” se neutralizó y se convirtió en un valor de mercado", dice Martín Kohan en el prólogo a Literatura de Izquierda (Godot).

Por Martín Kohan.

 

¿Qué es Literatura de izquierda? Un manifiesto. En lo esencial, en lo sustancial, es más que nada, o antes que todo, un manifiesto. No es en sentido estricto un ensayo, más allá de lo que tiene de ensayo, porque descree expresamente del valor de la argumentación, porque desiste incluso del intento de persuadir a sus lectores o demostrar sus enunciados. No es en principio un texto de polémica, aunque resulte fuertemente polémico, porque no quiere ganar ninguna discusión, no cree que tenga sentido. Se ocupa, sí, del estado de cosas en la literatura argentina contemporánea, pero no es un trabajo de sociología de la literatura, no se aplica a un “estudio de campo” en un sentido convencional; considera obras y considera estéticas, sí, pero no se adentra en un análisis de textos, no es en rigor un libro de crítica literaria.

Es eso, un manifiesto. Y hace eso: manifestar. Asume por lo tanto esos tonos asertivos, declarativos y hasta declamativos, que imprimen en cada página el gesto enfático de la provocación (pero de una provocación paradójicamente descreída o prescindente, que no parece esperar nada) y el sesgo arremetedor de todo arte que se resuelve en potencia y en proyecto (pero hay en ese fuerte impulso un resto paradójico de desgano o escepticismo, un ir por todo que es también un para nada). El de los manifiestos, como bien se sabe, es el género por excelencia de esas vanguardias a las que hoy llamamos históricas; de manera que Damián Tabarovsky no solamente va a abordar esa cuestión, la del vanguardismo, sino que además va a convocar sus registros y su vehemencia, sus modales o su falta de modales.

Resulta por demás desconcertante que este libro haya sido leído, cuando se publicó por primera vez, como una reivindicación anacrónica de la vigencia de las vanguardias. Resulta desconcertante, en efecto, porque su enfoque es exactamente el opuesto: dice justo lo contrario. Tabarovsky parte de la evidencia de que las vanguardias se han visto cristalizadas, si es que no momificadas, y hoy son parte de una doxa cultural administrada e inofensiva; tal y como, según discierne, también “lo nuevo” se neutralizó y se convirtió en un valor de mercado; también lo que fue contracultural en los años sesenta devino en establecido tiempo después, en los años noventa; o bien la ruptura inicial de la abstracción en el arte se asimiló y se domesticó y ya no fue ruptura de nada.

La futuridad netamente modernista que alentaron las vanguardias se impregna ahora, en Literatura de izquierda, de un pesimismo irónico posmodernista, la percepción de que no hay futuro, o de que ese futuro, como tal, ya no importa. Las vanguardias, por ende, no pueden ser invocadas sin más, pretendiendo su vigencia o su resurrección; pero tampoco, y este es el punto, pueden ser omitidas sin más, pasadas por alto, salteadas por el conservadurismo literario haciendo de cuenta que nunca existieron. Tabarovsky se remite entonces a las vanguardias para asediar su imposibilidad y convertirla en una presencia, para interrogar esa ausencia de hecho y convertirla en una posibilidad: “La literatura contemporánea se escribe bajo la huella de esa imposibilidad, que es la imposibilidad que posibilita una literatura radical”. A esa condición singular, que no es la de la perduración sin más pero tampoco la de la caducidad o la inexistencia, Tabarovsky la concibe como fantasma; a la fuerza de su irrupción, que no pretende en absoluto intacta, la recupera como deseo, la recupera como pulsión. ¿Quién pudo ser tan despistado como para suponer que lo que abría como debate Literatura de izquierda era si las vanguardias así llamadas históricas vencieron o fueron derrotadas? Lo que plantea Tabarovsky es otra cosa: un corte entre el pensamiento conservador, que toma esa derrota como un triunfo, y el afán de una literatura radical, que se escribe desde esa misma derrota, a pesar de esa derrota y en contra de esa derrota.

La cuestión, planteada de este modo, podría parecer un tanto general o un tanto teórica; pero no es así para nada, porque Damián Tabarovsky la inscribe una y otra vez en las circunstancias concretas de la literatura argentina reciente. Ahí distingue una vertiente contracanónica, trazada a partir de Héctor Libertella, de César Aira, de Fogwill “y unos pocos más”; y ciertas líneas de continuidad posible, hasta su presente. Y a esas variantes, que es lo que define como “literatura de izquierda”, las contrapone (es decir, las pone en contra, porque todo manifiesto que se precie se escribe en contra: contra alguien y contra algo) al estancamiento anodino de la literatura más previsible, más convencional, más confortable, más obediente, más garantida, más aplicada y más aplicable, más sin riesgo.

Cuando apareció, en 2004, Literatura de izquierda produjo una intervención realmente decisiva, tan aguda como contundente, en el estado de situación de la literatura argentina. Y lo hizo porque puso en cuestión, por una parte, un tipo de literatura estabilizada por un principio de inercia, y porque subrayó, por otra parte, y con eso concedió mayor visibilidad, a otro tipo de escritura, a otra clase de concepción literaria, a otras formas de la narración (o de la suspensión de la narración). Las cosas cambiaron, en parte, en los años que pasaron desde entonces; entre otros factores, por la propia existencia de Literatura de izquierda: por su interpelación y por su incidencia. Pero hoy, casi quince años después, resulta igual de pertinente, mantiene su filo intacto, sigue siendo indispensable. Este libro modificó la percepción que podía y puede tenerse de toda una literatura, de sus regímenes de visibilidad y reconocimiento, de sus banales centralidades y sus prestigiosos márgenes, de sus criterios de valor, sus maneras de entender cómo se escribe y para qué, cómo se lee y por qué.

Me parece difícil que vaya a existir un lector de Literatura de izquierda que lo recorra de punta a punta sin sentirse en desacuerdo al menos en algunas partes (incluyo en esta definición al propio Damián Tabarovsky). En cualquier caso, las páginas del desacuerdo (callaré la especificación de cuáles fueron las mías) habrán de resultar tanto o más estimulantes que aquellas en las que se plantean ideas con las que concordamos, porque las teníamos desde antes, o aquellas que suscitarán en nosotros ideas que no teníamos, pero que de aquí en más serán también nuestras. Lo difícil, lo imposible, es que se lea Literatura de izquierda sin experimentar reacciones. Entre esas reacciones, cuando el libro se editó por primera vez, no faltó alguna que otra de inaudita mezquindad, de bajeza por cierto infrecuente; no dejaba de probar, en cualquier caso, que Tabarovsky había acertado a tocar verdades más que sensibles. Predominaron, por suerte, como seguramente habrán de predominar ahora, las lecturas que, en coincidencia o en disidencia, le harán justicia a un libro que consiguió una cosa inusual: mostrar que pasaba mucho donde parecía que nada pasaba, hacer que pasara algo donde no estaba pasando nada.

 

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