Carta al padre
Miércoles 23 de enero de 2013
La ficción como un arma de seducción, una de las características de La ingratitud, de Matilde Sánchez (Mardulce).
Por P.Z. Foto: Alejandra López.
Las mujeres no suelen hablar de aquello que pasa,
sino casi con exclusividad de aquello que les pasa.
Matilde Sánchez, La ingratitud
«Esto es una carta, de ningún modo es una novela —nada más alejado de una novela, con sus falsas pistas y líneas de suspenso. Una carta dirigida a un único destinatario y por elevación, a la humanidad.» La narradora de Los daños materiales —la novela más reciente de Matilde Sánchez (Alfaguara, 2010)— usa la ficción como un dardo hacia el hombre que la sometió en una relación perversa. Ante ese dominio, la narradora encuentra en la palabra (escrita) la fuerza para rebelarse.
Otra vez las cartas, pero veinte años antes. La ingratitud, primera novela de Sánchez, escrita en 1990, da cuenta del desamparo de una chica argentina en Berlín, que vive en tensión la relación con el padre distante pero omnipresente —como un fantasma, como un dios— a quien, tras unas llamadas telefónicas que a ella le resultan carísimas en las que intenta sin éxito que él rompa el silencio lacónico y algunas cartas que no tienen respuesta, comienza a escribirle cartas inventando ficciones para seducirlo, es decir someterlo.
¿Qué otra virtud había en mi correspondencia más que una corrección decorativa y la sorpresa de mi confesión amorosa? ¿Con qué otro aliciente que el amor—y, se sabe, este debe ser alimentado pero ceñido cuidadosamente en su expansión, podado de crecimientos inútiles que puedan amenazar su misma existencia— podía mi padre fatigarse en esos abortados e inconcebibles borradores (…) Solo una intriga me haría digna: con ella podría atraparlo, seducirlo, someterlo a la espera.
Situada en tiempos de una Berlín aún divida por el Muro, el centro del mundo occidental cercado por la nieve, alternando entre horas de encierro en casa, el deambular por las calles y el cine donde vampirizar las películas para escribir las cartas, la visita a la tumba de Nietzsche como el único paseo memorable, el padre enfermo cada vez más ausente que se comunica a través de una amiga/enfermera, la novela sostiene a la vez clima de fin de época y de iniciación: es en la conquista del padre donde la protagonista se define, se convierte en narradora.
En el prólogo de la reedición de Mardulce, dice Matilde Sánchez:
Hoy tiendo a creer que una novela de juventud, por breve que sea, es claramente un artefacto de pura invención como no se volverá a escribir nunca más. En buena medida, se trata de la búsqueda de un tono, y por lo tanto, de una forma de mirar.
Veinte años y varios libros después, la búsqueda difiere, el tono se consolida, pero la esencia de creer en la palabra escrita permanece.