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Esa troncha trenza de cana

Jueves, día de ficción. Publicamos uno de los cuentos que forman parte de Heroína (Mansalva), el nuevo libro de Gabriela Bejerman.

Por Gabriela Bejerman.

gabriela bejerman

Me compré una cupé fuego con la última guita que hizo mi ex marido choreando estéreos. Cuando lo metieron en cana me dio los pesos que le quedaban después de una última y buena chupada llena de lágrimas de despedida. Me dijo: gastala en lo que más te guste, y pensá en mí cuando lo disfrutes. Sí, Toto, sí, Totito mío.

Salí de la cárcel y me fui caminando a pata todo Devoto, por Beiró encontré un usados. Conté la guita en la vereda, mirando los modelos. Había una cupé fuego color fuego. El encargado, un chongo desconfiado, se me acercó en zigzag con las manos en unos bolsillos gastados de tanto no hacer nada y patear la vereda relojeando camiones como yo. ¿Qué le habrá gustado más? ¿La minifalda roja, el pelo largo o lo que se veía de una tanga zarpada y barata? Algo lo asustó, cuando le mostré los billetes reculó. Yo me reí hasta que se avivó y me hizo pasar a la oficina.

En sus palabras no encontré nada que me calentara lo suficiente como para abrir un poco las piernas y darle a entender que sería mejor cerrar la persiana americana y tirárseme en el escritorio. Me paré mientras seguía con el verso, al pedo, y le revolví los compacts. ¿Tiene estéreo o se lo afanaron?, le pregunté al salame. Tiene, tiene, respondió. Bueno, apurate que me tengo que ir, le canté mientras me entusiasmaba pensando en pasear por el barrio con cumbia a todo lo que da. Fue lo que hice.

Mientras preparaba el coche me guardé en el bolso el de Amar azul, Damas gratis, Rodrigo y otros más. Chau, pibe, le dije tocando la bocina para ir probando. Miré su bulto y me le reí por el espejito, ¡una nada! Chupándome la boca de contenta crucé en amarillo a ochenta.
Puse fuerte Amar azul. ¡Cómo me gusta la cumbia! ¡Se me paraban los pezones pisando a fondo ese acelerador, sacándoles chispa a las gomas, atornillada a mi asiento, qué calor! Oteaba a los pibitos tomando birra en la vereda, viendo con qué me iba a entretener esa tarde. Transpirados, esos sobacos lampiños, no sabía qué manotear primero cuando de repente veo una cana.

Era una chonga de aquéllas, forrada de azul federal, pechera antibalas, culo con botas y una flor de trenza que nunca podré olvidar. ¡Mamita!, ¡cuánta trenza! Parecía que se la había hecho con crin de yegua mala, era troncha como un porrazo y larga hasta la cola. Le iba rebotando, a un lado y al otro, cacheteándole el orto. Bajé la velocidad y subí el volumen. El tema le cantaba: esa colita que dios le ha dado, esa colita que dios te dio.

Se dio vuelta, tenía unos anteojos de sol espejados, parecían afanados de Chips. ¡Qué cara de torta! ¡Qué difícil bombón! Me encabrité. La cupé echaba fuego igual que yo, enero estaba que ardía.

Yo iba andando despacito, siguiéndole el ritmo a la chonga, pensando qué iba a hacer. La guacha me miraba a cada rato, meneaba la trenza pero iba dura como bala de plomo, agujereando la vereda a cada paso. Discúlpeme, oficial, me mandé, ¿sabe dónde puedo inflar las gomas? Frené con cara de boluda y me asomé por la ventanilla, sacando el escote afuera, esperando tentar a ese mazacote. Mordió el anzuelo, se me acercó. Puso el pantalón al lado de mi cara y dijo con esa voz machona que yo ansiaba escuchar: Mirá, bebé, acá a la vuelta hay una gomería. Pero está cerrada, es la hora de la siesta, ¿viste? Acercó más ese bulto femenino, me miró fijo, se agachó. ¿Te puedo ayudar?, preguntó en voz baja. Y, no sé... Estoy medio perdida. Me podrías acompañar a otra gomería, si querés. ¿Estás de turno? No, acabo de terminar. ¿Cuándo?, le pregunté. Recién, cuando te vi a vos, potra. Subite.

Prendió un pucho, apoyaba el brazo en la ventanilla. Iba a dejar la gorra atrás pero la atajé: así me gusta más. ¿Ah, sí? ¿Adónde vamos, loquita? No sé, le dije, ¿a tu casa? No, que está mi marido. Mejor vamos a un telo, conozco uno...

Me fue indicando el camino, ni me miraba, fumaba uno tras otro. Lo único que hacía era apoyar su mano en la pistola y en mi pierna. Se reía un poco, tosía y con la mano, como dirigiendo el tránsito, me decía por dónde ir. Nos fuimos metiendo cerca de una villa que yo no conocía. No te asustés, me dijo, son amigos míos. Dejá el auto acá.

Bajé. Tenía la bombacha tan clavada que me dolía, pero me gustaba. La cana me hizo pasar a un cuartucho oscuro y vacío. Yo me senté en el catre y la miré mientras se iba sacando el uniforme. Tengo sed, le dije. Ahora vas a chupar algo jugoso y se te va a pasar, vas a ver, linda. Sacó una teta afuera. Era una piedra con una punta rosa lista para jugar. Le planté la lengua que estaba igual de dura y se lo hice bailotear. Después sacó la otra. Tenía las manos agarradas por atrás de la espalda, como si estuviera haciendo guardia, las piernas abiertas, bien agarrada al piso con sus botas de goma. Había dejado el pantalón caído pero el cinturón seguía ajustado, con sus chiches negros, tan relucientes que daba ganas de agarrarlos. Pero me entretuve con su par de pechos potentes. Se los amasaba con las manos y me llenaba la boca. ¡La pucha que me asusté cuando saltó un chorrito blanco! Parecía semen pero era leche.

Siempre me hago chupar, bombón, me gusta mantenerlas rellenas. Alimentate, putita, dale, tragá todo lo que puedas. ¿Viste qué rica que está? Sos una bebota, qué bebota tan puta, nunca vi una igual. Y a que no sabés el juguito que tengo acá, dijo empujándome la cabeza hasta que llegué a sus pelos. Metí la lengua y tenía la concha más rica que probé. La froté hasta que yo misma estuve a punto de acabar, mi lengua resbalaba y rasqueteaba ese bultito y se iba para atrás, refregando un poco el fondo que chorreaba.

Pero cómo te gusta chupar, pendeja, me vas a dejar seca de tanto que le das con la lengüita. Frotame, puta, que me vas a hacer largarte todo. Cómo chupás, ¿no te da asco tragar tanta concha?, estás llena de lechita, mirá cómo te rebalsa la boca. Vení, bebé, dame un beso en la boca, a ver qué gusto tengo hoy. No doy más. Dame esas tetas que tenés ahí, pendeja. ¡Sin corpiño anda, la putita! Te toco toda, mami, ¿a ver si tenés lechita vos también?

Era una genia con la boca, los dientes y la lengua. Mientras me mamaba, sus dedos enguantados iban metiéndose en mi concha. El flujo blanco se acumulaba entre sus dedos, me los pasaba por la cara y me hacía mordérselos, llenándome la nariz de olor a cangrejo.

Después se arrodilló. ¡Qué linda trenza que tiene, oficial!, le dije. Sí, ya sé que te encanta. ¿Sabés lo que vas a hacer?, pajearte con la trencita. ¿Qué te parece, puta? Dame acá esa concha caliente. Me la chupó un poco, apenas apoyaba la punta de la lengua y la sacaba, mirándome a los ojos, riéndose como una fiera. Y otra vez lo mismo, la puntita y nada. Yo no daba más.

Tirá de la trenza con esa mano y calzátela en medio de la concha. Dale, tirá, no tengas miedo.

Tirá hasta que duela, así me gusta, tirá, dale nomás, pajeate bien, quiero que me llenes la trenza de leche. ¿A ver cómo largas todo eso que tenés, mamita? Puta que sos, ésta no te la olvidás más, ¿no? Dale, dame, dame que te toco bien las tetas, mirá cómo las tenés. Si no te portás bien te pego en la cola. Sacala para afuera, bebé, sacá la colita y mové esa conchita pajera que tenés, eso, muy bien. Pero qué bien se mueve la puta, sos una boluda, nena, dale, qué forra que sos, movete bien, que si no te surto. Eso, dale, dale más.

En medio de sus insultos pegué un grito al tiempo que eyaculaba mi lechita hirviente. Manché su trenza chonga. Me obligó a lamérsela bien como si fuera una pija. Después me daba latigazos en las tetas con esa trenza mientras se pajeaba parada. No me dejaba acercármele hasta que al final, cuando estaba a punto, me la dio. Vení, nenita, ¿no querés chuparme la conchita linda que tengo para vos acá guardadita? Vení, bebé, chupá bien con esa lengua que tenés. Ya tuviste mucha pija por hoy, ahora tomá un poco de ésta.

La cana descargó, me arañó las tetas, clavadas las uñas, flor de marcas me dejó. Así se hace, te voy a dejar salir en libertad de lo bien que me chupaste, pendeja. No nos besamos. Ella enseguida se volvió a vestir mientras fumaba un pucho. Yo me pajeé rápido una vez más. Me miraba de reojo, como vio que me costaba se paró y haciéndose la sota me puso el garrote cerca de la boca. Yo se lo trinqué con una mano mientras con la otra me daba duro. Cuando estuve a punto de acabar me escupió la cara, entonces largué a fondo.

Vestite, te espero en el auto, dijo dando un portazo a la chapa. Lindo fierro, me comentó cuando subí. La concha me latía. Dejame acá en al esquina, bebé. Frené donde me dijo. Se olió la trenza antes de bajar mirándome a los ojos, me dio una palmada en la pierna y se fue, haciendo rebotar su tremendo culo contra el piso de tierra y levantando polvo. Aceleré para rajar de la villa antes de que me molieran a palos.

Gabriela Bejerman (Buenos Aires, 1973) es una escritora argentina. Comenzó a escribir novelas a los 14 años. En 1999 publicó su primer libro de poesía, Alga (Siesta). Le siguieron Crin (Belleza y Felicidad, 2001), Pendejo (Eloísa Cartonera, 2002) y Sed (Cencerro, 2004). En 2004 publicó Presente perfecto, un libro compuesto por dos novelas breves, con la editorial Interzona, publicada con el subsidio de la Fundación Antorchas, cuyo jurado fue César Aira. En 2009 publicó la novela Linaje, con la editorial Mansalva y Astra y Oster con la editorial uruguaya La Propia Cartonera. Además, entre 1997 y 2001 coeditó, junto a Gary Pimiento, la revista Nunca nunca quisiera irme a casa, que coincidió con un momento de auge de la joven poesía porteña y generó un cruce de públicos y artistas de distintas esferas. Durante esos años incursionó en la performance poética y de allí se extendió a la música.

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