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Un libro que oscila entre la depresión y el optimismo

Mark Fisher y Los fantasmas de mi vida

En una clave más personal e intimista, Mark Fisher vuelve sobre los temas de Realismo capitalista en Los fantasmas de mi vida, el libro que publicó en Inglaterra en 2014 y que Caja Negra acaba de lanzar en la Argentina. "No se trata de recuperar el pasado, sino el futuro", dirá Martín Libster en esta reseña.

Por Martín Libster.

 

En 2009, el crítico cultural británico Mark Fisher había publicado Realismo Capitalista, un libro donde describía el callejón en que había entrado la izquierda tanto política como cultural a principios de los años 1980, bajo el embate doble del reaganismo y el thatcherismo. Los efectos de esa derrota se hicieron sentir en múltiples niveles; en el plano político, la aceptación de que las cosas no podían cambiarse sustancialmente y que lo único que quedaba por hacer era administrar una hegemonía impuesta por la derecha neoliberal; en el campo psíquico, el advenimiento de la depresión ante el statu quo y la melancolía por un pasado (y un futuro) perdidos; en el terreno artístico, lo que Simon Reynolds llamó, en su libro homónimo, retromanía; incapaz de imaginar un futuro, la cultura pop regresa una y otra vez a un pasado que recuerda dorado pero que es, sobre todo, un pasado posible: un tiempo en el que el estado de bienestar de posguerra permitía la emergencia de un arte popular y una cierta movilidad social a través del éxito (recordemos que muchas de las más grandes bandas de rock, de Los Beatles a Joy Division, surgieron de las filas de la clase trabajadora). 

Sobre estos temas, en una clave más personal e intimista, vuelve Fantasmas de mi vida, el libro que Fisher publicó en Inglaterra en 2014 y que Caja Negra acaba de lanzar en la Argentina. Los cuatro años que median entre la edición original y la que, modificada, tenemos entre manos, transforma un libro sobre la depresión y la melancolía en una historia trágica: Mark Fisher se quitó la vida en enero de 2017 y eso, en cierto modo, resignifica sustancialmente el libro que estamos leyendo, sobre todo si tenemos en cuenta que en Los fantasmas de mi vida no sólo hay lugar para la desesperanza sino, por el contrario, lo que el libro intenta es sobreponerse a los efectos devastadores del realismo capitalista sobre mentes y colectivos y ensayar una suerte de vía de salida, aun oscura pero sin embargo posible. Es así como Fisher se ilusiona con el surgimiento de partidos de izquierda como Podemos y Syriza que, desde su punto de vista, podrían renovar la política y hacerla realmente revolucionaria (recordemos que el libro es de 2014, lo que impidió a Fisher escribir sobre el desencanto que debe haber sentido por la capitulación de Syriza y su adecuación al campo de lo posible -y lo pensable- bajo este paradigma). La aceptación de Syriza de las duras condiciones impuestas a Grecia por la Unión Europea vació a la agrupación de “izquierda radical” de todo intento realmente rupturista y la condenó, precisamente, a la administración (más humana, más progresista) de unas condiciones que le habían sido impuestas por el paradigma imperante. 

Un mérito mayor del libro de Fisher es el énfasis, tantas veces ausente de la teoría política de izquierda, en la relación entre lo público y lo privado y su comprensión de la inutilidad de un discurso monolítico, cerrado, que conforme las exigencias de la teoría pero se vuelva irrespirable para su sujeto. Fisher comprende que parte de la hegemonía neoliberal es la confusión de los trabajadores, su cooptación parcial o total, la ausencia de solidaridad de clase y, a tono con la época, no aspira a la formación de un partido sin fisuras sino que apunta a una restitución de la conciencia para salir del atolladero. La izquierda no debe repetir un ideario prefijado (porque hacerlo la volvería conservadora) sino buscar la salida hacia adelante. Y después se verá dónde la creatividad es capaz de llevarnos, tanto en términos artísticos como políticos. No se trata de recuperar el pasado, sino el futuro.

Fisher recupera productos culturales (de The Jam a Joy Division, de Tricky a las raves) que, en su opinión, son eventos potencialmente revolucionarios que no tuvieron continuación; breves momentos de ruptura que no alcanzaron a modificar el paradigma. Haciendo un uso extensivo de la teoría contemporánea (un uso lo suficientemente abierto que lo lleva a abrevar tanto en Deleuze como en Derrida, en Bifo como en el más definidamente marxista Fredric Jameson), el autor analiza los elementos disruptivos presentes en esas obras (desde las letras inconformistas a las alteraciones sónicas que proponen un quiebre con el pasado). De las dos acepciones de la palabra “espectro” (que da origen a la idea de “hauntología”), Fisher elige siempre no aquel que representa el cadáver fantasmagórico del pasado, sino a la esencia que debe materializarse en el porvenir. Eso explica su preferencia por la música que abre nuevos caminos en cada momento histórico. Aunque a veces coincida con ella (y aunque a los lectores nos cueste ver cómo una rave puede subvertir el orden establecido), no se trata de una mera aceptación de la moda (Fisher se da el gusto, por ejemplo, de arremeter violentamente contra Oasis y Blur, dos de los productos más exitosos del brit pop de los 90), sino de una búsqueda de constante renovación que nos saque del círculo vicioso. 

Los fantasmas de mi vida oscila entre la depresión y el optimismo. El intento de Fisher de politizar la circunstancia personal (y en especial la dolencia psíquica) tiene un doble objetivo; escapar a la lógica perversa de la depresión y a la del realismo capitalista, dos males que, como muestras las estadísticas, están estrechamente imbricados. La derrota final de su autor no priva a este libro de su dimensión esperanzadora. 

 

 

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