1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás?

Tengo también una vaquita de San Antonio de madera, redonda, del tamaño de la yema de un dedo, que me regalaron hace muchos años. Es un supuesto amuleto de la suerte que, hasta ahora, viene fracasando con total éxito: me fue bien toda vez que me la olvidé en mi casa. No la tiro porque le adjudico una deuda hacia mí: algún día descubriré por dónde ordeñarla, qué botón secreto activar, o qué fórmula mágica de palabras recitar para que, finalmente, exude la buena suerte que dice encerrar. Tal vez sea cuestión, nada más –y nada menos–, de saber combinar ciertas palabras. 

2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?  

Muchos. Los cuentos de Felisberto Hernández, por ese guiso amorfo de asombro, alegría y tristeza que siento al leerlos; Rabia, de Sergio Bizzio, las novelas que hasta ahora leí (muchas pero no todas) de César Aira. También Maluco, del escritor uruguayo Napoleón Baccino Ponce de León, toda la obra de Hebe Uhart, la poesía de Hebe Solves, las novelas de Italo Calvino. Las de David Lodge, porque me hacen reír a carcajadas, pero también me dan melancolía, me hacen pensar, me inquietan. 

3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura?

Lo mejor: la felicidad y el alivio de vivir otras vidas, el regodeo con el lenguaje -tanto al leer como al escribir-, el placer de ir entramando un texto, el compartir la cocina de la escritura -la propia y la ajena- con ciertas amigas y amigos escritores, aquella pulpa gustosa del hommo ludens (femme luddens) que, rascando un poquito la cáscara de lo convencional, aflora siempre debajo. Lo peor: la frustración cuando no escribo.

4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué?

Creo que El cazador oculto, de Salinger. Lo regalé mucho durante la adolescencia, casi como una carta de presentación (cuando sentís que un libro define tu identidad) y, luego, de grande, a adolescentes. También regalé mucho Mauss, de Spiegelman, porque me parece una historieta maravillosa, aborda un tema trágico sin tono grave, con humor, y porque es un libro que suele gustar a gente de distintas edades y procedencias.

5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza?

Depende del día y depende del ánimo. Aclaremos que no siempre mi cabeza es funcional. En este momento está sonándome la chacarera “La desconfiada”, del grupo Ciertas Petunias. Diría que, en general, es una mezcolanza entre algunos sainetes de La Chicana, algunos temas instrumentales de Inti Illimani, de Emir Kusturika, ciertas canciones de la colombiana Marta Gómez o de los uruguayos de Agarrate Catalina, como grupo y cada uno como solista, me encantan. Hay temas, como por ejemplo “La cumbiera intelectual” de Kevin Johansen, que puedo escuchar cinco veces al hilo sin cansarme. 

6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía? 

El verde amarronado transparente, indefinible y móvil, del fondo del mar. En mi infancia —no tan infancia— fui durante varios años a veranear a Villa Gesell. En el balneario al que íbamos había un guardavidas, Jorge, que se metía mar adentro todos los mediodías y llevaba a quienes quisieran acompañarlo. Nos alejábamos como cien metros de la costa y nadábamos por más de una hora, unas diez o quince personas, con Jorge y su salvavidas como única protección. Era una locura, ahora que lo pienso. Son esas cosas que como madre jamás autorizaría pero que, como hija, disfruté enormemente. En esas nadadas a mar abierto yo creía ver en el mar colores inexistentes en tierra. 

7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario?

Con Aurora Venturini. Siento fascinación por sus novelas, sus cuentos y su personalidad. 

8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron.

Soy tan despistada que presto y después me olvido. Debe haber millones, no recuerdo ninguno en particular. Lo que te puedo asegurar es que mi despiste es democrático: también olvido de devolver los que me han prestado a mí, así que mano a mano hemos quedado. 

9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Nos mandás una foto?  

Mi biblioteca está en distintas partes de la casa y siempre desordenada. Tengo libros en mi estudio, en el living, en el pasillo. Suelo pasar mucho tiempo buscando títulos que no encuentro. Los que ves en la foto acostados son los que esperan ser leídos. Hay otros que andan sueltos: son los que releo seguido. Tal es el desorden que varias veces, sorprendida de hallar en la biblioteca del pasillo un libro que, hubiera jurado, estaba en la de mi estudio o en la del living, me llegué a convencer de que muchos de ellos, de noche y en sigilo, pasan de una biblioteca a la otra, se reúnen y complotan, suben a visitar amigos o amantes de los estantes de arriba, se cruzan y deambulan, clandestinos e inasibles. Los más sedentarios son, indefectiblemente, los diccionarios, las enciclopedias y los manuales.