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Poemas con animales

Este mes tenemos el tremendo gusto de recibir como curador de poesía a Pedro Mairal. Para comenzar, un poema de Antonio Cisneros leído por Fabián Casas.

Por Pedro Mairal.

En estas cuatro entregas voy a elegir poemas sobre animales. Con mi amigo Alejandro Crotto solemos incluir en nuestros cursos este poema del peruano Antonio Cisneros porque es un buen ejemplo de cómo la poesía es capaz de hacer lo mismo que la narrativa pero con muchas menos palabras. "Entonces en las aguas de Conchán" podría ser un cuento de diez páginas o más. El poema parece expandirse en la cabeza del lector, con imágenes veloces, apenas sugeridas. Trata sobre una ballena varada y pertenece al libro Crónica del niño Jesús de Chilca (1981), que explora el ambiente de una comunidad de pescadores y agricultores en el desierto costero del Perú.

En el año 2009 coincidí con Cisneros en un congreso de poesía en Maldonado, Uruguay. Yo no lo había leído en ese momento. Él tendría unos 67 años. Me pareció un tipo que de día era simpático ("Flaco", me decía, "¿Ya entregaste tu columna, flaco?") y de noche era insufrible porque tomaba, le salía su costado Mr Hyde y se ponía peleador. Después lo leí, cuando volví a Buenos Aires, y me di cuenta del poeta que era, el enorme poeta que había tenido al lado y cuya presencia no había sabido aprovechar. Cisneros murió en 2012.

Tengo pocos momentos de mi vida a los que quisiera volver. Ése encuentro en Maldonado es uno. Volvería ya habiéndolo leído a Cisneros y le preguntaría cosas sobre este poema, sobre ese tono particular, que no se parece a nada. En el prólogo que escribió para una antología personal habla del momento en que encontró su propia voz. Dice: "El lenguaje se bamboleaba entre la solemnidad y la jerga, en medio de un optimismo socarrón." Va el poema y antes el video donde Fabián Casas lo lee.

Y acá está leído por el propio autor. 

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ENTONCES EN LAS AGUAS DE CONCHÁN

(Verano 1978)

Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran ballena.
Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla. Y era azul.
Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen que hay muchas).
Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y habitan los leones de mar).
Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas de ruda.
Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador, pobres entre los pobres.
Creciendo todos tras las blancas colinas y en la arena: Gentes como arenales en arenal.
(Sólo saben el mar cuando está bravo y se huele en el viento).
El viento que revuelve el lomo azul de la ballena muerta. Islote de aluminio bajo el sol.
La que vino del Norte y del Sur y solita brotó de las corrientes.
La gran ballena muerta.
Las autoridades temen por las aguas: la peste azul entre las playas de Conchán.
La gran ballena muerta.
(Las autoridades protegen la salud del veraneante).
Muy pronto la ballena ha de pudrirse como un higo maduro en el verano.
La peste es, por decir, cuarenta reses pudriéndose en el mar
(o doscientas ovejas o mil perros).
Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta.
Los veraneantes se guardan de la peste que empieza en las malaguas de la arena mojada.
En los arenales de Villa El Salvador las gentes no reposan.
Sabido es por los pobres de los pobres que atrás de las colinas

flota una isla de carne aún sin dueño.
Y llegado el crepúsculo -no del océano sino del arenal-
se afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del maestro carnicero.
Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador.
Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las olas.
La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos helados. Hermosa todavía.

Sea su carne destinada a diez mil bocas.
Sea techo su piel de cien moradas.
Sea su aceite luz para las noches y todas las frituras del verano.

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