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Tres poemas de Sharon Olds

Poesía estadounidense traducida

Poemas tomados de La habitación sin barrer, publicado recientemente por editorial Gog & Magog con traducción de Inés Garland.

"La poesía de Sharon Olds es fiel a la profunda verdad de la existencia, de un enorme poder dramático y narrativo, rica en lo que Pound llamaba 'detalles luminosos'. Sus imágenes revelan la esencia del mundo cotidiano y las emociones más profundas de nuestra condición. El sexo, la maternidad, los padres y la guerra; el cuerpo como experiencia principal y prueba fehaciente del ser, y el contacto físico como la manera más primaria del contacto humano" dicen Inés Garland (traductora de este libro) e Ignacio Di Tullio en el tomo anterior que Gog & Magog le publicó, La materia de este mundo.

Tomados de La habitación sin barrer, nueva entrega de la autora estadounidense, van estas tres piezas en versión castellano.

 

 

Primera hora 

 

Esa hora, fui más yo misma que nunca. Me había sacado 

a mi madre lentamente de encima, estaba acostada ahí 

respirando por primera vez, como si 

el aire del cuarto me estuviera soplando 

como a una burbuja. Todo lo que tenía que hacer 

era salir por la línea de mi mirada y volver, 

salir y volver, en la seda de la gravedad, la 

presión del aire una caricia, oliendo en mí 

la sangre cremosa de ella. El aire 

me tocaba suavemente la piel y la lengua, 

entraba en mí y sacaba los pequeños 

suspiros que yo no sabía que eran míos. 

No tenía miedo. Estaba acostada en la quietud 

y miraba, y me dedicaba al pensamiento sin palabras, 

mi mente recibía su oxígeno 

directamente, la rica mezcla por boca. 

No odiaba a nadie. Miraba y miraba, 

y todo era interesante, yo era 

libre, todavía no enamorada, no 

pertenecía a nadie, no había bebido 

leche, todavía – nadie tenía 

mi corazón. No era muy humana. No 

sabía que existía alguien más. Estaba acostada 

como un dios, por una hora, después vinieron a buscarme, 

y me llevaron con mi madre. 

 

 

 

 

Un tiempo de pasión 

 

Después entramos en un tiempo de pasión tan 

extrema que era casi calma, el cuerpo 

duplicaba lo que quería soportar. La angustia 

y el placer jugaban una con otro. Nos salíamos de lo que yo había 

pensado era el camino, y volvíamos fácilmente. 

Y todo se hacía bajo una luz tranquila, como si nuestros 

sueños infantiles se hubieran despertado, el antiguo 

equilibrio de poderes desnudo en el cuarto, 

el chasquido ocasional de una palmada cargada de lujuria dulce 

y extrema. Cuando me oía a mí misma pidiendo cosas, 

mi susurro grave era como el siseo 

de alguna otra criatura. El sexo había sido 

como música, alto y brillante como la luna, 

azúcar como la leche que había saltado en un pequeño 

arco desde el pecho. Había parecido que estábamos desatados 

como el fuego puede desatarse de la tierra, 

o el aire del agua, que éramos flores que las estaciones 

abrían y cerraban, habíamos sido interpretados. Ahora 

éramos dos personas, jugando la una con la otra, 

como si no hubiera habido nada sagrado. Ahora, 

entraban la voluntad, el abandono del cielo, 

y extremos de emoción que yo no había sabido que existieran 

fuera de las habitaciones donde las personas se lastiman unas a otras. 

Nos amábamos. Nuestro nido había estado vacío 

por unos años ya. Encerrados juntos, o un 

dedo de uno tocando un 

pezón del otro, volábamos de cabeza hacia 

la tierra y salíamos de ella, como ensayando. 

Nunca se me cruzó la idea de que él ya no me 

amara, de que hubiéramos dejado el reino del amor. 

 

 

 

 

Aceite de pescado 

 

Una medianoche, llegué a casa después del trabajo 

y el departamento apestaba a pescado 

frito. Todas las ventanas estaban cerradas, 

y todas las puertas, abiertas, de 

la sartén y la espátula se desprendía una espiral 

espesa de oliva y bacalao. Mi marido 

dormía. Abrí las ventanas y cerré 

las puertas y puse los platos en la pileta 

y los sumergí en detergente. Al día 

siguiente le fui con el chisme a una amiga, y ella dijo, 

algunos podrían vivir con eso, y hasta 

aprender a disfrutar del olor a frito. Y esa noche, 

miré a mi amor, y quien él es 

me tocó el fondo del corazón. Busqué 

una botella de extra-extra virgen, 

y una receta de filete de mar en 

aceite de oliva, llené los cuartos con 

volutas de perfume de aleta, el contorno 

en la arena que dibujaron los primeros cristianos, 

el lazo que significa seguridad, que significa yo también, 

recordé el ceño fruncido de mis padres frente a cualquier 

dejo de olor fuera de la cocina, 

el escalofrío calvinista, en esa casa, frente a la dulce 

grasa de la vida. Yo había venido a mi compañero 

aturdida, anhelante, un poco de sal 

en su canasto de pesca, una chica en aceite, 

su plato. No había sabido que uno 

pudiera aprobar a otro completamente – que uno pudiera 

despertarse un día rancio, que uno pudiera despabilarse 

del sueño del enjuiciamiento. 

 

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