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“Escribir es también salvar las cosas del olvido, de la muerte”

Damián González Bertolino

"La conexión que pueda existir entre la historia del personaje y esto que llamamos la realidad, afortunadamente, siempre es difusa, elusiva, se encuentra y no se encuentra del todo, y eso es parte de lo que siempre tiene por descubrir el lector", responde el autor uruguayo invitado al próximo Filba Internacional.

Por Juan Rapacioli. Fuente foto: Caile

 

El escritor uruguayo Damián González Bertolino, que participará de la nueva edición de Filba, publicó en su país, hace diez años, una novela que lo posicionó como uno de los narradores más destacados de su generación: El increíble Springer, un relato sobre la amistad, los cambios y las pérdidas que transcurre en una Punta del Este fantasmal. 

Publicada en Argentina por Editorial Entropía en 2015, la novela obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. El autor, además, publicó los libros El fondo, Los trabajos del amor y Herodes. En diálogo con Eterna Cadencia habló sobre la escritura de su primer libro, la memoria y su relación con la literatura argentina. 

 

¿Cuál será tu actividad en esta nueva edición de Filba? 

Estaré en una conversación acerca de la literatura que trata el tema o la mirada de la infancia, luego en la lectura de un texto escrito a partir de una obra de Julio Le Parc y, por último, en el encuentro "Uno a Uno". 

Publicaste El increíble Springer hace diez años, ¿cómo te sentís en relación a tu primera novela? 

En el medio han pasado otros libros, otras búsquedas. Siempre tiene un sentido particular recordar una primera publicación, algo mayormente afectivo. Sin embargo, y sin pecar de autosuficiencia en la respuesta, he tratado libro a libro de apartarme de ese primer impulso en procura de algún otro. En Herodes, he vuelto sobre lo que yo llamo los "fantasmas de Punta del Este", algo que quizás podía apreciarse en el segundo relato de El increíble Springer, pero intenté explorar una zona diferente del lenguaje o la estructura de la novela. 

La novela tiene una estructura de iniciación, a la manera del Paul Auster de El Palacio de la Luna, ¿la biografía fue uno de los elementos constitutivos? 

Sí, por supuesto. Fue fundamental. El origen del relato está en un episodio de la infancia de mi padre que él siempre contaba y que hasta escribió una vez en un par de páginas. Durante varios años intenté escribir mi propia versión de esa historia, adoptando la perspectiva de un niño que pudo haber sido mi propio padre o cualquier otro niño en el más o menos agreste Punta del Este de fines de los años '50. Por cierta deformación de lector que yo tenía, mis primeros intentos no pasaban de un relato de unas pocas páginas en el que la gravitación del acontecimiento extraño que allí se narraba no cobraba fuerza ninguna. Hasta que en una conversación con mi padre él me hizo notar que ese hecho extraño en sí no tenía importancia ninguna, era vano, si no se ponía especial atención en el entorno, en todo lo que rodeaba a ese acontecimiento. Y eso no era ni extraño, ni fantástico ni nada de eso. Era la pura vida de la gente. Cuando me comprometí a retratar esas vidas, su habla, o el paisaje en el que se movían, me di cuenta de que realmente estaba escribiendo algo que cobraba una intensidad que a mí me colmaba. Esa conversación con mi padre, que no es un hombre con formación literaria y que pasó casi toda su vida trabajando como obrero, fue uno de los mejores aprendizajes literarios que he tenido. 

¿En qué punto se conecta la realidad con la historia de Gastón Springer? 

Pese a lo que afirmo en la respuesta anterior, la conexión que pueda existir entre la historia del personaje y esto que llamamos la realidad, afortunadamente, siempre es difusa, elusiva, se encuentra y no se encuentra del todo, y eso es parte de lo que siempre tiene por descubrir el lector. 

El paisaje ocupa un lugar central en la novela, ¿es una Punta del Este que sólo existe en la memoria? 

En parte se trata de un paisaje de la memoria. Escribir es también salvar las cosas del olvido, de la muerte. Así que cuando escribí El increíble Springer estuve atento a lo que podían decir mi padre o su propia madre acerca de cómo se veían algunos rincones de esta zona hacía medio siglo, más allá de lo que yo pude consultar en distintas fuentes. Creo que es de lo que más me conforma de ese libro: el hecho de que leerlo puede resultar en los lectores una especie de asomo o evocación de un espacio que ya va siendo cada vez más espiritual. Sin embargo, aún pueden encontrarse en la distancia que va de la península a La Barra, pasando por San Rafael o Rincón del Indio, muchos rincones que parecen respirar a escondidas como un animal más o menos acorralado. Sorprender esos lugares, y con ellos las historias que hay detrás, es quizás uno de los placeres nunca promocionados que todavía les quedan a los turistas o los lugareños. 

¿Te sentís parte de una tradición rioplatense? 

Inevitablemente. Escribo en una variante del castellano que es la uruguaya, y dentro de la uruguaya, la del Este del país, con el influjo del portugués. Eso me conecta con otros autores (Juan José Morosoli, José Monegal, Serafín J. García, hoy en día Gustavo Espinosa). Pero al mismo tiempo, por trabajar toda mi adolescencia en un club de golf, estuve siempre entreverado entre porteños, en medio del habla del otro lado del río. Sin embargo, no estoy preocupado por estar de un lado u otro. 

¿Cuál es tu relación con la literatura argentina? 

Respeto y admiro demasiado a la literatura argentina. De hecho, hay toda una zona de su narrativa que no puedo ver como ajena. Tenemos mucho en común desde el Virreinato y desde antes también y existen pasiones que son homologables de una orilla a la otra. Es lo que siento al leer ciertas páginas de Onetti o de Saer, por poner dos ejemplos. El mundo que convocan no es con facilidad asimilable a una experiencia puramente argentina u oriental. Y así con muchas otras voces. Con esto quiero decir lo siguiente: existe una suerte de continuo que a veces los manuales nos llevan a olvidar o pasar por alto por cuestiones más o menos nacionalistas, de un bando y del otro. Yo creo no tener ese complejo. Mi relación con la literatura es casi tan estrecha como la que tengo con la uruguaya. 

¿Qué libros te formaron? 

Muchos. Tanto los que me apasionaron como los que no me gustaron. Y a esta altura de mi vida noto que una fue la huella que dejaron los libros leídos a los veinte, como otra lo fue a los treinta y una distinta ahora a los cuarenta. Me complace como lector que en cada época uno encuentra los libros que ofrecen el sosiego indispensable. Entre todos ellos ocupan un lugar especial títulos como Tierra y tiempo y La soledad y la creación literaria, ambos de Juan José Morosoli, los cuentos de Arthur Machen, la poesía de los románticos ingleses, el Quijote y las "Novelas ejemplares", cualesquiera de los libros de Elias Canetti, los cuentos de Eudora Welty y Flannery O'Connor, El aleph, las novelas y los ensayos de V.S. Naipaul o las novelas de Cesare Pavese. Paro aquí mismo porque estoy siendo injusto con otros libros. 

 

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