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“Me cuesta muchísimo asumirme como autor”

Alberto Giordano, crítico y escritor

"De los distintos registros que estoy tratando de poner a prueba, el narrativo es donde creo que estoy más limitado", dice alrededor de su nuevo libro, El tiempo de la improvisación (Iván Rosado). Una entrevista de Gonzalo León.

Por Gonzalo León. Fuente foto: Silvina Salinas para diario La Capital.

 

Alberto Giordano (Rufino, 1959) es un crítico y académico de la Universidad Nacional de Rosario, que hasta el 2017 se había destacado por la escritura de ensayos: Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas, El giro autobiográfico en la literatura argentina actual y La contraseña de los solitarios. Diarios de escritores. Pero con El tiempo de la convalecencia, antecesor de El tiempo de la improvisación (2019), incursionó en la narrativa. Estos dos volúmenes, publicados por Editorial Iván Rosado, usan el formato diario y van intercalando ensayos y narraciones breves, haciendo un guiño a la autoficción, porque, como se encarga de decir el autor, las personas aquí son personajes, y su hija Emilia no es la de la vida real, sino otra. Aunque muy parecida.

Cuesta hablar de El tiempo de la improvisación con Giordano porque remite a El tiempo de la convalecencia y a su vez a su labor de crítico y a múltiples lecturas. Sin embargo el diálogo fluye, quizá por lo que señalará al final: “La crítica es diálogo con la literatura”. Pese a los dos libros de narrativa publicados, aún no le resulta natural asumirse como autor. Aunque esto no es nuevo, está en El tiempo de la improvisación, un volumen cargado de un humor, que cumple con la función de quitarle esa solemnidad tan propia del crítico y del académico.

Si bien no es nuevo hacer un diario, ni mucho menos trabajar con formato de Facebook (las entradas de este diario fueron publicadas en la famosa red social en su momento), lo que es nuevo es que esta narrativa proviene de su ejercicio crítico, y por ende de la lectura. A veces se olvida que un escritor primero es un lector y después alguien que inventa historias. En este sentido, se puede decir que Giordano corre con ventaja con respecto a algunos narradores, porque se ha venido preparando por años para este momento en el que, y eso se nota en este volumen, no hay otra oportunidad: es el todo o nada.  

 

En este libro hay una conjunción entre narración y ensayo breve, pero además el formato que elegiste te dio la oportunidad de ir yendo de la narración al ensayo breve.

Yo lo llamo diario, a veces digo seudo diario o diario entre comillas, porque por momentos es un diario, en otros un cuaderno de apuntes y a veces un ensayo fragmentario, depende de cuál serie de entradas sea. Entonces hay veces que siento que estoy llevando un diario en público, otras que estoy experimentando con objetos ensayísticos, otras que hago ejercicios de narración, que es algo que por lo general yo no hice y que sé que me cuesta mucho. Me empezó a interesar mucho practicarlo precisamente por eso, porque experimentaba la dificultad, aunque al mismo tiempo no era una dificultad que me inhibía: no es que voy detrás de la dificultad, hay dificultades que me estimulan y otras que no. En este caso se trataba de una dificultad que me estimulaba; veía que narrar era algo muy diferente a exponer, muy diferente a argumentar y a registrar también, que eran formas que más o menos estaban funcionando para mí, y ahí creo que está más ligado al soporte, digo esta búsqueda narrativa, que a la estructura del diario. Porque después de publicarlo se me hacía más presente la existencia de los lectores, y aunque eso siempre lo tengo presente por el hecho de publicar en Facebook, ya no era de la misma manera. Así que cuando empecé a hacer esos ejercicios narrativos, me di cuenta de que despertaban una tensión muy singular entre escritores o colegas míos, y eso en su momento funcionó como un estímulo. De los distintos registros que estoy tratando de poner a prueba, el narrativo es donde creo que estoy más limitado.

Con respecto a ir poniendo a prueba los textos en Facebook: si uno mira bien la cronología de esta red social, opera como un diario al revés, es decir, lo primero es lo último. ¿Te interesaba de antes o te diste cuenta de que Facebook era un diario al revés?

Me interesaba el formato del diario porque lo he estudiado, porque antes lo leí mucho, pero no había tenido en absoluto la idea de tener un diario. Fue a partir de escribir en Facebook y esa misma dinámica del soporte, donde si uno escribe continuamente y si esa escritura tiene referencias a vivencias o reflexiones del día, ahí se me fue armando como diario. Pero insisto es un seudo diario, quiero decir que hay momentos donde yo como personaje soy el del diarista, es decir entro a escribir con el personaje del diarista y hay otros momentos donde es como una columna, como una columna virtual de un suplemento donde expongo ideas, perspectivas de lectura, y hay veces en que es una carta a un amigo, porque sé que lo va a leer y es la carta que le escribo ese día, pero se la podía haber escrito cualquier otro.

Lo que se nota sí es que hubo un montaje. No sé si comparte con lo que voy a decir pero ha momentos o secuencias donde parece todo muy perfectamente unido.

Yo tenía como virtualmente en la cabeza varias series: la serie de la vida familiar, la de las reuniones con los amigos, la del crítico que reflexiona sobre su profesión, la del académico desencantado, me gustaba esta idea, que apareciera todo eso con cierto ritmo, con cierto tono, entonces más allá de que diariamente entraba por una de esas series tenía virtualmente como una idea como de pentagrama.

¿Es decir que cuando empezaste a escribir estas entradas en Facebook ya sabías que querías publicar un libro?

Al poco tiempo de empezar sí, y eso fue lo que me alentó. Claro que lo tenía que sostener y lograr que funcionara, y bueno eso me llevó a escribir el libro, sobre todo el primero, El tiempo de la convalecencia.

Hay una figura muy interesante, y creo que ya te lo han dicho, que es la figura de tu hija. Los momentos de mayor humanidad están a mi entender en la mirada de tu hija, que en el fondo es la mirada que tú tienes sobre tu hija cuando ella te mira. Y eso además se convierte en un recurso literario.

Bueno, eso es algo que apareció en tanto me puse a escribir. Digamos que la transformación de mi hija en personaje, que es algo que siempre se lo tengo que recordar a ella, pero antes me gustaría precisar varias cuestiones relacionadas con esa transformación. Por un lado, está la experiencia de la paternidad, que es una de las experiencias que me transformó en la vida real. Después cuando descubro la posibilidad de hacer referencia a esa experiencia me doy cuenta de que la escritura también obra con intensidad. En cuanto a la transformación de mi hija en personaje, que tiene un cierto humor, que es un humor muy Giordano, armándose una especie de genealogía, porque es el mismo humor de mi papá, que ella casi no lo conoció. Y sin embargo se arma una herencia vía sarcasmo, que yo diría que es el humor que prevalece. Como me cuesta diferenciar el proceso de escritura con el resultado, te voy a decir que para mí la respuesta de los posteos en Facebook fueron determinantes en la transformación de mi hija en personaje. Porque fue ella quien lo advirtió muy rápido, cuando un día me dijo: “Cuando vos escribís sobre mí o sobre el abuelo Aldo, que está muerto, el posteo explota”. Entonces no me quedó otra que darme cuenta de que este personaje era muy rendidor, pero a la vez me di cuenta de que había que armar ese personaje.

Hay tres cosas que aparecen en El tiempo de la improvisación: el humor, el miedo al patetismo y la muerte. De hecho desde un comienzo resaltas la importancia del humor para allanar el camino hacia la narración. Por otro lado, me llamó la atención de que sintieras temor al patetismo y no a la muerte.

Lo digo en varias entradas, le tengo mucho más miedo a la depresión que a la muerte. La muerte llegará y se verá qué pasa. La depresión, como sé lo que es, no querría volver a pasarla. Lo que sí es cierto es que por edad, por las muertes de mi papá y de algunos amigos, el horizonte de la muerte está muy presente. Pero a la vez ese horizonte no me atemoriza, es más, tiene una función revitalizante, porque digo: Como me voy a morir, más vale hacer esto, más vale me desentiendo de esto. ¿Se entiende? Pero también le da más interés y más intensidad a cosas que están pasando en el presente. Quiero decir que hay edades en las que uno tiene una perspectiva a largo plazo, no es mi caso, entonces qué me voy a estar preocupando de hacer carrera, además ya la hice, ¡qué sé yo! El recurso de la muerte aligera, supongo que habrá momentos en que dejará de funcionar así.

¿El humor ha ayudado a enfrentar la literatura o esos horizontes?

El humor, la ironía y a veces el sarcasmo. Yo creo que son puntos de vista éticos, quiero decir: sí, ayudan a vivir, ayudan a escribir, ayudan a sostener las relaciones. Por ejemplo, la paternidad es un vínculo que puede volverse muy pesado, sobre todo para el hijo, porque bueno es tan asimétrico, tan fundamental, que la intervención del humor aligera, desacomoda y al mismo tiempo produce un vínculo afectivo muy fuerte. Eso lo he sentido con mi hija, desde que ella es muy chica y me gusta practicarlo en la escritura cuando el tema tiene que ver con ella o con su mundo, o con cosas como que cambió mi relación con los alumnos, con los jóvenes. El patetismo, y retomando tu pregunta anterior, es algo que a mí me atrae mucho: por ejemplo, como lector no tengo prevenciones contra el patetismo, por supuesto que si se vuelve sentimentaloide sería una pena. Como escritor me doy cuenta por lo que me hacen notar los demás de que me cuido mucho más de lo que sé, pero yo no me doy cuenta de que me cuido tanto. Es decir, estoy tan advertido que puedo resultar patético que se ve que me cuido demasiado. Pero en el otro libro creo, aunque en este parece que hago una referencia a él, cuento que cuando mi papá se murió lo tuve que ir a reconocer y en ese momento se me ocurre decirle algo porque me dieron ganas de hacer pis. Eso no podía no ser patético, iba a serlo, porque que muera el padre, despedirlo, y al final se me ocurrió hacerlo con algo de humor y no tengo idea si quedó tan bien como parece, pero esa vuelta por el lado del humor es fundamental.

Cuando vas a presentar el libro, por ejemplo a Rufino, y no tienes muchas expectativas, sin embargo es un éxito. ¿Hay ahí en esta falsa modestia o dificultad para asumir que publicaste un libro que no es un ensayo, un posicionamiento como escritor?

Me cuesta muchísimo asumirme como autor. De hecho, si un escritor amigo que yo respeto como autor me dice que le gustó mi libro, yo creo que me lo dice por cortesía, que posiblemente ni lo haya leído. Me cuesta creer que a un amigo escritor le pudo haber gustado de verdad. Hay otros lectores que sí. A mis pares, a los críticos literarios con veleidades ensayísticas pero que escriben en la universidad, sí es probable que les guste. Pero a un escritor valorar esta especie de ejercicio de cabotaje qué sé yo. Hace unos días me escribió Sergio Chejfec y me dijo que estaba leyendo el libro. Yo realmente se lo había mandado a su mujer y fantaseaba con que no lo leyera él, pero me felicitó y yo pensé: Bueno, lo hace de afectuoso. Aunque igual me llamó la atención porque no lo conozco tanto; sin embargo lo conozco bastante como para no imaginármelo diciendo algo en lo que no cree. A otros amigos escritores sí los creo capaces. Y ayer me volvió a escribir y me dijo que había seguido dialogando con El tiempo de la improvisación, y me manda una reseña larga. Es muy buena la reseña, porque es una lectura de un escritor que se apropia de lo que lee y lo lleva a distintos lugares. Entonces yo dije: "Si este me lee como escritor, seré escritor". Pero no me termino de convencer.

Y, sin embargo, cuando criticas a otros críticos te relajas. Recuerdo una parte cuando te refieres a una entrevista a Beatriz Sarlo donde hablas de Zona Saer, el libro donde trata de ubicar al escritor santafesino en la centralidad de la literatura argentina. Y eso como que no te convence, no por la calidad de Saer, sino porque se venga a decir eso ahora lo encuentras dudoso.

Yo tengo una especie de predicamento crítico que me viene de varias lecturas, pero de una manera muy fuerte de la lectura de Blanchot y en particular un ensayo de él que siempre enseño y que se llama ‘Los grandes reductores’. La idea de base es que la literatura es una experiencia que cuestiona el mundo de los valores, y es una idea muy productiva críticamente y también es una idea que me identifico como lector. Porque como lector uno busca experimentar algo más allá o más acá del valor a lo que uno experimenta, y me parece que el trabajo del crítico tiene que ser justamente cuidar que la obra no quede aplastada por las valoraciones culturales, que es algo que indefectiblemente va a ocurrir. Desde el momento en que un crítico escribe está propiciando eso, quiero decir a mí me gustó muchísimo escribir sobre Raúl Escari, porque me alegró encontrarme con esos libros que no sabía de dónde habían salido [Dos relatos porteños y Actos en palabras]. Entonces ahí la apuesta era atribuirle valor a eso pero al mismo tiempo cuidando que el valor no aplaste a la obra. Ahora en los casos como los de Saer, si uno piensa qué quería la obra de Saer más allá de lo que él quería, que ya sabemos que quería el Premio Nobel. Pero la obra de Saer quiere afirmarse como una experiencia rara, y una experiencia rara es algo que uno no sabe todavía cuánto vale. Yo no sé si hay posibilidades de leer la obra de Saer en esa clave, sí creo que es la clave que le puede devolver vida a esa obra, sacarla del lugar de paradigma de escritura. Entonces me parecía que lo de Sarlo, bueno ahí se juntan dos cosas: primero, el capital simbólico que tiene ella y el capital simbólico de la obra de Saer. Se juntan y es una inversión aplastante, que no le veo ningún porvenir crítico. Además la publicación coincidió con el Año Saer. Porque una cosa es una política cultural de un ministerio de la provincia de Santa Fe, cosa entendible si como pasaba había un crédito local que se podía explotar, pero otra cosa es la política de un crítico, que es justamente tratar de desprender una obra de eso, sabiendo que a lo mejor no se va a lograr, pero buscar por ahí. Entonces que alguien dijese que el mejor narrador después de Borges es Héctor Libertella, bueno tiene un alcance interesante, abre una expectativa de reflexión, de pensamiento, pero cuando se trata de confirmar un valor ya muy consensuado, como apuesta crítica me parece pobre. Pasa a ser algo publicitario incluso. Y es algo de lo cual un crítico tiene que cuidarse para hacer algo interesante.

Finalmente, me gustaría preguntarte por la importancia que tiene en tu escritura Roland Barthes, porque noté cierto parentesco con Trance, de Alan Pauls, que es otro libro de ensayo fragmentario o breve, donde la influencia de Barthes es grande y no se esconde, además.

Yo siempre digo que Pauls es el más barthesiano de los ensayistas argentinos y el que mejor aprendió la lección de Barthes porque la aprendió en el estilo. Por eso creo que hay una diferencia fundamental entre Pauls y yo, y es que él escribe muchísimo mejor que yo. Ahora hay algo que Barthes escribió en el prefacio de los Ensayos críticos, en un momento dice que en el horizonte del crítico siempre está la escritura de la novela; para mí, mi novela son estos libros. Y yo creo que desde un comienzo, más allá de que no hubiera escrito estos libros, estaba la idea de que la crítica es diálogo con la literatura, y en tanto diálogo tiene que encontrar modos de responder a literatura, no sólo hablar de ella, sino hablar con ella. Esa me parece que es la gran lección de Barthes.

 

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