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"Apostar a lo visual"

Libros de doble vía

Escritores que también son pintores, libros de artista y libros anfibios que cruzan artes visuales y literatura, ofreciendo relatos en varios niveles: las apuestas de doble carril de algunos sellos argentinos, entre las últimas publicaciones. 

Por Valeria Tentoni.

“La pintura es una poesía que se ve sin oírla; y la poesía es una pintura que se oye y no se ve; son, pues, estas dos poesías o, si se prefiere, dos pinturas, que utilizan dos sentidos diferentes para llegar a nuestra inteligencia”, creía Leonardo Da Vinci. Son muchos los ejemplos argentinos recientes que habilitan algunas preguntas alrededor del encuentro entre artes visuales y literatura. El universo infantil y juvenil quizás sea el mejor testigo de estos cruces, con magníficos libros álbum y gran gimnasia en ilustraciones. Pero ¿qué pasa fuera de allí? ¿Y qué cuando la misión de las imágenes no es la de acompañar obedientemente el texto? Cuando las palabras reciben al arte visual sin cercarlo en una función decorativa o explicativa, el resultado cambia. O cuando quienes escriben son, además, artistas. "La lengua es un ojo", tituló Lucas Soares la serie de poesía fotográfica que publicó en este mismo blog. Allí citaba a Wallace Stevens, "quien sostenía que en buena medida los problemas de los poetas son los problemas de los pintores".

Un sello clave para pensar estos cruces es Mansalva, que no solamente tiene entre sus hacedores al artista Javier Barilaro, responsable de las portadas, sino también una serie de libros completa a tono: la Colección Popular de Arte Argentino, con nombres como los de Marta Minujín y Benito Laren. Otros artistas plásticos ocupan, con sus obras, las portadas: es el caso de Max Gómez Canle para los dos libros de poemas de Fernando Araldi Oesterheld. El recientemente publicado Un veneno de sí, al igual que El sexo de las piedras, ostenta una reproducción de una de las obras que en este momento cuelgan en la muestra Condición y cabeza, en Fundación Klemm. La cosa no termina ahí para Mansalva: también han publicado títulos como el de Alfredo Prior, Cómo resucitar a una liebre muerta, o Hebdómeros, una novela exquisita de imaginario fosforescente escrita nada más y nada menos que por Giorgio de Chirico, el pintor italiano.

No son los únicos “pintores que también escriben”: entre las últimas salidas podemos contar la novela de la artista visual y escritora brasilera Laura Erber que publicó Adriana Hidalgo, Ardillas de Pavlov. Leonardo Sabbatella, en ocasión de comentarlo, recuerda los “libros-maquetas” de Mario Bellatin para pensar su condición anfibia. Adriana Hidalgo también tiene una colección de su catálogo dedicada al arte: Los sentidos, con títulos que abordan la producción de nombres como el de Diana Aisenberg o el de Fabio Kacero. Editoriales más jóvenes, por caso Ivan Rosado, también ofrecen altas apuestas visuales en sus portadas ―y a la lista pueden agregarse los Versos selectos del pintor poeta Max Cachimba: en la presentación del libro, el combo incluía dibujos originales del autor. Uno de sus últimos títulos es Fuente de chocolate, de María Guerrieri. Abre con la línea: “Mi bañadera es un cajón bello y vacío”, e incluye dibujos. “Como si se tratara de pinturas en una exhibición, cada pieza de este volumen nos abre una delicada puerta”, lo presenta Cecilia Pavón en la contratapa.

Este año, Sigilo lanzó su primera novela gráfica ―La mano del pintor, de María Luque―, que además cruza la biografía de esa dibujante con la de Cándido López. Es un género en el que Eterna Cadencia incursionó en 2013 con Beya, un cruce entre Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverria. Según explicó la escritora por entonces, buscaban que “fuera una unidad, no un libro ilustrado. El relato está conformado por dos niveles: uno de lenguaje escrito y otro de dibujo”.

En cuanto a las revistas, Bazar Americano, en todos sus números, aparece on line con una galería dedicada a un artista: en este momento, Hernan Salamanco. Por allí pasaron ya unos cuarenta, entre ellos Tulio de Sagastizábal, Claudia del Río o Silvia Gurfein. Otra revista con esa costumbre es No-Retornable; Gurfein es justamente la última en haber aparecido allí. Sol Echevarría, su directora durante diez años, abrió además hace poco una galería de arte con su hermana Bárbara: Acéfala. Y ella es, también, una de las editoras de Excursiones, junto a Nurit Kasztelan.

Ese sello, que ha publicado rescates de autores como César Vallejo y Alfonsina Storni, o libros de contemporáneos como Alejandro Zambra, reune en todos sus títulos artistas plásticos y escritores. “Cuando fundamos la editorial, en 2012, decidimos dedicarnos exclusivamente al género ensayo. Otra forma posible de diferenciarnos del resto de las propuestas editoriales era que se incluyeran dos obras de un artista plástico contemporáneo dentro de los libros. Además de que estén en la tapa y en las retiraciones, incluimos dos postales troqueladas. Nos parece que de formas no necesariamente perceptibles, el ensayo y la pintura dialogan y conforman dos tipos distintos de pensamiento o expresión que reflexionan sobre el mundo. Apostar a lo visual era una forma de desacartonar el género ensayo”, explica Kasztelan. “Son más bien procesos paralelos de trabajo que se anudan al final de la edición. Primero aparece el texto escrito, y una vez que ya tenemos el título empieza el trabajo de selección del artista plástico. Verónica Romano, directora de arte del sello, es quien se encarga de elegir al que expondrá su obra en el libro, siempre en diálogo con las características y el estilo de escritura. La relación que buscamos no es necesariamente armónica, es decir, no pretendemos que una obra ilustre el título o el contenido sino que haga otro aporte, como una línea transversal que atraviesa el texto con una mirada que viene desde otro terreno”, completa Echevarría. Los libros vienen con dos solapas: las de escritor o escritora y otra para el artista. “Tiene que ver con generar una tensión especial entre las obras, dejando espacio para que el espectador complete el sentido. El acercamiento tiene bastante que ver con el mecanismo de la metáfora, dejando lugar para el salto poético, eludiendo la relación más habitual entre estas artes que pasa por la ilustración”, cierra Romano.

Sabotear la lectura lineal también fue el objetivo que se dieron Diego Ontivero y Roque Larraquy con Informe sobre ectoplasma animal, proyecto que les llevó varios años de trabajo: “La premisa de evitar las referencias directas al texto se fundamenta en generar una distancia que consideramos indispensable para abrir el sentido de la pieza a elementos contextuales que, en diálogo con ambos relatos, el visual y el literario, dan como resultado una novela”, explica Ontivero, diseñador gráfico e ilustrador. Y avanza, sobre su proceso compositivo: “Puse la mayor atención en trabajar sobre la estructura narrativa del texto, buscar el esqueleto que se teje por debajo de su literalidad, para poner en evidencia algunos de los fantasmas que articulan su sentido. De esa manera, la confluencia de ambos relatos, entendiendo en estos términos tanto a la imagen visual como a la imagen literaria, no se chocan ni explican entre sí, sino que posibilitan el ingreso a la sensación de mundo completo que aporta el lector con su intervención”.

Otra de las editoriales apostando por este cruce es La Marca, con rarezas como Plancton, del pintor Adolfo Nigro y César Bandin Ron en su catálogo, uno con varias colecciones que pueden bucearse en este sentido, incluyendo libros de artista. Guido Indij define al sello como a “una editorial experimental, interesada por la investigación de los soportes y formatos”. Una de sus últimas colecciones es “Dúo”, y el editor se encarga de presentar los dos libros que ya aparecieron allí: “Escrito en el aire es un obra que Rafael Alberti y León Ferrari llevan adelante en la distancia y que ve la luz por primera vez en 1964. Nosotros volvemos a presentarla esta vez acompañada por un epistolario que da cuenta de la amistad entre los autores y por lo tanto cómo se establece la colaboración creativa entre ellos. En cambio, Sobre el comercio de los pensamientos de Jean-Luc Nancy fue en su edición francesa ilustrado por otro artista. La relación de Antonio Seguí con Nancy es de admiración, atravesada por el amor por los libros”. Hay otros libros en camino para esa serie, “pero como el resto de la editorial tiene ya 15 colecciones, se cocinan a fuego lento, muchas veces con apenas un título al año”, explica.

Una colección a mencionar es la que encontraba jóvenes narradores y jóvenes artistas visuales de todo el país: Leer es futuro, del Ministerio de Cultura de La Nación. Tuvo dos tandas y prometió una tercera, pero al momento está discontinuada. En ella, distintos pintores y dibujantes tuvieron a cargo una versión de portada. Nicolás Moguilevsky, Diego Rey, Antonela Rossi y Muriel Bellini, entre otros, estamparon su marca con colores y formas que no necesariamente rendían obediencia a los relatos de autores como Mariana Kozodij o Leonardo Oyola, sino que proponían interpretaciones libres.

En tren de cruces, por último, dos de los sellos más jóvenes: Leteo y El bien del sauce. Con dirección editorial de Camilo Sánchez, después de El sol detrás del limonero de Ángela Pradelli por ese sello arbolado salió Partes del que camina, poemario de Julio Álvarez Fleuret. "Sucede un rayo / un punto de luz / que dice / ¿qué dice?", leemos en ese tomo donde aparecen además ilustraciones de Hernán Haedo: gruesos trazos negros donde una figura humana consigue contraste. En una potencia similar, el primer título del sello comandado por Christian Kupchik y Jorge Consiglio -Katsikas, de Pedro B. Rey- apareció con láminas de Eduardo Supía. El artista plástico generó una serie especial de serigrafías para el libro que avanza en una búsqueda personalísima del personaje principal: podría decirse que retrata todo eso que Rey no ha escrito pero sí ha dejado dicho. La serie conserva, al igual que el texto, plena autonomía; pero el cruce los provee de nuevas sombras, como si una luz inesperada les cayera encima.

 

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