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"Estamos ante una obra inmensa"

Rescate: relatos de Lou Andreas Salomé

Dos relatos de Lou Andreas Salomé: Fenitschka y Un desvío (novedad de Las Furias editora) y una lectura de Mercedes Roffé sobre la obra de esta autora rusa nacida en 1861 que recién se empieza a traducir y "cuyas mismas traducciones conducen a interpretaciones y valoraciones variadas y aun contradictorias". 

Por Mercedes Roffé.

 

 

 

La editorial Las Furias, de Buenos Aires, acaba de publicar Fenitschka / Un desvío, dos relatos de Lou Andreas Salomé en traducción de Micaela van Muylem, un libro que invita, como pocos, a plantearnos o replantearnos una constelación de preguntas, de respuestas, y aun de argumentos encontrados, sobre una época y un mundo artístico e intelectual tan apasionantes como ideológicamente controvertidos.

Porque son relatos que por más de una razón se hallan en el centro de aquella vorágine esteticista y estetizante que fue el fin de siglo XIX europeo. Una vorágine, por lo demás, tan declaradamente misógina que no pudo sino dar lugar a la radicalización del pensamiento y el activismo en torno a los derechos y las formas de vida de las mujeres. Pienso en la representación de las mujeres de los pintores simbolistas, el manifiesto de los Nabis a partir de la ideología de los Rosacruces, y en misma borradura de las artistas mujeres, pares de aquellos que estaban produciendo sus obras en aquel momento, relegadas siempre a la categoría de modelos o amantes, jamás vistas ellas mismas como pintoras. La misma actitud seguirá rigiendo un poco más entrado el siglo, entre los futuristas, los cubistas, el surrealismo o el suprematismo ruso, entre otros. 

Pero también, porque son relatos de ficción —aunque puedan recoger memorias o fragmentos de vivencias de la propia autora— que ponen en el centro de la mira el caso de dos mujeres, una intelectual y una artista, narrados por la pluma de una mujer que era en el momento ambas cosas: filósofa y escritora. 

Interesante también apuntar que, más allá del distinto tipo de relaciones que entabló —como tanto se repite—, con Ree, con Niesztche, con Rilke... en 1898, el momento en que Lou Andreas publica por primera vez estos dos relatos, llevaba once años casada. 

¿Por qué menciono este dato que podría parecer superfluo? Porque el núcleo alrededor del cual giran los dos relatos no es exactamente la dificultad de las mujeres para acceder a una educación o a desarrollar una rama del arte, sino más bien cómo hacerlo y a la vez mantener una relación amorosa relativamente sólida, estable, digna y, a su modo, gozosa. 

Tanto en Fenitschka como en Un desvío, los interrogantes básicos que se plantean no son los distintos momentos de sus respectivas carreras en que se presenta a las protagonistas. La profesión y las artes se presentan como una dificultad solo —se me permitirá observar— en tanto entran en conflicto con la relación amorosa.

Como se ha señalado con frecuencia, tanto la vida como los escritos de Lou Andreas forman parte de ese torbellino que los historiadores han dado en llamar “vitalismo”. Vivir, vivir al máximo, es la propuesta y la única “carrera” que valdría la pena emprender. En este contexto o marco filosófico es que se enraiza gran parte de la obra narrativa y ensayística de Lou Andreas. La concepción, de raigambre niesztcheana, se plantea claramente en el diálogo o correspondencia que establece, ya un año antes de publicar estos dos relatos, con quien será en su vida el epítome de artista, Rainer M. Rilke, tanto como Rodin lo sería este.

Cinco años más tarde, en 1904, trabajará en su novela, Una casa, donde el tema de la oposición arte/vida se torna, otra vez, en el elemento central de la trama.

Se ha indicado tal vez demasiado taxativamente que Lou Andreas aborda este dilema (la oposición arte/vida) en tanto fue ese el centro de la angustia del joven Rilke. Sin embargo, se me hace difícil pensar que la persona que estaba desarrollando tan prolífica obra de ficción —por autobiográfica que fuera—, no se plantearía ese dilema antes como suyo propio que como la preocupación central de un amigo.

Más aun, creo que lo que queda plasmado en estos dos relatos es precisamente el dilema arte/vida o profesión/vida amorosa en cuanto se le plantean no al ser humano, sino a dos mujeres, jóvenes las dos, y evidentemente exitosas en sus respectivas vocaciones.

En los dos relatos, la narración nos convierte en testigos de un momento inicial en la formación de las protagonistas, seguido de un segundo momento en el que la carrera ya está encaminada. Es decir, no es ese el problema. El problema se da en la articulación entre la vida profesional o artística y la relación amorosa con un hombre.

En Fenitschka, la protagonista es la única que considera irremediable la separación del hombre que quiere. Al no poder continuar con una relación informal, la solución no es formalizarla sino romperla. Lo interesante es que no se plantea que el problema es social (moral): que la relación informal ya ha llegado a un punto que no podría continuar sin dañar su reputación, porque la opción que se le opone no es el tipo de relaciones libres que un varón podría tener, sino el matrimonio tradicional que el amigo, Max, está esperando poder concretar en cuanto consiga un trabajo.

En el caso de Adine, la protagonista y narradora de Un desvío, lo incompatible parecería ser no el hombre en general, sino ese hombre en particular con el que ya tuvo un pasado bastante decepcionante. La manera de ser de ella lo modificó, lo mejoró, le hizo aspirar a otros horizontes, pero era de esperarse que solo pudiera realizar esa nueva personalidad con alguien que no fuera la mujer a quien había abandonado unos años antes. 

Algo que me llamó especialmente la atención es que sobre ambos desenlaces, la protagonista declara su temor de que la vida que está eligiendo llevar la conduzca a la promiscuidad. En Fenitschka, Fenia tiene un sueño en el que se ve como una grisette. En Un desvío, las últimas palabras de Adina son un ruego de que Benno siga equivocado, es decir, que siga creyendo que ella tiene un amante, cuando en realidad no lo tiene. ¿Qué sería no seguir equivocado? Que ella llegara a tener un amante, o tal vez más de uno, como parecería indicar su inquietud. Es decir, se elige un modo de vida, cierta libertad, pero ese modo de vida, esa libertad, no deja de verse y de temerse como el borde de un abismo. 

En los dos relatos, lo que queda claro es que a lo que se enfrentan las protagonistas no es el mismo tipo de ansiedad que desgarra al amigo Rilke. Es una ansiedad propia de un personaje femenino, dadas las condiciones sociales y morales en que se desarrolla. 

Otra aseveración que me gustaría cuestionar aquí es la que afirma la pertenencia o no de Lou Andreas al pensamiento feminista. Se ha indicado que, a diferencia de su amiga Malwida von Meysenbug, la autora de Memorias de una idealista, Lou Andreas no se reconoce en un “nosotras” que implicaría su conciencia de ser parte del movimiento por los derechos de las mujeres. Aun si, en la frase citada para sostener esta hipótesis, Lou Andreas confiesa no sentirse parte del plural al que recurre su amiga, sí hay en sus obras una constante conciencia de un “nosotras”, que se ve no solamente en la recurrencia del pronombre en la traducción de sus diversos escritos, sino en el abanico de personajes femeninos que depliega en sus obras —incluso en estos dos breves relatos. [Cabe aquí aclarar que la aseveración que se basa en esa cita para afirmar la no pertenencia o conciencia de pertenencia de Lou Andreas al movimiento feminista, queda puesta en cuestión cuando vemos que en otras traducciones del mismo párrafo de lo que se habla no es de un “nosotras” sino de un “nosotros”, un palabra que reincide un poco más adelante en el mismo escrito a Gillot cuando Lou Andreas le dice que con respecto al “nosotros” que forman ella y él no tiene ninguna duda.] Es interesante ver cómo aun en libros muy sólidos llegan a elaborarse argumentos en base a algo como un pronombre, sin confirmar la cabal comprensión y traducción del mismo en las fuentes que se manejan. En otro pasaje de la traducción al español de Mirada retrospectiva, también se usa un “nosotros” cuando lo que se deriva del contexto es que el párrafo se refiere a Lou y a su madre. 

Pero volvamos a la idea de ese abanico de afinidades entre los personajes femeninos que despliega Andreas Salomé en sus relatos

Desde la primera escena de Fenitschka, con quien la protagonista establece un primer vínculo es con la grisette, no como tal, sino especialmente en cuanto la ve agredida. Que luego el tipo humano le servirá a través del sueño para expresar sus temores a la promiscuidad, no significa que la interacción entre las dos jóvenes no alcance, al iniciarse el relato, una enorme significación como prueba de empatía y solidaridad entre las dos jóvenes. 

Esta conciencia e incluso esta comprensión y ternura por un amplio grupo de mujeres de muy distintas clases, edades y actitudes, queda particularmente clara en la relación de la protagonista con los varios personajes femeninos de Un desvío. Allí no es solo ella la que se enfrenta a una situación clave en relación con un hombre, o con los hombres: lo mismo sucede con Gabrielle, con su hermana Mathilda, con la baronesa Daniela, con la institutriz a la que recuerda golpeada por su marido, e incluso con su madre, a la que la une una relación particularmente tierna y agradecida. Años más tarde Lou Andreas volverá a otorgarle una capacidad de comprensión similar al personaje femenino de la novela Una casa, cuando instituye a la madre del poeta en la única persona que reconoce el talento y la necesidad de su hijo de llevar una vida alejada del modelo paterno. La figura del padre, en cambio, oficiará como fagotizador del hijo, no solo en esa novela, al ignorar la vocación del joven, sino también años antes cuando, en el relato “Una muerte”, el padre se dispone a eternizar al hijo pintor que acaba de morir no a través de sus cuadros y grabados, sino a través de una escultura que él mismo realiza y en la que siente que “el joven parece resucitar”. 

Como comenté al comienzo, estamos ante una obra inmensa, que recién se empieza a traducir o cuyas mismas traducciones conducen a interpretaciones y valoraciones variadas y aun contradictorias. Personalmente, creo que yo misma siento una enorme contradicción, frente a relatos como estos, si los comparo con sectores de la obra teórica de Lou Andreas Salomé, en las que la mujer (precisamente, en singular) se presenta como una esencia cuyas características no distarían mucho de las que se le han venido adjudicando desde tiempos inmemoriales.

Verdad que en las obras teóricas de Lou Andreas esas características van seguidas de una valoración “positiva”. Pero creo que de todos modos el arquetipo de mujer que surge de sus escritos teóricos carece del dinamismo que sí vemos en estos relatos. No importa tanto que no se insista un poco más en que de lo que se trata es de un mal social —la reputación, el enemigo, las malas lenguas...—: creo que el espectro de personajes femeninos en estos dos relatos pone en escena una mirada y una palabra comprensiva, solidaria, sin caer jamás en la superioridad paternalista. Tampoco importa que los otros personajes sean una grisette, una viuda, una aristócrata lisiada, una hermana responsable de otra, una joven en su despertar sexual... La individualidad y la dignidad de todas queda afirmada en la mirada y la palabra amable de la narradora.

 

 

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