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"¿Por qué voy a seguir escribiendo como escribe todo el mundo?"

Ana Ojeda y su novela Vikinga Bonsái

"Yo puedo escribir de otra manera, pero me aburro muchísimo", dice. La primera novela escrita íntegramente en lenguaje inclusivo, que ofrece entre otras rarezas la utilización de hashtags, llegó de parte de Ana Ojeda, escritora y editora que adelanta: "Hay que pensar las formas literarias para que interlocuten con nosotros en este tiempo".

Por Valeria Tentoni. Fotos de Facundo Barisani.

 

Nacida en 1979 a 200 metros del lugar donde ahora vive en Boedo, Ana Ojeda es editora y escritora. Hasta 2017 comandó El 8vo. loco ediciones y actualmente se desempeña como editora en el Grupo Planeta. Además lleva adelante ciclos como el que cursan junto a Cecilia Fanti, de entrevistas y lecturas en vivo en Librería Césped, o el que mantuvo junto a Jimena Néspolo en Librería Caburé, buscando reponer la atención debida a las mujeres que fundaron, también, la literatura argentina (y no fueron admitidas en el canon).

Pero sobre todo están sus libros, del que Viking Bonsái (novela que acaba de salir por Eterna Cadencia Editora) es sólo el último en cuanto a publicación, pero no en aparición: Ojeda se las rebusca para escribir todos los días, dice, y guarda en su cajón numerosos proyectos que todavía ansían ver la luz. Su primera novela, Modos de asedio, salió en 2007 gracias a un concurso. Hubo más: Falso contacto, No es lo que pensás, Mosca blanca mosca muerta, y los relatos de La invención de lo cotidiano Necias y nercias.  

 

¿Cómo y cuándo apareció este libro?

Creo que en 2018. Lo escribí de un tirón. Había escrito una parte en un momento en el cual hice mía, por alguna razón, esta cuestión del lenguaje inclusivo. Eran problemáticas, debates, conversaciones que estaba teniendo en distintos ámbitos. En un momento me pregunté por qué todo eso pasaba del lado de afuera de la literatura, por qué no ingresaba. Desde hace varios libros vengo pensando el tema de cuál es el formato literario que corresponde al tiempo en que vivimos, que es un tiempo muy veloz, muy dividido en una multiplicidad de ventanas, que pueden estar territorialmente acá o en otras partes de mundo. Me parece que hay que pensar las formas literarias para que interlocuten con nosotros en este tiempo, porque ya estamos en un momento que no es decimonónico, que no es un tiempo totalmente organizado y teleológico, donde vos partís de un punto -como escribía Dumas o Stendhal- y exponés una trama organizada, donde hay un in crescendo y aristotélicamente vos podías separar el nudo, el desenlace. Ahora la vida es una gran mezcla y barullo constante, en una lucha permanente por la atención. Todos los aparatos que te rodean están pidiéndote atención constantemente. Es más difícil lograr largos periodos de escritura, largos periodos de lectura, entonces pensando en eso empecé a usar el hashtag.

¿Tenías noticia de libros que lo hayan usado con anterioridad?

Yo no vi otras novelas que usaran el hashtag. Me parece una manera muy literaria de alterar el lenguaje y la argumentación. Es como un comentario de lo que va sucediendo, una voz omnisciente que no se sabe dónde está.

¿Cómo empezaste a vincularte vos, mujer de letras, con el lenguaje inclusivo?

Yo me percibo en una extrema disponibilidad para cualquier cosa que sea el juego con el lenguaje, y para mí el lenguaje inclusivo es eso: una estrategia retórica posible para modificar lo que hacemos con el lenguaje. No me acuerdo cuándo fue la primera vez que lo escuché, pero si sé que muy pronto colonizó mi reflexión acerca del lenguaje. De hecho, después de que terminé la novela tuve una profunda aflicción porque me preguntaba ¿y ahora cómo voy a seguir escribiendo? ¿Vuelvo al masculino no marcado? ¿Sigo escribiendo en inclusivo? ¿Era una experiencia de una sola novela? Y la solución que encontré fue ponerme a escribir una novela en femenino no marcado. Hay toda una vuelta ficcional que habilita ese uso, porque argumentativamente en la novela se piensa la posibilidad de una Buenos Aires en la cual la revolución feminista ha triunfado, ha derrocado al capitalismo y por lo tanto al patriarcado, entonces se instaura por ley hablar en femenino no marcado, en ese momento ucrónico.

¿Y deseable, según vos?

No, a mí el inclusivo me parece lo más equilibrado para el mundo que tenemos. Hablar en femenino estaría invisibilizando a un montón de diversidades. En ese sentido, la "e" es muy ecuánime.

¿Y no la "x"?

Es que la "x" forma parte de la "e". Ahí hay que diferenciar lo que es la oralidad de la escritura. De hecho la escritura en inclusivo tiene muchísimos años, desde los 2000 vengo leyendo y escribiendo con "x". Tal vez son más de gueto esas escrituras, pero la realidad es que se venía escribiendo hace un montón, con la arroba y distintas soluciones para no poner la "o". Lo que trae de potente y novedoso la "e" es la posibilidad de pronunciarla. Del otro lado de la vereda, te hablan de la imposición, y yo no veo que nadie esté obligado a usarlo. Si vos querés, es una estrategia que tenés disponible en el estante de herramientas.

¿Se puede pensar al lenguaje inclusivo sin pensar en cuestiones de clase?

Claramente hoy en día es un hecho de clase, pero el hecho de que una clase lo esté usando ¿lo invalida? Yo creo que la "e" genera una ostranenie, para decirlo con una palabra muy de Puan, pero no te impide entenderlo. La realidad es que el lenguaje es performativo. Sarlo dice, en contra de lenguaje inclusivo: el lenguaje no puede crear una realidad, por lo tanto, como no hay una sociedad igualitaria es inútil que el lenguaje trate de ser igualitario. ¿Por qué no podemos apoyar un lenguaje que esté creando otro tipo de realidad? Tal vez hoy es una formación clasista, pero de acá a cien años, por ahí, derrama y puede generar algo interesante. Interesante para mí es: más libertad, más igualdad, menos opresión. A mí me gusta pensarlo como una herramienta, como dije, que vos tenés a disposición. No estoy a favor de la pedagogía en ningún sentido, que cada uno haga lo que quiera; de lo que sí puedo dar fe es que a mí me parece potente y muy interesante de pensar, porque es algo que puede germinar y no sabemos dónde va a terminar. Y además para mí también entronca como un juego lingüístico. 

Claro, te interesa como exploración formal también.

Y como sonido. El lenguaje es sonido.    

Da la sensación de que te interesa la dificultad también, ¿no?

Sí. A mí me pasa, cuando leo literatura argentina, que encuentro mucho lugar común. Formas acuñadas a través de la historia que se repiten a sí mismas y se vacían de significado real. "Llovía a cántaros", ¿qué quiere decir que llovía a cántaros? Son frases vacías, en el fondo. A mí me parece que la literatura se basa en desmontar esos lugares comunes, y meter ahí dificultades, sonidos extraños, particularidades, de manera que el lenguaje sea siempre nuevo. Y de que la experiencia sea siempre nueva. Cada cotidiano es diferente, ¿entonces yo cómo hago para transmitirte un cotidiano en particular?

En este libro hay una continuidad del aliento de escritura que aparecía en Necias y Nercias.

Este es mi octavo libro publicado. Mi primera novela, Modos de asedio, era fragmentada pero con un lenguaje súper chato y tranquilo. Después, Falso contacto, una historia de inmigrantes: ahí de nuevo juego con la estructura y un lenguaje un poquito más suelto, pero todavía muy convencional. En Mosca blanca mosca muerta, ahí hice un clic, ¿por qué voy a seguir escribiendo como escribe todo el mundo? Si a mí me sale una voz, esta voz que es muy abigarrada y casi diría, con la distancia del caso, gongorina en un punto, tipo cambalache, todo al mismo tiempo.

¿Es como una escritura de retazos?

Sí, y de hecho el retazo está muy presente en mi vida: yo trato de escribir todos los días, pero siempre es en tiempo robado a otras actividades. El sueño, la cocina, el trabajo. En ese sentido, el rechazo me parece que tiene mucho de existencia vital y por lo tanto de existencia literaria. Siento que la primera parte de mi vida escritural, me sentaba, escribía, pero era como que me dejaba hablar. Como si yo me ausentara de mí misma, y escribía tramas y pensaba en los personajes. Y en un momento, tal vez por la misma praxis, apareció algo que no sé cómo se llama que es esa fuerza lingüística. 

 

 

¿De dónde salen los nombres de los personajes de Vikinga Bonsai? Pequeña Montaña, Orlanda Furia, Dragona Fulgor...

De palabras, cosas que me parecía iban muy bien juntas. Primero me aparecieron los nombres, y después me puse a pensar en qué iba a pasar con los personajes. Me sentaba y empezaban a ocurrir cosas, casi que ni escribía yo. Los nombres se empezaron a relacionar entre sí, y de hecho la muerte de Vikinga Bonsái me sorprendió muchísimo, ¡¿qué voy a hacer ahora sin personaje principal?! Es como una fuerza que viene de otro lado y vos la canalizás. Yo no controlo, me pongo en disponibilidad y empiezan a suceder cosas. Eso es lo mejor. Lo que tenés que tener es tiempo para escribir.     

¿Y te trazás un plan antes de escribir?

No, el momento de pensar es la escritura. Yo pienso escribiendo. Me encantaría tener cuatro horas, que no tengo, para vivir en estado de escritura. Es como un músculo, el ejercicio de escribir te hace pensar. Me gusta el acto de escribir. 

El gran tema de la novela es el tiempo, justamente.

Sí, para mí sí. De hecho en el índice trabajo con eso, "La metamorfosis de los días". Y trabajo con un parrafito de Carlo Levi que está al final, que viene de un libro hermoso; un libro de 1945 en el cual él, que es pintor y escritor, Mussolini lo castiga y lo manda a Finisterre, en el sur de Italia. Ahí entra en contacto con los campesinos, y como era médico de profesión comienza a atenderlos. Él va contando cómo viven ellos, en una realidad mágica. Levi toma la palabra "crai" del dialecto de ellos, que era un dialecto prohibido, para pensar al tiempo.  

Una lengua bastarda, ¿no? Lo que hace juego con el lenguaje inclusivo, además.

Claro, porque es considerada como una cosa culturalmente baja y tiene un refinamiento enorme. De hecho, el primer fragmento que aparece es una tergiversación del Facundo: me gustaban esos dos parámetros para preguntarse qué hacemos con la lengua. Y con la cultura. Para mí no hay cultura alta y cultura baja, es todo lenguaje y todo está a la misma altura, es todo igual de productivo y de interesante. A mí me interpela todo, Gilda y Bach. No hay distinción para mí.

¿Y cómo pensaste a los diálogos?

Yo, en general, trato de no usar diálogos. A mí me parece muy fácil: en seguida podés meter un diálogo de quince páginas y son dos personas hablando. Entonces trato de reducirlo al mínimo, mínimo, mínimo necesario.

Volvemos a la dificultad como aliciente.

Sí... Porque además si no vivimos siempre inmersos en una papilla de loro permanente. Titular, titular, titular. ¿Dónde vas a entrenar tus capacidades lingüísticas, de pensamiento? Cuando escribo, obviamente busco la felicidad propia. Yo puedo escribir de otra manera, pero me aburro muchísimo. La manera en que escribo yo es así, totalmente abigarrada y detrás de la dificultad.

Por tu labor editorial en Planeta, y por tu rol activo como lectora, imagino no se te pasará por alto que ese tipo de escritura no es parte del común denominador de época. ¿Cómo te leés en este contexto?

Bueno, de hecho a mí me dijeron: esto no es una novela. Tengo cinco o seis novelas inéditas. Yo quiero escribir, y pongo menos energía en circular, y ni bien me dicen tres o cuatro veces que no, lo dejo y sigo escribiendo. De hecho, a esta novela la salvó el lenguaje inclusivo, porque fui al Filba de La Cumbre y ahí la gente se re interesó, a raíz de eso pensé en hacer otra gestión. Yo ya estaba escribiendo otra novela. A esta la tenía ahí, escrita, como tengo un montón. El rechazo es permanente. Por eso estoy tan contenta de que haya salido, y que haya salido en Eterna. Las editoriales netamente comerciales tienen por objetivo vender libros, no apostar a las nuevas voces ni a la cultura. ¿Cómo encontrás lo que vende? Mirando a lo que ya vende. Eso genera que siempre publiquen lo mismo. En esa lógica es muy difícil que irrumpa algo personal, particular, nuevo, que no tenga precedente. Uno de los informes de lectura que me hicieron en una editorial grande era: "No sé informarlo". Así y todo hay editoras que están tratando de sacar cosas interesantes, pero siempre es una negociación. 

¿Venís de una familia lectora?

Sí. Mi papá siempre tuvo una biblioteca inmensa, y en mi casa nunca hubo tele. Había radio y libros, miles de libros. No había literatura infantil ni juvenil, había Kerouac, Miller, literatura argentina, latinoamericana, y yo tenía libre acceso a todo. Mis padres eran ambos muy lectores: mi mamá periodista y mi papá escritor y pintor, pero trabajaba de producción de televisión. Se hablaba mucho de libros, íbamos todos los fines de semana al Parque Rivadavia a comprar libros usados. Y había una máquina de escribir Olivetti azul, en una mesa con rueditas, y para mí como chica de seis años que me dejaran escribir ahí era un planazo. El acceso a esa máquina era mágico. Yo quería ser escritora desde muy muy chica, incluso antes de conocer el mundo de los escritores o el circuito editorial. Siempre quise ser escritora.

 

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