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"La escritura en solitario para nosotros no existe"

Matías Moscardi & Andrés Gallina

Amigos y coautores de Diccionario de separación (Eterna Cadencia Editora), Matías Moscardi y Andrés Gallina vuelven a librerías con un manual para viajeros por la costa Argentina.

 

Entre el dolor y la parodia, entre el gesto grave y la redención final del humor, Andrés Gallina y Matías Moscardi escribieron muchos libros en uno. Entre ellos, un tratado del desamor para tiempos online: Diccionario de separación se publicó en 2016 por Eterna Cadencia Editora y ese fue el comienzo de una relación de escritura que se sumó a la relación de amistad que los autores ya tenían en curso.

Tratado sentimental contemporáneo, novela de peripecias que tiene como protagonista al sujeto posamoroso, en tiempos hipervinculados, Andrés Gallina y Matías Moscardi escribieron un auténtico inclasificable que actualiza la mirada sobre las relaciones. Y hoy regresan a la carga con Guía maravillosa de la Costa Atlántica (Sudamericana).

 

 

Es la segunda vez que escriben un libro juntos, ¿qué cambió de Diccionario de separación a este libro?

Son dos libros muy distintos y a la vez tienen algo en lo que se parecen. Creemos que en los dos hay un gesto de mapeo afectivo: en un caso asociado a una situación concreta (separarse en el siglo XXI) y en otro al territorio (la Costa Atlántica). La Guía maravillosa de la Costa Atlántica es, de hecho, una guía afectiva antes que una guía turística porque lo que busca todo el tiempo es transmitir su amor por la costa, por sus clichés y por los lugares comunes y populares asociados a ella. A la vez siempre pensamos que el Diccionario de separación era un libro costero. De hecho está lleno de referencias al mar, a las playas invernales, a los balnearios vacíos, a las ramblas. El escenario por el que se desplaza el sujeto posamoroso tiene algo muy costero. Salvando las distancias temáticas, reencontramos algo del Diccionario en la mirada enamorada que aparece en la Guía maravillosa de la Costa Atlántica. Es un recorrido por la costa atlántica con ojos de enamorado. Al enamorado no le interesan los defectos. Idealización, exaltación, arrebato, entusiasmo: esos son los movimientos hiperbólicos del enamorado de la costa atlántica. El amor tampoco conoce escalas, no distingue entre lo grande y lo pequeño. El narrador está enamorado de los detalles más ínfimos de la costa (piedritas, caracolitos, un llaverito) pero también de las construcciones más grandes (el Torreón del monje, los lobos de la rambla). Hay algo de la pasión en eso, de lo pasional. Es como si fuéramos hinchas de la costa atlántica. Creemos que siempre que escribimos juntos aparece esa escritura enamorada, un lenguaje que busca decirlo todo, incluso sabiendo de antemano que el intento es inútil. Es una escritura desbordada siempre por la emoción, que tiene algo de telenovelesco o de aventurero.

¿Cómo es el procedimiento, se reparten las secciones, se corrigen entre sí? 

Cada uno tiene muy en claro cuáles son las habilidades del otro. Primero avanzamos a lo bestia, testeamos, probamos tonos, escribimos textos piloto que después, mirados a la distancia, nos dan vergüenza. También nos mandamos millones de audios pensando en voz alta. Una vez que encontramos un tono, le metemos quinta a fondo y escribimos mucho, sin estar muy alertas. Y cuando llegamos a un caudal de texto acumulado, empezamos un proceso de edición finísimo que también nos lleva mucho tiempo. Hacemos varias bajadas en papel, corregimos, discutimos y dialogamos mucho, de manera constante, todos los días durante meses. Nosotros escribimos juntos ahí: en un ping pong infinito de audios. No siempre estamos de acuerdo pero las cosas fluyen igual porque no siempre importa estar de acuerdo. A veces hay que creer en el criterio del otro y listo. Los dos sabemos muy bien esto. En el caso de la Guía maravillosa, terminamos de cerrar los aspectos centrales del libro en un viaje de San Clemente del Tuyú a Nueva Atlantis. Mientras uno manejaba, el otro leía en voz alta. Y ahí íbamos diciendo: esto va, esto no va. En esa escena está condensado nuestro procedimiento, que es el de la amistad, el de compartir y vivir experiencias juntos. Uno maneja, otro lee. Después nos cambiamos. Eso es escribir de a dos. Uno auto no tiene dos volantes. Un libro tampoco. A veces maneja uno, a veces el otro. Y cuando uno maneja, el otro lee, escribe, toma notas, saca fotos, apunta, filma. Así atravesamos la costa. 

¿Cómo los cambia a ustedes, como escritores, el hecho de atravesar este tipo de experiencias? ¿Qué les deja que pueden usar cuando vuelven a trabajar solos?

Creemos que escribir juntos es un modo de aprendizaje. Ninguno de los dos podría haber hecho nada solo en donde no esté puesta la mirada del otro. En nuestros proyectos por separado, siempre está el otro. Esto quiere decir que la escritura en solitario para nosotros no existe. Es solo un epifenómeno de la escritura conjunta. No solo porque siempre contamos con la lectura incondicional del otro, sino porque en la misma escritura ya aparecen rasgos de uno en el otro. Los días de la fragilidad tiene como escenario la ciudad de Miramar y el lenguaje extasiado que aparece ahí reaparece en la Guía maravillosa. En El Gran Deleuze están el asombro y la mirada infantil que también sirven de lente para pasear por la Costa Atlántica. 

¿Qué ejemplos de escritura a cuatro manos tenían presente o tienen de modelo?

No teníamos ningún modelo en particular, a pesar de que hay muchos ejemplos que se nos vienen a la cabeza. Creemos que en algún punto generamos un modelo propio. Una dinámica que nos resulta y que, por encima de todo, disfrutamos mucho. Por otro lado, ninguno de los dos cree en la escritura individual. Lo individual es un mito. En la escritura siempre aparecen los otros. Suele pensarse que toda persona escribe con dos manos. Esto es un error fundamental. En realidad, siempre se escribe con cuatro, con cinco, siete, veintitrés manos. La mejor imagen de esto es la de Ganesha, esa diosa hindú que tiene como ocho o diez brazos. Escribir tiene algo de tentacular. 

 

 

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