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"Me gusta pensarla como una novela de (de)formación"

Daniel Saldaña París y su nuevo libro

"Tiene pequeños homenajes a la literatura que a mí me hizo lector, y que es la literatura de aventuras, en general. No sólo los libros de esa saga, sino la aventura como columna vertebral del relato. En mi novela también hay una aventura, pero triste" explica el autor de El nervio principal (Sexto Piso), a poco de visitar Buenos Aires para el Filba y como residente del MALBA.

Por Valeria Tentoni.  

 

No será la primera vez que el mexicano Daniel Saldaña París pase unos días en Buenos Aires (de hecho, lo habíamos entrevistado por su primera novela, En medio de extrañas víctimas, la última vez que vino), pero en esta oportunidad, además de compartir libro nuevo, vendrá a participar del Filba Internacional y además será escritor residente del MALBA en octubre.

Narrador, ensayista, poeta y traductor, es también autor de los libros de poemas Esa pura materia y La máquina autobiográfica, que reedita en Chile por estos días Editorial Los Libros de la Mujer Rota. El año pasado se publicó El nervio principal (Sexto Piso), mientras que la traducción al inglés de su primera novela fue finalista del Best Translated Book Award en los Estados Unidos. Un año antes había sido nombrado por el Hay Festival como uno de los mejores escritores de América Latina menores de 40 años. 

 

 

Dicen que lo verdaderamente difícil no es escribir una primera novela sino una segunda, y acabás de sortear esa valla: ¿fue así en tu caso?  

Creo que sí me pesó la maldición de la segunda novela. Después de publicar En medio de extrañas víctimas empecé a escribir inmediatamente otra cosa y pasé un par de años metido en ese proyecto antes de darme cuenta de que no era el libro que tenía que escribir, o que quería escribir. Era una novela demasiado parecida a la primera, me parece. Y además se me salió de control. Asumí el fracaso de ese libro y decidí empezar algo totalmente distinto; de ahí salió El nervio principal. El proceso de escritura fue muy diferente —casi opuesto— al de la primera novela, y al de la segunda frustrada. Esta vez partí de una historia más o menos definida, y busqué después un lenguaje para contar esa historia. Quise trabajar, además, con un mundo más acotado: una familia, un barrio puntual, el año de 1994.

En la primera parte, pareceríamos estar ante una novela de aprendizaje, pero luego la trama se complejiza y el desenlace podría contradecir esa etiqueta, ¿cómo lo ves?  

Me gusta pensarla como una novela de (de)formación. Parece que el protagonista-narrador hace el relato de cómo aprendió a funcionar en el mundo, pero en realidad no funciona en el mundo. Es una genealogía de su fracaso.

¿Cómo aparecieron los personajes de esta familia disfuncional y cómo trabajaste, sobre todo, la figura de Teresa, la madre que abandona a su familia?

Desde el principio tuve claro que quería escribir sobre un niño, y me resultó natural inscribirlo en una familia disfuncional porque nunca conocí una familia funcional. Creo que hay una fórmula a la que estamos más acostumbrados, en donde es el padre de familia el que se va para “hacer la historia”. Me interesaba invertir esa fórmula y que fuera la mujer el motor de la historia (tanto de la trama de la novela como de la Historia con mayúscula). De ahí que sea Teresa la que se va. Pero eso que el niño vive como un “abandono” no es, en realidad, un abandono. Es la vida. La madre se va y hace su vida y no toma sus decisiones con base en las necesidades de los otros.

La novela recorre, también, la ciudad de México: ¿cómo la pensás en relación con ese escenario, y más aun considerando que se ha escrito lejos de México, en Canadá o en distintas residencias que hiciste?

Desde chico siempre viví unos años en la ciudad de México y luego unos años fuera. Mi relación con la ciudad siempre ha estado marcada por ese vaivén, y creo que por eso es un espacio que me obsesiona. Cuando vivo en la ciudad de México, la odio; cuando vivo fuera, la necesito. En este caso, me interesaba escribir sobre un barrio donde viví de niño. Es un barrio de clase media, con poca personalidad y que no tiene ningún abolengo literario: la Colonia Educación. Hay decenas de novelas sobre la Colonia Roma o la Condesa, o sobre el centro de la Ciudad de México. Yo soy más de la periferia, y me interesa representar esos otros espacios, que no tienen tanto atractivo a primera vista. Lugares que no están en el tour Bolaño.

En cierto momento, el niño que protagoniza la novela se da cuenta de que la valentía no es patrimonio de los hombres y quizás todo lo contrario, y hasta desea ser mujer. En un momento además un militar lo acusa de joto (gay). ¿Cómo pensaste la cuestión de género en este libro? 

Es un asunto que, de otro modo, estaba también en mi primera novela. Me gusta explorar personajes masculinos que son más bien pasivos, por contraste con personajes femeninos activos, que tiran del hilo narrativo. El protagonista de El nervio principal crece con modelos masculinos que le parecen despreciables, como creo que pasa mucho en las sociedades machistas. Si ser hombre es necesariamente ser un cabrón, lo mejor es no ser hombre, o al menos renunciar a esa idea de lo masculino y buscar otros modos de serlo. Acabo de leer Escenas de una vida de provincias de Coetzee y siento mucha afinidad por cómo plantea esa misma cuestión.

¿Y cómo trabajaste la cuestión histórica mexicana?

1994 fue un año clave en la historia de México. Es el año del levantamiento zapatista, del asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, de la entrada en vigor del TLC con Estados Unidos, y de una crisis económica importante. Quise mostrar ese clima convulso desde la visión medio alucinada de la infancia. Es una novela generacional, en ese sentido.

"El origami nunca le daría sentido a nada, porque la simetría no era una condición del mundo, sino una invención del entendimiento", leemos. ¿Dirías que estamos ante una novela de desencanto?  

Sí, hay un desencanto ante la evidencia de que el mundo es mucho más complejo que un sistema binario, de que los modelos con los que nos explicamos las cosas son siempre insuficientes. Hay una neurosis, una hiper-estructuración del mundo en el personaje, y un caer en cuenta de esa neurosis.

El protagonista, de niño se la pasa leyendo tomos de Elige tu propia aventura: ¿qué de esa literatura te resultaba interesante incluir y cómo moldeó tu propia imaginación lectora la frecuentación de esos libros?

La novela tiene pequeños homenajes a la literatura que a mí me hizo lector, y que es la literatura de aventuras, en general. No sólo los libros de esa saga, sino la aventura como columna vertebral del relato. En mi novela también hay una aventura, pero triste. De niño me gustaban esos libros de Elige tu propia aventura porque eran muchos y todos tenían más o menos la misma estructura. Eso me tranquilizaba. Podía leer uno tras otro. Aunque hubiera un elemento impredecible, y aunque hubiera muchos finales distintos en cada uno, en realidad eran novelas esquemáticas, y creo que en la infancia da cierta tranquilidad saber que los cuentos siguen un cierto esquema. Al menos a mí me pasaba, quizás porque era demasiado ansioso. Pero no sé si modelaron mi imaginación, porque luego las lecturas de la adolescencia y de la edad adulta se encargaron de desbaratar esas certezas, de romper esos esquemas, de dinamitar la idea de la aventura transformadora.

El mundo al que el protagonista niño acude a buscar respuestas es tanto el de los libros como el botánico; también es cierto que el final es, por usar una metáfora, vegetal. Más tarde, el protagonista recurre a la escritura como modo de salvación, de autoconocimiento. ¿Qué idea de escritura, en sus efectos, riega este libro?

La novela tiene muchas metáforas que apuntan más o menos a lo mismo. El niño hace cosas con hojas (de papel) y con hojas (de árboles), y cuando es adulto sigue haciendo cosas con hojas (escribir). Lo que hace con el papel (escribir, papiroflexia) busca la imposición de un sentido, de un orden. El narrador tiene la esperanza de que, al escribir su propia historia, aparecerá un sentido que se le había escapado, alguna revelación sobre sí mismo que lo redima. Pero no es un libro que resuelva o que cierre y satisfaga, creo: no sabemos si la escritura salva o no al protagonista. Más bien parecería que no.

La simetría y los fractales se repiten como ideas que van reteniendo la imaginación del protagonista. ¿Por qué te interesaron y cómo las investigaste?  

Ese un aspecto medio autobiográfico, en el sentido de que, de niño, yo vivía obsesionado con el lado izquierdo y el derecho, y con la diferencia fundamental entre ellos. Fue una investigación más intuitiva que documental, aunque alguna cosa me puse a leer sobre hemisferios cerebrales y demás.

En tu libro anterior, En medio de extrañas víctimas, contabas que ninguno de tus personajes te caía bien. En este caso, ¿te identificás en algo con el niño que lo protagoniza?

Sí, aquí en cambio me identifico un poco con todos. Con el niño, pero también con el padre, que es oscuro en su mediocridad. Y con la madre, que manda todo al carajo. Y con el Rata, que es un adolescente que se droga y quiere impresionar. 

Saldrá en Chile la reedición de La máquina autobiográfica, ¿cómo es reencontrarte con esos poemas en especial y con la poesía en general?

Es un libro que quiero mucho y que no he dejado de escribir nunca, aunque se haya publicado originalmente en 2012. Escribo muy poca poesía: un par de poemas al año, quizás. Pero todo lo que escribo podría ser parte de La máquina autobiográfica. Al mismo tiempo, ahora que preparé esta nueva edición para Los Libros de la Mujer Rota, decidí quitar algunos poemas de la primera. Creo que es la maldición del título: quiero que la máquina siga respondiendo al que soy; hay continuidades, pero también disrupciones. 

Vas a estar pronto en Buenos Aires en la residencia del Malba y participando del Filba, ¿por qué aplicaste para venir a Buenos Aires, ciudad en la que ya has estado?  

Tengo a Buenos Aires muy idealizada. También a la literatura argentina y a su movida literaria. Creo que sería sano decepcionarme un poco.

 

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