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"No podía contar la historia de Lila sin contar la de quien busca su historia"

Mariana Dimópulos y su novela Quemar el cielo

"Mariana Dimópulos asume el riesgo de tensar el lenguaje y el tiempo en esta nueva novela que revisa la dictadura militar desde una perspectiva diferente: la de quien busca a una militante desaparecida para reconstruir su propia trama subjetiva", escribe y entrevista Ivana Romero sobre el libro que acaba de publicar Adriana Hidalgo.

Por Ivana Romero. Foto de Catalina Bartolomé.

 

“Soy una hipótesis, o al menos voy con su paso ligero”, dice Monique, la protagonista de Quemar el cielo, mientras llega a una cita clandestina. ¿O quién va no es ella sino su prima Lila? Algo del discurso se altera en esa primera persona que de a ratos deviene tercera. Al igual que la temporalidad, que estalla cuando el pasado deviene presente, y el recuerdo de la niña que evoca a esa prima apenas mayor se transforma en la huella que la mujer adulta sigue para tratar de averiguar qué pasó con esa otra que permanecerá por siempre joven, fantasmática. Mariana Dimópulos asume el riesgo de tensar el lenguaje y el tiempo en esta nueva novela que revisa la dictadura militar desde una perspectiva diferente: la de quien busca a una militante desaparecida para reconstruir su propia trama subjetiva.

Con edición de Adriana Hidalgo, el libro está sostenido además por una investigación rigurosa que incluye entrevistas, trabajo en archivos, participación en los juicios en procura de memoria, verdad y justicia. Desde Pilar Calveiro a Pola Augier y Simone Weil, desde Martín Caparrós a Enrique Gorriarán Merlo, Dimópulos acompaña a Monique en su búsqueda. Y también en su perplejidad cuando dice cosas como ésta: “Busco a una prima perdida en los setenta. Dicen de ella una cosa y la contraria. Con veintiséis fue la última vez que la vieron. Y yo tengo cincuenta y cuatro. ¿No es ridículo? Ella era mi prima mayor y ahora sigue teniendo veintiséis y yo, no importa”.

Dimópulos es narradora, ensayista y traductora, autora también de Carrusel Benjamin por Eterna Cadencia Editora.

 

¿Cómo fue surgiendo la escritura de Quemar el cielo?

Empecé a trabajar en la novela 2015 por inquietudes personales, históricas, políticas. Pero desde mucho antes me venía proponiendo hacer el ejercicio de construcción de una memoria propia. Te aclaro que no soy hija de personas desaparecidas, pero nací en 1973 así que no me resulta extraño tener muchas preguntas en torno a esa época. A la vez, entre 1999 y 2005 viví en Alemania, donde me dediqué a la investigación filosófica con un interés especial en la Escuela de Frankfurt y en Walter Benjamin. Allí hay una sociedad que se pregunta sobre lo que pasó con el nazismo, que incluso institucionaliza la memoria a través de museos y memoriales.En ese marco empecé a pensar en mi propia historia como ciudadana argentina y mi obligación con la memoria. Me refiero a ver el pasado reciente como algo que nos pertenece en términos de identidad cultural.

Monique busca a su prima Lila y, en ese tránsito, relata la vida de ella como militante del Ejército Revolucionario del Pueblo pero también la propia, como la de una mujer que necesita saber.

Yo no podía escribir un libro solo en tercera persona, no podía contar la historia de Lila sin contar la de quien busca su historia. A la vez, la tensión entre esas dos protagonistas resume la necesidad de objetivar de alguna manera la historia, algo difícil porque para nosotros sigue siendo un pasado cercano. A la vez, no me interesaba retratar la represión sino reconstruir la historia de una militante que no viene del peronismo, como suele suceder en muchas historias, sino del PRT. Eso también fue una decisión entre estratégica y teórica.

¿En qué sentido?

Bueno, otra cosa que me pregunté es si escribir un ensayo o una novela, si trabajar en términos narrativos o especulativos. Elegí la narración bajo la idea de que los años sesenta y setenta son para mí la respuesta a la instauración del orden que tenemos hoy en día. Es decir, este orden es posible por todo lo que pasó. A la vez, hice varias entrevistas, entre ellas a Diana Cruces, una militante del PRT que falleció hace poco tiempo. Ella fue de las que me señaló hasta dónde la lucha tenía que ver con un contexto internacional, cosa que el PRT entendió muy bien. Es decir, lo ocurrido en América latina responde a un reacomodamiento mundial donde aparece Vietnam, mayo del 68, un contexto de guerra fría y de consolidación de nuevos poderes dominantes. Me interesó cómo el PRT, con su visión marxista leninista, dialogaba en términos teóricos de un modo muy interesante con todos esos debates. Y a la vez, en el libro aparece un contexto histórico más amplio que los setenta en sí porque esos jóvenes se criaron en un momento muy peculiar, a partir de 1955, donde la idea de lo político estaba muy vinculada a la violencia. O sea, no es que esa generación sale de la nada.

Sin embargo, más que de la militancia hacia afuera, que de todos modos aparece, el libro se detiene en Lila y la reformulación de sus vínculos personales, los afectivos, los familiares.

Es que no es posible reducir los vínculos familiares a la discusión de si estaban a favor o en contra de la militancia de sus hijos. Lila tiene un padre que toda su vida sostendrá que ella estaba loca pero también una tía que la protege. Así que no es un asunto reductible a una cuestión de dicotomías. Me interesaba poner en evidencia que esos chicos de unos veinte años estaban insertos en dramas sociales que sobrepasaban su militancia y a la vez eran parte de una solidaridad no siempre programática, como la que tiene esta tía Teresa. La maternidad para las mujeres militantes también era parte de esa complejidad. Porque fueron doblemente castigadas: por el aparato represivo, sí, pero también por las condiciones en las que debían militar aunque estuvieran embarazadas o tuvieran hijos pequeños. Y es que al interior de las organizaciones había un mandato de tener descendencia pero ninguna contención al respecto.

El libro tiene un epígrafe de Walter Benjamin que dice: “Sólo tendrá el don de encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador que esté atravesado por la siguiente certeza: si el enemigo vence, ni siquiera los muertos estarán a salvo. Y ese enemigo no ha dejado de vencer”.

La filosofía de la historia de Benjamin afirma que la historia se arma trabajosamente en el presente. Es decir, hay que pensarlo dialécticamente: es el pasado y el presente los que se juegan en el momento de hacer la historia. Esa es la idea del libro, una mujer que sale a buscar la historia de vida de una parienta suta. Alguien recuerda a Lila y se ve enfrentada con esta dificultad. Porque recuperar el pasado no sólo es un tema personal, también es colectivo. Benjamin vio y defendió esa dificultad. A la vez, cuando dice “ese enemigo no ha dejado de vencer” se refiere al fascismo pero leído desde el presente, es posible establecer además otras continuidades. Aquel historiador que quiera encender la chispa de la esperanza en el pasado es el que reconocerá que los muertos no están a salvo mientras pervivan el fascismo o la represión porque esos muertos serán leídos como subversivos destructores del orden. Justamente, subvertir esa idea, complejizarla, es el desafío de la historia. Y en esta novela, es el desafío que asume la protagonista, aunque no lo tenga como horizonte teórico sino como necesidad vital.

 

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