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A propósito de una entrevista

¿Cuál es la clave de un buen relato? Del fútbol a César Aira, responde el autor de Dos veces junio.

Por Martín Kohan.

 

 

 

El sábado 22 de mayo de 2021, aparece en el diario La Nación una entrevista que Diego Borinsky le hace a Miguel Simón. En un momento dado de esa charla, Borinsky le plantea: “¿Cuál es la clave de un buen relato?”. La pregunta se orienta, por necesidad, a la tarea específica de transmitir partidos de fútbol por televisión, labor en la que Simón se destaca como periodista de ESPN. Pero no parece impropio considerarla también como una inquietud más general sobre el arte de la narración en sí misma. De hecho la noción de “relato” se emplea aquí con más tino y profundidad que en otras páginas del mismo diario, o en otras páginas de otros diarios, en las que periodistas y dirigentes de la política nacional la homologan así sin más con la mentira, pretendiendo que narrar y mentir no pueden ser sino una sola y misma cosa siempre, que en los hechos hay una verdad a la que se puede acceder, interpretar, comprender sin relatos de por medio, solamente con los datos que hablarían por sí mismos. Contar para dar sentido, para elaborar qué es lo que los datos expresan, para entender qué es lo que los hechos significan, quedaría despreciado y descartado según este tan extendido criterio.

Borinsky y Simón lo piensan tanto mejor. ¿Cuál es la clave de un buen relato?, pregunta Borinsky; y Miguel Simón responde que lo primero es nombrar a todos los jugadores que intervienen en la acción sin confundir a unos con otros, y luego aporta esta formulación decisiva: “hacer eso con el ritmo conveniente para cada situación del juego”. Conocemos, ante todo gracias a los formalistas rusos, diversas aproximaciones críticas a la cuestión del ritmo en la poesía; pero aquí se trata de otra cosa, aledaña si se quiere: la del ritmo en la narración, la del ritmo de la frase narrativa, la del ritmo de la narración misma (dosificación de peripecias, graduación del énfasis, etc.).

Un poco más adelante, Diego Borinsky pregunta: “¿Cuál es el deporte más difícil para relatar?”, y Miguel Simón responde: “El básquet tiene un ritmo más intenso que el resto (…), con más ritmo que el fútbol, porque se juega en menos espacio y no se para nunca, y con más gente que el tenis, que es uno contra uno. El básquet no da respiro”. Mucha gente en poco espacio, toda una fórmula para el vértigo narrativo. Y además de eso, o acaso por eso mismo, esto otro: lo que nunca para. La narración se ve llevada así a “un ritmo más intenso que el resto”. Ese ritmo, esa clase de ritmo: el que algún movimiento continuo le exige a la narración, apretada en poco espacio, un espacio apretado de gente.

¿No es lo inverso, lo inverso exactamente, si uno quiere pensarlo así: por la contraria, de ese tópico más que reconocible en la tradición literaria argentina: la de las narraciones de la llanura pampeana, los relatos del desierto? Mucho espacio y poca gente; todo el espacio y nadie. Movimiento, poco y nada; relatos de parsimonia y quietud, contar todo a un ritmo lento. De La Cautiva a Las nubes pasando por la excursión a los ranqueles de Mansilla, que inscribe un conflicto precisamente ahí: entre su necesidad de animación (personal, pero también narrativa) y el imperio territorial de la monotonía.

¿Y no es eso, entre otras cosas, lo que encaró y consiguió César Aira, ya desde su novela inicial, Moreira? Narrar la pampa pero con el ritmo intenso que es propio del movimiento continuo; narrar lo vacío como si estuviese colmado, o colmarlo narrativamente (no de gente, sino de peripecias) y así narrarlo. ¿Y no es eso, entre otras cosas, lo que consiguió Pablo Katchadjián al ordenar alfabéticamente el Martín Fierro? La sucesión en insistencia de los versos sobre la llanura, reunidos y reubicados con un efecto de machacamiento, imprimen sobre la fijeza un efecto de alucinación. Otro vértigo, de otra índole; un vértigo más bien lisérgico que repleta de visiones lo vacío, que acelera lo quieto aunque esté quieto, que imprime otro ritmo al ritmo de siempre, lo enloquece en cierto modo, lo delira.

  

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